El ejemplo de un fotógrafo turco y de los políticos alemanes

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Un policía turco de 22 años vestido con traje oscuro entró en una galería de exposiciones de Ankara para asistir a un acto en el que iba a intervenir el embajador ruso en Turquía. Se situó detrás de él a unos metros, como si fuera un miembro del equipo de seguridad, cuando Andrei Karlov se disponía a pronunciar unas palabras ante un micrófono. Desenfundó su arma y le disparó varias veces por la espalda.

Mientras el resto de asistentes se echaba hacia atrás y se tiraba al suelo, el asesino siguió apuntando al frente y gritó una serie de consignas yihadistas (1) con las que dejó patente su deseo de venganza por lo ocurrido en Alepo. En ese momento, el fotógrafo de AP Burhan Ozbilici, que había ido allí a cubrir una simple inauguración de una exposición de fotos, se mantuvo firme y siguió haciendo fotos. Haciendo su trabajo.

«Esto es lo que pensaba: estoy aquí. Incluso si me dispara, me hiere o me mata, soy periodista. Tengo que hacer mi trabajo. Podría escapar sin hacer fotos. Pero yo no tendría nada que responder a la gente que me preguntara: ¿por qué no hiciste las fotos?», escribió después en un artículo.

Unas horas más tarde, un camión saltó sobre la acera y arrolló a las muchas personas que asistían al mercado de Navidad de la Breitscheidplatz de Berlín. Doce personas murieron y decenas resultaron heridas. A pesar de la similitud del hecho con el atentado de Niza, las autoridades y la policía alemanas no quisieron alentar especulaciones ni avanzar conclusiones en la noche del lunes. Pidieron a la gente que se mantuviera alejada de la zona, que se quedara en casa y que no difundiera rumores. Sí aportaron información, recogida por los medios de comunicación del país, pero no quisieron precipitarse y convocaron a una rueda de prensa para el día siguiente a las 13.00. Estaban haciendo su trabajo.

La mayoría de los políticos no intentaron ganar puntos políticos ni entrar en suposiciones sobre los hechos. Un eurodiputado del partido de extrema derecha AfD intentó rentabilizar la sangre derramada para convertirla en votos. Dijo que las víctimas eran «los muertos de Merkel» con la presumible intención de culpar a la canciller por haber aceptado la llegada de centenares de miles de refugiados.

Cada uno con su estilo, Burhan Ozbilici y los políticos alemanes marcaron el camino. No sabemos si los ciudadanos de Europa les seguirán, por ejemplo en las elecciones que se celebrarán en 2017 en países como Alemania y Francia. Pero es la postura decente y valiente. El terror contra civiles en Europa –y no hay que olvidar que es en Oriente Medio y el Norte de África donde se sufre de forma más dramática– sólo tiene dos intenciones: crear miedo en la sociedad para hacerle creer que está indefensa y provocar una reacción desmesurada en Europa contra las personas que comparten religión con los autores de estos ataques, pero no sus ideas fanáticas y deseos de venganza. No es un caso de «choque de civilizaciones», como trató de explicar de forma confusa y entrecortada la vicesecretaria general del PP Andrea Levy anoche en la SER (desde minuto 35).

Los asesinos de civiles no representan a ninguna civilización. No representan a los refugiados, aunque un sospechoso detenido –no el conductor del camión– sea un paquistaní que había solicitado asilo. No representan a todos los musulmanes, de la misma forma que los miembros de ETA no representaban a todos los vascos, ni los del IRA a todos los norirlandeses católicos.

Lo que sí representan es un intento de confirmar su idea de que Europa está embarcada en una guerra contra el islam y de que todos los que no comulgan con su fanatismo, incluidos musulmanes, merecen morir. Se erigen en únicos representantes del islam, un poco en la línea en que Levy desarrollaba su incomprensible argumento. Lo que quieren es que en todos los sitios ocurra lo de Francia: un población musulmana joven resentida con la sociedad y el Estado, una fuerte corriente de apoyo a la extrema derecha, un Gobierno que proclama que esto es una guerra, y un estado de emergencia aplicado después de un atentado que se convierte en permanente. Ese es el caldo de cultivo que creen que les puede beneficiar.

Y ahora, ¿quién quiere ser cómplice de esos grupos terroristas?


(1). Escribí consignas yihadistas para describir los gritos del asesino del embajador ruso. La definición es discutible, aunque es posible que el autor de los disparos comparta esas ideas. En parte, venía por la frase «somos los que juramos lealtad a Mahoma en la yihad». Se trata de la frase de un antiguo poema que es muy utilizada por yihadistas (evoca las guerras de los primeros años del Islam). En la traducción de esos gritos se aprecia que las referencias a Alepo y Siria son constantes.

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