El caos termina pasando factura a Boris

¿Cuánto tiempo puede durar Boris Johnson al frente del Gobierno británico cuando sus diputados tienen ya muy claro que el Boris Johnson de Downing Street es el mismo Boris Johnson que demostró durante décadas de carrera política su capacidad de provocar accidentes que eran otros los que tenían que solucionar? ¿Cómo puede ser que no se hayan enterado hasta ahora de algo que sabía todo el mundo?

Johnson siempre mantuvo un alto nivel de apoyo en el grupo parlamentario conservador durante los años de David Cameron en el poder por la idea muy extendida de que era un ganador. O porque parecía tener la suerte del ganador. Quizá fuera más lo segundo que lo primero. Todo lo que hubiera aniquilado la carrera de otro político –su polémico pasado como periodista, sus infidelidades matrimoniales, su falta de seriedad tal y como la entiende un político británico– acababa por ser olvidado en su caso. Las bases tories le perdonaban todo.

Cuando Johnson decidió unirse a las filas de los partidarios del Brexit después de muchas dudas, desde el primer momento se convirtió en su rostro más importante. Cameron sólo podía neutralizarlo si ponía sobre la mesa sus defectos personales y políticos, pero no quiso declarar una guerra civil dentro del partido y lo pagó con creces. Y con él todo el país.

Las primarias internas para elegir al sucesor de Cameron confirmaron las peores expectativas sobre él. Su campaña fue una sucesión de errores vergonzosos, algunos casi cómicos, que provocaron su renuncia a la carrera y dejaron clara su total incapacidad para organizar una estructura diseñada con el fin de conseguir un objetivo. Ni siquiera cuando él era el primer interesado en que funcionara. Como temían muchos en el partido, Boris no era capaz ni de regentar un puesto de helados. La impresión se confirmó cuando Theresa May se vio obligada a concederle un Ministerio de peso, el Foreign Office. Una vez más, el resultado fue decepcionante.

Sin embargo, continuaba siendo el político más popular entre los partidarios del Brexit. Cuando a May se le acabaron las oportunidades, prácticamente sólo quedaba Johnson en pie, junto a unas medianías que no podían hacerle sombra. May había tenido antes la reputación de una política seria, aunque no muy brillante ni comunicativa, así que los tories decidieron que había llegado el momento de apostar por la improvisación permanente y la supuesta genialidad del exalcalde de Londres. Habría diversión, iniciativas difíciles de entender y hasta algunos escándalos, pero Boris culminaría la salida de la UE y demostraría su valor en las urnas. Y así sucedió con su amplísima victoria en las elecciones de 2019.

Boris Johnson asiste a una redada antidrogas en Liverpool el 6 de diciembre.

Cuando llegó la pandemia, había que echarse a temblar. El Covid ha desnudado a casi todos los gobiernos y plasmado sus vulnerabilidades y peores tendencias. Todo eso se multiplicó en el caso de Johnson. Llegó tarde a la primera y arrolladora ola, reaccionando después que en Francia, España o Italia. A mediados de febrero con las imágenes de China en la mente de todos y el inicio de los problemas en Italia, Johnson y su novia pasaron dos semanas de vacaciones. A la hora de la verdad, nunca estaba cuando se le necesitaba.

Johnson terminó por aparecer en escena. Su primera respuesta sólo sirvió para aumentar el número de víctimas y retrasar las decisiones inevitables. Apostó por no tomar las medidas más restrictivas confiando en alcanzar la inmunidad de grupo al dejar que las infecciones aumentaran –es cierto que con el visto bueno de sus dos principales consejeros científicos– hasta que tuvo que rendirse a la evidencia.

Volvió a hacer lo mismo con la segunda ola. Sólo una semana antes, su Gobierno estaba presionando a las grandes empresas para que pusieran fin al teletrabajo y que sus empleados volvieran a las oficinas. En cuestión de días, tuvo que echarse atrás.

El comienzo fulgurante del proceso de vacunación en Reino Unido le dio el respiro que necesitaba. En las encuestas, los conservadores volvieron a recuperarse y adelantaron a los laboristas, a cuyo líder, Keir Starmer, no le duró mucho el periodo de gracia que tuvo al ser elegido. Johnson no tardó demasiado tiempo en meterse en problemas. A fin de cuentas, la pandemia se ha caracterizado por dejar patente que los momentos de júbilo son temporales. Todo aquel que se descuida y cree que lo peor ha pasado para no volver descubre muy pronto que eso no es del todo cierto.

Por el camino, Johnson había perdido a su principal consejero, Dominic Cummings, que fue el arquitecto de la campaña a favor del Brexit en el referéndum de 2016. El problema de Cummings era que es un tipo muy inteligente –algo que reconocían incluso los que lo detestaban– y que él lo sabía. Se consideraba por encima de las normas que obligan al resto de los mortales y en eso se parecía mucho a su jefe. Cuando se contagió de Covid, se saltó todas las prohibiciones existentes sobre limitaciones y en vez de aislarse se fue a la otra punta del país a la casa donde vivían sus suegros. Las explicaciones que dio fueron recibidas con una mezcla de indignación y risas incrédulas.

Cummings se vio obligado a abandonar el puesto en Downing Street. No se lo tomó bien. Ya con pocas opciones de volver a la política, decidió contar en textos de miles de palabras en su blog personal muchos ejemplos que reflejaban la incompetencia manifiesta de Johnson. Algunas de sus revelaciones son tan sorprendentes que parecen difíciles de creer hasta que uno recuerda de quién estamos hablando. Boris era perfectamente capaz de no ser consciente de lo que significaba abandonar la unión aduanera después del Brexit.

