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Octubre 08, 2006

Anna Politkovskaya (1958-2006)

PolitkovskayaLos enemigos de la libertad en Rusia recibieron ayer una gran noticia. La periodista Anna Politkovskaya fue asesinada con cuatro disparos en la entrada del edificio de Moscú donde vivía. Fue probablemente un crimen por encargo, uno más de los muchos que se producen en Rusia con implacable regularidad.

Politkovskaya, de 48 años y con dos hijos, estaba considerada en Occidente y en su país como la voz crítica más relevante que sobrevivía en la Rusia de Putin. Lo primero la convertía en objeto de admiración y por eso recibió varios premios. Lo segundo ponía su vida en el punto de mira de enemigos muy poderosos. Según las estadísticas recogidas por el CPJ, Rusia es el tercer país más peligroso del mundo para un periodista.

Tanto ella como el diario en el que trabajaba, Novaya Gazeta, mantenían con su valor la ilusión de que Rusia es un país democrático en el que se respeta la libertad de expresión. Su simple existencia era una prueba de que la batalla no estaba perdida, pero bien pudiera ser que se tratara de un simple espejismo.

Desde su llegada al poder, Putin se preocupó por poner fin al pluralismo que caracterizó el ambiente periodístico de la era de Yeltsin. La televisión fue controlada. Los medios de comunicación privados acabaron siendo silenciados. La mayoría de sus dueños aceptó seguir las órdenes del Kremlin. Los que no lo hicieron terminaban recibiendo la visita de policías y fiscales. El mensaje era claro: todo el que se resistiera acabaría como poco en prisión.

La prueba de fuego de la sumisión tenía que ver con Chechenia. La primera guerra chechena concluyó con la retirada de las tropas rusas, en buena parte por la presión de los medios de comunicación. Putin no iba a permitir que se repitiera la historia. Sobre la república rebelde cayó un manto de silencio. No sólo las torturas y la destrucción de pueblos enteros desaparecieron de periódicos e informativos de televisión. La criminal negligencia de los mandos militares y las penosas condiciones de vida de los soldados quedaron también eliminados del debate público.

Contra todo eso se rebeló Anna Politkovskaya. Arriesgó su vida en varias ocasiones para viajar a Chechenia. Entrevistó a las personas que habían sido torturadas y documentó los abusos cometidos. Cuando el Gobierno ruso declaró la victoria, que no significaba precisamente el fin de la guerra, muchos periodistas dieron por cerrado el expediente de Chechenia, pero Politkovskaya no se rindió. Cuando la guerrilla chechena, privada de cualquier opción de victoria, degeneró en una serie de clanes armados dedicados a operaciones terroristas cuyo objetivo era la población civil rusa, Politkovskaya no llegó a la extendida conclusión que justifica cualquier violación de los derechos humanos por las necesidades de la guerra contra el terror.

Su asesinato coincide con dos cumpleaños. Ha sido asesinada el mismo día en que Putin ha cumplido 54 años. Y sólo dos días después del 30º cumpleaños del hombre fuerte de Chechenia, Ramzán Kadírov. Ésta es la fecha que deberíamos tener en mente.

Kadírov combatió, al igual que su padre, en las filas de los rebeldes en la primera guerra. Al reanudarse las hostilidades en 1999, Ahmad Kadírov se pasó al bando prorruso. Se convirtió en presidente de Chechenia en el 2003 y fue asesinado en un atentado un año después.

Por entonces, su hijo aún no había cumplido 30 años -la edad mínima para ser presidente-, por lo que tuvo que conformarse con el nombramiento de viceprimer ministro. El cargo poco importaba. Su poder residía en su milicia, los llamados kadyrovtsy, que contaba con el apoyo del FSB ruso (el antiguo KGB) para cazar a los grupos en los que se había dividido la guerrilla chechena.

Los kadyrovtsy son el clan armado más peligroso de Chechenia. Politkovskaya llevaba tiempo documentando sus crímenes: su política de secuestrar a familiares de sospechosos y sus prisiones secretas donde se tortura a los detenidos. De hecho, Politkovskaya tenía previsto publicar mañana un reportaje sobre secuestros y torturas en Chechenia, según el subdirector de Novaya Gazeta. Contaba con declaraciones de testigos y fotos de los cadáveres mutilados. En una entrevista reciente, la periodista dijo que había prestado declaración en un caso de doble asesinato en el que estaba personalmente implicado Kadírov.

Tras protagonizar varios enfrentamientos armados con otros clanes prorrusos, Kadírov había aceptado disolver su milicia e integrar a sus hombres en la Policía, probablemente por presiones de Moscú. Gracias a un oportuno accidente de tráfico del primer ministro, Kadírov terminó asumiendo su puesto, dejando en el aire la posibilidad de forzar su paso a la presidencia al cumplir los treinta.

Ahora que ya tiene la mayoría de edad política, no parece tener prisa en relevar al presidente, cuyo mandato no concluye hasta el 2008. Es posible que Putin no esté dispuesto a permitir una guerra entre sus aliados chechenos para complacer los deseos de Kadírov. Antes es necesario blanquear el currículum de un señor de la guerra con modales de gánster. Por ejemplo, convirtiéndole en miembro honorario de la Academia Rusa de Ciencias Naturales. Una distinción muy adecuada para alguien cuyo gran ídolo es el boxeador Mike Tyson.

