Por qué los medios de comunicación son los mejores socios de Trump

«Van a ser las elecciones de la caravana», dijo Donald Trump hace una semana en uno de sus frecuentes mítines. La caravana de migrantes que partió del norte de Honduras y que cruzó Guatemala ya estaba entonces en el sur de México a unos 1.700 kilómetros del punto más cercano de la frontera de Estados Unidos. La marcha que se inició con unos pocos centenares de integrantes llegó a contar con 7.000 personas a principios de esa semana, según una agencia de la ONU, y al pasar a México se había quedado en unos 3.600 integrantes. El Gobierno mexicano dijo que había recibido 1.700 peticiones de asilo.

Su situación era fácilmente localizable, pero Trump la presentó como una amenaza real e inminente para la que estaba tomando medidas. Era una oportunidad excelente para intervenir en las elecciones legislativas del 6 de noviembre y no la desaprovechó. Para ello, contó con la inestimable colaboración de los que considera sus principales enemigos: los medios de comunicación.

Margaret Sullivan describió el 22 de octubre en The Washington Post el nivel de histeria informativa en los medios en la cobertura de la noticia:

«Incluso aquellos medios de comunicación y periodistas que aportaron hechos y escepticismo en su cobertura estaban sin querer colaborando con Trump, simplemente prestando tanta atención (a la noticia). En el fin de semana, todos los informativos de las cadenas se estaban ocupando de la caravana como si fuera una noticia muy importante, a pesar de que los migrantes se encontraban a centenares de millas de la frontera de EEUU».

AP llegó a denominarla un «ejército». El alarmismo en televisión era notorio. Las fotos encabezaban las portadas de los periódicos. Incluso cuando la información era correcta, el impacto visual era máximo. El titular de una de las fotos: «Siguen adelante, desafiantes».

En el caso de estas dos portadas del NYT, hay que puntualizar que son de días consecutivos, pero de ediciones diferentes.

Trump se adelantó a los medios y dejó claras sus intenciones. En un tuit del 16 de octubre, avisó al presidente de Honduras de que si la caravana no daba la vuelta, cortaría toda ayuda económica «inmediatamente». Dos días después, acusó al Partido Demócrata de ser responsable de la situación, no se sabe cómo, y escribió en mayúsculas que la caravana contenía «muchos criminales». Días después, denunció que había en ella «criminales y gente desconocida de Oriente Medio». Al día siguiente, dijo que no tenía pruebas. Su principal fuente de información, como ha ocurrido en otras ocasiones, era el programa ‘Fox & Friends’ de Fox News.

La desinformación tuvo su etapa inicial en Honduras cuando la caravana en realidad ya estaba en Guatemala. El Gobierno del presidente Juan Orlando Hernández –reelegido en unas elecciones caracterizadas por el fraude– entró en pánico al ver el tuit de Trump. Su embajador en Washington envío un vídeo a un congresista republicano en el que se veía a unos jóvenes recibir dinero y sugería que eran miembros de la caravana financiados por George Soros o por las ONG de EEUU. La denuncia era falsa y el vídeo ni siquiera era de Honduras. Como también la presencia de hipotéticos terroristas. Como que estuviera financiada por Venezuela, según dijo Hernández al vicepresidente Pence.

Todo esto quedó claro en extensos artículos publicados por The New York Times y The Washington Post en un ejemplo de ‘factchecking’ efectivo. Sus lectores quedaron bien informados, pero seguro que no tuvo mucho impacto para anular la atención «histérica», como había escrito Margaret Sullivan, que había recibido la caravana. Periódicos y televisiones dieron la máxima cobertura a una noticia que ocurría muy lejos de EEUU, y algunos medios la vendieron como una amenaza en la línea de los apuntado por Trump. El ‘factchecking’ posterior llegaba demasiado tarde.

Muchos estudios científicos demuestran que la capacidad de por ejemplo los medios de comunicación de desmentir con datos las impresiones o prejuicios que tienen las personas es francamente reducida. Sólo funcionan con quienes no hace falta.

A lo largo de la semana, la atención decayó por la aparición de otras noticias, en especial, el envío de paquetes bomba a dirigentes demócratas y la matanza de la sinagoga de Pittsburgh. Sin esos hechos, es muy posible que la cobertura de la caravana hubiera continuado siendo exagerada.

No es la primera vez que ocurre. Trump siempre tendrá como herramientas de combate su cuenta de Twitter y medios como Fox News, Breitbart o los programas de radio ultraconservadores. Pero la cobertura de los grandes medios tiene una influencia política nada desdeñable en el Congreso y otras instituciones, y lo que aparece en ellos cuenta en el debate público.

Los medios creen que están realizando su labor al difundir los mensajes manipuladores de Trump. Quizá sea cierto y que no puedan obviar lo que dice el presidente del país, pero al final lo que ocurre es que están colaborando con su estrategia y haciendo posible que pueda tener éxito. Los errores se retroalimentan. Los informativos de TV se guían por los criterios periodísticos que encuentran en los periódicos, mientras que estos últimos creen que no pueden ignorar las imágenes que ven en sus pantallas o que circulan en internet.

El resultado es que Trump cuela su mensaje y sus mentiras, incluso cuando los medios, después de caer en la trampa, hacen lo posible por desmentir las falsedades.

Cómo no titular una noticia sobre unas declaraciones de Trump. Guerra Eterna, junio 2018.

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Golpe de Estado, el nuevo producto nacional que abunda en el mercado político español

El portavoz del PNV en el Congreso no suele levantar mucho la voz en en el hemiciclo. En el pleno sobre la última cumbre de la UE, Aitor Esteban sí que lo hizo con un punto airado para negar las constantes alusiones en la política española para describir como «golpe de Estado» lo sucedido en Catalunya.

