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Abril 27, 2008

La pregunta que persigue a Obama

Por mucho que se esfuerce, hay un ránking en el que Barack Obama va muy por detrás de Hillary Clinton. De hecho, no tiene ninguna posibilidad de sobrepasarla. No se trata obviamente del recuento de delegados electos en las primarias. Hablo del ránking que elabora la web del diario Haaretz. Un grupo de expertos puntúa de cero a diez a cada candidato en función de su cercanía a los intereses del Estado de Israel y de la comunidad judía norteamericana.

En esa clasificación, Obama tiene ahora 5,12 puntos (frente a los 7,5 de Clinton y 7,75 de McCain). Siempre ha estado ahí, rondando el aprobado raspado y gracias. Preguntaron a esos expertos la razón de esa constante baja puntuación. Sus respuestas no dan a entender que estuvieran preocupados por las declaraciones del senador sobre Israel. Lo que les ponía nerviosos era su falta de experiencia para tratar los problemas de Oriente Próximo y (aquí viene lo más revelador) porque esa poca experiencia no es lo bastante profunda como para confirmar sin ningún género de dudas que será un buen aliado de Israel.

No se gana la confianza del lobby judío en EEUU con un puñado de declaraciones en favor de la causa de Israel, como las que ha hecho Obama siempre que le han preguntado. Se requieren muchos años de estar afirmando que el derecho a la existencia del Estado judío se defiende prestando un apoyo ciego a cualquier actuación del Gobierno israelí sin importar que viole el derecho internacional y haga más difícil la búsqueda de la paz en la zona.

En ese campo no hay límites para la imaginación. Clinton ha llegado esta semana al extremo de prometer que borrará Irán de la faz de la Tierra con armas nucleares si se le ocurre atacar a Israel con la Bomba que aún no existe. No importa que la amenaza sea redundante. Para cuando Hillary se acercara al botón nuclear, Teherán sería ya un aparcamiento de alta radiación tras sufrir el ataque de algunas de las 200 cabezas nucleares israelíes.

Desde mediados de años noventa, la prioridad de la política exterior israelí ha sido contrarrestar la amenaza de un programa nuclear iraní. Es cierto que el problema palestino acapara los titulares, que Líbano vive anclado al borde del precipicio o que durante años se nos vendió la idea de que Sadam Hussein era la mayor amenaza contra el mundo occidental desde los tiempos de la URSS.

Todo eso era humo en Jerusalén. A pesar de la retórica del pequeño país rodeado de enemigos, su existencia no está amenazada por ninguno de los vecinos con los que comparte frontera. Si acaso, es su obsesión por quedarse con los territorios que ganó en la guerra de 1967, y que corresponden por derecho propio a los palestinos, lo que continúa poniendo un asterisco de precaución junto a su nombre, además de poner en peligro el carácter democrático de su Estado. Pero Irán es un rival diferente.

Por eso, a finales de abril de 2003, cuando aún se estaban recogiendo los últimos pedazos de la estatua de Sadam, el embajador israelí en Washington anunció a sus anfitriones que la misión no había terminado: “EEUU tiene que seguir adelante. Todavía nos enfrentamos a amenazas de gran magnitud procedentes de Siria e Irán”.

Los ejemplos de las presiones de Israel y del lobby judío en relación a Irán son innumerables. No hay lugar para el análisis frío: Ahmadineyad es el nuevo Hitler (el cargo es rotatorio) y la guerra es la única opción que puede impedir que los ayatolás tengan acceso a la bomba nuclear.

A mediados de 2007, el Congreso de EEUU negociaba incluir una disposición en los presupuestos del Pentágono para obligar a Bush a pedir el consentimiento de los congresistas antes de atacar Irán. El precedente de lo ocurrido con Irak hacía muy probable la aprobación de la cláusula.

La maquinaria de probada eficacia de AIPAC (la principal organización del lobby judío) consiguió la retirada de la enmienda después de que varios miembros de la Cámara de Representantes fueran aleccionados. Poner obstáculos ante otra aventura imperial de final incierto quizá convendría a los intereses del contribuyente norteamericano, pero no a los de Israel. La enmienda fue retirada.

Cuando le preguntaron después al congresista demócrata Michael Capuano la razón del fracaso de la iniciativa, respondió con una sola palabra: “AIPAC”. No necesitaba añadir más.

No serán los votantes judíos ni Irán los que provoquen la derrota de Obama, pero la campaña de Clinton no dejará de atacar por ese frente. Querrá que haya gente que se haga la misma pregunta que aparecía en un titular de Newsweek: “Obama: ¿es bueno para los judíos?”

Posted by Iñigo at Abril 27, 2008 06:07 PM

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Comments

Muy bueno tu post. La obsesión sobre Irán es justamente el tema que os mando para el Martes. Ya fracasó antaño Jimmy Carter con su comando helitransportado que desapareció en el desierto iraní. La capital de Israel es Washington desde los tiempos de Golda Meir. Dentro de nada pienso escribiros sobre el día en que se proclamó la independencia y como sucedió, hora por hora hasta que el último soldado embarcó rumbo a Gran bretaña.

Posted by: Enrique Meneses at Abril 27, 2008 08:54 PM

No serán los votantes judíos [...] los que provoquen la derrota de Obama.

De hecho, cuando se mira a la comunidad judia la diferencia entre quienes apoyan a Obama y a Clinton no parece ser muy grande:

http://www.gallup.com/poll/105595/Clinton-Obama-Closely-Matched-Among-Jewish-Democrats.aspx

Posted by: Antonio at Abril 28, 2008 12:53 AM