El selfie del dictador

El Davos del Desierto estaba pensado para ser otro gran éxito de imagen para Mohamed bin Salmán, al igual que lo fue el año pasado. La conferencia de negocios con la élite de las grandes corporaciones multinacionales tenía que ser otro gran ejemplo de la apertura económica de Arabia Saudí a los mercados internacionales de inversores. La salida a Bolsa de Aramco, la gran empresa estatal petrolífera saudí, había quedado congelada, pero las oportunidades de negocio eran inmensas. Todo el mundo iba a querer estar cerca del príncipe heredero saudí.

Hace poco más de veinte días, un periodista exiliado fue asesinado en el consulado saudí de Estambul. Durante 18 días, el Gobierno de Riad sostuvo que Jamal Khashoggi había abandonado el edificio por su propio pie. Finalmente, admitió que había sido eliminado con una versión de los hechos imposible de creer. Un hombre a punto de cumplir 60 años se había resistido ante el ataque de un equipo de 15 personas entre los que había miembros de la seguridad personal de Bin Salmán y había acabado estrangulado por accidente.

Todo cambió. No lo suficiente como para MbS renunciara a un pequeño momento de triunfo. No asistió a la sesión inaugural de la conferencia, pero sí se presentó unas horas más tarde para recibir una ovación de los asistentes al acto y hacerse unos selfies con algunos de ellos.

Fueron sólo 20 minutos los que pasó en la conferencia. Lo suficiente para tener su momento de triunfo ante un público que no está interesado en conocer lo que ocurrió dentro del consulado ni en el destino de todos aquellos que han sido detenidos por defender los derechos humanos en el país.

«Dentro de un año, alguien va a preguntar dónde están los ingresos. No vamos a poner nuestra relación en peligro por esto», dijo al NYT Henry Biner, directivo de la empresa de Boston P/E Investments. Al menos, tuvo el buen gusto de decir que la muerte de Khashoggi era «horrorosa».

El problema más inmediato para Bin Salmán es que la audiencia de los Henry Biner la tiene ganada por muchos disidentes que mueran a manos de sus guardaespaldas. El público que cuenta se reduce a corto plazo a una sola persona, el presidente de EEUU.

Es cierto que Trump presenta un asesinato a sangre fría como si fuera una operación fallida de marketing. «Un mal concepto original», por la eliminación de un molesto disidente refugiado en Washington. «Mal ejecutada», por haber matado a alguien sin garantizar el secreto. «El encubrimiento fue uno de los peores en la historia de los encubrimientos», por la sucesión de mentiras difundidas por orden de Bin Salmán hasta que su padre, el rey, asumió el control de la situación.

El Departamento de Estado ha anunciado sanciones algo menos que simbólicas contra las personas detenidas en Arabia Saudí por su relación con el crimen: anular sus visados para entrar en EEUU. Es un castigo ínfimo comparado con la magnitud de los hechos o quizá un intento de impedir que el Congreso adopte castigos más severos.

En cualquier caso, es probable que dentro de algún tiempo veremos a Trump haciéndose una foto con Bin Salmán. Pero esa vez no será un selfie.

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