El zombi de Downing Street prolonga su agonía

Theresa May ha sobrevivido. El estado agónico que le ha caracterizado desde las elecciones que convocó sin necesidad y que dejaron a los tories sin mayoría absoluta obtiene otra prórroga cuya duración no depende ya del clima de opinión interno entre los dirigentes conservadores, sino del desenlace de una historia de la que nadie conoce el final.

La votación en el grupo parlamentario conservador arrojó 200 votos a favor de May y 117 en contra. El número de votos negativos es muy alto y está dentro de la franja que se consideraba que produciría una merma sustancial en su credibilidad.

117 es un número muy superior a las 48 firmas de diputados que eran necesarias para convocar una moción de censura interna. Llegar a esos 48 apoyos costó mucho al sector tory más partidario de un Brexit duro y radical, por impracticable que sea. Los apoyos que han recibido en la votación dejan clara la debilidad de May.

El cálculo más importante es el que tiene que ver con la votación pendiente en el Parlamento sobre el acuerdo del Brexit al que el Gobierno llegó con la Comisión Europea. Si esos 117 diputados rebeldes no creen que May deba seguir siendo líder del partido, y por tanto primera ministra, ¿cómo pueden estar dispuestos a apoyar un acuerdo con la UE que era el principal activo político con el que May se presentaba a esta consulta interna?

May se vio obligada a suspender la votación en el Parlamento sobre el tipo de Brexit que ella propone porque sabía que se enfrentaba a una derrota segura que sería humillante por la diferencia de votos en su contra. Fue un gesto desesperado que le aseguró otra derrota –menor dadas las circunstancias– cuando el Parlamento declaró que suponía un gesto de desacato o desprecio al órgano legislativo.

La primera ministra anunció que pediría a Bruselas una revisión de los términos acordados. La Comisión dejó claro que una renegociación está completamente descartada, aunque siempre se podrían hacer algunas aclaraciones de tipo técnico para asegurar ciertos términos sobre el acuerdo. Nada que cambiara las líneas generales de un pacto que casi nadie cree que saldrá adelante.

Las normas internas del Partido Conservador establecen que May no podrá sufrir otra moción de censura interna durante los próximos doce meses. Su problema no es lo que ocurrirá dentro de un año, sino dentro de unas semanas. Se supone que el acuerdo debe ser votado antes del 21 de enero –ni siquiera eso está del todo claro– y la estrategia de May consiste en esperar todo el tiempo posible para aumentar las posibilidades de éxito.

Da la impresión de que su única esperanza es aguantar hasta el último momento para colocar a los diputados rebeldes al borde de los acantilados de Dover. Anunciarles que ese acuerdo que tantos rechazan es la única posibilidad de que se produzca un Brexit, sin más alternativa que un ‘No Deal’ –la salida sin ningún tipo de acuerdo con la UE–, cuyas consecuencias económicas pueden ser catastróficas. Pero el Parlamento, gracias a una de las tres votaciones que el Gobierno perdió hace unos días, cree tener los mecanismos legales necesarios para impedir un ‘No Deal’. Puede ser otra ilusión tan alejada de la realidad como los propios planes de May.

La primera ministra continuará residiendo en Downing Street, pero vuelve a confirmar esa frase tan citada en la política británica desde que la utilizara Norman Lamont que se reserva para los gobernantes que han perdido la capacidad de control. In office, but not in power. En el cargo, pero no en el poder.

Justo cuando el país necesita un Gobierno con autoridad en un momento dramático de su historia reciente.

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