Politkovskaya era un obstáculo en el camino de Kadírov hacia el poder. No iba a cejar en su empeño de contar la verdad. Si alguna vez Kadírov conseguía su propósito, podríamos estar seguros de que la periodista hubiera contado al mundo que Moscú había colocado a un criminal de guerra en la presidencia de Chechenia.

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Libros de Anna Politkovskaya publicados en español:

"Terror en Chechenia", Ediciones del Bronce, 2003.
"Una guerra sucia", RBA, 2003.
"La deshonra rusa", RBA, 2004.
"La Rusia de Putin, Debate, 2005.

Posted by Iñigo at Octubre 8, 2006 07:42 PM

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Comments

Descanse en paz, ejerció el periodimo con una indignidad ejemplar porque siempre quiso hacer carrera y supo en todo momento a qué intereses servir. No seré yo quien me alegre de su muerte en cualquier caso.

Posted by: Josep M. Fernández at Octubre 8, 2006 08:37 PM

Para hacer un comentario como el anterior hay que ofrecer algún argumento y además debe de ser bueno. Lo contrario sí es una "indignidad"..
No sé a qué intereseses pudo haber servido Politk., pero está más que probado que fue la única periodista capaz de escribir sobre Chechenia durante años y que no dejó títere con cabeza de ningún bando hasta que al final le costó la suya propia.
Tampoco entiendo lo de querer "hacer carrera". No sé si eso te parece malo ni tampoco si lo dirías en caso de que el asesinado fuese un hombre. En una mujer, ese deseo está muy mal visto. En cualquier caso, yo no la conocía. ¿Y tú?
Quizás Politk. tenía otro objetivo, el de informar y denunciar lo que ocurre en el Cáucaso. Me gusta creer que fue así si no hay pruebas de lo contrario

Posted by: I. C. at Octubre 8, 2006 11:15 PM

"Siempre quiso hacer carrera"... eso no es reprochable. Me recuerda el caso de Garzón, a quien acusaron de lo mismo pero que, sea por promoción personal o no, es el único que se atrevió a juzgar a los narcos gallegos y a intentarlo con Pinochet. Ojalá que muchas más personas sigan este camino para "hacer carrera", y que la hagan.

Posted by: Tantranet at Octubre 9, 2006 08:37 AM

A partir de esta muerte podemos ver de que está hecho el paño ruso.

Posted by: pecha at Octubre 9, 2006 09:02 AM

Su muerte es un ataque a la libertad expresión. Desde este punto de vista no importa tanto si quiso "hacer carrera" o si sus opiniones no fuesen siempre acertadas. Su asesinato es repugnante y esto es lo que tenemos que proclamar a los cuatro vientos.

Posted by: Javier at Octubre 9, 2006 11:58 PM

Le monde necessite d´autres voix que celles d´Anna Politkoyskaya, on continuera d´ecouter sa voix dans le monde entier.

Posted by: Compere at Octubre 10, 2006 07:43 AM

El mejor homenaje: una selección de 3 artículos suyos (en francés, traducido del ruso)
http://www.courrierinternational.com/article.asp?obj_id=60643

RUSSIE • Qui a voulu empoisonner les jeunes filles tchétchènes ?

Les élèves de plusieurs écoles tchétchènes sont atteintes d’une mystérieuse maladie. Les médecins locaux dénoncent les effets d’un empoisonnement. Les officiels diagnostiquent une “psychose collective”.

Sur son lit accolé au mur de la salle N° 1 de l’hôpital de Chelkovskaïa, une jeune fille se tord dans tous les sens, victime d’une nouvelle crise, caractéristique de tous les malades concernés. Son visage passe du blanc au jaune puis au rouge vif, sa respiration devient imperceptible. Son frère essaie de lui écarter les mâchoires avec une petite cuillère pour éviter qu’elle s’étouffe avec sa langue. Il n’y parvient pas du premier coup. Sa mère l’écrase de tout son poids, tentant de contenir ses convulsions. La jeune fille est arquée de manière invraisemblable, ses talons touchant sa nuque, au point que son corps forme presque un cercle.
Nous sommes le 6 janvier, elle est malade depuis trois semaines et son état ne s’améliore pas. Asset Magamchapieva a 20 ans. A la différence de la plupart des malades, elle ne fréquentait pas l’école N° 2 de Chelkovskaïa. Enseignante en formation, elle y a simplement effectué un stage rapide. Résultat, comme tous ceux qui sont passés dans cet établissement, elle a attrapé “quelque chose”. Mais quoi ?

