Todo lo que espías y periodistas tuvieron que hacer para ocultar la vida secreta de Juan Carlos

En julio de 1997, Emilio Alonso Manglano tiene una reunión con Felipe González. La fecha es importante, porque en esas fechas Manglano ya no es director de los servicios de inteligencia, el Cesid, y González ya no es presidente del Gobierno. No son dos jubilados matando el tiempo para contarse viejas batallitas. Ambos tienen un problema. La artista televisiva Bárbara Rey está chantajeando al rey Juan Carlos con las pruebas de su relación sentimental –un concepto discutible en este caso porque resulta más conveniente citar el título de la película ‘¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?’–. Es necesario hacer algo al respecto. Es decir, hay que ocultarlo. «La prensa sensata está controlada, aunque en los ambientes la relación se da por segura. También existe el apoyo de la élite, banqueros, empresarios…», dice González.

La descripción de la reunión aparece en el libro ‘El jefe de los espías’, escrito por los periodistas de ABC Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote, que se han basado en los documentos personales en los que Manglano resumió su trayectoria como director del Cesid entre 1981 y 1995. La presentación del libro en Madrid este martes contó con la presencia de tres de los periodistas más influyentes de esa época –Juan Luis Cebrián, Pedro J. Ramírez y Luis María Anson–, por lo que era interesante saber hasta qué punto estaban todos metidos en esa historia: cómo los medios de comunicación jugaron un papel clave en la Transición y años posteriores no sólo para contar lo que estaba pasando, sino para ocultar todo aquello que podía perjudicar a las altas instituciones del Estado. Lo que en el caso de Juan Carlos I era prácticamente todo.

Cebrián, director de El País durante doce años y luego consejero delegado de Prisa hasta 2018, dio un ejemplo perfecto del cinismo con el que se manejan las élites en Europa. Cuando surge una revelación vergonzosa sobre el pasado y le preguntan qué hizo él en esos momentos, responde que esas cosas pasan en todos los países y no hay que escandalizarse. «Todos los estados tienen cloacas», dijo. Ramírez lanzó una catarata de acusaciones contra Manglano por haber cometido delitos para proteger al rey y a Felipe González, pero ignoró su propia relación con Mario Conde cuando este chantajeó al Gobierno para que le librara de sus problemas con la justicia tras hundir Banesto. Anson, director de ABC entre 1983 y 1997, no contó nada relevante, porque a estas alturas de su vida no va a salirse del personaje que creó hace tiempo. Como tiene 88 años, nadie se lo va a reprochar en voz alta.

Lo de Anson es interesante, porque el entonces director de ABC era uno de los periodistas, junto a Ramírez, que formó una asociación en los años noventa que tenía como misión acabar con el felipismo. Cebrián, en una muestra de ingenio periodístico casi impropia de su forma de escribir, les llamó «el sindicato del crimen». El libro cuenta en detalle que Manglano estaba muy preocupado por esa ofensiva a la que consideraba una maniobra «contra el Estado». Algunos de esos periodistas estaban muy pasados de rosca. Si había que llevarse por delante a la monarquía para deshacerse del PSOE, no tenían ningún problema con ello. Su prioridad era acabar con González para que el Partido Popular llegara al poder cuanto antes.

Por contarlo todo, hay que recordar que Manglano –y en última instancia el rey– habían ligado su destino al de González. «Hay que ayudar a PG (presidente del Gobierno). Ayuda para evitar situaciones peores», escribe Manglano en sus papeles al producirse el escándalo de Juan Guerra, hermano del vicepresidente, como aparece recogido en el libro.

Manglano tiene claro que necesita un topo y Anson es la pieza que consigue. El periodista, monárquico desde el franquismo, está conmocionado por las locuras que escucha a sus colegas. Se convierte en un agente doble que informa al jefe de los espías. Y no sólo a Manglano. Narcís Serra, miembro del Gobierno de González durante catorce años como ministro de Defensa y después vicepresidente, le cuenta lo que le ha relatado el periodista: «Para Anson, sería muy importante llegar a conocer qué periodistas de El Mundo cobraron de Roldán. Sería la mejor forma de desmontarlo todo».

Esta es una pelea de facinerosos en la que unos acusan al Gobierno de haber pagado al corrupto director de la Guardia Civil y otros acusan a algunos periodistas de haber cobrado del mismo Roldán o de Mario Conde. Serra está en su salsa. El simpático alcalde de Barcelona se convirtió en un personaje siniestro del Gobierno de González siempre dispuesto a utilizar los servicios de inteligencia en beneficio de su partido político. Manglano estaba encantado de colaborar con él.

