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Octubre 19, 2005

Judith Miller pasa la factura al NYT

A su salida de la prisión donde pasó 85 días, Judith Miller entró en el hotel Ritz-Carlton de Georgetown para descansar, un día antes de su comparecencia ante el gran jurado. Disfrutó de un masaje y una manicura, y, antes de cenar, se tomó un martini. Lógicamente, su periódico, The New York Times, corrió con los gastos.

No ha sido la única factura que el periódico ha tenido que costear por culpa de una reportera que fue, en una de las muchas paradojas de esta historia, la mejor aliada periodística del Pentágono en los meses anteriores a la invasión de Irak. Su negativa a declarar ante el gran jurado sobre la revelación del nombre de la agente de la CIA Valerie Plame le llevó a la cárcel y dejó al periódico en una posición vulnerable.

Después de leer el largo reportaje publicado este domingo por el periódico y el testimonio de la propia Miller, queda bastante claro hasta qué punto esta controvertida periodista secuestró al diario, minó su credibilidad y atizó el malestar interno en la redacción.

Los que pensaron que Miller era una víctima de un abuso contra la libertad de expresión y el secreto profesional (incluidos esos intelectuales europeos como Almodóvar, Rosa Montero y Maruja Torres que firmaron un manifiesto en su honor) deberían leer el reportaje aparecido el pasado domingo en el NYT.

Y después deberían echarse a llorar.

La lectura provoca, primero, perplejidad. Los responsables del periódico –el director, Bill Keller, y el editor, Arthur Sulzberger–, ni siquiera se molestaron en pedir a Miller que les dejara leer las notas de sus entrevistas con Lewis Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Cheney. Si las hubieran leído, y hubieran chequeado su contenido con Miller, habrían quedado algo confundidos.

En una primera entrevista, Libby comunicó el malestar de la Casa Blanca con el diplomático Joseph Wilson que había viajado a Chad para comprobar las informaciones sobre un supuesto intento iraquí de comprar uranio. Además, mostró la indignación de sus jefes por lo que percibían como un intento de la CIA de desmarcarse del fiasco del arsenal iraquí para que todas las culpas recayeran en el Pentágono y la Casa Blanca.

Eso ocurrió antes de que Wilson publicara un artículo en el NYT muy crítico con la Administración por emplear pruebas falsas para justificar la invasión de Irak.

Y antes de que fuentes de la Casa Blanca filtraran el nombre de la mujer de Wilson, una agente de la CIA, para desprestigiar su versión, lo que es delito si el culpable trabaja para el Gobierno.

Esas conversaciones están en el origen del escándalo y del paso de Miller por la cárcel. La periodista se negó a facilitar al fiscal la identidad de su fuente, aunque ahora resulta que Miller sostiene que no fue Libby quien le facilitó el nombre de la esposa de Wilson, la agente de la CIA Valerie Plame. En el colmo del delirio, en el cuaderno de Miller aparece un nombre similar –Valerie Flame–, aunque no exactamente en las hojas en las que tomó notas durante una segunda charla con Libby.

Según Miller, Libby sí comentó algo sobre Plame en estos encuentros. Le contó que trabajaba en la CIA, pero de forma que la periodista llegó a la conclusión de que se trataba de una analista, y no de un agente secreto.

Más tropiezos con el sentido común. Miller tuvo una tercera conversación con el alto cargo de la Casa Blanca, esta vez por teléfono. En sus notas, aparece otra variante del nombre de la agente: Victoria Wilson. Miller no está segura de si Libby utilizó el nombre o fue ella quien lo escribió (aunque mal) porque ya había hablado del asunto con otras personas.

Si no fue el asesor de Libby el que pronunció el nombre de Plame, ¿quién fue? Respuesta de Miller: ya no lo recuerda.

Sencillamente genial. Miller pasa por prisión y fuerza a su periódico a enfrentarse al sistema judicial (y a ser derrotado en todas sus apelaciones) para no revelar el nombre de una fuente que no había cometido, si tenemos que creer a Miller, el delito investigado por el fiscal.

¿Por qué entonces no declaró ante el gran jurado? Porque Miller sostiene que Libby no le dio permiso para hacerlo, no le liberó de la promesa de confidencialidad que todo periodista debe a una fuente ante la que se ha comprometido a no revelar su identidad.

Falso, según el abogado de Libby. Éste comunicó hace un año a los abogados del NYT que Miller era libre de testificar. También dijo que Libby había declarado ante el gran jurado que él ni había revelado a Miller el nombre de Valerie Plane ni su posición en la CIA. La periodista lo interpretó por su cuenta como un deseo de Libby de que no testificara, se supone que para no dejarle en evidencia.

No andaba muy equivocado el juez Hogan cuando ordenó el encarcelamiento de Miller: dijo en ese momento que ella tenía la llave para recuperar la libertad.

Un año después, Miller se dio cuenta en prisión de que su estancia podía no ser tan breve como ella creía. Podía pasar otros 18 meses encarcelada y eso ya era demasiado. Una cosa es ser un mártir del periodismo durante tres meses y otra pasar casi dos años de tu vida en una celda.

Por eso, pidió a su letrado que se pusiera en contacto con el abogado de Libby. La respuesta fue la que ya conocemos: el jefe de gabinete de Cheney ya había dado ese permiso. Sin embargo, para que no hubiera ninguna duda, Libby envió a Miller una carta de dos páginas reiterando su permiso.