Les malades sont accusées de simulation par les experts

Une infirmière d’un certain âge arrive, avec une seringue déjà pleine. La crise dure depuis un quart d’heure, mais la soignante est seule pour tout l’étage, et il y a quarante malades. Elle vient de la chambre voisine, où une autre jeune femme, Marina Terechtchenko, faisait le même genre de crise.
Que contient la seringue ? “De l’analgine mélangée à du dimédrol”, soupire l’infirmière, consciente de son impuissance, sachant que ça n’aura aucun effet…“De toute façon, on n’a pas mieux. On ne sait même pas ce qu’on est censé soigner. Au moins, l’analgine supprime la douleur causée par les convulsions, et le dimédrol tranquillise, ça leur permet de dormir après les crises.”
Rabadan Rabadanov entre et sort. Assistant du médecin-chef chargé des soins, il regarde la malade avec tristesse. Tout le monde s’est jeté sur la malheureuse pour l’immobiliser, le sédatif finit par être introduit dans sa veine, et des larmes se mettent bientôt à couler sur ses joues.
Dans sa chambrette, où il y a juste assez de place pour un triste lit de camp et une table, Vakha Esselaïev, l’assistant du médecin-chef, répète :
“Nous les avons prises en charge dès le début, et notre diagnostic ne varie pas. Ces malades ont été empoisonnées par une substance inconnue. Nous avons bien vu ce qui s’est passé, et nous voyons où elles en sont aujourd’hui. Ce n’est pas un problème d’hystérie ou de psychose collective !”
M. Rabadanov arrive, éreinté. Il a été le premier à se rendre, avec le Dr Djamilia Alieva, au village de Starogladovskaïa, appelé le 10 décembre pour un problème à l’école, où les enfants perdaient connaissance les uns après les autres.
“Tous présentaient une forte agitation psychomotrice, des difficultés respiratoires, des hallucinations, un rire étrange et de violentes convulsions. L’une des institutrices virait au bleu, elle était en train de s’asphyxier. Nous n’avons rien pu faire. Nous leur avons donné des sédatifs, des anticonvulsifs, en vain. Les crises ont persisté. Les parents nous agressaient, et nous étions incapables de les aider. Je suis persuadé que pareils signes manifestés par autant d’enfants ne peuvent être seulement d’origine hystérique. Ils ont été empoisonnés. Nous ne savons pas par quoi. Et il nous est impossible de le découvrir seuls. Nous ne cessons de solliciter des recommandations thérapeutiques, mais personne ne réagit. Des commissions sont venues de Moscou et de Grozny pour dire aux malades d’arrêter de simuler. Comment osent-ils ! Ensuite, ils sont repartis, et nous ont laissés seuls face aux crises.”
En attendant, les médecins et les familles, comme la plupart des habitants du district, sont persuadés que, à l’école de Starogladovskaïa, la source de la contamination se trouvait dans les toilettes pour filles. Toutes les malades y sont passées. Pour les médecins, le poison était probablement présent sous forme solide, mais susceptible de se répandre à l’état gazeux. La localisation très précise du problème dans le temps et l’espace est frappante. A l’école de Chelkozavodskaïa, par exemple, seules les personnes qui se trouvaient au rez-de-chaussée sont malades, et celles qui ne se sont pas rendues à l’école le jour fatidique se portent bien.
Une enquête a été faite, mais le rapport a disparu

Tout a commencé le 7 décembre, avec le cas de Taïssa Minkaïlova, 13 ans, élève de la nouvelle école de Starogladovskaïa (à environ 20 km de Chelkovskaïa, le chef-lieu du district). Elle a présenté des symptômes d’étouffement, des convulsions, une forte migraine et une insensibilité des extrémités. Ses parents ont décidé de l’emmener à l’hôpital de Kizliar, au Daghestan voisin, mais le traitement que lui ont prescrit les neurologues est demeuré inefficace. Son état s’est même aggravé. Le 9 décembre, des parents d’élèves de la même école transportaient deux fillettes de 12 et 13 ans, présentant les mêmes symptômes, à l’hôpital N° 9 de Grozny. C’est le 16 décembre que le nombre de cas a pris de l’ampleur : 19 enfants et 6 adultes de Starogladovskaïa sont arrivés à l’hôpital de Chelkovskaïa, directement de l’école. Les médecins ont constaté des pertes de connaissance, des états comateux, des convulsions, des faiblesses, des amnésies, des difficultés croissantes à respirer, un engourdissement des mains et des pieds, des frissons. Les enfants souffraient de violentes douleurs oculaires, d’une dessication des muqueuses. C’était un cas typique d’intoxication, ayant sa source dans l’école.