La escena ocurre cuando alguien explica a Johnson las consecuencias de la salida: «La cara del primer ministro no tenía precio. Se recostó en la silla, miró por toda la habitación con un aspecto de no creer lo que había escuchado, y negó con la cabeza. Los teléfonos de los horrorizados funcionarios en la mesa empezaron a sonar. Un importante alto cargo me envió un mensaje: ‘Ahora ya entiendo cómo lograste que se consiguiera el Brexit'».

A pesar de todo, Johnson parecía inmune a tropiezos e informaciones que hubieran finiquitado a otros políticos. Al final, tensó la cuerda hasta que se rompió. Y lo hizo porque su primera reacción ante un escándalo relativamente menor –la acusación a un diputado tory de beneficiarse de un caso de tráfico de influencias– hizo que todo descarrilara.

Las críticas al diputado Owen Paterson fueron recibidas por Downing Street con displicencia. Era un paso coherente con la trayectoria de Johnson, según la cual las reglas están hechas para los demás, pero no para él y su selecto grupo de amigos, escribe Simon Kuper. La misma actitud que tenía cuando era alumno del colegio de Eton. Su profesor y tutor envió al padre de Johnson una nota citada por Kuper en el artículo que reflejaba su actitud ante la vida: «Creo que él piensa sinceramente que resulta grosero que no le consideremos una excepción, alguien que debería estar libre de todas las obligaciones que condicionan a los demás».

Viñeta de Peter Brookes en The Times.

Johnson no ha cambiado desde su época de estudiante. Por eso, se ocupó de impedir que se aplicaran a Paterson las normas éticas de la Cámara de los Comunes que le hubieran ocasionado una suspensión temporal durante unas semanas. El escándalo subsiguiente obligó al diputado a dimitir con lo que debían celebrarse unas nuevas elecciones en su circunscripción. Tampoco era un drama. El distrito de North Shropshire llevaba más de un siglo eligiendo a representantes conservadores. En las últimas elecciones, Paterson había obtenido una mayoría de 23.000 votos sobre su más directo rival.

Las noticias conocidas en las últimas semanas sobre fiestas en Downing Street en mayo y diciembre de 2020, además de otra en la sede del partido en Westminster, terminaron por hundir a los tories. En un momento en que los ciudadanos tenían prohibido ese tipo de contactos –sólo dos personas se podían reunir si vivían en hogares diferentes–, los asesores de Johnson tenían barra libre para juntarse con unas botellas de vino y algo de queso.

En relación a mayo, la comparación tenía un cariz trágico. Muchas personas se vieron obligadas a enterrar a sus seres queridos en condiciones penosas por las normas antiCovid. En el jardín de Downing Street, no había tales limitaciones en mayo.

Al final, la cita electoral de North Shropshire fue una humillación para los tories. Los liberal demócratas se hicieron con el escaño con una diferencia favorable de 6.000 votos. Ese distrito votó a favor del Brexit con un 57% de votos, lo que hace más inaudita la victoria de los LibDem, que son unos convencidos europeístas.

Aún le quedaba otro percance a Boris. 99 diputados votaron en contra de los planes del Gobierno sobre el pasaporte Covid. Sólo los votos de la oposición permitieron que la medida saliera adelante. Una hora antes, el primer ministro se había dirigido a su grupo parlamentario para ganarse su apoyo. Sumados a las abstenciones y los que no aparecieron en la votación sin tener permiso de los responsables del grupo, los rebeldes sumaban casi una tercera parte de la bancada tory.

Un diputado dijo al FT que a Johnson «se le están acabando las vidas». Un viceministro contó de forma anónima que «el primer ministro no debería sentirse seguro en absoluto».

El ala derecha del partido ya no tolera más medidas restrictivas contra el Covid, a pesar del aumento exponencial de contagios por la variante ómicron, y no esconde su malestar por el aumento de impuestos anunciado para 2022. El limbo aduanero en el que se encuentra Irlanda del Norte, según el acuerdo de Londres con Bruselas, es otro motivo de enfado. El impacto de la pandemia altera todos los cálculos económicos, pero de momento se puede decir que las expectativas de un fuerte crecimiento y liberalización que iba a propiciar la liberación de la tiranía de la UE se han quedado en nada.

Varios sondeos ya sitúan a los laboristas por delante de los conservadores, y eso sin que Keir Starmer haga nada especial. Las cifras son incluso peores cuando se pregunta a los encuestados por su valoración sobre Johnson. La puntuación es negativa y nunca había sido tan baja: -48. Un 71% tiene una opinión negativa de la actuación del primer ministro, según YouGov.

Con los diputados en el receso parlamentario de Navidad, el rumor de las conspiraciones se ha atenuado en los últimos días. Es seguro que volverá a sonar fuerte en enero. Los conservadores tienen una bien ganada reputación de decapitar a sus líderes cuando sospechan que puede arrastrarles a una derrota electoral. La última encuesta de Opinium del 27 de diciembre concede siete puntos de ventaja a los laboristas.

Lo más incómodo para Johnson es que a los tories les iría mucho mejor con el ministro de Hacienda, Rishi Sunak, como cartel electoral. Y eso que Sunak ha anunciado que en abril habrá un aumento de impuestos que no gustará mucho a las bases conservadoras. Otro sondeo publicado por The Sunday Times anticipa una mayoría absoluta de 26 escaños para los laboristas.

Como es habitual en la política británica, unos cuantos tories creen que todo se arreglaría con mejores asesores en Downing Street. Es una forma de obviar la realidad de que el mayor problema de Boris siempre será Boris por ser un político que parece disfrutar moviéndose en el caos, más que nada porque nunca ha sido capaz de trazar y ejecutar una estrategia definida.

Si no ha cambiado de costumbres después de acontecimientos tan dramáticos como el Brexit y una pandemia, está claro que nunca lo hará.

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