La ofensiva de los oligarcas ucranianos

El desenlace de la crisis ucraniana dista aún de estar claro, pero hay una cosa que parece fuera de toda duda. Los oligarcas de ambos lados han decidido tomar la iniciativa. Sé que el concepto ‘ambos lados’ es discutible en este caso. Su prioridad no es ideológica. La violencia, el conflicto civil, el riesgo de partición del país… todas esas cosas son malas para los negocios. Tanto los que apoyan al actual Gobierno de Kiev como los que financiaban al partido de Yanukóvich tienen mucho que perder si la situación no se tranquiliza. Dinero, básicamente.

La semana pasada, miles de mineros y trabajadores de las empresas siderúrgicas de Mariupol tomaron el control de la ciudad y acabaron con los controles situados por los grupos prorrusos que desafiaban al Gobierno central. No fue la única localidad en la que comenzaron a desplegarse. Casi todos ellos trabajaban en las empresas propiedad del hombre más rico del país, Rinat Akhmetov, amigo personal de Yanukóvich en el pasado y generoso donante de fondos al Partido de las Regiones.

No fue una iniciativa desorganizada y espontánea. Distintas fábricas se repartieron el control de la ciudad. No hay que creer en conspiraciones para saber que habían recibido órdenes. Alguien les había dicho que los puestos de trabajo peligraban si continuaba la rebelión contra Kiev.

Esta imagen es del martes. Ha ocurrido en Yenakievo, localidad natal de Yanukóvich, donde las fábricas de Akhmetov han realizado un paro en favor del fin del conflicto.

La corporación de Akhmetov ha anunciado que continuará pagando sus impuestos al Gobierno central. Esa es una ayuda que no se puede subestimar.

«La inmensa mayoría de los mineros está contra los separatistas. Saben que de esa manera perderán sus empleos», dijo Mikhailo Volynets, que preside la principal confederación de sindicatos. Volynets firmó el 19 de mayo, junto a los líderes de otros cinco sindicatos, un comunicado en el que reclamaba a los trabajadores del este de Ucrania que unieran sus fuerzas contra los «separatistas», que habían bloqueado el transporte ferroviario de productos industriales. Eso era supuestamente lo último que estaban dispuestos a tolerar porque podía obligar al cierre de fábricas.

En marzo conté cómo casi todo lo que ha ocurrido en Ucrania desde los años 90 ha tenido que ver con la conexión entre oligarcas y políticos: la entrada de Timoshenko en política, los primeros escándalos de corrupción que acabaron con un primer ministro huyendo del país, el cisma entre Yuschenko y Timoshenko (los dos vencedores de la ‘Revolución Naranja’), el control por los empresarios de una buena parte del partido de Yanukóvich…

Lo que está ocurriendo ahora no es una novedad. La población del oeste aspira a que el país se vuelque hacia la UE, la del este teme por sus puestos de trabajo y tiene una fuerte relación histórica con Rusia, los ultranacionalistas tienen ahora una influencia en el Gobierno central de la que nunca han gozado, un grupo reducido de ultraderechistas impone su violencia ante el absentismo de las fuerzas de seguridad, la Iglesia ortodoxa está dividida entre su lealtad al patriarcado de Moscú o el de Kiev.

Todo eso es cierto, pero los políticos del país han demostrado a lo largo de gobiernos de distinto signo su dependencia absoluta de los grandes multimillonarios que, aunque sus fortunas surgen en su mayoría del desarrollo industrial del Este de Ucrania, no tienen más patria que el dinero, además de una cierta confianza en que el país siga manteniéndose unido (eso es bueno para el negocio).

En Kiev, varios sondeos para las elecciones del domingo, si llegan a celebrarse, dan como claro favorito al empresario Petro Poroshenko, al que llaman el ‘rey del chocolate’. Forbes le asignó una fortuna de 1.000 millones de dólares en 2012, no sólo por los dulces, claro.

Además de sus negocios, Poroshenko cuenta con experiencia política anterior. Fue ministro de Exteriores con Yushchenko y ministro de Economía con Yanukóvich. Tiene intereses empresariales en Rusia. Algunos medios han informado que ha estado en contacto con el Gobierno ruso para explicarle sus planes. De ahí que se deduzca que esa es la razón de los mensajes de Putin de las últimas dos semanas. Justo antes de la consulta por la autodeterminación que se celebró en varias ciudades del Este, el presidente ruso dejó claro que el caso de Crimea no era un precedente para el resto de Ucrania. Los grupos que pedían la autodeterminación o incluso la anexión a Rusia se sintieron abandonados.

Poroshenko está considerado prooccidental y es partidario de la adhesión en el futuro a la UE, pero también ha dicho hace unos días que se opone a la celebración de un referéndum sobre la unión a la OTAN. Quizá sea sólo inteligente y sepa que cualquier discusión sobre la OTAN sólo sirve para enfurecer a Moscú y no aporta nada en estos momentos a la estabilización del país.

Por definición, los oligarcas ucranianos quieren tener buenas relaciones con Rusia en la medida de lo posible, pero también necesitan mantenerla a distancia. Ya saben que allí los multimillonarios deben prestar sumisión a los intereses políticos del Kremlin, y los que no lo hacen tienen serios problemas con la justicia.

En Ucrania siempre ha sido muy diferente.

16.00

Una cosa es que los dueños de las empresas toquen a rebato y otra, que todos y cada uno de sus trabajadores les sigan. Según el FT, la asistencia a las concentraciones por la unidad de Ucrania convocadas por  Akhmetov no ha sido espectacular. El Gobierno de Kiev cometería un grave error si pensara que cuenta con el apoyo de la mayoría de los habitantes de la zona este del país. Más bien, ocurre al contrario.

Foto: Trabajadores de una planta siderúrgica de Mariupol propiedad de Akhmetov en una concentración por el fin del conflicto el 20 de mayo.

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