La cabeza de caballo en la cama del FBI

En las películas de la mafia, a veces lo importante no es cargarse al enemigo o enviar el mensaje definitivo, sino elegir la forma adecuada de hacerlo. No es suficiente con enviar a los sicarios. Alguien ha dicho ‘basta’ y tiene que quedar muy claro. Cristalino.

Un periodista de NBC habló con alguien con experiencia en servicios de inteligencia sobre la forma en que Donald Trump se cargó al director del FBI dejando a políticos y periodistas con la boca abierta ante este arrebato de furia presidencial.

«De la forma en que se hizo, creo que fue para enviar un mensaje a los agentes del FBI. No es sólo que lo destituyeran, es que lo hicieron de la forma más humillante y agresiva posibles. Sin aviso, sin nada, una ejecución inmediata. El guardaespaldas entrega la carta en la sede. Creo que se hizo para enviar un mensaje: acabad con esta mierda o todo esto os puede pasar a vosotros. Es como poner una cabeza de caballo en la cama».

La cabeza de James Comey –elegido en 2013 para un mandato de diez años– no es cualquiera. Era uno de los mejores caballos de carreras del aparato de seguridad de EEUU. Si ni siquiera él estaba seguro, ¿qué pueden esperar todos los que estaban por debajo en el escalafón?

Ese guardaespaldas era Keith Schiller, jefe del equipo personal de seguridad de Trump desde hace muchos años y que ahora forma parte del personal de la Casa Blanca. Se había convertido en un asunto muy personal para el presidente. Para el momento de disparar la última bala, eligió a uno de los suyos.

El informe en que el fiscal general y su segundo describían los errores que podían justificar el cese sólo pretendía vestir la decisión que ya había tomado un Trump enfurecido y quizá nervioso. En cuestión de muy pocos días, había decidido que había que desembarazarse de Comey.

¿Cuál fueron las razones? Según CNN, hubo dos factores fundamentales. Comey no había mostrado a Trump la lealtad que le exigía (quizá porque no había cumplido la orden o sugerencia de poner fin a la investigación sobre presuntas relaciones con Rusia de personas cercanas al presidente), y esa investigación no sólo no se estaba cerrando, sino todo lo contrario.

Sólo unos días antes, Comey había solicitado al Departamento de Justicia más fondos para la investigación, según varios medios, señal de que quería dedicar más agentes a las pesquisas. Se habían entregado citaciones a personas relacionadas con James Flynn, el consejero de Seguridad Nacional que tuvo que dimitir, en relación a la investigación ya en marcha ante un gran jurado. Eso no quiere decir que los procesamientos fueran inminentes, pero sí que todo seguía en marcha a un ritmo que no gustaba nada en la Casa Blanca.

La idea de que el director del FBI fue despedido por su ciertamente confusa actuación a lo largo de la campaña electoral en relación a la investigación de los emails de Clinton queda desmentida de inmediato por las numerosas muestras de apoyo que recibió del mismo Donald Trump.

Los demócratas se han lanzado a pedir un fiscal especial independiente para ocuparse de toda la investigación que tenía Comey entre manos. Alguien que formalmente esté fuera del control de la Casa Blanca. Trump no lo permitirá. Es una decisión que puede tomar el fiscal general, que resulta ser ahora Jeff Sessions, un exsenador que apoya hasta el final a Trump. Pero Sessions se recusó a sí mismo de cualquier decisión en relación a la posible intervención de Rusia en la campaña, lo que por cierto no le ha impedido recomendar la destitución del director del FBI, cuya sentencia de muerte tiene que ver precisamente con… la investigación de la posible intervención de Rusia en la campaña.

Su número dos –el fiscal general adjunto Rod Rosenstein–sí es un profesional de la justicia sin una evidente afiliación partidista. Pero una decisión tan grave como la de nombrar un fiscal especial, que es como aceptar que el Departamento de Justicia no puede hacer su trabajo, sólo se toma bajo una fuerte presión política. Es decir, cuando es inevitable.

Los senadores republicanos, algunos con muchas dudas, no van a presionar a la Casa Blanca para que tome una decisión de ese calibre cuando Trump no lleva ni cuatro meses en el poder. Jeff Greenfield, un periodista muy veterano que seguro que se conoce el Watergate de memoria, ha recordado que el escenario político de entonces no es como el que se está viviendo ahora.

Es cierto que el cese de Comey recuerda a la destitución del fiscal especial del Watergate, forzada por Nixon, un momento en que el presidente perdió todo el crédito que le quedaba, incluso dentro de su propio partido. Aun así, Greenfield apunta varias diferencias notables.

El Senado estaba en manos de los demócratas y ya había celebrado audiencias públicas sobre el caso. Dos de los principales asesores de Nixon habían tenido que dimitir al ser sospechosos de haber participado en el encubrimiento de graves delitos. Se sabía que el despacho oval contaba con un sistema de grabación de las conversaciones, una mina inagotable para cualquier investigación. En esos momentos, y tras los ceses de lo que se llamó la matanza del sábado noche, los medios de comunicación formaban un frente unido contra Nixon.

Varios de esos factores no se están produciendo ahora, o al menos no con la misma intensidad. El presidente tiene aún muchas formas de meter miedo. Lo único que está claro es que Trump está dispuesto a utilizarlas todas. Nadie quiere recibir la visita de Keith Schiller con un sobre que lleve el sello de la Casa Blanca.

13.30

Al otro lado del planeta, Putin tuvo tiempo para negar que toda esta polémica tenga algo que ver con Rusia. La escena es más curiosa porque el presidente ruso aparece vestido para la ocasión (jugó un partido benéfico de hockey sobre hielo).

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