Le 16 décembre, la Tchétchénie a créé une commission gouvernementale présidée par V. Boriskine, vice-chef de cabinet du président et de l’appareil gouvernemental de la république de Tchétchénie, afin de localiser le foyer d’intoxication et de traiter les conséquences des malaises collectifs. Le 17, cette commission, accompagnée de militaires, s’est rendue à Chelkovskaïa, a inspecté les écoles et l’hôpital, posé des questions, puis rencontré les personnes les plus atteintes, transférées à Grozny. Les choses ont suivi leur cours jusqu’au jour où un rapport signé du capitaine S. Efimov, médecin-chef du laboratoire militaire mobile N° 1309, a atterri sur le bureau du président de la commission. Ce document, résultat d’un déplacement à Starogladovskaïa et Chelkovskaïa, est aujourd’hui très précieux car, au bout de deux jours, les fonctionnaires chargés de l’enquête l’ont fait disparaître et il est devenu inaccessible. Nous l’avons retrouvé par miracle. En voici des extraits :
“L’origine de l’intoxication se trouve dans le bâtiment principal de l’école, probablement au deuxième étage. Une contamination d’abord respiratoire a pu avoir lieu, mais une contamination par contact n’est pas exclue. L’éventuelle substance toxique pourrait être liquide ou solide, et aurait libéré des émanations toxiques. Il semble toutefois impossible de définir le produit en cause à partir de la seule étude clinique fondée sur les symptômes des victimes. Afin de préciser la nature de la substance incriminée, je recommande d’effectuer une expertise toxicologique des malades et un examen par des toxicologues équipés du matériel et des réactifs nécessaires.”
Après le 17 décembre, la commission abandonne soudain cette piste pour se tourner vers une explication psychologique, même si les preuves d’un empoisonnement continuent à s’accumuler. Le 20, toutes les écoles du district sont fermées, et le parquet tchétchène ouvre une information judiciaire. Pourtant, le lendemain, les premiers communiqués officiels accusent les médias d’être responsables de tout. Les crises se feraient plus violentes et les malades plus nombreux à mesure que la télé diffuserait des reportages sur le sujet.
La commission a ensuite connu un destin administratif classique. De l’argent a été réclamé au budget fédéral afin de construire un centre de rééducation médicopsychologique, ainsi qu’un dispensaire neuropsychologique et un autre, neurologique. Ces établissements seraient certes très utiles, mais en quoi vont-ils aider les intoxiquées de Chelkovskaïa ? Dans l’hôpital de cette ville, lorsque le courant est coupé, on reste dans le noir faute de générateur. Pas un seul ordinateur non plus, ni donc d’accès à Internet. Ainsi, aucun médecin confronté à un cas inconnu ne peut lancer de SOS sur la Toile.
Le 27 décembre, le président de la Tchétchénie, Alou Alkhanov, s’est rendu à Moscou, où il a rencontré Vladimir Poutine. Il lui a réaffirmé qu’il s’agissait d’une psychose collective. Le 31, 17 enfants et 3 adultes, les plus sérieusement touchés, ont été envoyés à Jeleznovodsk [station thermale du Caucase, dans la région de Stavropol], d’où ils ont été transférés à Stavropol quelques jours plus tard au vu de la gravité de leur état. Là, ils ont été suivis par le Pr Igor Boïev, chef du service de psychothérapie*. Les autres devront se contenter d’analgine et de dimédrol.

