Lo que ocurrió en la plaza de Tiananmén

«Fue hace 25 años cuando las tropas chinas llevaron a cabo una sangrienta represión sobre miles de manifestantes prodemocracia en la plaza de Tiananmén». Así empieza un resumen de los artículos publicados entonces en The New York Times.

No exactamente.

Una de las imágenes que mucha gente mantiene en su memoria sobre los acontecimientos ocurridos en 1989 es la de los soldados abriendo fuego contra los miles de estudiantes que en un ambiente festivo llevaban semanas ocupando la plaza. No es que hubiera imágenes, pero es lo que aparecía en la mayoría de las crónicas.

Hace muchos años, el periodista de The Washington Post Jay Mathews, que estaba entonces en Pekín y que años atrás había sido corresponsal en China, dio una versión completamente diferente. La represión se produjo, pero no en Tiananmén. En 1998, Mathews escribió:

«Unas pocas personas quizá murieron en tiroteos aislados en calles cercanas a la plaza, pero todos los relatos confirmados de testigos indican que los estudiantes que siguieron en la plaza cuando llegaron las tropas pudieran abandonarla sin problemas. Sí murieron centenares de personas esa noche, la mayoría trabajadores y residentes (de Pekín), pero en un lugar diferente y en otras circunstancias.

El Gobierno chino calculó que se habían producido 300 bajas. Las estimaciones hechas por fuentes occidentes elevan algo esa cifra. Muchas víctimas murieron tiroteadas por los soldados en la prolongación de Changan Jie, en la Avenida de la Paz Eterna, a una milla al oeste de la plaza, y en enfrentamientos aislados en otras zonas de la ciudad, donde, habría que añadir, unos pocos soldados murieron en palizas o quemados por trabajadores enfurecidos».

La mayoría de los periodistas, incluido Matthews, estaba en ese momento en otros lugares de la ciudad o habían sido expulsados antes de la plaza por las fuerzas de seguridad.

Su relato no cambia los hechos básicos de lo ocurrido esa noche. El Gobierno chino decidió borrar la protesta de Tiananmén y estaba dispuesto a asumir el coste en vidas humanas que fuera necesario. Hay una diferencia que para Matthews es muy relevante. No fueron estudiantes la mayoría de las víctimas, como apareció en muchas crónicas, sino trabajadores, porque esa era la protesta que más preocupaba al Gobierno y la que quería borrar con la máxima contundencia.

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Las deliberaciones internas de la cúpula china aparecieron reflejadas en ‘The Tiananmen Papers’, una recopilación de las actas de sus reuniones sacadas de China de forma clandestina. Fueron editadas por dos expertos en China, Andrew J. Nathan y Perry Link, aunque otros especialistas cuestionan su veracidad (aquí un resumen aparecido en Foreign Affairs). En ellas, se aprecia cómo el Comité Ejecutivo del Politburó se encontraba dividido sobre la respuesta que debía dar a la movilización de Tiananmén. El secretario general del partido, Zhao Ziyang, estaba en contra de medidas de fuerza y creía que era posible reconducir la crisis a través del diálogo con los estudiantes, porque no representaban una amenaza al monopolio del poder del partido, sino una corriente patriótica favorable a una mayor democratización.

Otros sectores de la dirección, en especial Li Peng, mostraban una actitud radicalmente opuesta. La clave es que contaron con el apoyo de los estadistas ancianos, los antiguos altos cargos dirigidos por Deng Xiaoping, que aunque no se ocupaban ya de la gestión diaria del Gobierno, conservaban una autoridad incuestionable en esos momentos de crisis, además de contar con la confianza plena del Ejército. Con el apoyo de sus pares, Deng ordenó la destitución de Zhao y su sustitución por Jiang Zeming.

En una de sus intervenciones, anteriores al cese de Zhao y a la represión, Deng ya había dejado clara su posición el 25 de abril:

«Esto no es un simple movimiento estudiantil. Los estudiantes llevan diez días provocando este tumulto, mientras nosotros hemos sido tolerantes. Pero las cosas no han funcionado como pensábamos. Una pequeña minoría está manipulando a los estudiantes. Quieren confundir a la gente y llevar el país al caos. Esta es una conspiración bien planificada cuyo auténtico objetivo es rechazar al Partido Comunista y el sistema socialista en los niveles más básicos. Debemos explicar al partido y a la nación que nos enfrentamos a la lucha política más grave».