Tampoco le servía. Aparentemente, a Miller no le parecía suficiente que Libby no hubiera firmado la carta con su sangre y pidió que le lllamara por teléfono. Y finalmente, gracias a esta última conversación, en la que al menos Libby no se vio obligado a echarse a llorar, la periodista se vio satisfecha. Estaba liberada del compromiso de confidencialidad y podía testificar ante el gran jurado.

El fiscal también facilitó las cosas al prometer que sólo interrogaría a Miller sobre sus contactos con Libby, y no con otras fuentes.

Mientras tanto, los grandes jefes del NYT sentían impotentes la presión. Ellos mismos se habían metido en ese rincón. Habían dejado que Miller trazara la estrategia y estableciera los límites de la defensa. En cierto modo, su apoyo a la periodista era encomiable.

Y suicida. Porque si había una persona en la redacción que no gozaba de la máxima credibilidad era Judith Miller. De hecho, cuando Keller se hizo cargo de la dirección del diario, una de sus primeras decisiones fue comunicar a Miller que ya no seguiría cubriendo las noticias relacionadas con Irak y la búsqueda frustrada del arsenal prohibido.

El reportaje publicado en el NYT este domingo detalla las malas relaciones que Miller tenía con varios de los miembros del staff. En pocas palabras, era casi imposible de controlar, y además alardeaba de ello. Muchos de sus compañeros sospechaban que sus artículos eran sólo un compendio de lo que las fuentes del Gobierno querían que escribiera, con las consecuencias que todos conocemos.

(A eso Miller ha respondido: “Si tus fuentes se equivocan, tú te equivocas”. Sobre todo, si las fuentes son siempre las mismas y tienen un interés político en que aparezcan esas informaciones).

La reportera no llegó a escribir ningún artículo sobre el tema de Wilson y Valery Plane. Miller alega que cuando otro periodista, Robert Novak, difundió el nombre de la agente, recomendó a sus jefes que se volcaran en la cobertura de la historia. La subdirectora del periódico, Jill Abramson, dice que eso es mentira.

Varios periodistas de Washington conocieron el nombre de la agente de boca de fuentes gubernamentales. El jefe de la oficina del NYT en Washington preguntó a sus reporteros si alguno de ellos estaba entre los receptores de esa información. Todos lo negaron, incluida Miller.

Una vez que Miller entró en prisión, la cobertura del caso por el periódico se vio afectada de forma inevitable. Lo que sus lectores no sabían, ahora sí gracias al reportaje del domingo, es que el NYT colocó sus necesidades por debajo de los intereses de Miller en la lista de prioridades.

Algunos reporteros se mostraron reticentes a cubrir el tema. Otros propusieron ideas para artículos que fueron rechazados por la dirección porque podían complicar la situación de Miller o exponer a Libby. “All the news that fit to print” (todas las noticias que merecen ser publicadas) dice el lema del NYT. Bueno, no todas. Las que podían perjudicar a Miller, casi todas las relacionadas con el caso, no alcanzaban ese rango.

A lo único a lo que se puede agarrar el NYT para recuperar la confianza de sus lectores es a su empeño por contar todo lo que saben... eso sí, después del paso del huracán. Al igual que hicieron en el caso de Jayson Blair, han escrito un mea culpa de varias páginas en forma de reportaje. Es un paso que pocos periódicos, ninguno en España, se hubieran atrevido a dar.

Pero es un consuelo menor. No resulta extraña la respuesta que Jill Abramson dio a los autores del reportaje cuando éstos le preguntaron si lamentaba algo del comportamiento del diario en este caso. Su respuesta: "Todo".

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The Miller Case: A Notebook, a Cause, a Jail Cell and a Deal. NYT 16 de octubre.
My Four Hours Testifying in the Federal Grand Jury Room. Judith Miller. NYT 16 de octubre.
Reporter, Times Are Criticized for Missteps. The Washington Post. 17 de octubre.
European personalities call for release of Judith Miller. Lista de firmantes.

Judith Miller: cómo utilizar el secreto profesional para fabricar una guerra. Guerra Eterna, 28 de junio.
El delirio del NYT. Guerra Eterna, 7 de julio.

Posted by Iñigo at Octubre 19, 2005 01:37 AM

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Comments

Sobre el asunto del manifiesto de los intelectuales europeos en favor de Miller, destaco este comentario aparecido en un blog norteamericano de izquierdas:

Sometime smart people are idiots. Sometime smart and powerful people are motivated by ruthless ambition and say one thing in order to get on someone's good side (NYT). Sometimes ambitious people align with kneejerk slogans for the free PR. Sometimes people from one country think that they know what is right for others in another country as in America's Iraq War chickenhawks.

Idiots. They can all have her. ..."merely performing her duties as a journalist" ha ha ha. Would they also have defended Goebbels? Most likely they would if this is any indication of their position on propaganda. Perhaps this will help Sulzberger decide which Europeans to bless in future NYT coverage. Almodovar and Wenders are sure to get good reviews from now on, and free promo. Shame on you all.

Sacado de:
http://talkleft.com/new_archives/011992.html

Posted by: Iñigo at Octubre 19, 2005 09:05 PM