Lea mis labios: ¿pagará Rajoy el mismo precio que Bush?

George H.W. Bush comenzó a hundir sus posibilidades de reelección al incumplir su famosa promesa: «Lea mis labios. No más impuestos», había dicho en la convención republicana de 1988. Llegó la negociación del presupuesto de 1990, los demócratas tenían mayoría en el Congreso y Bush se vio obligado a pactar un aumento fiscal. El ala derecha del partido decidió de inmediato que el presidente no era uno de los suyos. Bush tuvo que sufrir la afrenta de tener un rival en las primarias republicanas, Pat Buchanan, algo muy poco habitual en un presidente que busca la reelección.

¿Por qué Bush pagó un alto precio político cuando por ejemplo Ronald Reagan también subió impuestos y los conservadores nunca le pasaron factura? ¿Puede Rajoy pasar por el mismo calvario tras vulnerar sus promesas sólo una semana después de llegar al poder?

La respuesta tiene dos partes. Por un lado, está la credibilidad del político y por otro, cuál es el relato informativo que se impone en la opinión pública tras el giro.

Por seguir con el ejemplo de Reagan, los republicanos conocían de sobra sus ideas sobre impuestos. La línea que separa la traición del movimiento táctico forzado por las circunstancias es muy fina, y de entrada hay que mirar a la credibilidad del personaje entre sus seguidores, en primer lugar, y después entre los votantes.

Bush, vicepresidente con Reagan, era consciente de la debilidad conceptual de las ‘reaganomics’. Pensaba que el aumento de la deuda hacía muy difícil negarse a subidas fiscales si el crecimiento de la deuda se desbocaba.

En el primer mandato de Reagan, se habían reducido impuestos pero el Gobierno no impuso la reducción de gasto prometida en campaña. El primer director de la Oficina Presupuestaria con Reagan, David Stockman, lo contó en el libro ‘El triunfo de la política’. La deuda federal se triplicó porque los republicanos no aplicaron al recorte de gasto la misma pasión que llevaron a cabo con la reducción de impuestos. Había muchos congresistas que se negaban a renunciar a las subvenciones que llegaban a sus estados, había muchos intereses creados en el Partido Republicano. Aunque el gasto social se redujo con claridad, el descenso nunca llegó a los niveles necesarios para equilibrar el presupuesto, en especial en una época en la que se produjo un espectacular incremento del gasto militar.

Bush lo sabía, la prensa sabía que Bush lo sabía y los republicanos sabían que un político pragmático como él era sospechoso en el termómetro ideológico.

Eso es un problema para Rajoy, porque nadie lo tomaría por un ideólogo. En los distintos escalones de su Gobierno, hay políticos que han propugnado, por ejemplo en las publicaciones editadas por la FAES, una revisión a la baja del Estado de bienestar. Las convicciones ideológicas de Rajoy son las de un conservador tradicional, las de un político de provincias acostumbrado a repartir subvenciones a sectores económicos cercanos al PP. No se recuerda su paso por distintos ministerios en los gobiernos de Aznar por sus decisiones políticamente arriesgadas. En eso, Rajoy no es un bicho raro. Ya se sabe que en España la derecha, un poco al modo de Francia, es más conservadora que liberal.

El sector liberal en el PP es menos influyente que entre los conservadores norteamericanos y británicos, donde pagar impuestos se considera una afrenta difícil de soportar. Hay pocos que creerán que subirlos supone para Rajoy un trago amargo, que es lo que se creía en EEUU en el caso de Reagan.

Rajoy tiene la ventaja de que, más ahora que nunca, tiene controlado a todo el partido. Bush no podía decir lo mismo. Si los líderes republicanos del Congreso hubieran apoyado el acuerdo presupuestario, aunque fuera a regañadientes, quizá el daño habría sido menor. Pero cuando todo estaba previsto para la firma uno de los congresistas más importantes abandonó de improviso la Casa Blanca. Era Newt Gingrich, que rechazó en público la subida fiscal, un movimiento sobre el que asentó su carrera posterior, que culminó con la victoria republicana en las legislativas de 1994 y su elección como presidente de la Cámara de Representantes.

La segunda variante es más difícil de definir. Depende de la impresión que cale entre los medios de comunicación y la opinión pública a cuenta del giro de 180 grados de Rajoy. Hoy, tanto Javier Arenas como la ministra de Trabajo, Fátima Báez, han desarrollado el que será el primer capítulo de la respuesta del PP: acusar al Gobierno de Zapatero de no contar la verdad en el traspaso de poderes, al que hasta ahora llamaban modélico, sobre el déficit.

Sin embargo, el propio Montoro dijo ayer que la desviación en las finanzas del Estado sobre el objetivo del déficit previsto para 2011, un 6%, es de sólo unas décimas, por lo que hay que buscar en las autonomías la razón de que sea en realidad cercano al 8%. La mayoría de esas CCAA están gobernadas por el PP, algunas desde hace muchos años. Sólo cabe una duda: o Arenas (sí, ese Arenas) está mintiendo o los presidentes autonómicos del PP han mentido a Rajoy sobre el verdadero estado de sus cuentas. La segunda opción parece francamente poco probable.

Un PSOE en estado agónico, de momento sin líder, hará bien en martillear sobre esta promesa rota. No podrá restar legitimidad a la victoria del PP en las urnas, pero sí credibilidad al Gobierno que ha salido de ellas.

Si en marzo, o en algún momento del 2012, Rajoy se ve obligado a subir el IVA para alcanzar el objetivo del 4,4% de déficit a fin de año, la presión sobre el PP se redoblará al quedar de manifiesto la diferencia entre lo que dijo que iba a hacer y lo que hace.

En los próximos meses, veremos una fuerte ofensiva propagandística del PP para conjurar ese desgaste. Más allá de elementos anecdóticos, como la portada de La Razón, su partido no puede confiar en la solidez ideológica de Rajoy para superar el temporal. El PP se aplicará en las técnicas de agitación y propaganda con el fin de tapar el primer flanco abierto en su coraza a pocas semanas del triunfo electoral.

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Un ejemplo de la presión que tendrá que aguantar Rajoy por la subida fiscal. La foto elegida en la portada de El Mundo y la elección de la palabra ‘hachazo’ son todo un primer aviso.

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