Corea del Norte

La imagen forma parte de las celebraciones del 15 de agosto en Corea del Norte cuando se celebra la victoria sobre Japón. Es uno de los numerosos ejemplos de vida cotidiana que ha encontrado Jordi Pérez Colomé en su viaje (con visado de turista) al país asiático.

Jordi ha escrito un balance general de la visita en dos partes. También cuenta con una serie de imágenes de la propaganda oficial.

Hace unos días, leí una fascinante historia sobre el regreso al país de un cocinero japonés que trabajó durante una década para la familia de Kim Jong-il (su especialidad era el sushi) hasta que huyó de Corea del Norte por miedo a ser detenido. No es que hubiera hecho nada malo. Sencillamente estaban arrestando a mucha gente a la que conocía y pensó que podía ser el siguiente.

Ya en Japón escribió un libro sobre su experiencia en Pyongyang. A partir de entonces, Kenji Fujimoto podía dar por eliminado Corea del Norte como destino turístico habitual. Pero fue sorprendido en junio por una invitación del nuevo máximo dirigente, Kim Jong-un, para que regresara durante unos días.

¿Mala idea? Al final, el nuevo Kim le recibió con los brazos abiertos y la «traición» fue perdonada. Gran alivio cuando se lo dijo con una sonrisa.

Lo que vio el cocinero fue una ciudad (no salió de la capital) que parece haber superado los peores momentos del pasado:

Mr. Fujimoto said his visit, which began on July 21, showed him that North Korea had made some progress since the days of Kim Jong-il’s dour rule. He said he was surprised to see food stores in Pyongyang, often virtually empty during the famine-racked 1990s, now filled with vegetables and meats. One noodle restaurant that he used to frequent, and that was usually quiet, now regularly fills with customers, he said. He said that he thought most of the food came from China, and that Chinese businessmen had become a much more visible presence.

Another surprise, he said, was the proliferation of cellphones, which had become a must-have item, particularly among the city’s younger residents. (…)

“When I lived there before, there was a dark atmosphere, and people always walked with their heads hung down,” Mr. Fujimoto said. “The people have become lively and bright, and not afraid to show more cheerful faces.”

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