«Vale ya de hablar de golpe de Estado cuando aquí no ha habido ningún golpe de Estado», dijo Esteban. «El mismo concepto de golpe de Estado implica la fuerza, la coacción creíble de la fuerza, y todo el proceso catalán ha sido pacífico, a pesar de algunos que hubieran preferido otra cosa».

El golpe de Estado se ha convertido en la estaca recurrente en el debate sobre el proceso independentista catalán para atizar a los adversarios. Ahora todo es un golpe. Para unos, lo ha sido el procés, las leyes aprobadas por el Parlament y el referéndum del 1-O. Para los otros, lo fue la aplicación temporal del artículo 155 en Catalunya.

La acusación se extiende como una mancha de aceite. Ahora también se puede ser golpista por omisión desde que Pablo Casado acusó a Pedro Sánchez de ser «partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España». Se refiere a uno que supuestamente se está produciendo ahora. El presidente dijo después que, como no se retiraba la acusación, decidía romper relaciones con el líder de la oposición. Casado le miró con gesto de cierta sorpresa, como si la cosa no fuera para tanto.

En un país que recuerda el intento de golpe del 23-F y la imagen de los tanques de Milans del Bosch circulando por Valencia, la profusión de imputaciones de golpismo tiene que llamar la atención. Así que Javier Maroto, vicesecretario del PP, hizo de experto en el tema: «Los golpes de Estado, desgraciadamente hoy en día, no se dan con tanques o sables como en el siglo pasado sino que se pueden dar en los parlamentos». Se supone que por desgraciadamente se refiere a la segunda parte de la frase, no a la primera.

Maroto no dio ningún ejemplo de golpes llevados a cabo por un Parlamento. Habitualmente, los parlamentarios suelen estar entre las víctimas de los golpes. Un legislativo puede aprobar leyes promovidas por un Gobierno de corte autoritario, pero siempre a instancias de ese poder ejecutivo. El concepto de dictadura parlamentaria no ha tenido mucho recorrido en la historia.

La polémica hizo que Casado volviera este viernes al tema, esta vez en calidad de historiador sin titulación:  «Yo me pregunto si el PSOE lo que está diciendo es que el golpe de Estado de Brumario en la época de Napoleón en Francia, o el de Pavía, o el golpe de Estado de Primo de Rivera no fueron golpes de Estado por no mediar conflicto armado de por medio».

Es cierto que el golpe de Primo de Rivera, capitán general de Cataluña en 1923, cobró forma inicial de pronunciamiento, al estilo de los ocurridos en el siglo XIX. Pero tuvo el carácter de golpe de Estado al proclamar el estado de guerra en Barcelona y sacar las tropas a la calle para que ocuparan zonas y edificios clave de la ciudad, incluido el Gobierno civil, un acto inequívocamente violento, que se repitió en otras ciudades catalanas. Lo mismo ocurrió en Zaragoza y Huesca, donde se ocuparon bancos y centrales de telégrafos.

Según el historiador Shlomo Ben-Ami, autor de El cirujano de hierro. La dictadura de Primo de Rivera, el manifiesto del general desvelaba que no era un pronunciamiento como los del pasado, ya que pretendía crear «un nuevo régimen» y gobernar sin los partidos. La violencia ejercida en Barcelona y la disolución del Congreso sin convocatoria de nuevas elecciones reunían las características de un golpe de Estado.

Golpes de estado, instrucciones de uso

¿Qué es un golpe de Estado y cómo se puede comparar a los acontecimientos ocurridos en Cataluña en el último año? ¿Qué requisitos deben cumplirse para que pueda hablarse de golpe?

En el libro ya clásico de Edward Luttwak Golpe de Estado. Un manual práctico, se contaba al lector que los golpes podían llevarse a cabo con éxito por grupos relativamente pequeños en el caso de que controlaran «algunas lecciones elementales de la política moderna», una descripción –es cierto que irónica– que no termina de encajar con los responsables de un proceso en Catalunya que desencadenó una independencia que sólo duró ocho segundos, con total ausencia de reconocimiento internacional relevante y que acabó con sus principales dirigentes huidos o encarcelados.

En su mecánica, un golpe es sencillo de describir. Su objetivo es hacerse por la fuerza con el control de las instituciones del país y de todo el poder político.

La amenaza interna es un factor clave para Luttwak: el golpe es realizado habitualmente por personas o grupos que operan dentro de las estructuras del Estado, dentro de la maquinaria burocrática, militar o civil.

En España, los gobiernos autonómicos, incluida la Generalitat, sí forman parte del Estado, pero en una posición subordinada al Gobierno central y otros poderes. Y desde luego no están en condiciones tomar el control de todo el Estado ni de obligar a los jueces a que certifiquen sus decisiones.

La aprobación de dos leyes por el Parlament para convocar el referéndum y hacer posible después la independencia puede considerarse una forma de subvertir el orden legal marcado por la Constitución. Pero, como se descubrió después, la Generalitat no tuvo fuerza suficiente para que esas leyes tuvieran efectos jurídicos ni por la vía de los hechos. El referéndum no tuvo consecuencias legales reales, así que como posible forma de apoderarse de todas las instituciones resultó evidentemente inútil. Su impacto político fue innegable, pero los golpes no se hacen con ese fin, sino para hacerse con todo el poder.

En la descripción por Luttwak, la intervención del alto mando militar para derrocar al Gobierno no es la única forma posible de golpe, aunque sea muy frecuente. Los ejércitos y fuerzas de seguridad suelen ser los protagonistas de estas asonadas, porque son los que están en disposición de ejercer el uso de la fuerza y encarcelar a los que se oponen.