* Le séjour de ces malades dans le service du Pr Boïev n’a pas permis de les guérir, rapporte Anna Politkovskaïa dans un autre article publié récemment par la Novaïa Gazeta. Pis, elles ignorent quel traitement leur a été administré, aucun dossier médical ne leur ayant été remis.


http://www.courrierinternational.com/article.asp?obj_id=6703
RUSSIE - TCHÉTCHÉNIE • Dix heures avec le commando

Ultime médiatrice avant l'assaut du théâtre par les forces spéciales, la journaliste russe Anna Politkovskaïa a mené les négociations avec les combattants tchétchènes. Un rôle tragique dans un conflit aveugle qu'elle ne cesse de dénoncer.

C'est à 11 h 30, le vendredi 25, que j'ai parlé pour la première fois avec les preneurs d'otages, sur un portable. Ils ont accepté de me voir. A 13 h 30, je suis arrivée à l'état-major des forces de l'ordre. Il a fallu une trentaine de minutes pour se mettre d'accord. Le Dr Rochal, un académicien de 70 ans, m'a accompagnée. Nous avons avancé jusqu'à l'entrée du théâtre, je ne me souviens pas comment. La peur. Terrible.
Nous pénétrons dans le bâtiment. Nous crions : "Ohé ! Il y a quelqu'un ?" Silence. On a l'impression qu'il n'y a pas âme qui vive dans cette bâtisse. Je crie : "Je suis Politkovskaïa ! Je suis Politkovskaïa !" Je monte lentement l'escalier de droite, le docteur dit qu'il sait où il faut aller. Dans le foyer du premier étage, toujours le silence, l'obscurité et le froid. Personne. Je réitère mon appel : "Je suis Politkovskaïa !" Enfin, se détachant d'un comptoir de bar, une silhouette. Un masque noir transparent lui couvre le visage, ses traits se distinguent parfaitement. Je lui demande la permission de m'asseoir, mes jambes ne me portent plus. Il m'y autorise aussitôt.
Nous attendons une vingtaine de minutes, "masque léger" a envoyé chercher "un chef", qui ne vient pas. En revanche, d'en haut, depuis le balcon, d'autres têtes masquées se penchent sans arrêt.
"C'est toi qui es allée à Khotouni ? demandent les têtes, d'en haut.
- Oui."
Les "têtes" sont contentes. Khotouni (un village du district de Vedeno) devient mon laissez-passer : puisque j'ai fait un reportage dans ce village, on peut discuter avec moi. J'interroge l'homme qui se tient derrière le bar.
"Vous êtes d'où ?
- De Tovzeni, répond-il. Ici, on est nombreux à venir de Tovzeni, et du district de Vedeno en général."
Arrive enfin un homme en treillis, au visage entièrement masqué, trapu, corpulent, qui a exactement la même allure que nos officiers des spetsnaz [commandos spéciaux], qui apportent beaucoup de soin à leur préparation physique. Il m'ordonne de le suivre. C'est lui, le "chef" promis.
"Qui êtes-vous ? Comment doit-on vous appeler ? Je pose la question sans trop de conviction.
- Bakar. Aboubakar."
Il a relevé son masque sur le front. Il a un visage ouvert, des pommettes saillantes, un type très militaire là aussi. Une arme automatique est posée sur ses genoux. Ce n'est qu'à la toute fin de notre conversation qu'il la fera passer dans son dos, s'excusant ainsi : "J'en ai tellement l'habitude que je ne la sens même plus. Je dors avec, je mange avec, je l'ai toujours avec moi." Je n'ai pas besoin de ces explications pour me rendre compte qu'il est de cette génération de Tchétchènes qui ont fait la guerre toute leur vie.
"Quel âge avez-vous ?
- 29 ans.
- Vous avez fait les deux guerres [1994-1996 et depuis 1999] ?
- Oui.
- Vous êtes allé vous mettre à l'abri en Géorgie ? [Plusieurs centaines de combattants l'auraient fait depuis quelques mois, d'où les tensions entre la Russie et la Géorgie.]
- Non, je n'ai pas quitté la Tchétchénie."
Comme toute une génération de jeunes Tchétchènes, Bakar, ces dix dernières années, n'a rien connu d'autre que son arme et la forêt pour se cacher ; auparavant, il a juste eu le temps d'aller à l'école. C'est ainsi que, peu à peu, la vie dans les forêts est devenue la seule issue possible. Un destin sans autre choix.
Je me lance :
"On parle affaires ?
- D'accord.
- Commençons par les jeunes adolescents. Il faut les libérer, ce sont des enfants.
- Des enfants ? Il n'y a pas d'enfants ici. Les nôtres, quand il y a des rafles, vous les prenez à partir de 12 ans. Alors, nous gardons les vôtres.
- Pour vous venger ?
- Pour que vous sachiez ce que ça fait."
Je reviendrai sur la question des enfants plusieurs fois, pour demander au moins qu'on leur accorde un régime moins dur, qu'on permette d'apporter de la nourriture, par exemple. Mais le refus sera catégorique. "Les nôtres, quand on les rafle, on ne leur donne pas à manger. Les vôtres n'ont qu'à subir ça aussi."
Je commence à l'interroger sur ce qu'ils veulent. Mais, politiquement, Bakar est "largué". Il se présente comme "un simple combattant", rien d'autre. Il explique pourquoi il fait tout cela, pour quelles raisons, dans quel but. C'est long, embrouillé, mais on peut le résumer en quelques points. D'abord, Poutine doit "parler", annoncer la fin de la guerre ; ensuite, dans les vingt-quatre heures suivantes, prouver que ce ne sont pas des paroles en l'air, en retirant les troupes d'un district, par exemple. Et, dès que les deux premières exigences auront été satisfaites, ils libéreront les otages.
"Et vous ?
- On restera pour se battre. On mourra au combat.
- Mais vous, en fait, vous êtes quoi ? En disant cela, j'ai soudain peur de ma propre audace.
- Un bataillon de renseignement et de sabotage.

