Los políticos que odian a los periodistas

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A efectos informativos, se puede decir que los políticos se dividen en dos tipos de especies: los que odian a los periodistas y los que desprecian a los periodistas. Existe una zona gris en la que podríamos situar a los políticos que piensan lo primero, pero que aparentan lo segundo. Es algo que se aprende muy pronto.

Hay formas de afrontar con inteligencia esa realidad. A veces, si el periodista mantiene una distancia razonable con el político (regla básica: no es tu amigo, nunca será tu amigo), es posible que la relación no sea tan traumática. Pero el periodismo es un deporte de contacto físico. Hay que acercarse a todo, en primer lugar, a las fuentes. Algunos reporteros llegan demasiado lejos y terminan desmintiendo esa idea de que no te puedes hacer amigo de ellos. Su información no suele ser muy fiable.

Pablo Iglesias presentó el jueves en la Universidad Complutense un libro interesante con un título aún más interesante, En defensa del populismo, de Carlos Fernández Liria. Una buena oportunidad para explicar una idea política, más que ideología, que tiene distintas manifestaciones en diferentes países, y que no tiene mucho que ver con el concepto histórico del populismo (un ejemplo reciente de esto último es Donald Trump y para los que quieran entenderlo en forma de novela, nada mejor que Todos los hombres del rey, o la película, preferiblemente la de 1946). En fin, nada que ver con el populismo como gran amenaza para Europa según los liberales, dispuestos a todo para que nadie les arrebate su victoria ideológica de los 80, o los despistados socialdemócratas, condenados a vagar desolados ante su incapacidad para contestar el discurso de Merkel y Schäuble.

Pero por razones que se me escapan Iglesias decidió aprovechar la oportunidad para lanzarse contra los medios de comunicación –viniendo de un político, hasta ahí todo bien–, pero personalizando la crítica en un periodista de El Mundo, al que se refirió varias veces de forma burlona y también despectiva. En pocas palabras, dijo que hay periodistas que se inventan titulares para subir puestos en la redacción. En definitiva, unos trepas serviles y mentirosos. ¿Los hay? Ya lo creo. Pero al personalizar en alguien, en este caso Álvaro Carvajal, se valió de una posición de autoridad (una forma muy correcta de definir al líder de la tercera fuerza política del país) para humillar sin dar una prueba concreta a un periodista (al que no conozco de nada y, sin ánimo de ofender, cuyo trabajo no me interesa especialmente; eh, todos tenemos nuestras preferencias).

Algunos periodistas decidieron irse de la sala, una actitud absurda. Si tuviéramos que abandonar en el ejercicio de nuestro trabajo todos los sitios donde se nos considera el enemigo, casi no podríamos salir de la redacción. De entrada, a la sede del PP no deberíamos entrar nunca.

Ante esa reacción, Iglesias respondió dolido: «Creo que no se me ha entendido», como quien se refiere a alumnos de pocas luces. Luego, dijo que había hecho esos comentarios «con enorme cariño y enorme simpatía». Encima de tontos, sordos. Y además esos periodistas «no han entendido lo que es un espacio académico». Encima de tontos y sordos, ignorantes. Gran ovación del público y guiño de Iglesias a la hinchada: «Me juego lo que queráis a que ese aplauso no sale en la prensa». Ese truco es muy viejo, pero funciona. Garantiza que eso que supuestamente se va a ocultar aparezca en casi todos los sitios.

Más tarde, pidió disculpas en Twitter, porque para eso también está Twitter.

Lo menos sorprendente de lo que sugiere Iglesias es la denuncia de que los principales medios de comunicación están contra Podemos. Si este partido pretendía sacudir el sistema político de arriba a abajo, no cabe duda de que iba a tener enfrente a esas organizaciones que forman parte del establishment político, y alguno del económico, porque es propiedad de bancos. Por dar un ejemplo, el director de El País ha dicho en público a sus redactores que confía en que Ciudadanos entre en el Gobierno y juegue un papel fundamental en la política española, y no sólo eso, sino que espera que el periódico contribuya a eso. Cómo afecta eso a la cobertura sobre Podemos es algo que uno se puede imaginar.

