59 misiles para presumir de comandante en jefe

La república imperial siente una atracción intensa por la guerra. En EEUU, los presidentes adquieren el principal atributo presidencial cuando se embarcan en un conflicto bélico. Con frecuencia, ni siquiera es necesario tanto. Basta con enviar unos cuantos aviones o una lluvia de misiles de crucero. El Tomahawk tiene valor de sello presidencial.

Evidentemente, la propaganda oficial lo vende como la gran aportación de EEUU a la paz y la estabilidad internacional. No sólo en las declaraciones de los responsables políticos. Los medios de comunicación se apuntan a la batalla, reclutan a expertos y llenan las pantallas de televisión de misiles, aviones y buques de guerra. Breaking News.

Después de pasarse más de dos meses describiendo a Donald Trump como alguien indigno de ocupar el cargo, casi como un peligro para la República, muchos de sus adversarios se han rendido ante la nueva imagen del guerrero Trump. Todo por un ataque con 59 misiles Tomahawk a una base aérea siria que no ha conseguido inutilizarla. En la noche del viernes, se supo que aviones de la Fuerza Aérea siria despegaron de allí para realizar ataques en la provincia de Homs. Según AFP, los militares sirios recibieron el aviso de que se iba a producir un ataque, probablemente de sus aliados rusos que a su vez fueron informados por el Pentágono unas cuatro horas antes.

Fue una operación de castigo en represalia por el ataque de armas químicas sobre un pueblo de la provincia de Idlib que dejó las cosas como estaban en la guerra de Siria. En Jan Shijún, tuvieron que enterrar a 70 personas. Ellos pagaron un precio mucho más alto.

Pero en Washington el impacto fue distinto. El coste total de los misiles lanzados se acerca a los cien millones de dólares. Como campaña de marketing, resulta cara, pero sus efectos se miden también con otro tipo de números. Según un cálculo de FiveThirtyEight, 69 senadores apoyaron expresamente el ataque (aunque es cierto que sólo 31 lo hicieron sin reservas y sin mostrar preocupación por los próximos pasos que EEUU tenga que dar en relación a Siria).

Neoconservadores como Bill Kristol y Elliott Abrams están encantados. Abrams, especialmente: «Se puede decir en serio que la Administración de Trump acaba de empezar. El presidente ha sido el ejecutivo jefe desde el 20 de enero, pero esta semana también se ha comportado como comandante en jefe. Finalmente, ha aceptado el papel de Líder del Mundo Libre» (mayúsculas en el original). Y todo eso con 59 misiles. Cien millones de dólares empiezan a parecer un precio moderado para esa campaña de publicidad.

Sólo hay que hacer uso del stock de los Tomahawk para que pases de ser la marioneta de Putin a «Líder del Mundo Libre». Es un título que se adquiere soltando a los perros de la guerra. Ni siquiera es necesario contar con una estrategia coherente sobre qué hacer el día después y cuál es el objetivo final.

No eran sólo los neocon los que estaban aterrorizados con la presidencia de Trump (de ahí que varios de ellos apoyaran a Clinton antes del 8 de noviembre o se quedaran en casa deprimidos). El ejército de expertos de los ‘think tank’ y la mayoría de los congresistas demócratas y republicanos temían que el mensaje aislacionista de Trump le hiciera abandonar el supuesto papel «esencial» de EEUU en la política internacional.

El lema de «America First», pregonado en la toma de posesión el 20 de enero, recordaba a cuando los más conservadores hicieron campaña en los años 30 –antes por tanto de Pearl Harbor– para que EEUU no se implicara en la Segunda Guerra Mundial. Trump daba a ese mensaje un toque más contemporáneo con su denuncia de los tratados comerciales y la acusación a los aliados de beneficiarse de la protección norteamericana sin pagar su parte de la factura.

Y con él llegaba a la Casa Blanca Stephen Bannon, su consigliere ultranacionalista para el que la política exterior sólo es una herramienta, no la más importante, para conseguir sus objetivos de política interna. Aparentemente, Bannon estaba en contra del ataque de Siria, pero en esta ocasión Jared Kushner, y su esposa, que obviamente resulta ser Ivanka Trump, pesaron más.

Como era de esperar, Bernie Sanders se desmarcó de ese aire belicista, también extendido entre muchos demócratas. Lo hizo con una condena explícita del ataque realizado con armas químicas, y también resaltando en qué se ha beneficiado los ciudadanos de tres lustros de intervencionismo militar. Es decir, nada.

El punto de vista de Sanders es minoritario en la política estadounidense, aunque no es el único cansado de escuchar que la credibilidad de EEUU no debería medirse por el número de sus operaciones militares. Si todo se limitara a bombardear e invadir, como apunta Micah Zenko, 16 años de guerras habrían colocado esa credibilidad en un punto insuperable.

Por los mismos motivos, Stephen Walt ha recordado que esta situación es cualquier cosa menos nueva. Despliegue del poder militar, algo de destrucción y después de eso ¿qué?

Esa es la pregunta que Donald Trump aún no ha respondido.

La foto fue difundida por la Casa Blanca. Es la reunión en una sala de su residencia de Florida celebrada después del ataque, donde Trump y sus asesores fueron informados. Quizá la intención era establecer un paralelismo con otra foto de hace unos pocos años de un momento algo más importante.

Quizá el ejemplo más delirante del efecto del ataque en los medios de comunicación son estas palabras de Brian Williams, del canal MSNBC.

«Hemos visto estas hermosas imágenes de noche desde la cubierta de estos buques de la Armada de EEUU en el Mediterráneo. Tengo la tentación de citar al gran Leonard Cohen, ‘me guía la belleza de nuestras armas’. Son imágenes hermosas».

Es un verso de ‘First We Take Manhattan’. Me da que Cohen no estaba pensando en buques de guerra soltando misiles de noche cuando compuso esos versos de amor. Pero también es cierto que periodistas como Williams aman estas imágenes. Sufren un caso recurrente de erección bélica cuando se ponen delante de una cámara y se colocan el uniforme de guerrero de los platós de televisión. Para ellos, Trump se ha convertido en lo que ellos esperan de cualquier presidente del país.

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