El holandés es un hijo de puta, el 18 de julio no fue un golpe y otras locas aventuras de la derecha española

Cada día que pasa se nota el terror que el Partido Popular siente ante la llegada de los fondos europeos. Escuchamos con frecuencia a sus dirigentes decir que el Gobierno de Pedro Sánchez está ya amortizado, inerte o sencillamente muerto, mientras reclaman elecciones inmediatas, hoy mejor que mañana, para poner fin a su sufrimiento. Sin embargo, se les escapan comentarios en relación a la ayuda millonaria que llegará de Bruselas que delatan su aprensión. Ven que no habrá elecciones en algo más de dos años, se imaginan a Sánchez lanzando sacos con euros desde un helicóptero, y el cuello de la camisa se les empieza a humedecer por el sudor.

Su análisis del impacto que tendrán esos fondos es un poco milagrero –la economía no funciona así–, pero todo lo ven en términos de suma cero. Todo lo que beneficie a la economía española será aprovechado por el Gobierno y redundará de forma directa en un perjuicio para la oposición. Viajaron a Bruselas para sembrar dudas entre los gobernantes del Partido Popular Europeo y finalmente se llevaron el chasco de que la Comisión Europea aprobara con nota alta los planes presentados por Sánchez.

Siempre les queda la esperanza de que en algún momento alguien en Bruselas cortará el grifo al Gobierno y desequilibrará la balanza electoral en beneficio del PP. Lo que le pase a la economía española no es asunto suyo. Que no se hubiera liado con Sánchez.

Pablo Casado fue este lunes el anfitrión de un debate dentro de los actos que llaman preparatorios para la convención del partido en octubre, que más parecen una excusa para que no pare ni un segundo en el despacho y salga todos los días en los medios. Compartió escenario con dos exministros de UCD, Rafael Arias Salgado e Ignacio Camuñas. El segundo ha derivado hacia la derecha reaccionaria y estuvo a la altura de su reputación. El primero tiene un discurso más moderado en principio, pero ganó de calle la competición de la salvajada. Fue como si volvieran los dinosaurios a la Tierra y empezaran a comerse mamíferos de todos los tamaños. Y Casado aplaudiendo su voraz apetito.

Arias Salgado, que también fue ministro en un Gobierno de Aznar, había leído por la mañana en El Mundo una noticia en portada con el titular bastante inflado de que «Holanda pide supeditar los fondos a que España cumpla las reformas». No se trata de una iniciativa presentada en Bruselas, sino del habitual desdén de algunos gobiernos del norte de Europa con esos países mediterráneos adictos a trabajar poco y a consumir grandes cantidades de sangría y paella. No es que el Gobierno holandés que preside Mark Rutte esté para dar muchas lecciones este año, pero esos mensajes suelen funcionar bien en su electorado.

Arias Salgado se había puesto como una moto al leer la noticia y se dio el gusto de compartir su alegría con el público del acto.

Arias Salgado: «Hoy he leído en el periódico que Rutte, el holandés, que es un hijo de puta…».

(Algunos comentarios en el público, Arias se ríe con ganas y Casado sonríe encantado)

Arias Salgado: «… va a vigilar estrechamente…».

Camuñas: «¡Gracias a Dios, bendito Rutte!».

Arias Salgado, aún entusiasmado con su ocurrencia: «Eso es lo que iba a decir, que va a vigilar estrechamente la aplicación y concesión de los fondos europeos a España».

Así son los grandes próceres de la derecha española, esos ilustres jubilados que insultan al primer ministro de un país miembro de la UE como si estuvieran amarrados a la botella, y que al mismo tiempo celebrarían que ese político fuera un auténtico hijo de puta, porque en ese caso sería nuestro hijo de puta. Nuestro, para la derecha.

Casado no podía estar más de acuerdo. Por eso, pocos segundos después de que Arias Salgado se retratara con su fino análisis, el líder del PP resumió embelesado las primeras intervenciones de sus contertulios: «Qué lujo de ponencias». Se había presentado como moderador de la discusión. En este caso, hay que entender que estaba moderando su entusiasmo ante lo que escuchaba.

El lujo había llegado a tal punto de que Camuñas ofreció su particular teoría de la Guerra Civil: «El principal responsable de la Guerra Civil fue el Gobierno de la República». Por tanto, estaba claro que «lo que pasó en 1936 no fue un golpe de Estado». Sólo le faltó decir que el asesinato de 2.000 personas en la matanza de Badajoz fue en defensa propia. Casado ni se inmutó.

Es difícil encontrar coherencia en las palabras de Camuñas, de 80 años, porque sólo unos momentos después dijo tan convencido como antes que «no hay que hurgar en el pasado». Reescribe entera la historia de la Guerra Civil, al menos tal y como la cuentan los historiadores, excepto los que colaboran con la Fundación Francisco Franco, y luego dice que no hay que recordar el pasado. Él lo había hecho con un hacha en la mano.

Camuñas fue ministro de UCD menos de dos años hasta 1979. Es posible que de él sólo se recordara entonces su juventud al llegar al Gobierno, 36 años, y el apodo con que lo registró Francisco Umbral, «Nacho de Noche». Quizá una de sus grandes contribuciones a la democracia en España, posiblemente la única, fue su querencia por la noche madrileña con todos sus encantos, bastante ocultos hasta ese momento. Cumplía así la orden de Adolfo Suárez de elevar a categoría política de normal lo que ya era normal en la calle en el apartado de copas y bailes. Por tales servicios a la patria con total desprecio por la salud y las horas de sueño, recibió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III.

Cuando el cuerpo ya no le daba para tantas alegrías, participó en la fundación de Vox en 2014 y fue uno de sus tres vicepresidentes, aunque abandonó el partido a los nueve meses. Su salida fue por unas peleas internas, aunque es más probable que el fracaso del nuevo partido de extrema derecha en las elecciones europeas de ese año le hiciera perder entusiasmo. Como fue ministro de UCD, para Casado, se trata de un intelectual de gran nivel al que interesa tener en este tipo de actos.

Evidentemente, los tres participantes estaban en contra de la ley de memoria histórica y de la nueva ley que presentará el Gobierno este martes. Profirieron alusiones vagas a la «concordia», que encaja un poco mal con las palabras de Camuñas, aunque en realidad esas leyes les preocupan por otras razones. Lo habitual, la conspiración. «La verdadera pretensión de la ley de memoria es deslegitimar el pacto constitucional», dijo Arias Salgado. Camuñas denunció que la ley de la época de Zapatero «ataca lo fundamental de la Constitución».

Es curioso, pero parece que lo que están diciendo es que la Constitución impuso por decreto la amnesia histórica –una acusación que se oye a veces en la izquierda–, con lo que cualquier intento de conocer mejor el terrible pasado español de los años 30 supone un ataque a la propia Carta Magna.

Con defensores como estos de la Constitución, tiene mérito que haya durado tanto tiempo.

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