Como escribió el historiador E.J. Hobsbawm, los militares monopolizan la autoría de los golpes: «El número de los que pueden en cualquier país montar un plan para dar un golpe con alguna esperanza de éxito es casi tan limitado como el de los que se convierten en banqueros».

La violencia como requisito

El carácter violento de un golpe es prácticamente un ingrediente imprescindible. Eso no es sinónimo obligado de tiros en la calle y fusilamientos junto a una zanja. La amenaza del uso de la fuerza puede ser suficiente. El golpe perfecto es aquel que consigue con rapidez su objetivo sin disparar un solo tiro, lo que no lo convierte en pacífico.

En Cataluña, los dirigentes del procés insistieron en numerosas ocasiones en su carácter pacífico. El juez Llarena y la Fiscalía utilizaron la manifestación del 20 de septiembre ante la Conselleria de Economía cuando estaba siendo registrada por agentes de la Guardia Civil como una de las razones para acusar de rebelión a los acusados. Los únicos daños fueron materiales sobre tres vehículos policiales. El registro judicial se completó sin que los manifestantes pudieran impedirlo. La aprobación del artículo 155 y la destitución del Govern no produjeron incidentes violentos en las calles.

El secretismo en la preparación del golpe es un requisito obvio. Un golpe siempre va precedido por una conspiración. No se anuncia en ruedas de prensa. «En primer lugar, el secretismo en la preparación del complot y la necesaria rapidez de su ejecución dan al golpe una característica impronta de acto repentino, inesperado y, en ocasiones, impredecible», escribe Eduardo González Calleja, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid.

El secreto permite aprovechar el factor sorpresa y garantiza la seguridad de los protagonistas, aun más si alguno de ellos está considerado un fiel servidor del Estado o del Gobierno que va a ser derrocado.

Pocas cosas ha habido menos secretas que el procés catalán, precedido de manifestaciones masivas en la calle cada 11 de septiembre, aprobación de leyes en el Parlament para hacer posible la secesión y constantes declaraciones públicas. Como conspiración, resultó especialmente ruidosa.

Una opción singular es la del llamado autogolpe. Habitualmente, consiste en cambiar el equilibrio del poder en el Estado para reforzar al poder ejecutivo y anular las competencias de los poderes legislativo o judicial. Su objetivo final es perpetuar el poder del ejecutivo sin ninguna cortapisa legal. También resulta complicado compararlo con el caso catalán, cuando los tribunales que decidirán sobre los dirigentes independentistas encarcelados no han sufrido ninguna merma de poder por el procés.

Cualquier consideración sobre la técnica de los golpes de Estado no oculta que se trata en definitiva de una de las acusaciones más graves en una democracia. En el pasado, han sido prólogo de guerras civiles o de represiones a una escala masiva. Por tanto, es el insulto más hiriente. Es una tentación irresistible para el fuego cruzado propiciado por el ambiente crispado de la política en España y Catalunya.

La violencia es ese factor necesario en un golpe, que aparece como delito en el Código Penal en la forma de rebelión, precisamente el que la Fiscalía, el PP y Ciudadanos quieren imponer a los acusados por las largas penas de prisión que exige. Probar esa violencia, la misma que un tribunal alemán no pudo descubrir y por eso denegó la entrega de Puigdemont a España, será uno de los retos jurídicos que tendrá la Fiscalía en el juicio.

La duda es si será tan creativa como aparece en algunas opiniones publicadas. Según este artículo de una catedrática de Derecho Internacional, lo más grave fue la «violencia institucional» ejercida por el Govern y el Parlament entre 2015 y 2017. Cuando se decide que la violencia no tiene por qué tener un carácter físico, es muy fácil encontrarla en multitud de acciones políticas. Y uno puede ver golpes de Estado en todos los sitios, también en decisiones de dudosa o evidente ilegalidad. En esos casos, los ejemplos de la historia son prescindibles y no es necesario saber qué es un golpe.

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El selfie del dictador

El Davos del Desierto estaba pensado para ser otro gran éxito de imagen para Mohamed bin Salmán, al igual que lo fue el año pasado. La conferencia de negocios con la élite de las grandes corporaciones multinacionales tenía que ser otro gran ejemplo de la apertura económica de Arabia Saudí a los mercados internacionales de inversores. La salida a Bolsa de Aramco, la gran empresa estatal petrolífera saudí, había quedado congelada, pero las oportunidades de negocio eran inmensas. Todo el mundo iba a querer estar cerca del príncipe heredero saudí.

Hace poco más de veinte días, un periodista exiliado fue asesinado en el consulado saudí de Estambul. Durante 18 días, el Gobierno de Riad sostuvo que Jamal Khashoggi había abandonado el edificio por su propio pie. Finalmente, admitió que había sido eliminado con una versión de los hechos imposible de creer. Un hombre a punto de cumplir 60 años se había resistido ante el ataque de un equipo de 15 personas entre los que había miembros de la seguridad personal de Bin Salmán y había acabado estrangulado por accidente.

Todo cambió. No lo suficiente como para MbS renunciara a un pequeño momento de triunfo. No asistió a la sesión inaugural de la conferencia, pero sí se presentó unas horas más tarde para recibir una ovación de los asistentes al acto y hacerse unos selfies con algunos de ellos.

Fueron sólo 20 minutos los que pasó en la conferencia. Lo suficiente para tener su momento de triunfo ante un público que no está interesado en conocer lo que ocurrió dentro del consulado ni en el destino de todos aquellos que han sido detenidos por defender los derechos humanos en el país.

«Dentro de un año, alguien va a preguntar dónde están los ingresos. No vamos a poner nuestra relación en peligro por esto», dijo al NYT Henry Biner, directivo de la empresa de Boston P/E Investments. Al menos, tuvo el buen gusto de decir que la muerte de Khashoggi era «horrorosa».

