Cifuentes se tira por el barranco

En 2011 la mayor estrella emergente de la política alemana recibió la visita de su pasado. La opinión pública supo que el doctor Karl-Theodor zu Guttenberg, ministro de Defensa, había plagiado cerca del 20% de su tesis doctoral. Se resistió durante dos semanas, pero al final tuvo que aceptar los hechos. No se puede decir que se hubiera quedado solo. Había recibido el apoyo de Angela Merkel y de dos de los principales periódicos del país, el diario tabloide Bild y el semanario Die Zeit.

Altos cargos de los dos partidos conservadores– la CDU y la CSU, el partido de Guttenberg–, no pensaban lo mismo y no tuvieron inconveniente en contarlo a los medios. El escándalo era «un clavo en el ataúd de la confianza en la democracia», llegó a decir el portavoz del grupo parlamentario de la CDU. El asunto «daña a la CSU y al propio Guttenberg», admitió un exlíder de la CSU.

Algunos medios empezaron a llamarle Barón zu Googleberg. Lo de Google era por lo de copiar y pegar. En la política alemana, el bochorno puede tener más peso que la mismísima Merkel.

En términos de vergüenza, Cristina Cifuentes ha superado de largo los niveles que alcanzó Guttengerg. Una portavoz de la presidenta de Madrid dijo a este diario que Cifuentes había aprobado el máster realizado en 2012 dos años después al faltarle dos asignaturas, una de ellas el trabajo final. Dos años es un plazo lo bastante amplio como para acordarse. El rector de la Universidad Rey Juan Carlos lo negó y dijo que ya estaba aprobada desde 2012, pero que se había producido un «error de transcripción» al incluir las notas. Lo hizo una funcionaria del centro que ni siquiera era profesora modificando un acta para lo que se requiere legalmente un procedimiento que implica a varias personas que resulta que no han aparecido.

A menos que estuviera escrito en pergamino y conservado en la biblioteca no informatizada de un monasterio, el centro podía haber hecho público de inmediato el trabajo final con la fecha correspondiente, pero Cifuentes no lo autorizó en ese momento. El registro de la secretaría confirmó que Cifuentes no aprobó el máster en 2012, porque meses después pagó las tasas correspondientes (6,11 euros), no la matrícula entera, para presentar el trabajo más tarde. Los alumnos del máster no recordaban haberla visto nunca en las clases.

Todo esto es algo más que un caso agudo de ego académico. Un cambio del expediente académico podría suponer un delito de falsificación en documento público, castigado en el Código Penal con penas de tres a seis años de cárcel.

Quizá por eso el rector de la universidad, después de zanjar el asunto en rueda de prensa en un gesto de «transparencia» –sí, lo dijo así–, anunció al día siguiente que había ordenado una investigación de algo que un día antes ya estaba resuelto. Por si acaso.

Cifuentes no quiso hablar con este diario. Sí lo hizo el primer día por la noche en dos entrevistas muy amables en las que se atuvo a la versión dada por la universidad. Ofreció varios argumentos de peso. «Soy hija de militar», «me he criado en la cultura del esfuerzo» y «no dar un paso atrás ni para tomar impulso». Esta es una frase que pronunció Fidel Castro en un discurso en 1961 y que repitió en muchas ocasiones. Tras este hito retórico, Cifuentes grabó un Periscope para arengar a las tropas y se fue a dormir.

Con el fin de justificar una ausencia en un acto universitario el viernes programado en su agenda, la gente de Cifuentes dijo que se encontraba tan mal que estaba «con un paracetamol de un gramo», un medicamento que los españoles sólo toman si están al borde de la muerte.

Cifuentes reapareció este lunes en un discurso ante los dirigentes del PP madrileño cuya señal de vídeo se pasó a los medios. Fue un plasma como el de Rajoy. No porque se facilitara la imagen de un discurso de una reunión interna del partido, algo nada insólito, sino porque se hizo para no tener que dar una rueda de prensa o varias entrevistas. Se dijo que iba a hacer después unas breves declaraciones, pero el riesgo era demasiado alto: «Desde su equipo de prensa, aseguran que no lo ha hecho por indicación de su abogada particular». Hay abogados que conocen su trabajo.

El discurso fue todo un déjà vu. Parafraseando la mítica intervención de Rajoy por el caso Gürtel en 2009, esto no era una trama de Cifuentes, sino una trama contra Cifuentes. Ella era la heroína, porque «levantar alfombras, abrir ventanas y regenerar la vida política y las instituciones, afecte a quien afecte y caiga quien caiga, tiene un alto precio». Se presentó como víctima de un «linchamiento», ideado por los dirigentes anteriores del PP madrileño y ejecutado por medios que buscan «el share y los clicks» a cualquier precio.

España no es Alemania y el PP no es la CDU. De forma inevitablemente anónima, dirigentes del PP explicaron a algunos medios su visión del asunto: «Cuando le escuché sus explicaciones, cuando dijo desconocer dónde se encuentra el trabajo, cuando aseveró que lo tendrá la universidad y todo eso, es cuando supe que algo huele muy mal. Que nada sonaba a cierto». Eso en un medio que de forma muy caritativa definía la polémica como una «pifia».

«Siempre le perseguirá ya la duda de si le han regalado un máster», decían fuentes del PP en otro artículo. «Si el máster ‘mata’ a la presidenta, se acabó el PP de Madrid», era otro titular. Ya sabemos cómo funciona el partido, así que no sería aventurado sospechar que la presidenta madrileña piensa que eso es lo único que puede salvarla. Lo mismo el titular es un aviso para quien tenga que escucharlo.

Cifuentes anunció en su discurso una querella (lo llamó «querella criminal», una redundancia, como hacen los políticos cuando quieren dar a entender que están enfurecidos) contra el director de eldiario.es y la autora de las detalladas y documentadas informaciones.

Cuando estás desesperado, corres el peligro de que algunas personas no quieran ser procesadas por defender una versión oficial desmentida por documentos oficiales, y sabes que los tuyos no te creen, la última medida que te delata es anunciar una querella contra los periodistas para sostener el honor que te queda. Eso y el paracetamol de un gramo.

Lo último que hemos sabido es que la presencia de Cifuentes en el máster era virtual. Para intentar explicar por qué ninguno de sus alumnos la vio en carne y hueso, su equipo ha dicho que había llegado a «acuerdos» con los profesores para no asistir a las clases.

Cifuentes recibió un trato de favor de la universidad antes, durante y después del máster dejando un rastro documental revelador. Para ella, contar hechos contrastados es un “linchamiento”. Para los demás, es limpieza.

Publicado en eldiario.es

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