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Septiembre 08, 2009

El G-20 y los bonus

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Ocurrió una cosa curiosa en la reunión de ministros de Economía del G-20 del pasado fin de semana. A pesar de que en los últimos días se había hablado mucho de “estrategias de salida” (comenzar a pensar en poner fin a la inyección de fondos públicos en la economía), la conclusión a la que se llegó es que es demasiado pronto para cantar victoria. Norteamericanos y británicos impusieron la idea de que comenzar a recortar el gasto público es algo más que contraproducente: puede hundir a las economías en otro ciclo de recesión justo cuando parecía que se atisbaba eso que llaman “la luz al final del túnel”.

El Gobierno español debería estar contento. Ese veredicto de la reunión de Londres nos permite continuar con una política que quizá en países como Francia y Alemania estén a punto de abandonar. Aunque, también hay que decirlo, un crecimiento de dos o tres décimas en un trimestre tampoco es como para sacar la vajilla de fin de semana e invitar a los vecinos a una fiesta. Los franceses sacan pecho ahora y quizá lo lamenten dentro de un año.

En cierto sentido, España salió ganando de esta reunión, pero, después de ver a la vicepresidenta Elena Salgado en la conferencia de prensa posterior, no me quedé con esa sensación. Ni se molestó en marcar distancias con los países que sostienen que la crisis económica ya ha terminado. Salgado prefirió destacar que la situación económica en España está mejorando de forma evidente. Dijo que eso no es algo que diga sólo el Gobierno. Es una “percepción generalizada” en todo el país, por utilizar sus propias palabras.

Dudo de que los cuatro millones de parados, o las 85.000 personas más que se apuntaron a las listas del Inem en agosto, opinen lo mismo. O igual es que no tienen percepción.

Al final, cada país puede hacer lo que quiera, pero siempre será más fácil continuar con una determinada política si los demás siguen en la misma línea. Eso reduce el margen de actuación de la oposición que no puede pedir, por ejemplo, que el Estado deje de intervenir en la economía si todos los demás lo están haciendo.

Luego, claro está, siempre puede aparecer Rajoy para decir que hay que bajar impuestos, sin concretar nada, pero éste es el mismo tipo que ha estado extendiendo en el verano la acusación de las escuchas al PP. Qué se puede esperar de él.

Los conservadores británicos andan diciendo que si ganan las próximas elecciones, lo que es muy probable, van a tener que poner en marcha un fuerte recorte del gasto público, porque el déficit público es espectacular. Ni se atreven a descartar una subida de impuestos, aunque lo dicen con la boca pequeña, dado el penoso estado de las cuentas públicas.

Para entendernos, que un tory no descarte eso es como si el Papa no descartara que Dios no existe.

Pero estas cosas a Rajoy le dan igual. Él sigue en su nube, enganchado al Carrusel Deportivo.

Volviendo a lo de antes, veo que el Gobierno español no deja de imprimir a sus declaraciones un optimismo que no casa nada con la realidad. Vuelve a presumir de la solidez del sistema financiero, como si las cajas de ahorros no formaran parte de él.

Vuelve a decir que ha pasado lo peor. La respuesta más inteligente a eso la dio el director del FMI, Strauss-Kahn. Una persona que pierda su empleo en noviembre, dijo, no pensará que lo peor de la crisis ha pasado, sino que está a punto de suceder. El director del FMI, por amor de Dios. Como si el director de la CIA te diera lecciones de derechos humanos.

Sobre la batalla de los bonus, británicos y norteamericanos han parado los pies a franceses y alemanes, que querían imponer límites concretos a las remuneraciones del sector financiero. Es difícil sentir algo de lástima por los banqueros y sus directivos, los mismos que con sus riesgos demenciales llevaron al sistema financiero internacional al borde de la destrucción.

Sin embargo, la postura de la Administración norteamericana parece mucho más coherente. Los bonus son parte del problema, pero no su origen. La clave era un sistema que permitía que un banco de inversiones con un capital de X se endeudara hasta un nivel de X multiplicado por 10, 30 o 60 para alimentar inversiones especulativas que durante un tiempo concedieron beneficios descomunales.

Ésa no es precisamente la posición de Francia, que ha conseguido colocar los bonus en primera línea de los titulares. Robert Peston, jefe de economía de la BBC, lo explica en su blog y apunta que la actitud francesa se debe a que sus bancos sufrirían mucho si tuvieran que adaptarse a las nuevas normas.

Parece mucho más razonable obligar a esos bancos a que aumenten su capital si quieren continuar en una dinámica similar y que destinen a eso parte de sus beneficios, no a premiar a sus accionistas y a sus directivos. Y si lo hacen, seguro que no tienen tanto dinero como para repartirlo alegremente con los bonus.

Posted by Iñigo at Septiembre 8, 2009 03:10 AM

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