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Agosto 08, 2004

El fuego de Fahrenheit 9/11

Tras ver en el cine "Fahrenheit 9/11", he recordado una conversación que tuve antes de la guerra con un compañero de la redacción que me preguntaba si creía que era el petróleo el motivo medianamente oculto que movía a EEUU a invadir Irak. No sé si convencido o con ganas de sorprenderle, le dije que no, que la cosa era mucho peor que eso. Lo que realmente temía es que Irak fuera un capítulo más de un libro que estaban escribiendo los ideológos de la Administración de Bush, convencidos de que iban a tener éxito donde los británicos y franceses fracasaron después de la Primera Guerra Mundial: redibujar las fronteras de Oriente Medio, esta vez las políticas, no las geográficas, en función de sus intereses.

De más está decir que el intento no iba a ser incruento y que estos aprendices de brujo corrían el riesgo de repetir lo que hicieron sus predecesores en Afganistán en los años ochenta, acabar con un enemigo para terminar creando otro, aparentemente menos poderoso, pero mucho más letal.

En eso estamos ahora. Pero con el barril de petróleo a 40 dólares (aunque por otras razones), poco queda ya de la idea del crudo como palanca de la guerra. ¿Quiere decir eso que Bush no tenía en mente la posibilidad de hacer negocios en Irak en una situación de virtual monopolio tras la guerra?

Este podría ser el momento en el que Michael Moore prendería la cerilla para que los incautos de sus compatriotas que escucharan la pregunta, con extrañeza o indignación, pudieran ver lo que está pasando en el mundo real. El hecho de que Moore no resista la tentación de arrojar después la cerilla encedida a un charco de gasolina sólo responde a su condición innata de agitador. Puede que a Moore le guste más que nos quedemos cegados por la llamarada, pero conviene no olvidar esas imágenes que hemos contemplado antes de quedar deslumbrados.

Fahrenheit 9/11 es un intento, provocador, desmesurado, a ratos demagógico, casi siempre divertido, de que los norteamericanos despierten y descubran la naturaleza real de George Bush. Michael Moore da por hecho de que han estado anestesiados durante estos cuatro años por su utilización propagandística de la amenaza terrorista de Al Qaeda. A fin de cuentas, Moore está tras una pista que él conoce bien: el miedo era el tema central de "Bowling for Columbine". No la pasión por las armas, sino el miedo que atenaza a sus compatriotas desde el desembarco del Mayflower, según un fragmento de dibujos animados irresistiblemente divertido que aparecía en la película.

Mucho se ha escrito sobre la manipulación presente en Fahrenheit. Los periódicos norteamericanos, incluidos algunos progresistas, se han apresurado a describir las inconsistencias de la película, y quizá resulte que estén un poco avergonzados porque Fahrenheit desvela situaciones que ellos no tienen mucho interés en contar. Antes de que Moore arroje la cerilla, su documental nos muestra escenas y diálogos tan inauditos que si estuvieran en una película de ficción, no te los creerías ni aunque fueras un militante de base de Al Qaeda.

Hablando de negocios en el Irak post-Sadam, la cámara de Moore nos lleva a un seminario empresarial sobre el futuro de Irak en el que uno de los conferenciantes describe desde el atril la cantidad inagotable de dinero que se puede ganar ahora allí. Uno se imagina a los empresarios presentes haciendo cuentas con sus calculadoras, añadiendo un 20% por gastos de seguridad, y extendiendo las facturas para que las pague el contribuyente norteamericano. Qué demonios, las guerras y las postguerras ofrecen oportunidades excelentes para los negocios. Los políticos hablan de misiones humanitarias, de reconstrucción de un país, pero lo que está detrás de eso es el billete verde de siempre. Un directivo de una empresa de seguridad explica con una sonrisa (como diciendo, bueno, no sé si debería contarte esto), que la situación de Irak es, eso sí, desgraciadamente, buena para compañías como la suya, y mala para la gente.

El contrapunto irónico no lo da la voz en off de Moore, sino otro empresario, el presidente de la Cámara de Comercio Iraquí-Americana, que no es precisamente un seguidor del partido Baas, algo avergonzado cuando describe lo que se puede esperar de una reunión como ésta. Moore no necesita lanzar la cerilla a ningún polvorín. La imagen y los testimonios que nos ha ofrecido son más demoledores que cien editoriales de Le Monde Diplomatique. Y mil veces menos aburridos.

