El terrorismo racista es una amenaza global

El autor de la matanza contra la comunidad musulmana de Christchurch, Nueva Zelanda, tenía un objetivo claro: «incitar a la violencia, la venganza y una mayor división». El mismo sueño con el que el racismo blanco se está manifestando en los últimos años en varios países del mundo, con mucha frecuencia de forma violenta, y que denuncia una conspiración global con la que dejar a la raza blanca sin la superioridad política y económica que ha disfrutado en los últimos siglos.

Esa paranoia se manifiesta de muy diferentes formas. No todos sus propagandistas aspiran a la eliminación física de sus adversarios. En Europa, los partidos que gobiernan en varios países de Europa del Este sostienen que existe un plan –apoyada por la Unión Europea, nada menos- para borrar a la Europa cristiana a través de la inmigración procedente de países musulmanes y con la intención de que esos nuevos ciudadanos favorezcan a partidos de izquierda en las elecciones. Lo vemos con frecuencia en los mensajes de Fidesz en Hungría y Ley y Justicia en Polonia.

Esa propaganda no es una incitación directa a cometer asesinatos. A fin de cuentas, esos partidos ostentan el poder en esos países y tienen la responsabilidad de mantener la ley y el orden. Lo que sí hacen es legitimar el discurso racista y xenófobo en el que otro –habitualmente de piel oscura– es una amenaza para el estilo de vida ‘propio’.

En las zonas más extremistas de ese discurso, no existe ningún problema en apelar a la violencia. No es una amenaza hipotética, sino muy real. En la última década, el 73% de los asesinatos de intención política extremista en EEUU han sido ejecutados por la extrema derecha, frente al 23% de inspiración yihadista o el 3% procedentes de la extrema izquierda, según datos recopilados por Ali Soufan, exagente del FBI y hoy consultor sobre antiterrorismo.

A pesar de esta realidad, no es extraño descubrir que en la mayoría de las informaciones de los medios norteamericanos –no es muy diferente en Europa– las noticias sobre terrorismo siguen centradas en el de carácter yihadista. La derrota completa de ISIS en el campo de batalla en Irak y Siria no ha impedido que se siga prestando más atención a esa amenaza, que es real, a cuenta del riesgo que suponen los antiguos combatientes que viajaron a Oriente Medio si regresan a Europa.

Durante mucho tiempo, se ha hablado de internet como la gran universidad yihadista, donde cualquier persona de confesión musulmana podía encontrar la inspiración y además la preparación técnica para realizar atentados indiscriminados. Se ha prestado menos atención al hecho de que internet es tan útil o más para personas o grupos de ideología neonazi, fascista o racista, o todas esas cosas al mismo tiempo.

El autor del atentado de Nueva Zelanda, que se identifica como un australiano de 24 años, lo dice en un texto de 74 páginas que colgó de su página de Facebook y que enlazó desde un foro de ideas ultras. Se pregunta a sí mismo dónde se puede encontrar material sobre sus convicciones: «Internet, desde luego. No encontrarás la verdad en otro sitio».

«El Gobierno de EEUU y la comunidad (global) de servicios de inteligencia no están reconociendo el supremacismo blanco como una red terrorista violenta y global que se está extendiendo a muchos países occidentales, incluido EEUU», dice Soufan en este artículo. «Tenemos que comenzar a trabajar con nuestros aliados en el extranjero y compartir información para combatir el terrorismo de extrema derecha de una forma muy similar a la cooperación que existe contra el terrorismo yihadista. Si se comparte información a ese nivel, es muy poca a pesar de que estamos hablando de una red internacional».

Es frecuente que cuando se producen atentados de este corte, la primera versión común entre políticos y medios de comunicación consista en referirse a problemas mentales con la intención de definir estos actos como aberraciones protagonizadas por individuos solitarios. El autor de la masacre neozelandesa lo desmiente con el texto de su ‘manifiesto’. Difundir su contenido íntegro puede interpretarse como una forma de extender ese mensaje de odio –por lo demás, será imposible impedir que pueda encontrarse en múltiples sitios de internet–, pero es necesario conocerlo y en especial que las autoridades lo utilicen para ser conscientes de la gravedad del problema.

El autor del texto se vio particularmente influido por Anders Breivik, el asesino noruego de 77 personas en 2011. No es su única fuente de inspiración. Cita a Dylann Roof, que mató a nueve norteamericanos de raza negra en una iglesia de Carolina del Sur, y a otros terroristas ultras que han cometido crímenes racistas en Europa.

En el coche escuchaba música ultranacionalista serbia dedicada a Radovan Karadzic. Llevaba en la ropa y las armas inscripciones e insignias de grupos ultras, como el Batallón Azov ucraniano de ideología neonazi, y varios nombres entre los que estaba el del fascista español que asesinó a Carlos Palomino en 2007. También nombres de batallas históricas de Europa contra el imperio otomano.

Esa ideología de odio cobra formas muy diferentes, y no todas van a concluir en una matanza contra decenas de personas. Lo que sí es obvio es que definir a los musulmanes, en buena parte nacidos fuera o de origen familiar extranjero, como una amenaza a la sociedad occidental alimenta la idea de que deben ser controlados, vigilados o simplemente extirpados. La islamofobia se ha normalizado con multitud de declaraciones de responsables políticos que no piden el asesinato de los musulmanes, pero que sí afirman de forma nada velada que son un problema o un peligro.

El asesino de Christchurch lo dejó claro en el texto. Los occidentales deben «aplastar la inmigración», deportar a los que no sean blancos y tener más hijos para conjurar el supuesto declive de la raza blanca, como destaca este artículo del NYT.

Ese es un mensaje que llevamos mucho tiempo escuchando en los países occidentales. También en España.

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