- Tout le bataillon est ici ?
- Non, une partie seulement. Nous avons été sélectionnés pour cette opération. On a pris les meilleurs. Mais, quand nous serons morts, il y en aura d'autres pour continuer à défendre notre cause.
- Vous obéissez à Maskhadov ?"
Cette question provoque chez lui un trouble et à nouveau un vif mécontentement. Les explications incohérentes qui suivent peuvent se résumer par une formule du genre : "Oui, Maskhadov est notre président, mais nous faisons la guerre pour notre compte."
Cela confirme mes pires craintes : ces preneurs d'otages font partie de ceux qui mènent leur propre guerre en Tchétchénie, et cette guerre n'a pas de limites. Ce sont des extrémistes qui n'ont rien à faire de Maskhadov, parce qu'il n'est pas un extrémiste. Je poursuis.
"Mais vous savez bien que deux émissaires de Maskhadov, Ilias Akhmadov aux Etats-Unis et Akhmed Zakaïev en Europe, mènent des négociations de paix. Vous pourriez peut-être leur parler, là, maintenant ? Si vous voulez, je les appelle ? Vous poursuivez le même objectif qu'eux.
- Les appeler pour quoi faire ? Ils ne nous conviennent pas. Leurs négociations n'en finissent pas. Eux, il ne leur pleut pas dessus, ils sont bien à l'abri. Et nous, pendant ce temps, on meurt dans les forêts. On en a marre d'eux."
Le "plan" des preneurs d'otages ne comporte pas d'autres points. Bakar ajoute de sa propre initiative beaucoup de phrases bien senties : "Ça fait un an et demi que des gens nous implorent de les prendre comme combattants suicides pour venir ici." Ou encore : "Nous sommes venus pour mourir"... De fait, je ne doute pas un instant que ce commando se sait condamné et est prêt à mourir, en fauchant autant de vies d'otages qu'il le voudra.
"On peut parler aux otages ?
- Non. Impossible."
Mais, cinq minutes plus tard, il donne un ordre à son "compagnon", assis quasiment dans mon dos : "Vas-y, amènes-en."
Pendant que son compagnon retourne dans la salle, Bakar m'explique à quel point leur comportement est noble : tant de jolies filles en leur pouvoir, et ils n'ont même pas envie d'en profiter ; toutes leurs forces sont consacrées à la lutte pour la libération de leur terre. Nous évoquons la notion de morale, si l'on peut dire.
"Vous n'allez pas le croire, mais, moralement, nous nous sentons mieux ici que pendant ces trois dernières années de guerre. Enfin, nous agissons. Ici, nous sommes à notre place. C'est le meilleur moment que nous ayons jamais vécu. Nous mourrons dans de bonnes conditions. C'est un grand honneur pour nous d'avoir écrit une page d'histoire. Vous ne me croyez pas ? Je vois bien que vous ne me croyez pas."
Oh ! si, je le crois. Voilà déjà un an que ce genre d'idée se banalise dans le milieu des combattants tchétchènes. Avec l'inaction de Maskhadov, président virtuel, beaucoup d'unités ont passé tout l'hiver dans les bois et ont touché le fond : pas moyen de sortir, pas moyen de combattre, il faut faire quelque chose, et le commandant en chef n'ordonne rien... A mesure que le désespoir de ces hommes a augmenté, les unités se sont dissoutes ou radicalisées, entamant une guerre parallèle sur laquelle Maskhadov n'a plus la moindre prise.
Le compagnon du "chef" ramène une belle jeune fille en proie à un début de crise de nerfs.
"Je m'appelle Anna Andrianova, je suis journaliste à Moskovskaïa Pravda. Vous devez comprendre que nous nous apprêtons à mourir. Pour nous, c'est clair, le pays nous a abandonnés. Nous sommes un nouveau Koursk. Si vous voulez nous sauver, descendez dans les rues. Si la moitié de Moscou demande ce qu'il faut à Poutine, nous en réchapperons. Pour nous, c'est évident que, si nous mourons ici aujourd'hui, une nouvelle boucherie commencera demain en Tchétchénie, et cela entraînera de nouvelles victimes ici, après."
Anna parle sans pouvoir s'arrêter. Bakar montre des signes d'énervement, mais elle ne s'en rend pas compte. J'ai peur qu'il ne veuille faire une démonstration de force. Finalement, elle est emmenée. Et nous parvenons à un accord : je vais pouvoir faire livrer de l'eau pour les otages. Bakar ajoute soudain :
"Vous pouvez aussi faire apporter des jus de fruits."
- Pour vous ?
- Non, nous, on se prépare à mourir, on ne boit rien, on ne mange rien. C'est pour eux.
- Alors, peut-être un peu de nourriture ? Pour les enfants, au moins ?
- Non. Les nôtres ont faim, les vôtres aussi n'ont qu'à avoir faim."
Je sors du théâtre. Le Dr Rochal est déjà parti. Nous faisons une quête parmi les personnes qui sont là. Les journalistes donnent les premiers, ainsi que les pompiers. Quelqu'un court au magasin le plus proche acheter du jus de fruits. Les représentants de l'Etat dépêchés sur place ne disposent pas d'une seule bouteille "offerte par l'Etat" pour les otages.
Bizarre, mais on n'a pas le temps de réfléchir à ce genre de choses, le seul impératif est de faire au plus vite avant que les autres ne changent d'avis !
J'effectue un trajet avec mes packs de jus de fruits, puis un autre. Le soir tombe. Le commando m'a donné une consigne : "Débrouille-toi pour avoir fini avant qu'il fasse nuit." Mais la livraison de bouteilles "de la part de l'Etat" a pris un temps criminellement long. Au troisième voyage, les Tchétchènes ont envoyé un groupe d'otages pour nous aider à porter les packs. J'ai peur de dire un mot et que des rafales se déclenchent. Je me contente d'un "Bonjour", auquel ils répondent. On nous les envoie en file indienne. Un jeune homme en tenue de musicien, complet noir et chemise blanche, murmure à la hâte : "On nous a dit qu'on commencerait à nous exécuter à 22 heures. Faites passer l'info." Quand je reviens avec mes boissons, je lui fais un signe de tête, nos regards se croisent : il comprend que j'ai transmis le message aux responsables concernés.
Les Tchétchènes commencent à s'énerver. Ils crient, circulent dans tous les sens. D'en haut, un otage nous lance : "Amenez des produits désinfectants. On en a vraiment besoin. On en avait demandé, pourtant." Il est chassé. Je demande l'autorisation d'en apporter lors de mon prochain aller-retour, mais on m'oppose un refus total. Plus rien ne passera.
"Un peu de nourriture, au moins ? Un tout petit peu ? Pour les enfants... S'il vous plaît...
- On crève de faim, ils n'ont qu'à crever de faim. Dégagez !"
Cette journée d'histoire touchait à sa fin. Ensuite, il y a eu l'assaut. Et, maintenant, je ne cesse de me demander si nous avons vraiment tout fait pour éviter qu'il n'y ait des victimes. Est-ce bien une grande "victoire", 67 personnes mortes instantanément, avant que les autres ne soient évacuées vers les hôpitaux ? Et, moi, est-ce que j'ai aidé quelqu'un avec mes jus de fruits et mes tentatives de négociation, sur la corde raide ? Je pense que oui. Mais nous n'avons pas fait tout ce qui était en notre pouvoir.
La tragédie Nord-Est, qui a de vraies causes, n'est pas la dernière. A présent, nous allons vivre dans une peur constante, en disant au revoir aux enfants et aux personnes âgées chaque fois qu'ils vont sortir, sans jamais savoir si nous les reverrons. C'est dans cette ambiance que vivent les Tchétchènes depuis des années.