El problema más inmediato para Bin Salmán es que la audiencia de los Henry Biner la tiene ganada por muchos disidentes que mueran a manos de sus guardaespaldas. El público que cuenta se reduce a corto plazo a una sola persona, el presidente de EEUU.

Es cierto que Trump presenta un asesinato a sangre fría como si fuera una operación fallida de marketing. «Un mal concepto original», por la eliminación de un molesto disidente refugiado en Washington. «Mal ejecutada», por haber matado a alguien sin garantizar el secreto. «El encubrimiento fue uno de los peores en la historia de los encubrimientos», por la sucesión de mentiras difundidas por orden de Bin Salmán hasta que su padre, el rey, asumió el control de la situación.

El Departamento de Estado ha anunciado sanciones algo menos que simbólicas contra las personas detenidas en Arabia Saudí por su relación con el crimen: anular sus visados para entrar en EEUU. Es un castigo ínfimo comparado con la magnitud de los hechos o quizá un intento de impedir que el Congreso adopte castigos más severos.

En cualquier caso, es probable que dentro de algún tiempo veremos a Trump haciéndose una foto con Bin Salmán. Pero esa vez no será un selfie.

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Israel comprueba alarmado la pérdida de prestigio saudí en Estados Unidos

Los estados del Golfo Pérsico, menos Qatar, y otros como Egipto y Jordania se apresuraron a dar su apoyo a Arabia Saudí al poco de conocerse la desaparición de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. Lo hicieron porque son aliados tradicionales de Riad o porque necesitan su dinero. Hay otro Estado en Oriente Medio que no depende económicamente de los saudíes ni tiene relaciones diplomáticas con ellos, e incluso así está muy preocupado por la caída del prestigio de ese país en EEUU a causa del asesinato del periodista exiliado. Se trata de Israel.

El Gobierno de coalición israelí se ha mostrado discreto en esta crisis, casi silencioso, lo que llama la atención teniendo en cuenta que algunos de sus ministros son muy proclives a dar a conocer sus posiciones. Es muy probable que hayan recibido instrucciones al respecto y que lo hayan aceptado al resultar obvio para ellos: Israel necesita a Arabia Saudí, pero este no es el mejor momento para plasmar su solidaridad.

Daniel Shapiro, embajador de EEUU en Israel entre 2011 y 2017, explicó esta dependencia hace unos días en un artículo titulado: «Por qué el asesinato de Khashoggi es un desastre para Israel». La razón está obviamente en el conflicto con Irán. Israel corre el riesgo de perder un elemento de influencia en Occidente en esa confrontación, y en especial en Washington, si la pérdida de reputación saudí en EEUU y Europa resta valor a los ataques a Irán. El Congreso estadounidense no se va a convertir en proiraní de repente, pero desconfiará de la información que le llegue de Riad y –en el peor de los casos para saudíes e israelíes– podría aprobar sanciones, incluso a pesar de lo que diga la Casa Blanca, como se ha visto en el caso de Rusia.

«Para los israelíes, ese puede ser el mayor revés tras el asesinato de Khashoggi. MBS (el príncipe heredero Mohamed bin Salmán), en su obsesión por silenciar a sus críticos, ha socavado el intento de construir un consenso internacional para presionar a Irán», escribe Shapiro, que actualmente trabaja en un think tank de Tel Aviv. «El daño es serio. Trump puede ser alguien que va por su cuenta. ¿Pero qué congresista (de EEUU), qué líder europeo estaría dispuesto a sentarse a negociar con MBS sobre Irán?».

Dos expertos israelíes en defensa (Dore Gold, que fue asesor de Netanyahu, y Eran Lerman) coinciden con ese análisis. Conocen los muchos contactos secretos o no revelados que representantes de ambos países han mantenido en los últimos años, el último a mediados de octubre cuando el jefe de las FFAA israelíes se vio en una conferencia internacional con su homólogo saudí. Comparten un enemigo, Irán, y el conflicto palestino no les afecta demasiado, porque el Gobierno israelí sabe que no es probable que Riad haga una declaración pública que pueda ser perjudicial para los intereses palestinos. La ausencia de cualquier avance es por definición favorable a los intereses del Gobierno de Netanyahu.

Leman considera que la hostilidad saudí hacia Teherán ha sido incluso más importante que la posición israelí a la hora de hacer más profundo el rechazo norteamericano a Irán desde el fin de la Administración de Obama. Eso sirvió para que el mayor éxito diplomático de Obama –el acuerdo nuclear con Irán que impedía cualquier programa de fabricación de armas nucleares– quedara neutralizado por la propaganda combinada de israelíes y saudíes y terminara siendo abandonado por Donald Trump.

Ese experto ve muy probable que algunas organizaciones del lobby judío presionen a los congresistas para que no haya sanciones contra Arabia Saudí. Ahí es donde la ayuda israelí puede ser importante. A pesar del gran gasto en lobbies llevado a cabo en los últimos dos años por el Gobierno saudí, su influencia en el Congreso es muy inferior a la de grupos como AIPAC y American Jewish Committee.

De la misma forma que el establishment político y militar israelí no ocultó que Obama debería haber defendido a toda costa al régimen de Mubarak, ahora se empeñará en salvar la posición de la monarquía saudí. Desde Israel, el asesinato de un periodista se verá sólo como el tipo de cosas que ocurren en algunos países de Oriente Medio, pero que en ningún caso son más importantes que la guerra encubierta contra Irán.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Rompiendo la cuarta pared.