En los últimos meses, varios de esos medios han dedicado páginas y minutos de radio y televisión a un supuesto informe policial que detalla todo tipo de ilegalidades cometidas por los dirigentes de Podemos, en especial la financiación ilegal procedente del extranjero, es decir, Venezuela. El informe está repleto de recortes de informaciones aparecidas en medios de ningún prestigio y de denuncias que no han pasado el filtro de los tribunales. Es obra de un comisario de pasado y presente sombríos. El objetivo era blanquear su contenido a través de la UDEF para que le diera carta de investigación policial y lo remitiera a la Fiscalía Anticorrupción. Previamente, su contenido se filtró a varios medios para que lo fueran aireando y la UDEF y la Fiscalía se sintieran presionadas para cumplir las órdenes de sus responsables políticos.

El caso es que esos policías y fiscales decidieron que no querían convertirse en marionetas ni incurrir en el molesto delito de la prevaricación, o del ridículo profesional, y dieron largas al asunto. Ya sólo quedaba el método del trabucazo. Manos Limpias, con el mismo estilo que ha llevado a prisión a su responsable, hizo lo que se esperaba de ellos y presentó una querella.

Para horror del ministro de Interior, el Tribunal Supremo rechazó la querella por no haber delitos en algunas de las imputaciones ni pruebas que sostuvieran el resto, como ya había hecho antes con otra querella similar. La Fiscalía del Tribunal Supremo había definido los argumentos presentados en el famoso informe como «una mera remisión de informaciones no autenticadas difundidas públicamente por los medios de comunicación sin ofrecer indicios accesibles y racionales».

Cómo debió de doler eso que alguien se cobró la venganza filtrando la noticia de la operación contra Manos Limpias y Ausbanc con la intención de alertar a los investigados o, aún peor, reventar el trabajo policial y judicial. Sin Manos Limpias en funcionamiento, a ver cómo mantienes la trituradora parapolicial.

Antes de que la gente tenga ganas de sacar la recortada, hay que recordar que estas cosas no pasan sólo en España.

¿Entonces están justificadas las palabras de Iglesias en la Complutense? No, a menos que uno piense que la decisión de publicar papeles como esos la toman redactores de a pie que tienen que pasar una mañana del jueves escuchando una conferencia. Quienes deciden eso son los mismos con los que los dirigentes de Podemos siempre han tenido una relación respetuosa y cordial siempre que han sido invitados. Me consta, y en ningún sitio se debe decir que es un error ser educado, que Iglesias ha tenido encuentros con altos directivos de empresas de televisión (no, no sólo esa en la que están pensando) en los que tuvo agradables e interesantes conversaciones con directivos muy de derechas para los que Podemos es la peste negra. Iglesias asistió también encantado al Foro de El Mundo para dar una conferencia y responder a una audiencia hostil en una cita que es básicamente una forma que tiene el periódico de hacer marketing con su marca.

Eso no es del todo extraño. Los políticos aprovechan todas las oportunidades para lanzar su mensaje. En público y en privado.

Pero luego en territorio amigo, una universidad, te dedicas a burlarte de un redactor que no cobra 500.000 euros al año, que no elige los titulares de portada y que no recibe las órdenes del Ministerio de Interior porque eso viene de más arriba. Y dices que cuidado, elementos como ese se inventan los titulares y lo hacen para conservar su puesto de trabajo. Si hay una rueda de prensa del partido, empieza con 20, 30 o 40 minutos de retraso porque esos indeseables pueden esperar.

Es una estrategia de comunicación estúpida la que consiste en crearse más enemigos de los que ya tienes (y la lista no es corta). Y es muy poco decente si se ceba con los de abajo para responder a decisiones tomadas por los de arriba.

Es inevitable acabar con la frase de siempre de George Orwell: «Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se difunda. Todo lo demás son relaciones públicas» (o propaganda). Los políticos creen que el periodismo es sólo lo segundo.

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