Hillary Clinton contra el FBI

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No era suficiente con una ‘sorpresa de octubre’. Ya tenemos dos. El director del FBI, James Comey, anunció el viernes que hay otra investigación en marcha sobre emails relacionados con Hillary Clinton de su época de secretaria de Estado. Lo hizo en una carta enviada a varios congresistas republicanos –por ser presidentes de comisiones de la Cámara–, sabiendo que iba a ser filtrada con rapidez. Eran sólo tres párrafos, pero suficientes para desatar una tormenta en los medios, la alegría de Donald Trump y la perplejidad de la campaña de Clinton.

¿Se reabría la investigación anterior sobre los emails de Clinton? No exactamente, pero la carta era algo escasa en información. Eran correos electrónicos descubiertos en otro caso, pero que «parecían ser pertinentes para la investigación», refiriéndose a esa investigación que había sido cerrada sin que se presentaran cargos contra Clinton. Comey se sentía obligado a informar a los congresistas porque en una comparecencia anterior les había comunicado que esa investigación había finalizado.

Unas pocas horas después, fuentes anónimas del FBI, algunas con el probable permiso de su director, entregaron a los medios más detalles, y algunos eran realmente sorprendentes. ¿Qué aparece en esos emails? No se sabe. En realidad, el FBI necesita permiso de un juez para examinar su contenido. ¿De dónde salían? Del ordenador portátil de Anthony Weiner, cuya esposa, Huma Abedin, de la que está separado, es una de las principales asesoras de Clinton, tanto en los años del Departamento de Estado como ahora en la campaña.

¿Weiner? Sí, ese Weiner, el excongresista de Nueva York que protagonizó un patético escándalo sexual por su costumbre de enviar fotos suyas, obscenas o demasiado reveladoras, a mujeres. La investigación que le afecta ahora es por la denuncia de que mandó una de ellas a una adolescente de 15 años. Y de ahí obtuvo el FBI la información, porque Huma Abedin utilizaba también ese ordenador. Los tabloides de Nueva York no se podían creer la reaparición de un personaje que les había dado tantas alegrías en sus portadas.

Con su decisión de enviar la carta, el director del FBI se cubría las espaldas, no fuera que después de las elecciones se supiera y los congresistas republicanos le acusaran de ocultar información en favor de la campaña de Clinton. Fue elegido en 2013 por Obama para un mandato de diez años, pero eso no le iba a proteger de un proceso de destitución (impeachment) en el Congreso si los republicanos estaban lo bastante enfurecidos, ni tampoco el hecho de ser un republicano que fue fiscal general adjunto durante la Administración de George Bush.

El problema para Comey es que ha vulnerado una norma no escrita que existe en EEUU desde hace décadas, al igual que en España, para no promover investigaciones policiales o judiciales en periodo electoral con el fin de salvaguardar a la institución de acusaciones de partidismo. Y también una directriz de hace cuatro años del Departamento de Justicia, del que depende el FBI, en la misma línea.

Según The New Yorker, la fiscal general (cargo equivalente a secretario de Justicia) le recordó todo eso, pero Comey siguió adelante con su decisión de enviar la carta y hacer pública la investigación. Alguien dirá que los votantes tienen derecho a recibir esa información antes de votar, pero en este caso no pueden saber mucho, porque el contenido de los nuevos emails es desconocido. Lo que conocen ahora es que Clinton vuelve a ser sospechosa, o quizá no, y eso desde luego influirá en la campaña electoral.

Los altos cargos de Justicia no han montado un escándalo –lo que ha hecho Comey no es ilegal–, pero la campaña de Clinton y los congresistas demócratas tienen motivos para no mostrarse tan comedidos. «El FBI se ha mostrado siempre con una cautela extrema cerca del día de elecciones para no influir en los resultados. La ruptura de hoy con esa tradición es inaudita», dijo la senadora de California Dianne Feinstein.

Los asesores de Clinton se lanzaron al ataque. La carta de Comey «incluye pocos hechos y mucha insinuación», dijo el sábado el director de la campaña, John Podesta. Al ofrecer información de forma selectiva, ha hecho posible que los rivales de Clinton «distorsionen y exageren para infligir el máximo daño político», continuó. La misma candidata dijo en público que es imprescindible que el FBI aporte cuanto antes más información sobre lo ya conocido. Lo que ha ocurrido «no es sólo extraño; no tiene precedentes y es profundamente preocupante».

Denunciar las acusaciones recibidas como una conspiración sin base no le sirvió de mucho a Donald Trump cuando llegaron en cascada las denuncias de varias mujeres que afirmaron haber sufrido acoso y asalto sexual en sus manos (literalmente). El ataque de Clinton y sus partidarios al director del FBI tampoco es una respuesta infalible, y se puede volver contra ella, por más que parece claro que Comey ha puesto por delante su situación personal sobre una tradición de imparcialidad que necesita el organismo que dirige.

Como siempre, lo peor de las revelaciones no es lo que dicen sobre un candidato –más en este caso concreto en el que no se sabe mucho–, sino lo que confirman en el votante sobre la opinión formada sobre él o ella. La imagen tradicional de Clinton –una política de la que no te puedes fiar por lo que oculta– juega en su contra, como lo ha hecho en toda la campaña.

Unos 20 millones de norteamericanos ya han votado. Cualquier nueva revelación como esta tiene poder de influir precisamente en los que dudarán sobre su voto hasta el mismo día de la votación. Si son votantes potenciales de Clinton, quizá esto les haga decidirse por quedarse en casa el 8 de noviembre. Quizá no sea suficiente como para impedir su victoria, pero sí influirá en el resultado más ajustado de los duelos para el Congreso, donde los demócratas necesitan cada voto que puedan obtener.

Y con respecto a las elecciones presidenciales y a la cobertura informativa, es mejor no estar tan seguros sobre el desenlace. Con tantos votantes de Trump escondiendo sus preferencias en los sondeos –como ocurre con frecuencia cuando un partido o candidato tiene una pésima reputación en los medios– y las diferencias estrechándose en las encuestas nacionales –como también sucede cuando se acerca la hora de votar y muchos ciudadanos optan por firmar, quizá sin muchas ganas, por su partido de siempre–, lo que sí es seguro es que la victoria de Clinton ha perdido algo de ese aire inevitable.

Como dice Donna Brazile, presidenta del Comité Nacional Demócrata, se les ha venido encima un camión de gran tonelaje en el peor momento posible. Un camión lleno de emails.

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