Sobre su condición de espía a tiempo parcial, Anson no dijo nada en la presentación del libro. Tampoco ha contado nunca mucho sobre su papel esencial en las conspiraciones del Madrid de 1980 para acabar con Adolfo Suárez y provocar un giro completo de la política del país hacia la derecha. Prefirió hacer una lacrimógena defensa de la integridad de Juan de Borbón, que renunció a la Corona en favor de su hijo. Y defender a Juan Carlos hasta el límite de la muerte cerebral. Para él, todo lo que se ha publicado sobre la fortuna del anterior monarca en el extranjero son «insidias y calumnias». Juan Carlos ha tenido que pagar a Hacienda centenares de miles de euros para que no le acusen de delito fiscal. Pero es que el propio libro que tanto elogió en la presentación revela basándose en los papeles de Manglano que ese rey se ha pasado buena parte de su vida cobrando comisiones y almacenando una fortuna fuera.

En 2012, The New York Times hizo una estimación de la fortuna de Juan Carlos que alcanzaba los 2.300 millones de dólares. La cifra era tan alta que parecía difícil de creer. Era más propia de un narcotraficante colombiano o mexicano. Se quedaron muy cortos. El libro cita una anotación de Manglano, según la cual Sabino Fernández Campo sabía en 1990 que era mucho más alta: «Dice Sab. que el rey tiene 5.000 millones en Suiza». Fernández Campo fue un alto cargo de la Casa Real desde 1977 a 1993 (y su jefe en los últimos tres años). No puede sorprender que el monarca llevara mucho tiempo intentando deshacerse de él porque «habla demasiado».

Cebrián comentó que Fernández Campo le contó a él todo lo que aparece en el libro sobre la conducta personal de Juan Carlos. Se refería a sus amantes, no a su fortuna ilegal. El entonces director de El País era uno de los cancerberos del Estado que se dedicaba a proteger la reputación del monarca. Sigue haciéndolo: «Lamentándolo mucho (porque sabe que le van a criticar por ello), diré que este país tiene una deuda de gratitud con Juan Carlos I». Sobre los delitos de los que no quiso y no quiere hablar en detalle, se refirió sólo a las «irregularidades fiscales». Como si fuera igual a olvidar rellenar la casilla adecuada en la declaración de la renta.

En ese debate de hasta dónde contar sobre lo que hizo Juan Carlos, Pedro J. Ramírez llevaba las de ganar. Su problema es que también cuenta con unos cuantos esqueletos en el armario sobre los que es menos locuaz. Llamó a Manglano «presunto delincuente con galones» y «dócil criado de sus amos». Le responsabilizó de haber tapado los crímenes del terrorismo de Estado. Para el director de Diario 16 y El Mundo entre 1980 y 2014, el exdirector del Cesid fue un encubridor de delitos: «Protegió al Estado mediante la ocultación de múltiples acciones delictivas incurriendo en delitos de forma reiterada». Utilizaba con frecuencia la palabra ‘presunto’, pero sólo como cortesía legal.

Ramírez denunció que el rey utilizaba al Cesid, con la complicidad de Manglano, «para ocultar sus escándalos financieros y sus hechos amatorios». Es totalmente cierto y aparece reflejado en el libro. Para que no hubiera dudas, el periodista citaba las páginas del libro en que aparecen esas revelaciones. No es una exageración. Los espías españoles tenían como una de sus principales funciones impedir que salieran a la luz los negocios oscuros del rey.

Tenían que trabajar duro. Juan Carlos estaba tan desatado que a principios de los noventa pidió un crédito de 90 millones de pesetas a Mario Conde. Cuando Banesto fue intervenido por el Gobierno, había que tapar esa operación. «Hablé con Ybarra y con Alfredo Sáenz. Este me lo arregló», le contó a Manglano. Ahora ya es más fácil entender por qué Sáenz fue indultado por el Gobierno de Zapatero en 2011 cuando estaba en funciones.

Armado con los documentos que el teniente coronel Perote sacó del Cesid, Conde lanzó una campaña de presión contra el Gobierno amenazando con sacarlo todo. «Mario Conde está detrás de todo esto», explicó Anson a Manglano refiriéndose a las maniobras de los periodistas antifelipistas. Pedro J. Ramírez estaba con muchas ganas de publicar lo que le llegara de Conde. Sobre el banquero que acabó encarcelado, no habló en la presentación del libro. Al igual que para Cebrián, él cree que el fin justifica los medios. Es sólo que ambos han estado en puntos diferentes de las trincheras, pero la sensación de amoralidad les une.

Todo tuvo un gran nivel de representación teatral. La Royal Shakespeare Company es una pandilla de aficionados comparada con estos ilustres periodistas. Son muchos años y muchas historias que hay que seguir ocultando.

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