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Septiembre 21, 2008

Pánico en las urnas

Cuando ni siquiera los expertos más cualificados saben qué demonios ocurre en la economía, es normal que los ciudadanos estén dispuestos a creerse cualquier cosa. Los ejemplos han sido numerosos en EEUU esta semana, y no todos tienen que ver con la implosión de Wall Street.

Este viernes, una ciudad como Nashville, capital del Estado de Tennessee con unos 600.000 habitantes, se quedó practicamente sin gasolina. Se extendió el rumor de que se acabaría en cuestión de horas y los coches comenzaron a formar largas colas ante las estaciones de servicio. Al final del día, tres de cada cuatro gasolineras habían tenido que cerrar por falta de combustible. Y nadie sabía de dónde había partido el rumor.

Tampoco nadie con mando en plaza era consciente de hasta qué punto los mercados financieros estaban contaminados por el virus de la insolvencia. Hubo que esperar a que la Administración de George Bush hiciera público su veredicto el viernes: el Armagedón financiero no era una posibilidad sino el desenlace inevitable de la crisis, a menos que se tomaran decisiones extraordinarias, inauditas sólo unos días antes.

Cuando el secretario del Tesoro norteamericano terminó de informar a los principales senadores de los dos partidos de lo que se avecinaba, el silencio se extendió en la sala. Como si hubieran anunciado la destrucción de la flota en Pearl Harbor. “Cuando juntas a veinte políticos y ninguno hace un chiste ya sabes que algo está pasando”, dijo después el senador demócrata Charles Schumer.

Hay un aspecto singular en esta crisis y es que se produce a sólo 45 días de las elecciones norteamericanas. Los políticos no pueden permitirse el lujo de tener paciencia, de esperar a que las medidas de emergencia surtan efecto para considerar después las consecuencias políticas. En el Congreso, republicanos y demócratas trabajan por forjar una imagen de consenso prestando al Gobierno la ayuda necesaria. Pero en la batalla electoral los candidatos van a tener que hacer algo más que escuchar.

John McCain ha estado a la altura de su imagen de político imprevisible que vive en el filo de la navaja. Sólo él es capaz de presentar una posición y la opuesta con unos pocos días de diferencia. Comenzó la semana diciendo que los fundamentos de la economía de EEUU eran sólidos y la acabó rugiendo contra los errores de Wall Street. Primero criticó que se utilizara el dinero del contribuyente en el rescate de la aseguradora AIG y luego lo apoyó. Anunció que si fuera presidente habría destituido al presidente de la SEC (la comisión que regula el mercado de valores) y cuando le dijeron que eso no era legalmente posible, dijo que al menos exigiría su dimisión.

El candidato republicano ha enarbolado la bandera del populismo con una crítica a “la corrupción de Wall Street” que bien podría haber firmado Fidel Castro. No es de extrañar que la ultraconservadora sección de opinión de The Wall Street Journal no esconda ya su malestar y perplejidad.

En buena medida, la alocada ofensiva de McCain forma parte del teatro electoral. A fin de cuentas, él mismo y otros senadores republicanos promovieron una reforma en 1999 que libró a Wall Street de regulaciones que procedían de los años treinta y que ha tenido las consecuencias que todos conocemos. Ese populismo tiene una larga tradición en la política de EEUU e históricamente le ha funcionado a los conservadores mejor que a los progresistas. Pinta una conspiración en la que participan a diferentes niveles el Gobierno en Washington, Wall Street en Nueva York y las élites progresistas de la costa Este con la intención de esquilmar al sufrido americano medio, temeroso de Dios y de los bancos. El que sea una ficción demagógica no significa que no pueda ser efectiva.

Barack Obama ha preferido ponerse el traje de político responsable y no ha intentado rentabilizar rápidamente en su provecho la hecatombe financiera. No ha hecho públicas una batería de medidas, como sí ha hecho su rival, de las que probablemente se tendría que olvidar al entrar en la Casa Blanca. No se ha apuntado, en definitiva, a la carta populista que tan mal les sirvió en el pasado a Al Gore y John Kerry.

En este duelo de OK Corral que es la campaña, Obama ha preferido apuntar antes que disparar y ahorrar balas hasta que tenga más cerca al contendiente. McCain, por el contrario, ha vaciado varios cargadores disparando a todos los lados con la esperanza de que algún proyectil impacte en el demócrata, aunque sea de rebote.

En principio, la actitud de Obama podría rendirle frutos dentro de unas semanas, siempre que se decida a presentar un mensaje económico que no se base sólo en los grandes principios. Pero nadie se ha hecho rico apostando en favor del sentido común del electorado en tiempos de crisis. A veces los votantes prefieren no pensar y salir corriendo con destino a la primera gasolinera que encuentren abierta.

Posted by Iñigo at Septiembre 21, 2008 12:03 PM

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