Trump pone fin al libre comercio como política oficial de EEUU

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Donald Trump ha tardado menos de dos días en tomar su decisión más previsible y al mismo tiempo más reveladora de lo que será su política económica. Anunciar que EEUU abandona el TPP, el acuerdo de libre comercio del Pacífico firmado por los gobiernos de doce países, entre ellos, Canadá, Mexico, Japón, Vietnam, Malaysia y Australia, además de EEUU durante la Administración de Obama.

El pacto no había sido ratificado por el Congreso de EEUU, con lo que no había entrado en vigor. Corresponde al poder ejecutivo enviarlo al legislativo para su votación, con lo que la decisión de la Casa Blanca supone su final en lo que respecta a EEUU. Los demás países podrían continuar con él si quisieran, aunque el acceso al mercado norteamericano era para ellos una de sus principales ventajas.

La realidad es que ya antes de las elecciones el futuro del TPP era dudoso, e inexistente en caso de victoria de Trump. La exitosa campaña de Trump en las primarias republicanas y las críticas de Bernie Sanders a los tratados de libre comercio en las primarias demócratas habían girado por completo el debate sobre estos acuerdos en la política norteamericano. El apoyo al libre comercio ya no era la opción por defecto de la mayoría de los congresistas. Habían comenzado a ser conscientes del coste político de su aprobación.

Antes de eso, Obama había pactado con los líderes republicanos del Congreso en 2015 que se concediera al Gobierno lo que se llama el «fast-track», es decir, los congresistas tendrían la opción de votarlo, pero en su conjunto, sin posibilidad de introducir cambios. La Cámara de Representantes aprobó el «fast-track» por 218 votos a 208 (con 28 demócratas votando en contra). El Senado, por 60 votos a 38 en junio de 2015. Los líderes del grupo demócrata en el Senado se mostraron en contra de la medida, así como la mayoría de los sindicatos.

Fue la última victoria de Obama en relación al TPP. Luego comenzaron las primarias y todo cambió. Los congresistas republicanos, principales aliados de Obama en la aprobación del TPP, se vieron arrollados por Trump, y los demócratas perdieron todo interés en su aprobación.

Hillary Clinton había apoyado el TPP durante su negociación cuando era secretaria de Estado, y también en los discursos que dio en EEUU y el extranjero tras abandonar el cargo. Ya en la campaña descubrió que eso pondría en peligro su candidatura y pasó a expresar sus dudas. Finalmente, pidió que fuera renegociado. Eso era ya imposible, a menos que se pusiera en marcha otra vez todo el proceso, que había consumido los ocho años anteriores. Era una forma de salvar la cara que no le sirvió de mucho.

El cambio de Clinton no resultó muy creíble y tuvo consecuencias probablemente en los tres estados que resultaron decisivos (Pennsylvania, Michigan y Wisconsin) y que dieron la ventaja definitiva a Trump.

En agosto de 2016, Rachel Rothschild, profesora de la universidad de Nueva York, escribió por qué el TPP podía ser decisivo en la caída de Clinton. Su principal crítica: el tratado daba una escasa protección al medio ambiente, la seguridad alimentaria y los derechos humanos (en especial, los derechos laborales). No había en el texto ninguna referencia al cambio climático y los derechos humanos, apuntaba Rothschild, y sí desde luego a los derechos de las corporaciones a denunciar a los gobiernos por sus leyes medioambientales a través de polémicos sistemas de arbitraje.

Si en algo fue coherente Trump en su campaña fue en su rechazo a los acuerdos de libre comercio, en especial en NAFTA firmado con México y Canadá en la Administración de Bill Clinton, al que acusó de ser responsable de la pérdida de innumerables puestos de trabajo en la industria de EEUU. Eso le valió el rechazo inicial de los líderes republicanos, pero ya sabemos lo poco que importó eso. Al final, tuvieron que resignarse a aceptar las ideas de Trump.

Este lunes, Trump ha anunciado el fin del TPP y también el de los acuerdos comerciales multilaterales. A partir de ahora, sólo se negociarán pactos bilaterales con países concretos. El NAFTA correrá un destino similar, aunque esperará antes a reunirse con el presidente de México y el primer ministro de Canadá. Aún desconocemos cuáles son sus alternativas y las de los otros dos países.

Trump se reunió con varios líderes sindicales en la Casa Blanca para el anuncio de su decisión, los mismos dirigentes que en su mayoría hicieron campaña en favor de Clinton. Ahora estaban encantados con la actuación de Trump. «La decisión traza una línea roja que espero que sea el comienzo del programa en favor de los trabajadores, en favor del crecimiento del empleo prometido por el presidente Trump con el fin de dar prioridad al impulso de la industria», dijo Leo Gerard, presidente del principal sindicato de la industria del acero.

En el WSJ, Eswar Prasad, exresponsable del departamento chino en el FMI resume en una frase las conclusiones a las que deben llegar el resto de gobiernos. «Esta decisión abrupta, tan pronto en la Administración de Trump, avisa al mundo de que todas las alianzas tradicionales económicas y políticas de EEUU están abiertas a su revisión, renegociación y posiblemente incluso su cancelación».

El libre comercio como herramienta económica y, fundamentalmente, política ha sido una de las prioridades de EEUU desde 1945. Ha sido una pieza clave del sistema de alianzas trazado por ese país en varios continentes. Eso ocurrió mucho antes de la globalización, pero obviamente se vio acelerado con ella. Se convirtió en una especie de religión oficial de los economistas y los gobiernos, como apunta en este artículo Dani Rodrik, y fueron perdiendo la credibilidad a la hora de responder con argumentos a la tendencia nacionalista que se ha ido desarrollando en los últimos años:

«Recurrentemente (los economistas) han minimizado los temores en materia distributiva, aunque hoy resulte evidente que el impacto distributivo de, por ejemplo, el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) o el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio fue importante para las comunidades más directamente afectadas en Estados Unidos. Sobreestimaron la magnitud de las ganancias agregadas a partir de los acuerdos comerciales, aunque esas ganancias han sido relativamente pequeñas desde por lo menos los años 90. Han respaldado la propaganda que retrata los acuerdos comerciales de hoy como «acuerdos de libre comercio», aunque Adam Smith y David Ricardo se revolcarían en sus tumbas si leyeran el Acuerdo Transpacífico».

El debate sobre el libre comercio, el TPP o el TTIP (otro acuerdo también congelado que ya no verá la luz) quedó congelado en una posición de partida según la cual sólo podían traer beneficios, ignorando que siempre hay ganadores y perdedores en su aplicación. Lo cierto es que los segundos también votan y Trump se ha aprovechado de ello. No será el último.

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