Grecia y el FMI: una historia basada en hechos reales

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La última sorpresa del drama en muchos más de tres actos ha llegado el jueves desde Washington. Un informe del FMI confirma a tres días del referéndum que la deuda griega en su nivel actual es insostenible y propone alternativas, como un periodo de carencia de 20 años, que suenan como violines a los dirigentes de Syriza. También afirma que Grecia necesitaría decenas de miles de millones de euros en ayuda, además de duras reformas, como las impuestas hasta ahora. El informe es anterior a la ruptura de las negociaciones. No está claro por qué no se ha dado a conocer hasta ahora. La alternativa más preocupante es que una filtración haya provocado su publicación esta semana. Es probable que la directora del FMI, Christine Lagarde, hubiera preferido esperar hasta la celebración del referéndum.

Nos encontramos ante una situación algo más que paradójica. Conservadores y socialdemócratas europeos se lanzan contra Tsipras y Syriza a los que consideran unos irresponsables por plantear como irrenunciable la reestructuración de la deuda. Políticos europeos sostienen que lo que quieren los griegos es que los demás países financien sus salarios y pensiones. Y llega el FMI y afirma que el planteamiento de Syriza no carece de lógica.

Los nuevos números son brutales. Como para dejar sin dormir a un político alemán durante una semana. Con unas previsiones no demasiado optimistas en cuanto a crecimiento y superávit primario, el informe del Fondo estima que habría que eliminar los 53.000 millones de deuda del primer rescate.

Para saber en qué momento el FMI se preguntó si los números tras los sucesivos programas sobre Grecia tenían algún sentido hay que irse hasta el principio de la historia: 2010. A la reunión del Consejo del Fondo que el 9 de mayo de 201o aprobó la participación del organismo en el primer rescate de Grecia. ¿Qué se dijo allí, según el acta?

Cojamos al representante suizo Rene Weber y sus dudas sobre la viabilidad del programa: «Tenemos dudas sobre las previsiones de crecimiento, que parecen ser claramente optimistas. Incluso una pequeña desviación de las proyecciones de crecimiento haría que la deuda llegara a un nivel insostenible a largo plazo».

¿Qué decía el consejero brasileño Paulo Nogueira Batista? «Podría no ser un rescate de Grecia, que tendría que pasar por un ajuste desgarrador, sino un rescate de los acreedores privados de Grecia, principalmente las instituciones financieras europeas».

«En última instancia, la estrategia aprobada podría tener un impacto marginal en los problemas de solvencia de Grecia. (…) Es muy probable que Grecia acabe peor que después de aplicar este programa», dijo el argentino Pablo Andrés Pereira.

Casi todos los integrantes no europeos del Consejo del FMI se mostraron muy escépticos y preocupados por la viabilidad del programa, la ausencia de la quita en la deuda y las previsiones de crecimiento. Incluso el equipo directivo del Fondo que había intervenido en las negociaciones y que proponía que se aprobara el rescate (como así ocurrió por unanimidad) admitía «los riesgos excepcionalmente altos del programa», en especial por el asunto de la sostenibilidad de la deuda.

Los que proponían el acuerdo creían que la carga de la deuda era sostenible a medio plazo, pero «la significativa incertidumbre sobre esto hace difícil declarar con total seguridad que eso vaya a ocurrir con alta probabilidad». Traducido a lenguaje de seres humanos: creemos que esto va a ocurrir, pero no estamos totalmente seguros de que esto vaya a ocurrir».

¿Quién iba a decir que en el Consejo del FMI había tantos irresponsables izquierdistas radicales, como ahora se define en las capitales europeas a Tsipras, Varufakis y demás dirigentes de Syriza?

Quizá no era más que la perplejidad de saber que el Fondo iba a destinar 30.000 millones de euros en la mayor ayuda aprobada nunca antes por la institución desviándose de los principios aplicados en rescates similares. El FMI no es precisamente una organización humanitaria, pero antes de aplicar la cura de caballo (lo que algunos han llamado la terapia del shock) se ocupa de que la deuda no sea una carga insoportable. En este caso, se iba a solucionar los problemas de deuda de un país multiplicando su deuda. Era, digamos, un enfoque novedoso.