–Bridges, Goodman y Buscemi charlan sobre ‘The Big Lebowski’.
–Una historia oral de ‘Halloween’ 40 años después.
–Si hubiera un Oscar a la mejor película de terror.
Peter Bogdanovich habla sobre Orson Welles y Buster Keaton.
–La suite de Blade Runner, por la Orquesta Sinfónica Danesa.
‘La ronda de noche’, obra maestra de Rembrandt.
–Cómo robar un cuadro de Dalí en una prisión de Nueva York.
¿Jackson Pollock sobrevalorado? Bah, pero hubo un hombre que le hizo famoso.
–La historia de Ctrl+Alt+Del.
–Cómo se luchaba con armadura en el siglo XIV (no como en las películas).

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Los saudíes ofrecen una versión increíble de la muerte de Khashoggi para exculpar al príncipe heredero

El rey saudí ha tomado las riendas de la operación de control de daños para salvar la reputación de su hijo, el príncipe heredero Bin Salmán, considerado como el principal responsable del asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Lo ha hecho a través de una serie de decretos y anuncios ofrecidos por la televisión saudí en la medianoche del viernes, que serán recibidos en todo el mundo con incredulidad.

A través del fiscal general, las autoridades saudíes admiten que Khashoggi murió al poco de entrar al consulado saudí de Estambul, pero ofrecen en el resumen de los hechos una versión imposible de creer. Afirman que se produjo una «pelea a puñetazos» que concluyó con la muerte del periodista. Cómo puede un hombre de 60 años, no excesivamente en buena forma física, pelearse contra 15 personas –entre las que había agentes de la seguridad personal del príncipe heredero– y acabar muerto sin poder ser reducido antes es un misterio que desafía el sentido común. Y es la versión para la que las autoridades del país han necesitado más de dos semanas.

Se ha comunicado que 18 ciudadanos saudíes están detenidos por su relación con los hechos. Nada se ha dicho de momento oficialmente sobre el paradero de los restos de Khashoggi. Si fueron enterrados en Turquía o trasladados a Arabia Saudí en alguno de los dos aviones que partieron horas después.

Una fuente anónima de la Administración saudí citada por el NYT da algunos datos más de la explicación con la que el Gobierno intentará cerrar el caso. Esa fuente indica que hay una orden para obligar o convencer a los disidentes que viven en el extranjero para que vuelvan al país. Por eso, el general Assiri envió a un equipo a Estambul para que se ocupara de Khashoggi. Añade que la orden fue malinterpretada, que el periodista intentó escapar y que fue estrangulado por uno de los agentes.

Sobre el destino del cuerpo, afirma que fue entregado a un «colaborador local» para que se deshiciera de él. Es la forma en que los saudíes creen que pueden negar que el cadáver fuera hecho pedazos en el interior del consulado para su traslado posterior en secreto.

Los decretos del Gobierno conocidos incluyen el cese de dos personas cercanas a Bin Salmán: el general Assiri, número dos de los servicios de inteligencia, y Saud al-Qahtani, consejero de MbS y arquitecto de la actual propaganda saudí. Este se presentaba en Twitter hace unos días como un simple «ejecutor de las órdenes» del rey y del príncipe.

El nombre de Assiri circuló en los últimos días como probable cabeza de turco elegido para exculpar al príncipe heredero. También se dijo que se intentaría aparentar que se había tratado de una operación que acabó mal, hecha sin el conocimiento de MbS para secuestrar a Khashoggi y llevarlo por la fuerza de vuelta a su país.

La presencia en el equipo de uno de los forenses más conocidos de Arabia Saudí –con la sierra empleada en el descuartizamiento del cadáver– impedía creer cualquier versión de una muerte accidental, pero ese es precisamente el resultado de la investigación, desarrollada en total secreto y con la única intervención de las autoridades saudíes.

Por último, el rey Salmán, de 82 años, deja patente que no puede prescindir de su hijo, al que algunos congresistas estadounidenses no han dudado en tildar de asesino. Ha ordenado que se forme una comisión para reformar los servicios de inteligencia después de todo lo ocurrido en Estambul. ¿Quién la dirigirá? La misma persona que está en el origen del escándalo: el príncipe heredero Mohamed Bin Salmán.

El destinatario de esta versión sólo es uno: Donald Trump. Los saudíes confían en que el presidente de EEUU dé el caso por cerrado, dado su nulo interés por aprobar sanciones contra Riad, como la interrupción de la venta de armamento, que es lo más probable. La opinión del Congreso de EEUU y de los gobiernos que se atrevan a desafiar a la monarquía saudí será muy diferente.

11.45
La incógnita no ha durado mucho. Como era previsible, Trump se ha dado por satisfecho con las informaciones llegadas desde Arabia Saudí. A la pregunta de si considera creíble la versión saudí de los hechos, ha dicho que sí y que cree que es «un primer paso muy importante».

Sobre la respuesta que dará EEUU, ha insistido en que «si hay algún tipo de sanción», no suponga cancelar la venta de armamento a la que se ha comprometido Riad, lo que denomina «cancelar trabajo por valor de 110.000 millones de dólares, lo que supone 600.000 empleos». Este es un dato falso que Trump se inventa porque los saudíes ni siquiera han concretado qué armamento van a comprar para poder llegar a esa cifra.

Los congresistas norteamericanos, incluidos los republicanos, no han quedado muy convencidos. «Decir que soy escéptico sobre la nueva versión saudí, sería quedarse corto», ha dicho el senador republicano Lindsay Graham.

En la misma línea está el también republicano Bob Corker: «La historia que los saudíes han contado sobre la desaparición de Jamal Khashoggi continúa cambiando cada día, por lo que no debemos dar por hecho que esta última sea la auténtica».