En otra reunión del 13 de mayo, las diferencias estaban claras:

Zhao: «Me he dado cuenta de que este movimiento tiene dos elementos que debemos considerar. En primer lugar, los eslóganes de los estudiantes apoyan la Constitución, están a favor de la democracia y en contra de la corrupción. Estas reivindicaciones están en línea con lo que reclaman el partido y el Gobierno, por tanto no podemos rechazarlas sin más. En segundo lugar, el número de manifestantes y de sus partidarios es enorme, e incluye a gente de todos los sectores de la sociedad. Por eso, debemos prestar atención a lo que dice la mayoría y aceptar sus puntos de vista básicos si queremos que se calme la situación».

Deng: «El diálogo está bien, pero la clave es solucionar el problema. No puede ser que sean ellos los que nos arrastren. Este movimiento ha durado ya demasiado tiempo, casi un mes. Los camaradas veteranos se están preocupando. (…) Tenemos que mostrarnos decididos. He dicho muchas veces que necesitamos estabilidad si queremos alcanzar el desarrollo (económico). ¿Cómo vamos a progresar si todo es un completo desastre?».

El 17 de mayo, ya con Gorbachov en Pekín en una visita básica para las autoridades chinas, pero que se ha visto desbordada por la protesta de los estudiantes en la plaza y que ahora incluye una huelga de hambre, Deng culpa a Zhao por el agravamiento de la situación:

Deng: «Camarada Ziyang, su intervención del 4 de mayo en la ADB [la reunión de directores del Banco de Desarrollo de Asia] fue decisiva. Desde entonces, el movimiento estudiantil ha empeorado [en el sentido de que ha radicalizado sus posiciones]. Desde luego que queremos construir una democracia socialista, pero no podemos hacerlo con precipitación, y mucho menos queremos todas esas tendencias occidentales. Si mil millones de personas tuvieran elecciones multipartidistas, conseguiríamos un caos parecido a la guerra total que vimos durante la Revolución Cultural».

Deng pretende que se instaure la ley marcial en varios distritos de Pekín. Zhao se opone, y la votación en el Comité Ejecutivo del Politburó del mismo 17 de mayo no arroja un resultado en ningún sentido. Dos miembros votan a favor, incluido Li Peng, dos en contra, y el quinto se abstiene.

Al día siguiente, los dirigentes veteranos del partido se reúnen con los miembros del Politburó para solventar el empate. Zhao decide no asistir a la cita. Se vota a favor de la imposición de la ley marcial.

El 19 de mayo, Zhao visita Tiananmén, De forma emotiva y sabiendo que su suerte está echada, pide a los estudiantes que pongan fin a la huelga de hambre y que abandonen la plaza antes de que sea demasiado tarde. El 20, completamente exhausto, pide una baja médica de tres días.

Se declara la ley marcial en cinco distritos de Pekín sin que eso tenga los resultados deseados por las autoridades. Los manifestantes no parecen dispuestos a ceder. El 21 de mayo, Deng reúne a los dirigentes veteranos y les comunica que Zhao es el responsable de todo el caos y que ya no está en condiciones de continuar ocupando el cargo de líder del partido. El 27 de mayo esos mismos dirigentes deciden destituir a Zhao y colocar en su lugar a Jiang Zemin, jefe del partido en Shanghai. El 2 de junio vuelven a reunirse con lo que queda del Politburó y ordenan acabar con la protesta de Tiananmén por la fuerza.

Unos días después, Li Peng informa al resto de dirigentes del parte de bajas: unos 200 muertos entre estudiantes, manifestantes y habitantes de la ciudad, de los que 36 son estudiantes. También hay 23 muertos entre las fuerzas de seguridad, diez soldados y trece policías. «Nadie murió en la plaza de Tiananmén», dice Li.

Muchos de los análisis que se hicieron en los años anteriores indicaron que el Gobierno chino podía imponer la ley y el orden por la fuerza cuantas veces fuera necesario. La duda estaba en qué pasaría cuando el aumento de la prosperidad hiciera que la creciente clase media terminara reclamando también derechos políticos a la altura de las mayores responsabilidades económicas que el Gobierno les estaba concediendo. Se suponía que al final no se conformarían con ganar más dinero.

25 años después, las cosas no han cambiado demasiado. En un país tan inmenso, no son pocos los conflictos que se producen al denunciarse casos evidentes de corrupción o de abusos por las autoridades, pero nunca han puesto en cuestión el control del país por el partido. El modelo chino de capitalismo ferreamente controlado por un Estado dirigido por el partido comunista continúa gozando de buena salud.

 

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