
En la era de los autócratas en la que vivimos, el mundo contempla absorto lo que harán dos ancianos que mantienen un férreo control sobre sus países. Dos ancianos que no están acostumbrados a que se ignore su voluntad. Donald Trump, de 79 años, ha ordenado la destrucción de tres instalaciones de un programa nuclear en el que Irán ha invertido centenares de miles de millones de dólares. Alí Jamenéi, de 86 años, escondido en un búnker, debe sopesar sus siguientes pasos. No puede mostrar debilidad, pero corre el riesgo de que su respuesta, iniciada este lunes, provoque una reacción brutal de EEUU y que Israel continúe el proceso de demolición del Gobierno iraní.
Durante muchos años, Israel reclamó que EEUU utilizara contra el programa nuclear iraní la mayor bomba no nuclear con que cuenta en su arsenal. Una bomba antibúnker de trece toneladas con una cabeza explosiva de 2,7 toneladas. Era supuestamente el arma definitiva en el objetivo de destruir lo que esconde Fordo, un monte en el que las instalaciones subterráneas se encuentran situadas a cerca de cien metros de profundidad. Trump ha presumido que el éxito ha sido completo y que el objetivo ha sido “total y completamente arrasado”. Sin presentar pruebas. El jefe de las Fuerzas Armadas, el general Caine, no se ha mostrado tan rotundo.
Tan temerario como imprevisible, Trump ha anunciado hace unas horas un alto el fuego entre Israel e Irán, que es producto de su intervención y de la colaboración en la mediación del Gobierno de Qatar, y no de una iniciativa de los dos países beligerantes. Esta madrugada, Israel ha atacado varios objetivos en el norte de Irán matando a once personas. Un edificio de viviendas de la localidad israelí de Bersheva ha sufrido el impacto directo de un misil y se ha informado de cuatro muertes. El ministro de Defensa ha anunciado una respuesta contra “el corazón de Teherán”, con lo que aún es muy pronto para saber si la tregua sobrevivirá a este día.
Si la defensa de un país exige consistencia y determinación, Trump puede presumir de lo segundo, pero no de lo primero. EEUU exige a Irán que vuelva a la mesa de negociaciones, pero lo cierto es que Teherán no la había abandonado. Fue Israel quien creó una nueva situación al desencadenar una guerra aérea contra Irán a la que se ha unido Trump de forma directa con el ataque contra Fordo, Natanz e Isfahán.
A Trump le gustan las victorias y quizá por eso se ha dado prisa en promover una tregua. Había mostrado en semanas anteriores su apuesta por las negociaciones con las que llegar a un acuerdo con Teherán, quizá con la misma falta de realismo que cuando decía estar convencido de que pondría fin a la guerra de Ucrania en un corto espacio de tiempo. Según varios medios norteamericanos, cambió de posición cuando vio el éxito de la primera ronda de ataques israelíes que eliminaron a la cúpula militar iraní. La cobertura triunfalista de Fox News, que Trump consume todos los días, también dejó su huella en el presidente.
La credibilidad es un factor esencial en cualquier negociación. Por eso, un presidente deja que sean otros los que intenten engañar con artimañas, anuncios que no tienen la intención de cumplir o filtraciones anónimas. Pero fue el mismo Trump, que nunca esconde sus ansias por el protagonismo, el que se ocupó del engaño de afirmar que se tomaría una o dos semanas para dar el paso definitivo. Para entonces, la decisión estaba tomada.
Jamenéi está más solo que nunca. En el último año y medio, la red de seguridad estratégica a disposición de Irán se ha venido abajo, lo que se llamaba “el eje de la resistencia”. Fundamentalmente, no disfruta de la protección indirecta que Hizbolá le prestaba desde Líbano ante una amenaza israelí. Siria ya no cuenta con un Gobierno aliado que esté en deuda con Teherán. Varios de sus colaboradores más directos en el Ejército o la Guardia Revolucionaria están muertos.
Es el líder político y religioso de Irán desde 1989. En los ocho años anteriores, fue el presidente del país. Su prioridad ha sido siempre reforzar la legitimidad del régimen, lo que incluye perseguir a los reformistas más activos, y extender la influencia de Irán en Oriente Medio. Las protestas por los derechos humanos han sido numerosas, en especial en 2009, pero nunca han puesto en peligro la supervivencia del Gobierno. Por mucho que Jamenéi pida a la población que participe en las elecciones, antes el régimen se ocupa de vetar a los candidatos que pueden ser un peligro en las urnas.
