EEUU abandona a su suerte a los kurdos, pero no al petróleo sirio

Al principio, parecía una broma o un intento del Pentágono por tranquilizar a los congresistas republicanos alarmados por la decisión de Donald Trump de retirar las tropas del norte y este de Siria. Washington había vuelto a traicionar a los kurdos dejándolos a merced del Ejército turco. Pero resultaba que había algo más importante que sí convenía proteger: el petróleo. Dieciséis años después de la invasión de Irak, volvía a aparecer el mismo tema como justificación de una intervención militar de EEUU y esta vez la fuente era el mismo Pentágono.

La información terminó confirmándose. No era una broma ni un rumor para enfurecer aun más a los kurdos. EEUU desplegará centenares de soldados en el este de Siria para proteger los campos petrolíferos existentes en esa zona. «Se mantendrá una presencia (militar) reducida en Siria para negar al ISIS el acceso a los ingresos del petróleo», dijo el secretario de Defensa el viernes. La cifra de tropas implicadas estará en torno a 500 y el despliegue tendrá que incluir blindados y apoyo logístico para sostener a esas tropas.

El anuncio previo de retirada había producido la sucesión ya habitual de análisis sobre cuál es en realidad la política exterior y de defensa de Trump. Una vez más, la realidad que se impone es que no existe tal cosa o al menos una estrategia que merezca ese nombre. Todo se reduce a las improvisaciones que surgen de la Casa Blanca, basadas a veces en su intento de tener buenas relaciones con Rusia y Turquía o bien en su permanente denuncia de que EEUU es timado por sus aliados por todo el mundo.

Buscar coherencia en sus mensajes es una empresa imposible, porque puede decir una cosa y la contraria en cuestión de días o semanas. Con los kurdos, pasó algo más de tiempo. Elogió en 2018 su valentía al luchar contra el ISIS. Un año después, decía que «no eran unos ángeles».

Los campos petrolíferos a los que se ha referido Trump son los de la provincia de Deir al-Zour, que eran protegidos por milicianos kurdos y soldados de EEUU. En un tuit del jueves, Trump sugirió que los kurdos podrían «quizá» trasladarse a esa zona, en el este del país, y por tanto abandonar el norte de donde los turcos quieren expulsarles. Pocas veces se ha visto a un presidente de EEUU certificar de forma tan a la ligera un proyecto de limpieza étnica, en este caso provocado por la invasión de las tropas turcas.

No es la primera vez, ni será la última, que EEUU traiciona a los kurdos. La coalición de fuerzas kurdas y árabes se enfrentó a ISIS en todo el norte de Siria hasta expulsarlos de las ciudades que controlaba. No lo hubiera conseguido sin el apoyo aéreo norteamericano, pero el precio fue muy alto. Murieron 11.000 de sus combatientes, hombres y mujeres. Los norteamericanos tuvieron seis bajas mortales.

La rápida retirada estadounidenses ofreció imágenes nada habituales, como la de la base en Manbij abandonada. Las tropas no habían tenido mucho tiempo para organizar la retirada, con lo que dejaron atrás material que en otras circunstancias se hubieran llevado con ellos. Se subieron a sus vehículos y se dirigieron a Irak.

«Las fuerzas militares turcas y una coalición de grupos armados sirios apoyados por Turquía se han comportado (en esta ofensiva) con un total desprecio por las vidas de civiles llevando a cabo graves violaciones y crímenes de guerra, incluidos asesinatos sumarios y ataques ilegales que han matado y herido a civiles», según ha denunciado Amnistía Internacional.

No caben mucha dudas sobre los planes de Erdogan. Él mismo los ha descrito esta semana con un mapa del norte de Siria en una entrevista televisada. Esas zonas son apropiadas para árabes, dijo, no para kurdos –»por su estilo de vida»– al tratarse de una región desértica.

Los kurdos que huyeron de Afrin en una ofensiva turca anterior nunca han podido regresar a sus pueblos. La zona que Erdogan pretende poblar con sirios suníes desplazados por la guerra ya contaba antes de estos combates con unos 800.000 habitantes, de los que 650.000 eran kurdos.

Trump concedió a Erdogan el visto bueno para iniciar su nueva invasión del norte de Siria. Antes había eliminado los obstáculos que podían frenar el avance de las tropas. En agosto, militares estadounidenses obligaron a los kurdos a destruir las defensas y túneles, además de llevarse los depósitos de munición escondidos, que estaban preparadas para responder a una posible ofensiva turca. Erdogan no tardó muchos meses en aprovechar la oportunidad.

La polémica causada en EEUU hizo que Trump intentara justificarse con argumentos confusos o simplemente absurdos, además de amenazar con «destruir» la economía de Turquía por hacer lo que él mismo les había permitido. También se ganó el derecho a figurar en futuros libros sobre diplomacia, no en la parte dedicada a los éxitos, con una extraña y pueril carta dirigida personalmente a Erdogan. Se hizo famosa muy pronto al ser difundida por una periodista de Fox News. Es la carta en la que acababa escribiendo «no seas un tipo duro, no seas estúpido», que según los medios turcos acabó de inmediato en la papelera.

Erdogan tiene la guerra que quería. El Gobierno de Damasco ha entrado en negociaciones con los kurdos sirios, que no están ya en condiciones de elegir aliado, y ha conseguido así recuperar el control de más territorio en un día que en un año de combates. Rusia continúa con su labor de mediación entre Siria y Turquía y reforzando su influencia sobre ambos. Putin es recibido por el rey saudí en Riad, lo que supone en la práctica el reconocimiento de Rusia como una potencia que hay que tener en cuenta en Oriente Medio.

EEUU se ha quedado con los tuits de su presidente como principal fuente de influencia internacional. Y su instinto personal de promotor inmobiliario de Nueva York.

Foto superior: vehículos militares norteamericanos abandonan el norte de Siria con destino a Irak.

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