http://www.courrierinternational.com/article.asp?obj_id=13450
Pas de pitié pour les civils

Le 4 juillet, nouvelle étape dans l'escalade de la violence : les forces russes ont "nettoyé" deux villages tchétchènes loyaux envers Moscou. Des milliers de civils ont fui vers l'Ingouchie. Reportage.

Le pouvoir, avec la totale complicité de l'opinion, vient de commettre de nouvelles exactions. Sernovodsk est un village tchétchène situé à un kilomètre des camps de réfugiés installés en Ingouchie et du carré de tentes où certains ont entamé une grève de la faim. En plus de ses 5 000 habitants, il héberge plusieurs milliers de réfugiés [venus d'autres coins de Tchétchénie]. Il se trouve sous la protection du gouvernement de la République tchétchène, présidé par Stanislav Iliassov, et du chef de l'administration, le mufti Akhmad-Hadji Kadyrov, ceux-là même qui répètent inlassablement qu'il faut que les réfugiés regagnent la Tchétchénie, ce pour quoi ils "feront tout".
Or, le 4 juillet, peu après 2 heures du matin, les camps [ingouches] ont été réveillés par un grondement étrange montant de la steppe. Ici, si l'on craint une chose, c'est l'arrivée de blindés annonçant les raids de "nettoyage". C'est pourquoi les adultes n'ont pas hésité et ont attrapé les enfants pour se sauver ailleurs, plus avant en Ingouchie. Mais ils ne sont pas allés loin. Au milieu de la steppe, le long de la voie ferrée, une foule se hâtait, louvoyant entre les champs de mines. Ces gens fuyaient la Tchétchénie vers l'Ingouchie. Les chariots filaient, les moteurs des camions bondés de femmes et d'enfants mugissaient. Les hommes couraient, éperdus, dépenaillés, humiliés, certains en pleurs. Les femmes, exténuées, tombaient à terre. Les enfants, ces enfants tchétchènes habitués à tout, scrutaient les ténèbres de leurs yeux exorbités.
L'exode. Tel qu'il est décrit dans la Bible. L'exode comme salut. L'exode version russe, début du XXIe siècle. Ses causes : le 3 juillet, Sernovodsk, considéré comme une "zone de sécurité pour les réfugiés", a subi un raid de nettoyage d'une ampleur inégalée, avec plus de 700 arrestations incluant tous les représentants du pouvoir local (chefs de l'administration rurale, police).
Voici le témoignage collectif de ces gens qui, traumatisés par l'outrage, ont demandé à rester anonymes. "Ils ont encerclé le village et le regroupement de wagons où vivent les réfugiés. Tout le monde a été chassé vers les maisons. Les coups de crosse pleuvaient, même sur les enfants. Ils ont arraché les bijoux des femmes, jeté des grenades sur les toits, tordu le cou des poules. Ils ont vidé les maisons de tous les objets de valeur : téléviseurs, tapis. Les hommes ont été poussés dans des camions, sans que personne ne regarde leurs papiers. Ils couvraient d'une bâche ceux qui étaient allongés et les piétinaient. On était plusieurs centaines, âgés de 14 à 70 ans. On nous a dirigés vers un champ au bout du village, le long de la route de Samachki, en nous disant : 'Ça va nous plaire de vous tuer à Samachki.' On nous a maintenus là, sous le soleil brûlant, les malades comme les valides. Ceux qui avaient des cicatrices étaient encore plus martyrisés que les autres et placés à part. Pas la peine de leur dire que c'étaient de vieilles traces d'une opération de l'appendice ou d'un ulcère : toutes étaient assimilées à des blessures de guerre. On nous a ordonné de mettre nos chemises sur la tête pour certains, nos pantalons pour d'autres. Ceux qui refusaient de quitter leurs pantalons étaient emmenés dans des wagonnets métalliques pour y être torturés. On entendait des cris atroces. Ils étaient équipés pour torturer à l'électricité. Des crochets avec des menottes étaient fixés aux parois. La personne y était attachée et battue. Après, on la jetait en plein soleil. Un homme est mort sur place. Il s'appelait Odigov. Le soir, ils ont annoncé qu'ils allaient nous rendre nos papiers dès qu'on aurait signé une feuille certifiant qu'on ne nous avait fait aucun mal. Il était 23 heures, on nous avait parqués dans le champ à 8 heures du matin. On nous a dit que ceux qui refuseraient de signer seraient jetés dans les fondations (il y avait des maisons en chantier à côté), arrosés d'essence et brûlés. Tout le monde a signé. On a vite rassemblé quelques affaires et fui en Ingouchie."
Si ce n'est pas de la provocation, de quoi s'agit-il ? L'organisation de ce "stade chilien" de Sernovodsk, à deux pas de réfugiés en grève de la faim, a produit des effets immédiats : le 4 juillet, les gens de Sernovodsk en fuite sont venus s'ajouter aux affamés de la steppe. Leur raisonnement : "Notre village avait toujours été considéré comme loyal envers les Russes. Maintenant, après ces humiliations, je ne veux plus vivre avec la Russie, je suis avec Maskhadov, même si je ne le soutenais pas avant." Le soir même, les réfugiés des camps d'Aki-Iourt, Iandar et Malgobek ont entamé une grève de la faim illimitée.
