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Enero 29, 2007

El periodismo mágico de Kapuscinski

Jack Shafer no se ha unido al coro generalizado de elogios que han desfilado por las necrológicas del periodista polaco Ryszard Kapuscinski. Muy al contrario. En el artículo aparecido en Slate "The Lies of Ryszard Kapuscinski" --el título ya lo dice todo--, cuestiona el valor periodístico de sus libros. La capacidad del autor de mezclar realidad y ficción, los elogios de Gabriel García Márquez precisamente por su estilo de escritura y la tendencia que nunca escondió de representar la realidad en forma de metáforas y alegorías hacen sonar las alarmas en el reloj periodístico de Shafer. Sus textos eran de gran calidad, pero ¿era periodismo?

Al examinar el artículo, me encuentro en una situación paradójica. He leído cinco libros del periodista polaco y los he disfrutado todos. Sin embargo, creo que Shafer tiene algo de razón o al menos plantea un tipo de crítica que no podemos rechazar.

El primer detalle que hay que apuntar es obvio y se refiere a la costumbre de endulzar el curriculum de los fallecidos. Aún hay gente que piensa que es de mal gusto hablar mal de los muertos --criminales de guerra y dictadores están exentos-- y cree que una necrológica sólo puede ser un repertorio de las buenas obras con las que debemos recordar al finado. Es un mecanismo de autoprotección. Dado que todos tenemos que pasar por la muerte, es bueno que haya una norma no escrita que garantice nuestra reputación cuando no estemos por aquí para defenderla.

Ante eso, la mejor respuesta es la célebre frase que alguien me recordaba hace unos días y de la que no recuerdo su autor: la que dice algo así como que Dios perdona los pecados, pero The New York Times, no. Una necrológica debe ser la historia completa de una persona, no sólo sus mejores momentos. Su receptor es el lector de un periódico, no los familiares del fallecido.

Kapuscinski nunca negó que mezclara ficción y realidad en algunos de sus pasajes y Shafer comenta que algunas de las elogiosas necrológicas publicadas en la prensa de EEUU no lo han obviado.

Mr. Kapuscinski admitted he could embellish scenes for effect and use composites. His many fans, including John Updike, tended to classify him with Truman Capote as a master of literary nonfiction. One of Mr. Kapuscinski's book editors linked his atmospheric writing to a tradition of "magical realism" found in Latin American novels that were subjective and blended absurdities with blunt truths. "Everything is a metaphor," Mr. Kapuscinski once said. "My ambition is to find the universal."

Shafer duda de que los lectores de Kapuscinski puedan diferenciar entre realidad y ficción, entre hecho y metáfora. La credibilidad del mensajero puede hacernos olvidar que en el mensaje el autor ha podido distorsionar la realidad para que no haya dudas sobre su punto de vista. Los detalles son sacrificados en favor de la historia. Quizá podamos permitir esa licencia a alguien como él, pero ¿qué pasaría si estuviera a disposición de cualquier periodista que nos informara sobre un lugar en el que nunca hemos estado? ¿Estaríamos dispuestos a aceptar el realismo mágico como técnica periodística?

Kapuscinski escribió varios de sus libros muchos años después de haber visitado los países de los que trataban. La memoria era una de sus fuentes de información, junto a las notas que conservaba. No intentaba hacer una descripción realista de la guerra que había presenciado, sino buscar que el lector pudiera palpar lo que sentían y respiraban los habitantes de esos países. Las opiniones de los dirigentes y los acontecimientos políticos estaban ahí, pero en lugar muy secundario, si acaso como parte del paisaje, del infierno por el que tenían que caminar los protagonistas de sus libros. Como algunos de los corresponsales a los que criticaba, no hacía ascos a las generalizaciones.

Su técnica de escritura es especialmente valiosa cuando rescata escenas de las que ha sido testigo o, supongo, ha recibido información. Muchas veces son momentos irrelevantes para el curso de esa guerra, pero ¿qué importa? Son los instantes en los que la gente sencilla sufre o, como en este fragmento de "Un día más con vida", disfruta de un paréntesis de diversión:

¿Y en Luanda? ¿Qué se puede hacer un domingo en nuestra ciudad abandonada, la cual --como ya se sabe-- ya ha sido condenada?

Se puede dormir hasta mediodía.

Se puede manipular el grifo a fin de comprobar --¿tendremos esa suerte?-- si hay agua.

Se puede quedar uno parado por unos instantes ante el espejo y decirse: Cuántas canas pueblan ya mi barba.

Se puede uno quedar sentado ante un plato en el cual destacan un pedazo de pescado infecto y una cucharada de arroz frío.

Se puede, sudando la gota gorda de debilidad y esfuerzo, caminar calle arriba por la Rua Luís de Camoes en dirección al aeropuerto o caminar calle abajo, hacia la bahía.

