Los muertos que ya no conmueven a Europa

Otro naufragio en la costa turca de un barco en mal estado que se lleva al fondo del mar a un grupo de refugiados cargados de ropa e incapaces de mantenerse a flote en unas aguas gélidas. 39 muertos, o lo que es lo mismo 39 problemas menos para los gobiernos europeos. Había diez niños entre los fallecidos, procedentes de Siria, Afganistán y Birmania, según AP.

Con los últimos datos, se calcula que sólo en enero han perecido 244 personas al intentar llegar a Europa, la mayoría en el mar Egeo. ACNUR eleva la cifra a 309 contando a desaparecidos identificados.

Ha pasado mucho tiempo desde septiembre, cuando la imagen del cuerpo sin vida del niño Aylán Kurdi provocó que la mayoría de los gobiernos cambiara el tono de sus declaraciones. Lo ocurrido en ese verano había mostrado la completa ausencia de valores y compasión en las autoridades europeas. La foto de Aylán hizo que Merkel dijera que la UE debía mostrar la misma decisión que había dejado patente al salvar a los bancos: «Si Europa fracasa en la cuestión de los refugiados, su relación con los derechos universales de los ciudadanos quedará destruida y no tendremos la Europa que queremos imaginar».

Merkel pidió entonces una respuesta unificada de Europa. En cierto modo, la tenemos. La inició Hungría con su acoso a los que huían de la guerra de Siria y que sólo querían atravesar ese país. Pronto comenzaron a erigirse vallas con alambre de espino en las fronteras, que se convirtieron en un negocio muy rentable para las empresas especializadas.

Los gobiernos de Europa del Este se negaron a acoger refugiados. Los otros, los que sí estaban dispuestos a aceptar su cuota, como el español, no movieron un dedo para poner en marcha la recepción. Todo se quedó en el traslado de un número ínfimo, en algún caso con las cámaras delante para sacar pecho de lo que era una política fracasada.

Para los refugiados que ya habían llegado a Europa, había nuevas noticias en Dinamarca. El objetivo de su Gobierno es hacer caja con esta oleada de refugiados. Qué mejor forma de contrarrestar la idea de que uno de los países más ricos de Europa saldrá perdiendo dinero que incautarse de las posesiones de los extranjeros y subastarlas luego. La única concesión que los diputados daneses aceptaron fue descartar los objetos de gran valor personal, como los anillos de boda.

Alguien llegó a la conclusión de que daría mala imagen ver a un policía arrancando el anillo a una mujer. Al menos, nadie pidió que les arrancaran las muelas de oro. Sí, eso hubiera manchado la reputación del país, porque habría algunos indeseables que sacarían del archivo imágenes históricas un poco embarazosas.

Por la misma razón, la propuesta de establecer campos de internamiento (no digan campos de concentración, sería de mal gusto) para los refugiados fuera de las ciudades y pueblos daneses va en la misma línea. La idea aprobada por el Parlamento deja al Gobierno la responsabilidad de poner en marcha un plan antes de marzo. Los políticos ultraconservadores que la han promovido están muy contentos porque así la política inmigratoria se centrará en la repatriación (futura) de esas personas, y no en la integración. Lo primero será posible en el futuro en teoría porque sólo tendrán que mandar a la policía, con sus perros, armas y escudos, para meter a los extranjeros en autobuses. Sería mucho más difícil –de hecho, sería imposible– si tuvieran que hacerlo en las ciudades, con los refugiados diseminados, infiltrados, en los centros urbanos.

El objetivo es hacer ver a los que piensen en venir a Europa que su vida será miserable y sin ninguna esperanza.

Los jefes de Gobierno de la UE ya decidieron sobornar a Turquía con 3.000 millones para que mantenga a los refugiados dentro de sus fronteras. Las autoridades turcas se pusieron en marcha y hay imágenes que lo demuestran, pero no pueden ‘impermeabilizar’ toda su costa. La alternativa ahora es amenazar a Grecia con expulsarla del espacio Schengen y convertirla en una isla dentro de la UE. A los griegos se les asigna la segunda parte de la misión. Los que puedan escapar del filtro turco deberían ser detenidos antes de llegar a la costa griega. Si eso hace que mueran ahogados, no parece que impresione demasiado a los gobiernos europeos. Ni tampoco el hecho de que sellar la frontera marítima en un mar lleno de islas es imposible.

En el juego de amenazas dirigido contra Atenas, se ha llegado a sugerir que la UE podría financiar la construcción de un muro o valla entre Grecia y Macedonia para que los refugiados no puedan continuar su camino hacia el centro de Europa. El equivalente a convertir a Grecia en una prisión, cerrar la puerta y tirar la llave al mar.

La incapacidad secular del Estado griego por asumir algunas de sus funciones no debe sorprender a nadie. Pero lo que quieren otros estados europeos es castigar a Grecia por no haberse convertido en la puerta sellada de entrada a la fortaleza europea.

Existe además una propuesta discutida recientemente por los ministros de Interior y Justicia de la UE para impedir, y en el peor de los casos criminalizar, el trabajo de las ONG y voluntarios que prestan ayuda a los refugiados que llegan a las costas griegas para equipararlos a las organizaciones que se lucran con su traslado. En la medida de que salvan vidas de gente que puede terminar en Alemania, Austria o Dinamarca, son obviamente un problema para los gobiernos europeos.

La decisión está tomada. Las imágenes de niños muertos son sólo ya una molesta impertinencia de los medios de comunicación. Cada persona muerta en el Mediterráneo es un problema menos que debe afrontar la UE. No tardarán en exigir un nuevo premio Nobel de la Paz por sus desvelos.

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