Un mono al frente del Foreign Office

boris mirror«Manchester. Una de las pocas grandes ciudades del Reino Unido a la que todavía no he ofendido». Así empezó Boris Johnson su discurso hace unos años en el congreso anual del Partido Conservador celebrado en esa ciudad. Todos se rieron porque qué mejor que Boris comenzara su discurso mencionando su capacidad innata para enfurecer a grupos numerosos de gente por su verborrea incontenible y su capacidad para burlarse de otros, y también para inventarse cosas que le sirvan a sus bromas y chanzas. La vida no merece ser vivida sin humor y sin impresionar a los demás con tu retórica. Además, si Boris provoca un estropicio, ya serán otros los que recojan los restos.

Este profesional de la política capaz de citar en latín, inventarse noticias y ofender a gente que conoce sólo de forma vaga es el nuevo ministro de Exteriores británico, por decisión de la primera ministra, Theresa May. Cualquier combinación entre las palabras Boris Johnson y diplomacia sólo puede dar lugar a risas o gestos de asombro. Por resumirlo brevemente, en su carrera política y periodística, ha insultado a Obama, Clinton, Putin y Erdogan, despreciado a la cultura e historia de China, se ha burlado de los países de la Commonwealth en el Tercer Mundo con alguna frase de tono un tanto racista, y siempre ha descrito a las instituciones de la UE en los términos más peyorativos. Y qué decir de su defensa del colonialismo en África:

Este jueves, Boris ha asistido al que podríamos llamar su primer acto oficial como jefe del Foreign Office, la recepción en la embajada francesa por la fiesta nacional del 14 de julio. Digamos que no ha sido un gran éxito.

Según un testigo, los que aplaudían cortésmente eran los franceses y los abucheos venían de los invitados británicos. Los primeros estaban ya servidos con las declaraciones de su ministro de Exteriores Ayrault, que le ha llamado mentiroso. A partir de ahí la relación entre Francia y el Reino Unido sólo puede ir a mejor.

La negociación entre Londres y Bruselas se va a prolongar durante años y exigirá considerables dosis de paciencia, un conocimiento preciso del impacto económico de cualquier acuerdo y unas relaciones con los grandes gobiernos europeos presididas por la confianza mutua. Nada de esto forma parte de las credenciales de Johnson.

¿Es una broma su nombramiento? ¿Una provocación de May? Más bien parece una decisión astuta de la primera ministra, que ha optado por asignar todas las funciones que tengan que ver con el Brexit a políticos tories que hicieron campaña por la salida de la UE. En su primer Gobierno, son clara mayoría los que apoyaron el Remain (18 de 24). Pero en aplicación del principio de ‘si lo rompes, tú pagas’, la banda del Brexit tendrá que asumir la responsabilidad de encontrar una salida a este fenomenal desastre: Boris Johnson en Exteriores, Liam Fox en Comercio Exterior y David Davies en una cartera centrada en el Brexit.

Podríamos sumar a esta terna a Andrea Leadsom, la fracasada candidata a enfrentarse a May en las primarias, cuyo ridículo en el proceso y lo que se ha sabido de ella por sus mentiras sobre su currículum bien podrían haber acabado con su carrera política.

May tenía algo reservado para ella, aceptando que Leadsom es muy popular entre las bases tories más euroescépticas por su papel en la campaña del referéndum. Le ha dado la cartera de Medio Ambiente y Agricultura. A Leadsom le corresponderá dejar claro a agricultores y ganaderos todas las subvenciones comunitarias que van a perder. Todo un regalo envenenado. Si te gusta tanto el Brexit, cuéntaselo a los que perderán dinero por su causa.

Hay que valorar el toque maquiavélico de May, que además ha aprovechado la oportunidad para eliminar a los ministros más cercanos a David Cameron y dar al Gobierno un cariz más derechista que el anterior. La apuesta por los ministros del Brexit es, sin embargo, muy arriesgada, casi irresponsable. Johnson por su tendencia a la ópera bufa, Fox por su ultraconservadurismo que le hace desconfiar de todo lo que no sea británico y Davies por su total desconocimiento de la política de Bruselas forman un equipo temible, capaz de provocar un incendio cada pocos meses.

En este punto, hay que recordar que los británicos votaron a favor del Brexit, pero no de qué tipo de Brexit preferían. ¿Pactará May un acuerdo que permita mantener el acceso al mercado único a cambio de autorizar la llegada de más inmigrantes europeos con un cierto control? ¿Lo permitirá la UE? ¿Lo aceptarán los tories euroescépticos más radicales? Bruselas no se lo pondrá fácil ni permitirá la fantasía que maneja Davies por la que Gran Bretaña podría comenzar a negociar acuerdos comerciales bilaterales con los países europeos más dispuestos.

Una encuesta sostiene que los británicos creen que la prioridad en esas negociaciones debería ser mantener el acceso al mercado único. Obviamente, el dato incluye a los que votaron contra el Brexit, cuya opinión también debería ser tenida en cuenta. Lástima que el hecho de que esa sea tu prioridad no significa que Londres esté en condiciones de conseguirla.

No había plan A para el Brexit, y tampoco un plan B. Los encargados de poner en marcha el plan C no inspiran ninguna confianza, a menos que May les diga exactamente lo que deben hacer. La primera ministra no ha sido muy explícita en sus prioridades hasta ahora.

De momento, por utilizar la expresión de The Economist, May ha puesto a un babuino al volante de un Rolls Royce (refiriéndose al Foreign Office). Lo más sensato sería apartarse de su camino. 64 millones de británicos no tendrán esa suerte.

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