Pero eso no es todo, ¡ni mucho menos! También se puede ¡ir al cine! Sí, tal cual, porque aún tenemos cine, cierto que sólo uno, pero en cambio con pantalla panorámica y al aire libre y, por añadidura, gratuito. Ese cine se halla en el norte de la ciudad, cerca del frente. Su dueño ha huido a Lisboa, pero el operador se ha quedado, al igual que ha quedado la cinta de la famosa película erótica Emmanuelle. El operador no para de proyectarla, una y otra vez, sin descanso, gratis, entrada libre, todo el mundo puede verla, acuden en masa niños y soldados que han hecho una breve escapada del frente; el cine siempre está lleno a rebosar y el bullicio se convierte en un estruendo de voces indescriptible. Con el fin de aumentar el efecto, el operador detiene la imagen en los momentos más picantes. La muchacha desnuda: stop. Él la posee en el avión: stop. Ella la posee junto al río: stop. La posee el viejo: stop. La posee el boxeador: stop. Cuando la posee en una postura rebuscada, el aforo estalla en risas y aplausos. Cuando la posee en una postura exageradamente refinada, el público se sume en un reflexivo silencio. Hay tanto bullicio rebosante de alegría que a duras penas se oyen los pesados y retumbantes ecos del fuego de artillería procedentes del frente cercano.

Cuando Kapuscinski escribió sus libros se libró de la tiranía del periodismo. Se olvidó de la hora límite para el envío del artículo, de las órdenes de los jefes, de la necesidad de hablar sólo sobre lo que se tiene realmente confirmado. Dicen que siempre se quedó muy sorprendido al saber del éxito que habían tenido en el extranjero. Eso demuestra que el público también está dispuesto a recibir una versión diferente de la realidad, en especial cuando versa sobre una zona del mundo en la que las informaciones periodísticas son escasas, distorsionadas o poco interesantes.

Kapuscinski aparece siempre descrito como corresponsal de guerra, y lo era. Lo que conocemos de él los que no somos polacos son sus libros que --esto también hay que decirlo-- no son el mejor manual de periodismo que puede encontrar un reportero. Para escribir como él (es decir, para tomarse esas libertades) y hacerlo en primera persona, hay que haber compartido la vida de la gente y durante mucho tiempo. No vale con residir en un hotel de cinco estrellas y luego volcar los instintos literarios cuando te pones delante de un teclado. Hay que conocer ese país y ser consciente de que, aún así, lo que cuenta son los hechos. El periodista es un elemento extraño que juega en desventaja.

Muchos corresponsales, con un talento para la escritura quizá no tan grande como el de Kapuscinski, han tenido una gran carrera ateniéndose exclusivamente a los hechos y ofreciéndolos a través de su visión personal sin dejar espacio a las metáforas.

El escritor polaco consideraba irritantes y prescindibles algunas de las convenciones periodísticas que limitan la libertad de un periodista a la hora de decidir cuál es el material que va a utilizar en sus textos. Esas convenciones --la misma palabra les resta valor-- son, sin embargo, una cierta garantía para el lector. De lo contrario, está en manos de cualquiera que pase por allí.

De hecho, una de sus mayores críticas a los corresponsales, y muy bien fundamentada, era por su ignorancia. Aceptar los libros de Kapuscinski como una referencia periodística válida para todos es como dar una pistola cargada a un niño. Quizá por eso solía recomendar la lectura a todos los periodistas y aspirantes a serlo.

Continuemos disfrutando de los libros de Kapuscinski, pero no olvidemos que su obra brilla aún más precisamente por los errores tradicionales del periodismo. No intentemos solucionar nuestros problemas pidiendo ayuda al gran escritor polaco. Él jugaba en otra liga con reglas marcadas por él mismo que no valen para el resto de nosotros.
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At play in the bush of ghosts. John Ryle hace una detallada descripción de los errores y contradicciones que aparecen en los libros de Kapuscinski.

Posted by Iñigo at Enero 29, 2007 10:11 PM

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Comments

Tanto el artículo de Jack Shafer como el de John Ryle son muy interesantes y aportan visiones nuevas sobre los libros de Kapuscinski, aunque los dos hablan precisamente de eso, de sus libros, y no de sus trabajos como periodista.

No estaría mal que para juzgar a Kapuscinski también se tuviera en cuenta su trabajo como periodista durante décadas en África y otros países del Tercer Mundo, su constante esfuerzo por comprender otros pueblos y culturas, su empeño en defender un periodismo honrado y honesto, su lucha incansable por contar las historias de los pueblos de África...

Por otro lado... ¿quién dijo que los libros de Kapuscinski fueran periodismo? ¿están tan lejos la literatura y el periodismo? ¿Los libros de Kapuscinski no aportan un montón de información y un contexto imprescindible que nos ayudan a comprender la realidad de esos países?