Lo mismo se puede decir del recorrido de dos marines cerca de un centro comercial de una ciudad norteamericana. Su misión es reclutar por la calle a jóvenes de clase baja, en realidad, convencerles para que se alisten, entregarles unos folletos y quedar con ellos para una cita posterior. Los marines, vestidos con uniforme de gala, bromean con su trabajo, tú vete por allí, yo doy la vuelta y les rodeamos, porque en realidad su misión consiste en eso: en montar emboscadas y cazar a jóvenes para los que quizá el Ejército es la única posibilidad de conseguir un empleo estable.

Al igual que antes con los empresarios, las imágenes (otra vez, sin que la voz de off interfiera) son el contraste perfecto para anular la retórica grandilocuente de los políticos. Es como si los marines se hubieran puesto una soga al cuello y cada frase suya sirviera para apretar un poco más la cuerda.

A un chico al que le gusta el baloncesto, le recuerdan que David Robinson estuvo alistado en la Marina, a un chico negro que dice que sólo le interesa la música, le cuentan que un conocido rapero estuvo alistado en los marines. Uno no sabe qué puede tener que ver la música con disparar tiros, pero los marines no son gente que se rinda fácilmente. Y le terminan diciendo que alistarse es bueno, aunque sólo por sea por el dinero. La película nos contará luego qué les pasará en Irak a los chicos que se han alistados por estos motivos o cualquier otro.

Son momentos como éstos los que dejan claro que Fahrenheit es una película imprescindible, siempre que uno tenga claro que es un documental, o sea, una película, no una descripción cristalina de la realidad. Sí es evidente, por mucho que duela a sus críticos, que contiene momentos de realidad que los políticos quieren que permanezcan ocultos. Como los testimonios de los soldados destinados en Irak, que revelan la misma realidad oscura y trágica de todas las guerras que, curiosamente, se nos suele hurtar cuando se producen los combates, y de las que sólo somos conscientes años después gracias a obras... de ficción, novelas y películas.

Evidentemente, todos estos elementos no están ordenados con la misma frialdad de un teletipo de agencia. Fahrenheit es un documental, y como tal emplea las imágenes y, sobre todo, el montaje, con una intención determinada. Ahí está el fuego de Fahrenheit, y no en la voz de off de Moore, que teme que debe darlo todo al espectador norteamericano bien trilladito para que se entere.

La fuerza explosiva de Fahrenheit está en el montaje y, por eso, las películas de Moore triunfan donde fracasan sus libros. Las imágenes y el montaje tienen una fuerza expresiva de la que carecen sus libros, que terminan por aburrir al ser una sucesión de teorías avaladas por hechos reales, pero conectados de forma chapucera o tendenciosa.

La película tiene la fuerza que le dan sus protagonistas. Cuando algún espectador está ya algo molesto por la dirigista voz en off de Moore, surgen los soldados o la madre que ha perdido a su hijo en Irak para dejarnos claros que la consecuencia más grave que pagamos por los errores de los políticos no es el cabreo de un cineasta comprometido, sino vidas humanas. La manipulación por la Casa Blanca no sería un asunto tan grave si no hubiera tanta gente que ha perdido la vida por ella. Es como Jack Nicholson en "Algunos hombre buenos", pero al revés. Los políticos mienten y, meses después, muere gente.

Sin embargo, Moore no habría podido montar el documental de más éxito de la historia del cine si no hubiera tenido la colaboración de un actor excepcional: George W. Bush. Qué se puede decir de un presidente que da a los periodistas durante sus vacaciones una declaración tajante y seria sobre Al Qaeda para pasar a decir dos segundos después "Ahora vean este golpe", coger el palo de golf y lanzar la bola a distancia. O cuando Moore recupera una entrevista con un jovencísimo Bush que alardea de los contactos que tiene gracias a que es hijo del presidente.

