El último ataque xenófobo en el Reino Unido

La ministra británica de Interior dio el martes su discurso ante el congreso anual de los tories. Sin llegar a los niveles del famoso discurso de Enoch Powell de 1968 («rivers of blood»), la intervención de Theresa May fue una ofensiva directa contra la inmigración en el Reino Unido. La frase más citada fue la que se refería a la imposibilidad de mantener una «sociedad cohesionada» con los niveles de inmigración que ha tenido el Reino Unido en la última década. May dijo que el país debe restringir el derecho a pedir el asilo político y que hay que mantener el objetivo, irreal como se ha visto en los últimos años, de limitar la inmigración neta a una cifra inferior a 100.000 personas cada año.

Para los que no necesitan leer mucho, la mejor respuesta la dio al día siguiente The Independent en su portada (con la frase de ‘La vida de Brian’).

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Hay una forma optimista de analizar el impacto del discurso de May y que consiste en echar un vistazo a algunas de las reacciones que se han producido allí. No me refiero sólo a la oposición o a las ONG que se ocupan de ayudar a refugiados o inmigrantes, sino a periodistas y organizaciones conservadoras. Por ejemplo, el Instituto de Directores, una mezcla de ‘think tank’ y lobby, cuyo director calificó de «retórica irresponsable» el discurso:

«Es otro ejemplo del intento de la ministra de Interior de rechazar a las personas mejores y más brillantes del mundo, poniendo los intereses del partido por encima de los del país, y ayudando a nuestros competidores en vez de a nuestra economía. El mito del inmigrante que roba los empleos (de la población británica) es una tontería. Los inmigrantes no roban empleos. Ayudan a ocupar déficits vitales (en empleos cualificados) y al hacerlo crean demanda y más empleos. Si robaran empleos, no tendríamos los niveles récord de empleo que tenemos ahora».

Por la misma razón, el Financial Times se ocupó de afirmar que la investigación académica desmiente las conclusiones de May. Hay muchos estudios al respecto y no todos ofrecen el mismo veredicto. Hay que considerar el impacto de la llegada de inmigrantes tanto en la economía en su conjunto como en sectores y zonas concretas de un país. Pero incluso en el caso del impacto real en cuestiones como vivienda y transporte cuando se afirma que la llegada de extranjeros en un número importante puede por ejemplo subir los precios de alquileres o venta de casas (en algún sitio tienen que vivir), se olvida la responsabilidad de las administraciones a la hora de aumentar la oferta, en suelo o viviendas sociales, o de mejorar las infraestructuras de transporte.

Si la economía en su conjunto se beneficia de la aparición de un determinado tipo de mano de obra (como ocurrió en el Reino Unido con la llegada de centenares de miles de polacos que trabajaban en el sector de la construcción y de la rehabilitación de casas en empleos que los británicos ya no estaban muy interesados en asumir), es de suponer que el Gobierno debería hacer algo al respecto para que el coste social de ese impacto sea asumido por todos.

Los periodistas se han ocupado más de destacar que la posición de May, que no es nueva, también se debe al hecho de que ha perdido posiciones en la carrera de los tories por encontrar un sucesor a David Cameron, que ya anunció que este sería su último mandato como primer ministro. Quien parece haber tomado una clara ventaja de momento es el ministro de Hacienda, George Osborne, y su principal rival es el alcalde de Londres, Boris Johnson. Para May, apostar por la carta xenófoba le garantiza como mínimo una cobertura favorable en el medio más influyente en el electorado conservador, el Daily Mail.

El punto de vista pesimista sobre la ventaja que puede obtener la ministra de Interior con este discurso tiene que ver con el peso que tiene la inmigración en la opinión pública británica, o más bien habría que decir en este caso inglesa. Y en especial entre los votantes tories. May no es la única dirigente conservadora que ha puesto en circulación imágenes pavorosas de oleadas de inmigrantes o refugiados inundando el país. El propio Cameron utilizó la palabra «enjambre» para referirse a ellos como si fueran una plaga.

Da igual cuántos estudios se publiquen sobre el impacto económico de la inmigración, porque a veces si desmienten la versión catastrofista serán escondidos en algún armario o si incluso proceden del propio Gobierno serán ignorados. En el Reino Unido, el debate no cambiará mientras muchos políticos y medios de comunicación sigan convencidos de que alentar el miedo al extranjero da votos y lectores. En algunas épocas eso será un grave error político, como le ocurrió al tory Michael Howard en las elecciones de 2005. Desgraciadamente, hay que aceptar que en estos momentos la xenofobia es una apuesta política mucho más rentable en el Reino Unido.

Texto íntegro del discurso de Theresa May.
10 truths about Europe’s migrant crisis. The Guardian.

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