El asunto de la deuda y de los estragos causados en la economía griega para que devolviera los créditos volvió a surgir en años posteriores. En una famosa entrevista con The Guardian en mayo de 2012, Lagarde reaccionó con furia a la pregunta de si pensaba en los enfermos griegos que no tenían dinero para pagar sus medicinas: «Pienso más en los niños de una escuela de un pequeño pueblo de Níger que tienen clase dos horas al día, compartiendo una silla entre tres, y que tienen muchas ganas de estudiar. Pienso en ellos todo el rato. Porque creo que necesitan más ayuda que la gente de Atenas». En otras palabras, paga o muérete.

2012 fue un año en que los inspectores del FMI siguieron al pie de la letra las instrucciones de Lagarde. Su presión sobre el Gobierno conservador de Andonis Samarás alcanzó tal nivel que en una reunión entre el ministro de Finanzas, Yannis Stournaras (hoy gobernador del Banco de Grecia) y el representante del Fondo, Poul Thomsen, el griego se hartó. Señaló un agujero que había en una ventana del Ministerio. «¿Ve eso? Es de una bala. ¿Quiere derrocar a este Gobierno?».

El Gobierno estaba acorralado en la calle con manifestaciones cada vez más violentas. Samarás tenía que amenazar a sus diputados con la expulsión del partido para impedir que votaran con la oposición. Al FMI le daba igual. «Los números tienen que salir», dijo un portavoz del FMI, «de otra manera sería irresponsable prestar más dinero. Está claro que hay problemas serios en el sistema político (de Grecia), pero necesitamos 13.500 millones de euros. La pelota está en el tejado de Grecia». Hay expresiones que se repiten, no importa que gobierne la derecha o la izquierda en Grecia.

De repente, en la primavera de 2013, los miembros del Consejo del FMI que habían mostrado su escepticismo sobre las condiciones del programa se vieron reivindicados cuando la institución reconoció los errores cometidos en 2010. Un informe interno casi repitió los mismos argumentos al afirmar que las previsiones de crecimiento de la economía griega eran demasiado optimistas y que se debía haber acometido antes el tema de la sostenibilidad de la deuda.

«El estudio señala que el rescate se puso en marcha aunque Grecia no cumplía uno de los cuatro criterios del FMI para programas con dimensiones tan grandes –que haya posibilidades reales de que la deuda sea sostenible a medio plazo– y que podría no haber cumplido tampoco otros dos», según informaba el Financial Times.

La razón de que no se hubieran dado los pasos necesarios: «Los socios europeos», es decir, la Comisión Europea y el BCE. Es cierto que el informe destacaba las ventajas de esa política cuestionada. Se había evitado la suspensión de pagos de Grecia y su impacto en la eurozona y la economía mundial.

Lagarde intentó entonces el truco de reescribir la historia: «En mayo de 2010, sabíamos que Grecia necesitaba un rescate, pero no que requiriera una reestructuración de su deuda. (…) No podíamos saber que la situación económica general iba a deteriorarse tan rápidamente». Algunos miembros del Consejo del FMI ya lo habían visto venir. No existían para Lagarde.

En 2013 fue cuando sí se aplicó un programa de reestructuración de la deuda en manos privadas con la aprobación del segundo rescate. Todo estaba encauzado, según el FMI, aunque sabían que la solución a los problemas de Grecia exigiría más tiempo. A la vista de lo ocurrido desde entonces, no parece que fuera suficiente.

El economista griego Yiannis Mouzakis tuvo que escribir ese año algo que también podría anotarse ahora. «El FMI admite ahora sin ninguna duda que el principal beneficiario del llamado rescate griego de 201o no iba a ser Grecia, sino la eurozona, al darle la oportunidad de que se pagara a los bancos franceses y alemanes liberándolos de su gran exposición a la deuda griega, que pasó de sus balances al sector publico y a los contribuyentes europeos».

Mouzakis continuaba diciendo que lo que en 2013 se había convertido ya en la versión oficial de uno de los miembros de la troika había sido «demonizado y ridiculizado como parte de una teoría conspiratoria» durante tres años en Europa.

