Hambre en Venezuela

Un reportero venezolano de BBC viaja a su país para detallar el impacto de la crisis alimentaria. El reportaje también se emitió en BBC News. Vladimir Hernández visita zonas fuera de Caracas y comprueba cómo son las clases populares las que más están sufriendo. Sin acceso a dólares, sólo pueden comprar en tiendas estatales donde se vende a precio regulado –subvencionado por el Estado– una serie de alimentos básicos que se pueden comprar una o dos veces al mes. No les da para alimentar a toda una familia en ese periodo de tiempo. Fuera de esas tiendas, la inflación ha dejado los precios en un nivel inalcanzable para los pobres del país.

Hay dos Venezuelas. En este artículo, se apunta que aquellos que tienen acceso a dólares pueden pagar los precios de los restaurantes que sirven todo tipo de productos: «En un restaurante de nivel alto de una zona llamada Las Mercedes hay platos de pasta que cuestan entre 4.000 y 9.000 bolívares. Un trabajador que gane el salario mínimo en Venezuela tendría que gastarse más de la mitad de su sueldo mensual para comer aquí. Pero si tienes acceso a dólares, me dice David Smilde, sociólogo de la universidad de Tulane con el que hablo en el restaurante, el coste de la comida sería de entre ocho y nueve dólares, ‘un precio muy bueno para un plato gourmet de pasta’. Aquellos que cobran en petrodólares, empresarios partidarios de la oposición y las élites políticas del partido en el poder, pueden permitirse comer aquí».

La clase alta y media alta sufre las consecuencias de la falta de abastecimiento de productos importados de uso cotidiano. Sin acceso a divisas, controladas por el Gobierno en un momento crítico por el hundimiento del precio del petróleo, esos productos no llegan al país. Pero no pasan hambre. Los que tienen dinero siempre van a soportar mejor la hiperinflación o la existencia del mercado negro.

Al final, en una economía que depende de las importaciones el mercado negro lo es todo, excepto la ayuda limitada que pueda prestar el Gobierno con sus menguantes recursos en tiendas que no cuentan con suministros necesarios para alimentar a toda la población.

Venezuela es un importador neto de alimentos. El Gobierno ha tenido que reducir las importaciones drásticamente porque no tiene con qué pagarlas y por ello restringe el acceso a las divisas. Sin el suministro, por limitado que sea, que facilitan las tiendas estatales, mucha gente no tendría nada que comer. La inflación coloca los precios de los alimentos a precios inalcanzables para millones de venezolanos.

En este artículo de hace unas semanas, Gabriel Hertland, profesor de la Universidad de Albany y colaborador habitual de medios de izquierda norteamericanos, niega que la situación de Venezuela sea un colapso completo, pero no oculta el impacto dramático del desabastecimiento en la alimentación con testimonios escuchados a venezolanos tras una de sus últimas visitas al país. Su resumen de lo que está ocurriendo: «Inflación de tres dígitos, escasez de bienes básicos, cambios numerosos en los hábitos de consumo de alimentos y creciente malestar político y social».

Al igual que en el otro artículo, Hertland ha visto restaurantes llenos y tiendas bien aprovisionadas para los que se las pueden pagar. Pero para el resto es muy diferente, como lo demuestran algunos testimonios. «La situación es difícil y ha empeorado en los últimos dos años’, dice Jesús Rojas, profesor y padre de dos hijos en el pequeño pueblo de Río Tocuyo (población: 7.000 habitantes) en el Estado de Lara. ‘Está golpeando duro a las familias. No es fácil conseguir comida, y la que consigues tiene precios muy altos. Ya ha visto las largas colas (en las tiendas que venden a precios controlados). La gente tiene poder adquisitivo, tiene dinero. El problema es que la gente vende cosas a seis o siete veces el precio (regulado), y no hay control por el Estado. Eso es lo que más molesta a la gente'».

Con la hiperinflación, el Gobierno pierde el control de la economía. Los precios regulados no son ya reales. Las subidas de salarios nunca van a compensar el aumento de precios y el Estado sólo puede aminorar el impacto, lo que no es suficiente. «Los trabajadores y los pobres son los más perjudicados, es decir, la base social del chavismo. «Hay colas (para comprar productos con precios controlados) de hasta un kilómetro’, dice Jesús Rojas, ‘y no sabes si conseguirás algo cuando estás al final de la cola. Algunas personas comen sólo una vez al día o ninguna. A mí me ha ocurrido», dice y calcula que esto ha afectado «al 20% o 30%» de los habitantes de Río Tacuyo. En el último año, Rojas ha perdido siete kilos. Muchos otros dicen que ellos y sus familias han perdido peso recientemente. ‘La mayoría de la gente en los barrios (de su localidad natal de Aragua) come sólo dos veces al día’, dice Atenea Jiménez (cofundadora de Red de Comuneros, un red nacional de organizaciones de base). Los habitantes de Petare cuentan lo mismo. Además de la reducción de calorías, los sectores menos prósperos de la población sufren una clara reducción en el consumo de proteínas. ‘La situación con la carne es dramática’, dice Jiménez’.

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