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Por qué EEUU y Turquía están evitando una confrontación directa con Arabia Saudí

Las filtraciones turcas sobre lo que ocurrió en el consulado saudí de Estambul al poco de entrar Jamal Khashoggi en él han alcanzado niveles tan detallados como brutales. A partir de la grabación de audio obtenida por la vigilancia de la delegación diplomática, se ha sabido que el periodista fue asesinado a los pocos minutos.

El forense que acompañaba al equipo de verdugos, el doctor Salah al-Tubaigy, se ocupó después del cadáver con el tipo de sierra que se utiliza en una amputación en una operación quirúrgica o en una autopsia. Al-Tubaigy es el máximo responsable del Consejo de Forenses Científicos Saudíes y da clases en la principal facultad de Medicina del país. Su presencia en el equipo indica que el objetivo nunca fue el secuestro de Khashoggi para sacarlo de Turquía, sino su eliminación. Siempre iba a ser más fácil abandonar el país con varias bolsas que el consulado podía consignar como parte de la valija diplomática en los dos aviones que abandonaron Estambul ese mismo día.

La versión que han dado varios medios norteamericanos, probablemente a partir de fuentes de su país, es que los saudíes están dispuestos a admitir que Khashoggi murió en un interrogatorio no autorizado «que acabó mal», porque el objetivo era secuestrarlo para llevarlo contra su voluntad a Arabia Saudí. Es la forma de salvar la reputación del príncipe heredero Mohamed bin Salmán. La impresión que ha dado Donald Trump en sus declaraciones es que desea aceptar esa historia para salvaguardar su relación comercial con Riad.

El NYT ha identificado a varios de los miembros de la macabra delegación. Sus nombres ya aparecieron hace varios días en redes sociales –The Washington Post publicó además copias de sus pasaportes facilitadas por las autoridades turcas– basándose en su parecido con fotos ya publicadas, pero ahora el periódico los ha señalado sin ningún género de dudas. Uno de ellos acompañó a Bin Salmán en su visita a Madrid y París, así como a la realizada a EEUU. Varios formaban parte de la Guardia Real, el cuerpo policial que protege a los miembros más importantes de la familia real. Parece claro que MbS envió a sus guardaespaldas personales para que se hicieran cargo de la misión. NYT:

«Después de que fuera llevado al despacho del cónsul saudí, Mohamed al-Otaibi, los agentes capturaron casi de inmediato a Khashoggi y comenzaron a golpearle y torturarle, y finalmente le cortaron los dedos, según un alto cargo turco».

«Háganlo fuera. Me meterán en problemas», dijo el cónsul, según la grabación. «Si quieres seguir vivo cuando vuelvas a Arabia, cállate», le respondió uno de los agentes.

El mismo día en que el secretario de Estado, Mike Pompeo, visitó el país para reunirse sonriente con el príncipe heredero, los saudíes entregaron los 100 millones de dólares prometidos a Washington para financiar su despliegue militar en el norte de Siria y el gasto en infraestructura civil en la zona. A estas alturas, los saudíes no necesitan disimular. Saben que el dinero es el lenguaje que mejor entiende Trump.

En una entrevista con AP el martes, Trump dejó claro que había olvidado su idea de «un duro castigo» si se probaba el asesinato de Khashoggi. Comparó toda esta crisis con las acusaciones recibidas por el juez Kavanaugh durante su proceso de confirmación del nombramiento para el Tribunal Supremo: «Ya estamos con lo mismo. Eres culpable hasta que se pruebe que eres inocente. Ya pasamos por eso con el juez Kavanaugh, y él era inocente por lo que yo sé».

Ofreció el mismo mensaje en otra entrevista con Fox: «Así no les estamos haciendo daño (con sanciones). Nos hacemos daños a nosotros. Hay que ser inteligentes. No quiero perder unos contratos de 110.000 millones de dólares o de lo que sean. Hablamos de empleos. Lo que estoy haciendo es… tenemos una situación económica fantástica. Quiero que Boeing, Lockheed y Raytheon reciban esos contratos y contraten mucha gente para fabricar ese increíble material».

Una cuestión pendiente de resolver tiene que ver con las intenciones del Gobierno turco. Todas las filtraciones a medios del país o extranjeros, extremadamente detalladas, no se habrían producido sin el permiso de las autoridades. Los periódicos turcos que las han difundido están controlados por partidarios de Erdogan que nunca darían un paso así sin permiso del presidente.

Erdogan no ha querido lanzar una acusación pública contra Arabia Saudí por razones económicas. Los gobiernos de ambos países están en bandos opuestos desde hace tiempo. Erdogan ha apoyado a Qatar en su enfrentamiento con la familia real saudí. Turquía no puede permitir que otros países envíen de forma impune a escuadrones de la muerte a su territorio para eliminar a disidentes que han huido de países del Golfo Pérsico por su cercanía con los Hermanos Musulmanes o por ser críticos con la política de Bin Salmán.

Por otro lado, pretende evitar un choque directo con Riad. A pesar de las diferencias políticas, empresas públicas saudíes han hecho importantes inversiones en Turquía. Cada año, miles de adinerados turistas saudíes visitan el país para conocer los edificios y el legado artístico y religioso del imperio otomano. La difícil situación económica de Turquía no le permite despreciar esa fuente de ingresos. La mayor esperanza de Erdogan es que EEUU le ayude a solucionar el entuerto. La filtración de lo que ocurrió dentro del consulado es una forma de presionar a la Casa Blanca.

Inevitablemente, el petróleo también forma parte de la ecuación. Ya es exagerado afirmar que EEUU depende del crudo saudí. El hundimiento del precio del petróleo en 2014 se produjo precisamente porque Arabia Saudí quería impedir que las explotaciones de fracking en EEUU siguieran siendo tan rentables con el barril de Brent por encima de 100 dólares.