Y, por último, qué decir de esa imagen terrible de Bush en la escuela de Florida escuchando a unos niños leer "Mi mascota, la cabra", después de que su jefe de gabinete le haya dicho que un segundo avión se ha estrellado contra las torres gemerlas y que América está siendo atacada. La cara del presidente es un poema, parece que le ha abandonado el color y que está pensando, Dios mío, ¿y ahora qué hago?

Burlarse de los poderosos es una de las actividades que reporta más satisfacciones a Moore. Digamos que es como esos bufones que se dedicaban a divertir a la Corte, pero que eran los únicos que podían soltarle andanadas al Rey. La diferencia es que Moore no necesita camuflarlas.

Moore forma parte de una tradición muy americana, que se encuentra tanto en la izquierda como en la derecha, la del ciudadano de provincias, idealista y honesto, que se rebela contra la corrupción de los poderosos y cómo éstos ensucian la democracia con su poder y su dinero. Desde luego, se parece más a James Stewart en "Caballero sin espada" que Angel Acebes, a pesar de lo que contaba hace una semana Pedro J. Ramírez en una de las hagiografías más cómicas que he leído en mucho tiempo.

Ya estamos en el siglo XXI y Michael Moore tiene más recursos a su alcance de los disponibles para los rebeldes de décadas atrás. Y más indignación. Por eso, Moore juega sucio cuando lo considera oportuno. Su denuncia de las conexiones de la élite norteamericana con la familia real saudí pierde fuerza al insistir en un hecho (la salida del país de los miembros de la familia de Bin Laden pocos días después del 11S) que no tiene por qué tener el tinte conspiratorio que él le da. Desgraciadamente, el exceso de celo le resta credibilidad en una denuncia sobre las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí que han hecho con más eficacia algunos libros y medios de comunicación en los últimos doce meses.

El éxito de Fahrenheit en Europa se ha debido tanto al antiamericanismo siempre presente en nuestro continente como al gran trabajo que han hecho Bush y su gente por convencer a todo el mundo de que EEUU sí es el gigante, arrogante siempre, brutal cuando es necesario, que sus críticos describen constantemente. La gran duda es saber si Moore tendrá un éxito similar entre sus compatriotas, si la película sólo la verán los convencidos y si, por tanto, no tendrá ninguna influencia en el resultado de las elecciones de noviembre.

Porque ése es el principal objetivo de Michael Moore, conseguir que los norteamericanos despierten de este mal sueño de cuatro años y saquen de la Casa Blanca a un político que ha convencido a sus conciudadanos de que vivimos en una guerra permanente, ¿eterna?, que durará hasta el fin de los tiempos. De ahí la cita final de "1984", de George Orwell. Vivimos tiempos oscuros y necesitamos las cerillas de Michael Moore.

Is It All Just a Dream? Crítica de la película en The New York Review of Books.

Nanook and Me. Fahrenheit 9/11 and the documentary tradition. The New Yorker.