En esa época, Merkel había adoptado a Samarás como su hijo griego predilecto. Fuera o no cierto, como se decía en 2012, que las cuentas no salían, la Comisión Europea –es decir, Alemania– había decidido confiar en el primer ministro conservador. Entonces, estaba claro que la única alternativa era Syriza.

El FMI era el ‘poli malo’ de la negociación. Para eso, lo habían fichado en Berlín. Siempre se dijo que la participación del FMI en el primer rescate era algo que ni la Comisión Europea ni el BCE dirigido por Trichet veían con buenos ojos. Fue la presión de Merkel la que acabó con la discusión. A la canciller alemana le gustaba la idea de sumar al FMI al rescate de Grecia, porque lo presuponía más libre de presiones políticas que las instituciones europeas.

A pesar del giro de 2013, el FMI siguió presionando a Samarás hasta el final de su mandato. Frente a la idea tan extendida ahora de que todos los problemas han comenzado con Syriza, el Fondo continuó negándose a que Grecia accediera al último tramo de ayudas si no se recortaban unos 2.000 millones más en una economía arrasada por la recesión para alcanzar el objetivo de un 3% de déficit presupuestario. Samarás no podía aceptarlo. Al no poder tener el apoyo suficiente para la elección parlamentaria del presidente, tuvo que convocar elecciones, sólo dos años y medio después de las anteriores. Se esperaba que intentara evitarlas presentando como candidato a una personalidad independiente para llegar a acuerdos con otras fuerzas a las que no les interesaba presentarse en las urnas tan pronto, pero hizo justo lo contrario.

Se pensó que no lo hizo porque lo apostó todo a la idea ficticia de que la recuperación había comenzado sólo porque ya había conseguido las primeras cifras de crecimiento. Los votantes griegos no se lo creyeron.

Gran error, pero tampoco tenía muchas alternativas. La troika sólo le dejaba la opción del suicidio financiero (negarse a más recortes) o el suicidio político (aceptarlos y perder toda opción de ganar en las urnas). Lo mismo que ahora ocurre con Alexis Tsipras.

En estas últimas negociaciones, abruptamente canceladas al apurarse los plazos y por la convocatoria de referéndum, el FMI volvió a jugar el papel de ‘poli malo’, ahora sí con pleno apoyo alemán. No había socio al que proteger en Atenas. Lagarde tuvo la oportunidad de pronunciar otra frase para los libros de historia: «Para avanzar, necesitamos adultos en la sala».

Cualquier adulto tendría problemas para seguir todos los giros que ha dado la posición del FMI en la crisis griega.

20.55

Las sospechas sobre la repentina aparición del informe del FMI se han confirmado. Ya había ocurrido algo extraño, porque el enlace en que aparecía inicialmente el informe llevaba al principio a una página en blanco.

Los representantes de los países de la eurozona en el Consejo del FMI intentaron impedir la publicación del análisis sobre las necesidades financieras de Grecia y la sostenibilidad de su deuda, según Reuters. No hubo una votación formal, pero los europeos se vieron superados en número, sobre todo porque EEUU estaba a favor de la publicación.

Obviamente, los europeos temían, como así ocurrió, que el Gobierno griego utilizara las conclusiones del informe sobre la deuda en su favor en la campaña del referéndum. La reestructuración es uno de los principales argumentos de Tsipras y Varufakis en su rechazo de la última propuesta de la troika.

Reuters: «No fue una decisión fácil», dijo una fuente del FMI que participó en la discusión sobre la publicación. «Aquí no vivimos en una torre de marfil. Pero la UE tiene que comprender que no todo puede decidirse en función de sus órdenes».

«Los hechos son tercos», continuaba esa fuente. No puedes esconder los hechos porque puedan ser aprovechados» por otros.

Resulta curioso que los gobernantes europeos que se han quejado de que las condiciones del referéndum no son honestas con los griegos al votarse unas propuestas que ellos ya han retirado, luego no quieran que la gente tenga acceso a toda la información sobre la posición de las instituciones en relación a uno de los temas básicos de esta crisis.

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