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Diciembre 09, 2007

La rebelión de los espías

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El viaje de Kissinger a China en 1971 dio lugar a muchas conversaciones interesantes. El primer ministro chino, Chou en-Lai, preguntó al secretario de Estado norteamericano por la CIA y su omnipresencia en los conflictos de medio planeta. Kissinger dijo que los poderes de los espías de EEUU estaban sobrevalorados. Chou respondió que siempre que ocurría algo en el mundo, todos pensaban que la CIA había estado involucrada. “Es cierto y eso les halaga”, dijo Kissinger, “pero no se merecen esa reputación”.

Decenas de miles de millones de dólares invertidos durante años en los servicios de espionaje han producido una lista muy corta de éxitos y, por el contrario, una vergonzosa sucesión de fracasos. Las verdaderas dimensiones del arsenal nuclear soviético, el desmoronamiento económico de la URSS y su abrupto final, la bomba nuclear obtenida por la India y Pakistán, lo cerca que estuvo Sadam Hussein de conseguir la Bomba a finales de los ochenta y lo lejos que estaba 13 años después…

Si la CIA fuera una empresa privada, hace tiempo que la habrían cerrado. La relación calidad-precio de sus agentes es deplorable. Entre las grandes instituciones norteamericanas sólo el equipo de baloncesto de los New York Knicks le supera en incompetencia y mediocridad.

Y sin embargo, sigue siendo la CIA y si unimos a los otros quince servicios de inteligencia que existen en EEUU, su influencia en el debate político norteamericano no puede ser desdeñada. En especial, cuando hay cuentas pendientes que solventar.

De forma inesperada y dos años después de dar a George Bush la cobertura necesaria para vender (con pruebas falsas) a la opinión pública la invasión de Irak, la CIA y los demás organismos han llegado a la conclusión de que Irán interrumpió su programa militar nuclear en 2003 y que no lo ha reanudado desde entonces. No es una verdad revelada por el Ser Supremo ni existen pruebas irrefutables. El análisis de los datos obtenidos por el espionaje suele moverse en un mundo de probabilidades, no de certezas absolutas.

En cualquier caso, las conclusiones (pdf) del NIE (siglas en inglés de la Estimación Nacional de Inteligencia) han dejado inservible la pólvora acumulada por la Administración de Bush para su utilización contra Irán. El texano no despedirá su presidencia con una salva de Tomahawks sobre Teherán. Los neocon no tendrán su segunda oportunidad de incendiar Oriente Próximo.

Algunos de los más conspicuos representantes de esta tendencia, como el ex embajador en la ONU John Bolton, han acusado a los autores del informe de socavar la autoridad del presidente o, incluso, de protagonizar un complot con el que acabar con los sueños imperiales de la derecha. La única forma de impedir que los ayatolás tengan acceso al arma nuclear es un cambio de régimen, vienen a decir, y si para conseguirlo, tienen que morir miles de personas, que así sea.

Son los mismos que, cuando la estatua de Sadam besó el suelo, se apresuraron a lanzar su nuevo mantra: “Cualquiera puede ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán”.

Lo divertido es que, sin llegar a esos niveles conspiranoicos, hay algo de cierto en la rabieta de los neocon. Militares y espías han formando una especie de frente común contra los vientos de guerra que soplaban en dirección a Irán.

Según el coronel retirado Pat Lang, ex agente de la DIA (los servicios de inteligencia del Pentágono), las conclusiones del informe se ha hecho públicas ahora porque altos cargos de inteligencia “estaban dispuestos a ir a la cárcel” si la Casa Blanca no lo hacía. Habrían entregado los papeles a la prensa a sabiendas de estar cometiendo un delito. Cualquier cosa antes de permitir otra manipulación del trabajo de los espías como la que se hizo antes de invadir Irak.

Los militares no iban a llegar tan lejos. No lo necesitaban. El jefe del Pentágono, Robert Gates, ya había dejado claro su escaso interés en nuevas aventuras imperiales. Por si quedaba alguna duda, el almirante William Fallon, jefe del Centcom (el mando militar en Oriente Próximo y Asia Central) fue claro y cristalino hace un mes en una entrevista con el Financial Times cuando le preguntaron por la opción de la guerra: “Me parece que no necesitamos más problemas. Me deja perplejo que haya tantos expertos y analistas gastando su tiempo con este tema”.

Lo peor para los halcones es que el informe advierte de que los dirigentes iraníes no son unos psicópatas decididos a perecer en un mundo en llamas, sino políticos que toman las decisiones en función de sus costes y consecuencias. Gran novedad.

Por tanto, la presión diplomática puede ser efectiva sobre Irán si produce incentivos valiosos para ambos campos. Cuando los espías consiguen desactivar uno de los supuestos básicos de la propaganda de un Gobierno es cuando comprendemos lo mucho que la ironía tiene que ver con las relaciones internacionales.

[Ilustración de Mikel Jaso.]

Posted by Iñigo at Diciembre 9, 2007 05:06 PM

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