Revenons à la veille de cet exode : la petite Fatima a 8 ans. Elle n'est jamais allée à l'école. La peau blême bleuie par la faim, elle a le regard insondable de ceux qui se savent depuis longtemps condamnés et, avec son cou blanc, décharné, où saillent des veines étrangement sombres, elle ressemble à tout sauf à une enfant. Fatima ne sourit pas, ne pleure pas, ne parle pas, et vous regarde droit dans l'estomac.
"Pourquoi y a-t-il une enfant ici ?
- Elle est venue, s'est assise et a refusé de manger. On a voulu la nourrir, mais rien à faire." Ainsi, Fatima, née à Grozny, orpheline réfugiée à Malgobek, en Ingouchie, en est à sa deuxième semaine de grève de la faim en compagnie de plusieurs dizaines d'adultes, sous un auvent installé à la hâte au milieu d'une steppe brûlée de soleil qui sépare les camps de réfugiés de Spoutnik et de Satsita, établis à la frontière entre la Tchétchénie et l'Ingouchie. Je n'ai pas la force de comprendre ni d'accepter cette grève de la faim d'une enfant, mais la réalité est plus forte que nos sentiments : Fatima ne se nourrit plus dans le but d'arrêter une guerre qui a transformé sa vie en une succession d'enterrements, d'horreurs, de maladies et de travaux éreintants. Est-elle une de ces "provocatrices à la solde de Maskhadov", comme on qualifie, à Moscou, tous les Tchétchènes en grève de la faim ? Absurde. J'interroge ses compagnons :
"Mais à force, vous... vous allez mourir... Pardon pour cette question, mais... c'est justement parce qu'on vous tue que vous menez cette action, non ?
- En Tchétchénie on meurt pour rien, après des tortures, dans la honte, sans laisser de trace. Ici, notre mort servira à ce que les autres vivent...
- La population saura que nos tombes sont celles de gens qui sont morts pour que règne la paix sur leur terre...
- Nous n'en pouvons plus d'attendre, nous avons besoin de la paix."
Qui parle ainsi ? Iakha Akhmedova, une grand-mère édentée de 65 ans, qui jeûne depuis quinze jours. Elle est de Grozny, elle a eu 10 enfants ; Makhmoud Abdoulchaïdov, 45 ans, atteint d'un cancer ; Andi Seïgatov, 67 ans, retraité, de Grozny. Durant cette guerre il a été placé deux fois contre un mur pour être fusillé par des soldats ivres, et gracié au dernier instant. Il a enterré les autres, ceux qui étaient près de lui contre le mur. Akhiad Oumaev, neuf jours de grève, retraité, arrive de Sernovodsk. Il a enterré en janvier le cadet de ses trois fils, sauvagement assassiné deux jours avant son mariage par les hommes de Kadyrov, coupable seulement d'avoir critiqué ce dernier.
Il est tard. Oumalt Oumajev, poète (5e jour sans manger) lit les vers qu'il a composés sur sa patrie, traduits en russe par Lioudmila Pavlioutchenko (4e jour), psychologue de Chakhty, région de Rostov, membre de l'Union des femmes du Don, venue soutenir les grévistes. Son poème fini, il le lui tend en cadeau, avec le papier remis par le chef de l'administration du village d'Ermolovka (Alkhan-Kala), d'où il est originaire. Ce sommet de l'absurdité militaire serait comique s'il n'était pas tragique. "Certificat. Le 28/09/2000, M. Oumajev Oumalt, né en 1964, a sauté sur une mine du secteur F-1 pendant qu'il cherchait sa vache sur le terrain du commandement militaire de la localité d'Alkhan-Kala, région de Grozny." Ces quelques mots aberrants représentent son unique chance de ne pas être tué. Ici, on baigne dans une telle folie qu'à chaque contrôle Oumalt est arrêté, battu, rabaissé, martyrisé. Pour la simple raison qu'il lui manque une jambe. On en déduit que c'est un rebelle blessé et amputé. Avec son certificat, Oumalt est parti pour l'Ingouchie avec sa famille. Il est au camp Bella, tente n° 42, bloc 7. "Je ne rentrerai pas tant que les troupes ne se seront pas retirées. C'est pour ça que je fais la grève de la faim."
Qu'en dit notre pouvoir, si sauvagement maître de lui ? Il reste fidèle à lui-même. Aucun responsable politique russe n'est venu ici. Personne n'a daigné s'intéresser à ce qui se passe sous les tentes des grévistes de la faim, personne ne s'est demandé où allait mener cette protestation autodestructrice, ni si Fatima l'orpheline, dont l'attitude est à l'image de l'effondrement de l'Etat, allait y survivre. La Tchétchénie, on la fuit, personne n'y retourne. Or nous sommes à la fin de la deuxième année de "rétablissement de l'ordre constitutionnel". Il n'y a donc toujours aucune confiance dans le pouvoir. Et ce dans l'une des régions les plus loyales envers la Russie. Que faut-il faire pour expliquer que la patience des gens n'est pas illimitée ? Qu'à ce jour il ne leur reste rien d'autre à faire que prendre les armes ? Que trop de gens qui ne souhaitaient pas se battre, ni à l'été 1999, ni à l'hiver 2000, ni même au printemps 2001, rêvent aujourd'hui de le faire ? Et qu'ils disent à leurs enfants : "Si tu vois un Russe avec une arme, tu le butes."

Anna Politkovskaïa


Posted by: pecha at Octubre 11, 2006 01:15 PM

Muy bueno

Posted by: mauricio at Octubre 17, 2006 03:09 AM

Acabo de leer el libro de Anna Politkovskaya "La deshonra rusa". Me ha parecido una mirada ejemplar sobre una realidad de una dureza insoportable. Una lección de periodismo -nada que ver con el mediocre día a día de nuestros medios-. Descanse en paz.

Posted by: Antonio at Noviembre 28, 2006 11:46 PM