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Mayo 10, 2009

Karzai ya sabe elegir a los guardaespaldas

Hamid Karzai llegó a Kabul el 13 de diciembre de 2001 para tomar el mando del país. Sus conexiones tribales y el apoyo de EEUU, además del valor que demostró al infiltrarse en Afganistán con muy pocos hombres durante la guerra, eran las bazas que le habían concedido la presidencia. No muchas más. Era el único líder pastún presentable.

En el aeropuerto le esperaba el líder militar de la Alianza del Norte –la gran coalición antitalibán–, el general Mohamed Fahim. Según cuenta el periodista Ahmed Rashid, Karzai bajó del avión acompañado de cuatro personas desarmadas. Fahim estaba sorprendido. “¿Dónde están sus hombres?”, preguntó, en alusión a la nutrida escolta armada que esperaba ver. “General, usted es mi hombre. Todos los que sean afganos son mis hombres”, respondió el futuro presidente.

Entrañable, debió de pensar Fahim, pero poco práctico. Desde los tiempos de la yihad contra los soviéticos, la única legitimidad procedía de las armas y del dinero. Eso no cambio cuando la URSS abandonó Afganistán, antes al contrario. Las milicias se pasaron una década gobernando el país –saqueándolo sería la palabra correcta– y los talibanes sólo habían sido los últimos en una larga lista. Fahim, el caudillo de los tayikos tras el asesinato de Mashud dos días antes del 11-S, aspiraba ahora a ser el principal beneficiario del botín.

La sociedad entre ambos hombres se rompió muy pronto. Sus proyectos eran incompatibles. La única esperanza política para Afganistán residía en que las nuevas autoridades estuvieran cortados más por el patrón de Karzai, a pesar de todos sus defectos, que por el de Fahim. No ha sido así y las consecuencias no han podido quedar más claras esta semana. Karzai ha elegido a Fahim como compañero de candidatura para las elecciones presidenciales de agosto.

El presidente sabe muy bien que la Administración de Obama tiene pocas esperanzas en él. También es consciente del hartazgo popular por la corrupción rampante que azota al país, a la que no son ajenos varios de sus hermanos, y de los magros resultados de la reconstrucción. Con el apoyo de Fahim, cree tener asegurada la mayoría de los votos pastunes y tayikos. La lealtad de la tribu pesa más que las urnas en Afganistán.
Esa combinación de milicias, sobornos, corrupción y armas no es ninguna sorpresa. Allí, el armamento más eficaz siempre ha sido un maletín lleno de dólares. Dos semanas después del 11-S, un agente de la CIA entregó a Fahim tres millones de dólares con los que iniciar la ofensiva contra los talibanes. A finales de octubre, el general Tommy Franks en persona le dio otros cinco millones. Evidentemente, luego no se pidieron facturas que justificaran los gastos.

Cuando los norteamericanos comenzaron a desconfiar de Fahim, fueron los rusos los que le enviaron los maletines. Pero antes de eso Washington prefirió apostar por los señores de la guerra antes que por las nuevas instituciones. Había que destinar los recursos militares a Irak, y las milicias servían para llenar el vacío. Sólo se cuidaban las formas. Wolfowitz los llamaba “líderes regionales” porque el nombre auténtico era menos presentable.

Al poco de llegar al poder, Karzai se negó a fundar un partido político que englobara a sus seguidores y que reclamara el apoyo de los afganos con independencia de su origen étnico. A él y a otros caudillos les convenía más la situación actual. Las tribus y las milicias son los auténticos ejes sobre los que pivota el nuevo Estado. Las instituciones son sólo el lugar donde se certifican decisiones tomadas en otros ámbitos.

Karzai ha aprendido la lección de Fahim. Siempre hay que tener a alguien que te guarde las espaldas. A unos se les recluta con dólares, a otros con un cargo en la Administración, a la mayoría ignorando su corrupción. Esa es la auténtica Constitución de Afganistán.

Posted by Iñigo at Mayo 10, 2009 06:22 PM

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