Pero una reacción airada saudí con el recorte de su producción tendría un efecto de consecuencias difíciles de predecir, ahora que EEUU quiere imponer sanciones a Irán que impidan a otros países comprar su petróleo. La segunda parte de esa estrategia pasa por que los saudíes aumenten su producción para compensar la salida del crudo iraní del mercado. Hoy el barril de Brent está a 80 dólares.

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John Oliver explica a los norteamericanos quién es Mohamed bin Salmán

Sé que es difícil tomarse el asesinato de Jamal Khashoggi desde una perspectiva sarcástica, pero John Oliver lo intenta, como es lo habitual en su programa, para demostrar lo absurdo de la versión saudí y la responsabilidad de EEUU en la deriva brutal de la monarquía saudí en los últimos dos años.

Siendo un programa de televisión, ofrece imágenes que ahora deben parecer a sus espectadores especialmente delirantes. La portada de Time con una foto del príncipe heredero Mohamed bin Salmán y el titular «Charm offensive» o el programa ’60 Minutes’ de CBS, un clásico del periodismo televisivo de EEUU en el que se afirmaba que Bin Salmán había «emancipado a las mujeres saudíes» (por si es necesario decirlo, es falso).

Oliver pasa después a explicar la relación de Trump con MbS, incluida su disposición de los últimos días a aceptar cualquier versión saudí sobre el asesinato del periodista a cambio de que Riad siga comprando armas a EEUU.

Hay mucho humor (negro) en este programa de Oliver. Todo lo que cuenta es cierto.

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La derecha de Baviera tiene un mensaje preocupante para Pablo Casado

En cada cita con las urnas que se celebra en Europa en estos tiempos, se plantean incógnitas similares: si resisten los partidos tradicionales, si avanzan los partidos ultraderechistas o euroescépticos o si la fragmentación del voto hace muy difícil la formación de un nuevo Gobierno.

Las elecciones del Estado alemán de Baviera han sido otro ejemplo de este debate permanente y tienen una lectura española desde el momento en que Pablo Casado imprimió un sello más intransigente a la política del Partido Popular sobre inmigración al poco de ser elegido. El mensaje que le llega de Baviera es que se arriesga a acabar peor de lo que estaba.

La CSU ha dominado la política bávara desde la Segunda Guerra Mundial. Este domingo, tuvo su segundo peor resultado electoral desde entonces con un 37,2%, 10,5 puntos menos que en 2013. Los socialdemócratas se hundieron al perder la mitad de sus votantes y caer al 9,6%. Los Verdes doblaron los suyos y llegaron al 17,5%. La ultraderecha de AfD entró por primera vez en el Parlamento bávaro con el 10,2%. Un partido regional bávaro –Votantes Libres– que está en el grupo liberal en el Parlamento Europeo tuvo un leve ascenso al llegar al 11,6%.

En el campo de la derecha, los resultados no son muy diferentes a los producidos en Baviera en las elecciones generales de 2017. Entonces, la CSU alcanzó el 38,8% y AfD, el 12,4%. Precisamente para corregir esa tendencia, Horst Seehofer –ministro de Interior y líder de la CSU– endureció su discurso contra la inmigración y amenazó a la canciller Merkel con tomar medidas unilaterales en la frontera sur alemana. Merkel consiguió parar el golpe con un acuerdo que sólo era una tregua a la espera de las elecciones de Baviera.

El objetivo de Seehofer era claro: para frenar el ascenso de AfD y sus ideas xenófobas era necesario comprar una parte de su discurso, imponer mayores restricciones a la llegada de extranjeros y reconocer en la práctica que la decisión de Merkel de recibir a centenares de miles de refugiados en 2015 había sido un error.

El desafío fue de tal magnitud que los medios de comunicación alemanes empezaron a plantear si no estábamos ante los días finales de Angela Merkel, en el poder desde 2005. Una portada de Der Spiegel convertía su gesto habitual de juntar las manos en un reloj de arena en el que caían los últimos granos.

El veredicto de los muy conservadores votantes bávaros ha demostrado hasta qué punto la estrategia de Seehofer ha resultado un fracaso. En cierto modo, Merkel puede cantar victoria, pero no del todo. Sus dos socios en el Gobierno federal, CSU y SPD, han salido mortalmente heridos de esta cita. Los socialdemócratas deben volver a reflexionar sobre si su presencia en el Gobierno de coalición es un factor que acelera su decadencia. Las elecciones en el Estado de Hesse el 28 de octubre, donde gobierna la CDU, pueden desencadenar una crisis política nacional.

Tampoco se puede decir que el presidente del Gobierno bávaro, Markus Söder, tuviera una idea muy efectiva con otro intento para encandilar a los votantes más conservadores al decidir en mayo ordenar que se colgara un crucifijo en cada edificio público del Estado federado. La CSU es un partido socialcristiano, pero reafirmar el cristianismo como un elemento básico de la cultura alemana, como quería Söder, sólo pretendía excluir a los residentes en Baviera de otras religiones.

En la encuesta de ARD difundida al cierre de los colegios hay una explicación sobre por qué los votantes tenían otras prioridades. Les preguntaron en ese sondeo cuáles eran los temas que más les preocupaban. Fueron educación (52%), vivienda (51%), medio ambiente (49%) y migración (33%). Y eso a pesar de que han sufrido desde 2015 un diluvio de opiniones y noticias a cuenta del debate sobre la inmigración, con frecuencia en tonos muy sombríos.

Como es lógico, una gran mayoría de los votantes de AfD (78%) daba prioridad a la inmigración como asunto decisivo en su sentido de voto. Sólo el 33% de los votantes de la CSU en estas elecciones estaba en esa línea. Seehofer, líder de la CSU desde hace diez años, no conocía a sus votantes.

