Los Emiratos y Egipto mueven sus fichas en Libia

Si aún esperábamos que algún nuevo acontecimiento nos sorprendiera en este verano de furia y sangre en Oriente Medio, el lunes tuvimos una nueva oportunidad con la noticia de la autoría del doble ataque aéreo contra las milicias islamistas libias por aviones de los Emiratos Árabes con la ayuda logística de Egipto (mapa). A lo que hay que añadir un detalle interesante: los primeros sorprendidos fueron los norteamericanos.

En primer lugar, hay que recordar que los ataques eran conocidos, pero no su autoría. Una primera hipótesis es que procedían de las fuerzas del exgeneral Jalifa Heftir, que intentó hace unos meses sin éxito un golpe de Estado. Heftir, al que se suele calificar de antiislamista, dijo que pretendía acabar con el chantaje de las milicias, pero en realidad sus fuerzas no son más que otra milicia, aunque tiene el apoyo del Parlamento libio.

Hasta la semana pasada, las milicias de las Brigadas Zintán, que reciben financiación del Gobierno o de lo que queda de él, controlaban el aeropuerto, pero fueron desalojadas de él por las fuerzas islamistas Amanecer de Libia, una coalición de grupos islamistas de varias zonas del país, incluida la provincia de Bengasi y la de Misurata. Una descripción de las distintas coaliciones enfrentadas puede encontrarse aquí.

Las Brigadas Zintán y las de Misurata, en especial las primeras, fueron decisivas en el derrocamiento de Gadafi, y ahora luchan entre sí.

La noticia del NYT, que citaba fuentes del Gobierno norteamericano, apuntó el lunes a la autoría de los Emiratos, que junto a Arabia Saudí tiene su propia lista de milicias satélite, que se enfrentan a las milicias apoyadas por Qatar. En este embrollo, llamar a unas islamistas y a otras es tan confuso como dudoso. Más que diferencias ideológicas, que las hay, lo que ocurre en Libia es una lucha por el poder ante la desaparición del Estado.

La inutilidad del segundo ataque, dirigido contra las milicias que sitiaban el aeropuerto de Trípoli, quedó de manifiesto tras ver las imágenes de la terminal en llamas.

El Gobierno egipcio ha negado su implicación en el ataque de forma bastante poco convincente. Un día después, ha anunciado un plan para desarmar a las milicias, pero su prioridad está clara: impedir que su vecino del oeste sea gobernado por fuerzas islamistas, sean o no similares a los islamistas que han sido aplastados en Egipto.

El desconocimiento previo por Washington de esta operación de castigo revela hasta qué punto la Administración de Obama ha perdido el control de los acontecimientos en Oriente Medio. Las Fuerzas Aéreas de los Emiratos cuentan con aviones vendidos por EEUU y pilotos entrenados por EEUU. Hay algo de justicia poética en todo esto, como indica Juan Cole, en especial la denuncia de la interferencia en los asuntos internos de Libia, que comenzó por parte de los países occidentales mucho tiempo antes de que los aviones de Emiratos despegaran de sus bases.

Hay quienes no se creen que este ataque haya pillado por completo por sorpresa a EEUU. «Con tantos buques con el sistema Aegis de la Armada de EEUU en el Golfo Pérsico y el Mediterráneo, no hay ninguna posibilidad de que los Emiratos hayan hecho esto sin que lo supiera EEUU», ha dicho Christopher Harmer, del Institute for the Study of War. Otra cosa es que EEUU fuera avisado con antelación del ataque.

Es posible que tuvieran algunas dudas sobre el primero, pero ninguna con el segundo, y de ahí la información del lunes. Los Emiratos cuentan con al menos 60 de los modelos más avanzados del F16, y otros 20 de otros tipos, así como 33 Mirage 2000-9 franceses.

Acuciados por lo ocurrido en los últimos meses en Gaza, Irak o Siria, Washington y Londres han aparcado la crisis libia por no tener ni idea sobre una posible salida, mientras otros países de la zona creen que la medicina del uso de la fuerza puede serles de utilidad para sus intereses. Los imperios no son los únicos que creen que la violencia es un argumento legítimo cuando es ejercida en favor de tus clientes. Que eso sea de utilidad o completamente contraproducente para reconstruir un país hecho pedazos es obviamente un asunto muy diferente.

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