Posted by Iñigo at Agosto 8, 2004 08:45 PM

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Comments

Estimado Iñigo:Tu blog es muy interesante, casi diría apasionante. Tanto que me he decidido a lanzarme yo también a poner uno en marcha, si bien de momento voy a hacerlo en inglés...Pero bien, mi entusiasmo por este web log tuyo viene de que expones de forma muy coherente, clara y bastante poco retórica los puntos de vista de lo que yo llamaría el pensamiento progresista europeo (despoja, por favor, al término progresista de toda connotación positiva o negativa y tómalo a valor facial).Tu visión de Fahrenheit 9/11 corresponde a esa escuela no se si de pensamiento tanto como de percepción. Por ello y porque la película me ha impresionado, paso a darte una visión quizá complementaria a la tuya. Aprovecho para hacerlo que soy un apasionado del cine y que me he interesado mucho, en un pasado que ya se va alejando, por el cine como herramienta de concienciación política (aplica al término "concienciación" las mismas reservas que a "progresista") y que también, por razones que no hacen al caso, he tenido un conocimiento detallado de lo que Plejanov bautizó como agitación y propaganda. Además, aunque no haya sido como tú periodista audiovisual, sí admiro el lenguaje del documental. Michael Moore, como quizá sepas, fue expulsado (o abandonó de motu propio, las versiones varían) la revista Mother Jones, el alma meter de la izquierda radical americana. Según quienes dicen que lo echaron, el motivo fue "una actitud estalinista hacia la verdad" (Mother Jones ha albergado siempre bastante trotskismo intelectual), en el sentido de considerar a la verdad como un elemento relativizable en función del contexto histórico y de la lucha de clases. Los fans de Moore dicen que se fue aburrido del dogmatismo apolillado de sus compañeros de redacción que no entendían que la propaganda y, sobre todo, la agitación podían ser entretenidas ('entertaining'). Yo, que me considero un fan de M.Moore en lo tocante a su saber hacer cinematográfico, creo sin embargo que sus detractores tenían bastante razón. La visión de MM de la verdad es muy similar a la de Roman Karmen, ese otro gigante del film de propaganda, que describió tan certeramente en su película memorable sobre Dien Bien Phu, que llevó muy lejos, al virtuosimo casi, la técnica de Leni Rifensthal de hacer pasar como tomas documentales lo que era producto de una cuidadosa puesta en escena (no se si conoces la anécdota del uniforme de aviador).Moore está en mi opinión a la altura de los tres grandes del cine de persuasión política (Einsenstein, Rifensthal y Karmen), pero tiene la ventaja sobre ellos de haber llegado a la madurez treinta años después de la convulsión ideológica de occidente en 1968 y en la era de internet. Es un maestro que ha sido capaz de utilizar todos los recursos persuasivos del lenguaje de cámara, bordeando la legalidad pero sin transgredirla nunca (salvo quizá, y excepcionalmente, en el asunto menor de la falsificación de los titulares de prensa). Precisamente, su manejo de las secuencias "decking cards" es brillante hasta la desestabilización emotiva... que ya sabes que está estudiada desde San Ignacio de Loyola. No hablemos ya de los otros recursos tradicionales de la propaganda, la transferencia, las "glittering generalities", sobre todo los "testimoniales", el "name calling" y el eufemismo. Moore los dosifica con un arte y un matiz, con un mimo, que hacen de él el Velazquez del cine de propaganda. Pero es que llega más lejos, es un aunténtico pionero del regreso de las técnicas de "control reflectivo" y, apurando la legalidad burguesa siempre pero sin transgredirla nunca, Moore consigue entrar en la modificación de la percepción mediante el metamensaje, que resultaría abusivo llamar subliminal porque la legislación de ese gran país que es los Estados Unidos fija con bastante claridad lo qué es subliminal y (por exclusión) lo qué no lo es y está, por ende, protegido por la 1ª enmienda de la constitución.Yo creo -es una opinión personal- que Fahrenheit 9/11 supera sin duda el trabajo de Karmen y, por lo menos, iguala por primera vez en la historia el "Triunfo de la Voluntad" A estas alturas supongo que sabrás ya que los marines reclutadores en uniforme de gala y los jóvenes morenitos supuestamente del pueblo de Moore son actores y que Moore en su técnica de narrar aplica rigurosamente el letrero que había en el despacho de cierto redactor jefe que tuve en mi etapa española: "Regla 1: No me lo cuentes, escríbelo ; regla 2: No dejes que la realidad te estropee un buen reportaje".En fin, yo creo que Moore es un genio de la persuasión vía cámara, un poeta del fotograma, el príncipe de la verdad difusa al escribir el script. Por eso quizá debamos abstenernos de hacer juicios morales -decididamente hay que renunciar a todo juicio ético o deontológico- y recrearnos simplemente en la obra del mejor manipulador de mentes de los últimos 30 o 40 años.Un gran saludo.

Posted by: Juan A. Hervada at Agosto 15, 2004 03:14 PM

Caballeros, son unos chicos inocentes ¿ No saben que MIchael Moore empezó su carrera cinematográfica ( Roger & Me ) con Kevin Rafferty, primo hermano de Georgie Dubya Bush ?
Es tan enemigo de Bush como Bin Laden.En verdad es un encubridor de los verdaderos Masterminds del 911, los banqueros iluministas.Piensen con el cerebro propio e investiguen siempre.Adiós y buena suerte.

Posted by: Egoli at Noviembre 5, 2005 02:44 AM