La fiesta de la democracia zombi en Catalunya

No se lo van a creer pero antes de que se vote en Catalunya ya hay mucha gente pensando que es muy posible que no sirva para nada y que haya que convocar elecciones anticipadas dentro de algún tiempo. Es una forma innovadora de fomentar la participación electoral. Por otro lado, no se trata de un enfoque nihilista de la política catalana, sino que proviene de un examen realista sobre las posibilidades de que los diputados elegidos puedan cumplir su primer propósito: elegir un Gobierno que tenga mayoría parlamentaria y la capacidad de hacer lo que hacen los gobiernos, sacar adelante leyes y decretos, ese tipo de cosas. A los ciudadanos sólo se les pide que fichen en la ‘fiesta de la democracia’ con un poco de cuidado para no acabar en la UCI. Esperar algo más de ese rito se considera una extravagancia propia de gente poco informada.

Todo esto no quiere decir que no haya incógnitas por despejar, algunas muy significativas. Saber si Esquerra alcanzará la mayoría de edad y podrá superar en votos a los herederos de Jordi Pujol en unas elecciones autonómicas. Comprobar si Salvador Illa conseguirá que el PSC se convierta en la fuerza más votada, algo que sólo se podría prever hace cinco años si se tenían las facultades mentales seriamente perturbadas. Ver si Vox puede empatar o incluso superar al PP, lo que supondría una derrota catastrófica para la dupla Casado-Díaz Ayuso.

¿Pero lo de formar un Gobierno de coalición que gobierne de forma estable y coherente durante un mandato de cuatro años? Eso ya sería ciencia-ficción.

«La política en Catalunya vive un desfondamiento brutal. Hay algo de realidad zombi: pensar que el procés está muerto y está medio vivo, pensar que hay una alternativa al independentismo, cuando en realidad no hay una alternativa parlamentaria mayoritaria al independentismo», explica el escritor Jordi Amat en una entrevista en El Salto.

Es un empate permanente con dos bloques bastante definidos que se neutralizan entre sí. Pero las diferencias internas dentro de cada bloque les impiden utilizar su fuerza en favor de una estrategia común.

Son bloques zombis en un panorama político zombi congelado por vetos cruzados. Se mueven con dificultad hacia ninguna parte. O en círculos, siempre volviendo a la casilla de salida.

JxCat y ERC aspiran a repetir la mayoría independentista, para lo que necesitarán a la CUP, una ayuda que no tienen garantizada y que en el pasado les ha costado algunos disgustos. Hace unos meses, se daba como probable que la gestión o falta de ella de Quim Torra iba a dar una vuelta a ese orden y colocar por delante al partido de Oriol Junqueras. Ninguna encuesta ponía por delante a Carles Puigdemont en los anteriores comicios y eso fue lo que pasó. Ahora algunos sondeos indican que ambos partidos se encuentran en un empate técnico. Los de ERC no se pueden creer que les vaya a pasar lo mismo.

Esquerra siempre ha dicho que el independentismo debe armar una nueva estrategia después del 1-O con la que aumentar apoyos en la sociedad y superar así el veto del Estado a un nuevo referéndum. En JxCat, les miran divertidos. Ellos nunca han necesitado estrategias ni conceptos tan rebuscados. Les vale con seguir apostando por la lógica de la confrontación y la desobediencia, porque la independencia llegará por sí sola.

Es lo que en ERC llaman «independentismo mágico». Sólo hay que apretar los puños y desearlo para que suceda.

El temor de ERC a ser adelantado una vez más por el partido de Puigdemont es tan grande que ha accedido a firmar un documento con sus aliados/enemigos por el que se compromete a vetar al PSC en un acuerdo de gobierno. Cada partido pacta con quien quiere, así que por ahí no hay mucho que reprochar. Lo malo es que suscribir ese texto es como reconocer que nadie se puede creer las decenas de veces en que ellos habían descartado de todas las formas posibles gobernar con Illa, incluidas frases nada ambiguas de Junqueras. Cuando un partido acepta que se dude de la palabra de su máximo líder, es que está muy asustado.

La candidata de JxCat, Laura Borràs, está imputada por un delito de corrupción en el Tribunal Supremo por ser aforada. La Fiscalía le acusa de beneficiar a un amigo con 18 contratos por valor de 260.000 euros cuando presidía la Institució de les Lletres Catalanes. Preguntarle sobre ese asunto en la campaña ha sido una misión ardua para los periodistas. Borràs considera intolerable que le cuestionen por eso: «¿Está dando credibilidad a los informes de la policía patriótica? Porque yo no se los doy».

Entre las pruebas recogidas en el sumario, hay correos escritos por ella con su amigo de destinatario. Buena suerte si Borràs cree que la CUP no va a tener ningún inconveniente en apoyarla para elegirla presidenta. Quizá piense que si le funcionó a Jordi Pujol con Banca Catalana, ¿por qué no a ella?

Al final, Salvador Illa sí ha confirmado que existía el efecto con el mismo nombre. Si hay que creer a los sondeos, permitirá al PSC llegar a un porcentaje de votos que antes estaba fuera de sus posibilidades. Otra cosa es que el rechazo tajante de ERC a cualquier pacto con los socialistas en Catalunya puede hacer que le sirva tanto como a Ciudadanos en las elecciones anteriores. Moncloa podrá cantar victoria, de esas que a la semana no han dejado ningún rastro.

En los márgenes de la tarta electoral quedan los partidos que aspiran a frenar a Illa haciéndose con los restos del siguiente naufragio de Ciudadanos. Tanto le ha preocupado al PP la aparición del exministro que ha terminado por crear su propia teoría de la conspiración sobre el candidato socialista. No que haya nacido en Kenia, como Barack Obama, sino que se vacunó en secreto.

Los diputados del PP se lanzaron en masa a exigir a Illa que demostrara que es inocente. Ellos no se sentían obligados a presentar pruebas de lo contrario. En la línea de lo que se cocina en la derecha trumpiana, un exasesor de Toni Cantó ha difundido un certificado falsificado que quería demostrar que Illa había dado positivo en una prueba PCR. Cada día, la política española se parece más a la norteamericana por el lado chungo.

Hablando de falsificaciones, Pablo Casado ha sorprendido en la campaña presentándose como el político del PP que ya estaba en contra de la debilidad del Gobierno de Rajoy en el tema catalán en 2017, aunque tuvo el detalle de no contárselo a nadie entonces. El líder del PP se las prometía muy felices al estar seguro de que continuaría con su objetivo de quedarse con los votos de Ciudadanos. Se llevó varias veces a Isabel Díaz Ayuso a Catalunya para no tener problemas por el flanco de la extrema derecha. Pero ya se sabe que los platos regionales no siempre cruzan bien las fronteras.

Ahora, las encuestas señalan que Vox no sólo entrará en el Parlament, sino que podría igualar o quizá hasta superar al PP en número de escaños. Es difícil imaginar una humillación mayor para el líder de la oposición, al que se le puede poner cara de zombi, pero de los que acaban hechos puré bajo las ruedas del vehículo que conducen los protagonistas de la película. El estilo de ataques incendiarios en política no carece de limitaciones. Siempre hay alguien que lleva un cóctel molotov más grande.

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