El supermartes de Trump

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La «misión desesperada» del Partido Republicano para detener a Donald Trump fracasó en el supermartes. El millonario consiguió lo que quería y necesitaba, no tanto como para dar por cerradas las primarias, pero sí lo suficiente como para pensar que tiene que pasar algo espectacular, dramático o inesperado para que él no sea el candidato del partido. Algunos medios norteamericanos insisten en que si Trump sufre un desastre autoinfligido, todo puede cambiar. Es toda una obviedad, lo que revela hasta qué punto algunos de ellos siguen dando palos de ciego a la hora de analizar el fenómeno de Trump.

Incluso los resultados de sus principales rivales le han beneficiado en la medida de que les permite seguir adelante, es decir, mantener la ficción de que pueden superar a Trump en el número de delegados. Ted Cruz ganó en su Estado, Texas, además de en Oklahoma. Le concede una suma interesante de delegados, pero ningún impacto político extra a lo previsible. Marco Rubio consiguió la primera victoria, en los caucus de Minnesota, un premio ínfimo para la gran esperanza del establishment del partido y de muchos medios de comunicación.

Cruz entra ahora en territorio menos propicio, menos estados del sur con un alto porcentaje de cristianos evangélicos. Y de Rubio es difícil decir algo que suene alentador para sus expectativas. Lo que tiene ante sí para dentro de 15 días es un match-ball: si pierde en Florida, donde es senador, debería olvidarse de todo.

Las derrotas en el supermartes son aún más gravosas porque Rubio había cambiado de estrategia de ataque. Durante meses, se había cuidado mucho de atacar a Trump (el millonario es como una serpiente de cascabel, sólo te ataca si le amenazas). Luego empezó a ser más crítico, y en los últimos días intentó ser más hiriente con insultos personales (incluso con referencias a eso que se dice sobre los hombres con las manos pequeñas; el debate de las ideas, lo llaman), sobre todo después de que Trump comenzara a llamarle «Little Rubio». Resultado: otra paliza encajada. Ha llegado el punto en que sus padres deberían decirle que es hora de volver a casa.

Trump está crecido. Aún más. Ya hasta se permite enviar amenazas directas a Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes: si no nos llevamos bien, va a pagar un precio muy alto. Sus siete victorias en Alabama, Georgia, Massachusetts, Tennessee, Arkansas, Vermont y Virginia son significativas porque revelan que es un candidato aceptado por el ala más derechista del partido en el Sur, sin que eso signifique que es débil, como Cruz, en otras zonas del país. Su victoria en Massachusetts apunta en la misma línea de los resultados que los sondeos le dan en futuras citas en la costa Este o el Medio Oeste.

No llega al 50% de los votos en ningún Estado, pero eso es irrelevante ahora mismo. En una competición con varios candidatos el voto se fragmenta inevitablemente. Ocurre en todas las primarias. Sólo cuando el favorito se queda solo o casi empieza a alcanzar porcentajes mayoritarios. Los analistas indican que si alguno de sus rivales hubiera abandonado, el efecto todos contra Trump sería eficaz. Olvidan que Cruz es un candidato muy poco atractivo para alguien que no sea ultraconservador. Y que si se retira Cruz, es muy posible que una buena parte de su electorado se vaya con Trump.

El dato más relevante en las tripas de los sondeos hechos el martes en los estados que votaron es la supremacía de Trump entre los votantes sin estudios universitarios, hasta un 62% en el caso de Massachusetts. Ese es un electorado al que le da igual lo que digan los medios, si acaso los programas de radio tipo talkshow, un poco menos Fox News, y que parece que ha comprado por completo el mensaje nacionalista del millonario contra las élites republicanas.

Y si una conspiración evidente –tiene que serlo para que funcione– deja a Trump sin los delegados necesarios y se celebra una «convención abierta» en la que todos los elegidos pueden votar a quien quiera, ese electorado que está entusiasmado por el millonario tendrá serios motivos para sentirse traicionado y quedarse en casa en noviembre. O bien votar en masa a un Trump que se presentaría como candidato independiente.

¿Cómo quedan las primarias demócratas tras el supermartes? Muy desequilibradas en favor de Hillary Clinton, desde luego. El Partido Demócrata es una coalición multirracial en la que las comunidades negra y latina cuentan con un porcentaje decisivo en varios estados. Bernie Sanders viene de un Estado mayoritariamente blanco en la Costa Este. No se le conocía hasta ahora una preocupación destacada por los problemas específicos de esas comunidades. Su mensaje ideológico necesita más tiempo del que dispone para echar raíces en ellas. Entre los votantes latinos de Texas, el 71% votó a Clinton.

Eso no quiere decir que Sanders vaya a retirarse. Aunque la suma de delegados le presente un panorama imposible, la suya es una campaña ideológica. Cuanto más tiempo esté en la batalla, más condicionará desde la izquierda a Clinton. Puede ocurrir que, en caso de enfrentarse a Trump, Clinton tenga la tentación de girar el centro de su candidatura hacia la derecha para recabar el apoyo de republicanos moderados (si es que existen aún). La presencia de Sanders hará más difícil ese desplazamiento.

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