Posted by: Dani at Enero 30, 2007 12:08 AM

Todo eso está muy bien, especialmente si se escribe para periodistas o conocedores de la obra de Kapuscinski. Sin embargo ya me extrañaba a mí que tardaran tanto en aparecer voces que trataran de mitigar o ensombrecer la figura del periodista/escritor polaco.

Y ahora ya las tenemos: Kapuscinski no era un buen periodista porque embellecía sus reportajes con medias verdades o mentiras. Pues nada, ya está a la altura de todos los demás, de los que no contrastan ni una fuente (los periódicos están llenos de noticias con una fuente única), de los que no cuentan nada de primera mano, o simplemente, de los periodistas que son sólo la correa de transmisión del poder.

Ya les hemos soltado pues el mensaje: Ciudadano, si ya desconfías de la prensa en general, desconfía también de Kapuscinski, pues es, al fin y al cabo, uno más.

Lo malo es que no es así. A pocos conozco que cuenten la versión de los hechos desde el punto de vista que imprimía el polaco en sus libros (a lo único que he accedido, por lo que no puedo decir cómo sería como corresponsal), un punto de vista en el que lo que más cuenta, sino lo único, es el ser humano.

PD: Y por cierto, poner el nombre de Kapuscinski junto al del desequilibrado Stephen Glass, me parece puro cinismo por parte de Jack Shafer.

Posted by: juan e. tur at Enero 30, 2007 11:35 AM

Y pensar que en 2001 cuando conoci a Kapuscinski gracias a Ramon Trecet en Dialogos 3 tuve que recorrer muchas librerias y buscar en dos ciudades para encontrar Ebano. Y soportar caras extrañas y de asco de los libreros por preguntar por ese autor tan "raro"

Posted by: entre kfar saba y kalqilia at Enero 30, 2007 04:46 PM

Periodismo mágico o no, ójala hubiera más gente como Kapuscinski. Le vamos a echar de menos. A él y a su forma de mirar el mundo.

A pesar de los riesgos que mencionas si se generalizara su forma de hacer periodismo, Iñigo... creo que el lector ya está en manos de cualquiera que pase por allí.

Posted by: Pilar at Enero 30, 2007 06:21 PM

Eso era Ryszard un cualquiera que pasaba por alli y comentaba lo que veia, escuchaba y dialogaba.

Posted by: entre kfar saba y kalqilia at Enero 30, 2007 07:46 PM

No dispongo de links, pero he leído varias entrevistas a Kapuscinski en las que describe su método de trabajo y no se trata precisamente de un paracaidista en busca de una metáfora que le ayude a salir al paso de un reportaje y llenar el vacío del desconocimiento (en prensa, los reporteros estrella son muy dados a ello). Antes de viajar a un nuevo país se empapaba de su cultura, trataba de aprender la lengua y ya en él se alojaba lejos de los demás corresponsales y permanecía más de lo aconsejable (en ocasiones, pasando años sin ver a su mujer).

También creo que es importante subrayar algo que se dice en este post: lo que conocemos de la obra periodística de Kapuscinski son sus libros. Y sus libros son el anverso de los fríos comunicados que redactaba para una agencia de noticias. De ahí surge su estilo, no de un ego desmesurado y un ansia de protagonismo.

Puede que K. no practicase una crónica periodística del todo ortodoxa, pero me parece injusto situarlo al lado de Capote y el nuevo periodismo. Ciertamente, hay pasajes que trascienden lo informativo, pero lo hacen con más fundamento que la apetencia narrativa. Y pienso en su recuerdo de Minsk tomada por las tropas soviéticas y el Ejército tirando abajo la puerta en busca de su padre. O de la vivencia de una deshidratación en medio del desierto, junto al coche que lo deja tirado en medio de la nada o de su impresión al llegar a Angola cuando todo el mundo se va, huyendo de la guerra. ¿Es periodismo? No sé. Y casi ni me importa, con tal de que lo que cuente sea cierto.

... También soy de los que cree que la necrológica es un género crítico como cualquier otro, y creo que como profesor K. dejaba mucho que desear. Los cínicos no sirven para este oficio me pareció muy pobre, aunque bienintencionado.

Pero sus crónicas son irrepetibles. Esperemos que no haga escuela porque en manos de cualquier otro, esta forma de hacer periodismo caerá en el puro pastiche. Lean a Mr., pero no lo imiten.

Posted by: Whitard at Enero 31, 2007 12:00 AM

Tampoco creo que los libros de Kapuscinski sean estrictamente periodismo. No lo tiene por qué ser puramente.
Quizá simplemente periodismo sea sinónimo de realidad y no hay más.

Buen post!

Posted by: Sandra at Febrero 10, 2007 08:33 PM