El asesinato de Qasem Soleimani por EEUU en 2020 le privó de un protagonista clave en las relaciones con los movimientos chiíes de la región, alguien que era más importante que el ministro de Defensa. Se pensaba que se produciría una venganza de grandes dimensiones. Todo se limitó a un ataque con decenas de misiles contra una base norteamericana en Irak del que se avisó con antelación al Gobierno de Trump. Los soldados tuvieron tiempo de protegerse en los refugios. Fue una forma de saldar cuentas sin provocar una escalada.
Esa parece ser otra vez la intención de Jamenéi con el ataque del lunes con un número reducido de misiles a la mayor base militar estadounidense en Oriente Medio situada en Qatar. Fuentes del Gobierno iraní informaron a The New York Times que habían avisado antes a Qatar con la intención de reducir el número de bajas. La base había quedado prácticamente vacía. Se trata por tanto de un ataque simbólico que luego la propaganda iraní se ocupará de engrandecer.
Trump ha dicho que nunca aceptará que Irán consiga fabricar armas nucleares. Ha sido la política de todos los gobiernos norteamericanos. Su ataque del fin de semana puede provocar paradójicamente lo contrario. Irán tiene ante sí la oportunidad de abandonar el tratado de no proliferación nuclear con lo que quedaría fuera del control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Pero eso no impediría que Israel y EEUU continuaran atacando sus centros nucleares, aunque no tengan autoridad legal para hacerlo.
Netanyahu, de 75 años, es el tercer hombre con una inmensa capacidad de condicionar la política norteamericana. Lo ha demostrado sobradamente con distintos presidentes. Su misión es acabar con el programa nuclear iraní para siempre y crear una situación que provoque el hundimiento del régimen de Jamenéi.
Es una vuelta a 2003, cuando hizo una promesa a los congresistas estadounidenses sobre el derrocamiento de Sadam Hussein: “Si ustedes acaban con Sadam, con el régimen de Sadam, les garantizo que habrá enormes consecuencias positivas en la región”. Lo que ocurrió fue que Oriente Medio se llenó de sangre, Al Qaeda salió beneficiada del caos de Irak, EEUU se vio inmerso en una inicua aventura imperial de nueve años. Una de sus consecuencias políticas previsibles fue el aumento de la influencia iraní en Irak.
Los altos cargos del trumpismo más escéptico con el uso de la fuerza, como el vicepresidente J.D. Vance, insistieron el fin de semana en que EEUU no busca un “cambio de régimen” en Irán, un objetivo que está fuera de su alcance si la intervención se limita a bombardeos aéreos. En las entrevistas televisivas, algunas respuestas solo sirvieron para retorcer el significado de las palabras. “No estamos en guerra con Irán. Estamos en guerra con el programa nuclear iraní”, dijo Vance. Le preguntaron si apoyaba que Israel intente matar al líder iraní. “Eso depende de los israelíes –respondió–, pero nuestra opinión ha sido muy clara y es que no queremos un cambio de régimen”.
Cualquier cosa es posible con Trump. Unas horas después, los desmentidos perdieron buena parte de su valor con un mensaje del presidente en su red social: “No es políticamente correcto usar el término ‘cambio de régimen’, pero si el actual régimen iraní es incapaz de hacer a Irán grande de nuevo, ¿por qué no debería haber un cambio de régimen?”.
Jamenéi lo interpretará como una amenaza personal. A corto plazo, la prioridad de su Gobierno es salvaguardar el producto resultante de sus centrifugadoras. Fuentes iraníes informaron a Reuters de que el Gobierno había sacado de Fordo todo el uranio enriquecido –estimado en 408 kilos– antes del ataque para esconderlo en un lugar secreto. Una parte importante de ese uranio está enriquecido al 60%, un porcentaje que se acerca al 90% mínimo necesario con el que fabricar un arma nuclear.
Alí Shamkhani es uno de los principales asesores de Jamenéi. Le dieron por muerto tras uno de los bombardeos israelíes, pero está vivo y recuperándose de las heridas. A través de Twitter ha publicado un mensaje que resume la mentalidad de Jamenéi y la promesa de que el conflicto está lejos de su final: “Incluso si las instalaciones nucleares son destruidas, la partida no ha terminado”.