Este gráfico sobre trasvases de votos entre partidos revela con el caso bávaro hasta qué punto un partido conservador puede perder votos por ambos lados del espectro ideológico si convierte la inmigración en uno de los rasgos definitorios de su estrategia. La CSU sí perdió un número importante de votantes hacia AfD, lo que era probablemente inevitable: 160.000 con respecto a los comicios de 2013, cuando Alternativa por Alemania aún no existía.

Pero fueron muchos más los que se fueron hacia los Verdes (190.000) o los Votantes Libres (220.000).

Hay otro dato más que no suele aparecer en los análisis electorales, pero que es imposible evitar: la muerte. O siendo más sofisticado, el hecho de que algunos partidos cuentan con votantes mayores que otros. Esa fue la principal vía de agua para la CSU por la que se fueron 240.000 votantes.

Los partidos tradicionales suelen tener en muchos países votantes de más edad. En principio, eso es una garantía en la medida de que los mayores de 65 años van a las urnas en mayor porcentaje que los menores de 30 años. Hay un inconveniente, como bien acaba de comprobar la CSU.

El problema también afectó al SPD en Baviera, con 100.000 votantes menos que en 2013 a causa de su fallecimiento. Por el contrario, los Verdes sólo perdieron 20.000 por esa razón.

Los disturbios provocados por los neonazis en la ciudad oriental de Chemnitz en los últimos días de agosto después del asesinato de una persona y los rumores y teorías de conspiración propagados desde entonces para relacionar delincuencia e inmigración alentaron un clima de miedo del que muchos decían que beneficiaría a AfD y obligaría a conservadores y socialdemócratas a endurecer su discurso si querían contener a los ultras en las urnas.

Ese análisis tan extendido no ha resultado muy acertado en Baviera. Los Verdes presentaron un mensaje abierto y no vengativo hacia la inmigración, y obtuvieron su mejor resultado histórico recibiendo votos de la CSU, el SPD y Votantes Libres. El domingo, 240.000 personas se manifestaron en Berlín contra el racismo y la xenofobia.

Acercarse a la extrema derecha para imitar su rechazo a la inmigración es algo que un partido conservador puede pagar caro. En votos.

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Por qué la desaparición de un periodista ha revelado el rostro de la monarquía saudí (pero no la guerra de Yemen)

16.000 muertos, bombardeos sobre la infraestructura civiles del país, incluidos hospitales, centrales eléctricas y de agua, ataques a funerales y entierros, una epidemia de cólera, el bloqueo naval que impide la llegada de alimentos, millones de personas sin comida y casos de desnutrición infantil por todo el país… Una catástrofe humanitaria en Yemen.

El asesinato de un periodista en el consulado saudí de Estambul.

Son dos casos muy diferentes de responsabilidad de la monarquía saudí, en especial de su príncipe heredero Mohamed bin Salmán. El mundo ha respondido con el silencio ante la guerra civil de Yemen y la campaña de bombardeos saudíes, con la excepción del trabajo de las agencias humanitarias de la ONU.

La desaparición y probable asesinato del periodista exiliado Jamal Khashoggi ha suscitado una reacción muy diferente, sobre todo en EEUU. Donald Trump se ha visto obligado a hacer declaraciones sobre esta crisis en varias ocasiones y reconocer su gravedad. Senadores republicanos y demócratas han reclamado a la Casa Blanca una respuesta enérgica en forma de sanciones si se confirma que Khashoggi fue asesinado. Varios medios de comunicación y algunos empresarios se han retirado de una conferencia de negocios que se celebrará en Riad el 23 de octubre. El Gobierno turco intenta que la Casa Blanca obligue a los saudíes a reconocer lo que han hecho. Un exembajador estadounidense en Arabia Saudí ha dicho que está «seguro al 95%» de que Khashoggi ha sido asesinado.

De repente, el mundo ha descubierto que Bin Salmán, futuro monarca saudí, es capaz de cualquier cosa para silenciar una voz crítica en el extranjero, incluso hasta el punto de ordenar un crimen ejecutado en condiciones espeluznantes.

Aparentemente, la guerra de Yemen, la detención sin recurrir a los tribunales de decenas de políticos y empresarios en una investigación anticorrupción y la ofensiva contra Qatar no habían sido suficientes para desvelar el carácter autoritario y errático de MbS.

La existencia de un doble rasero a la hora de analizar la conducta de los gobiernos de Oriente Medio es tan evidente que no merece la pena insistir mucho en ella. El juego de alianzas siempre ha contado con mucha más importancia que los derechos humanos a ojos de los gobiernos. No es la única zona del mundo en que ocurre.

Hay varios factores que ayudan a entender, no a justificar, esta diferencia entre las muertes de Yemen y la del periodista exiliado. La más obvia es el peso económico de Arabia Saudí, como productor y exportador de petróleo y cliente de los países occidentales en la venta de armamento y la ejecución de obras públicas (en el caso de España, los ejemplos más recientes son las obras del AVE de La Meca y la venta de las corbetas).

Ni en los gobiernos de Obama o de Trump, la guerra de Yemen y el sufrimiento de la población civil supusieron un obstáculo para que EEUU y el Reino Unido vendieran a los saudíes los misiles guiados por láser utilizados en los bombardeos. España también lo ha hecho en menor medida, aunque el cargamento que tantos problemas ha supuesto al Gobierno de Pedro Sánchez aún no ha sido entregado.

Por muchos comunicados en favor de una solución pacífica a la guerra, lo cierto es que los países occidentales han hecho posible esta guerra, porque los saudíes no se atreven a utilizar tropas de tierra y necesitan la munición que vende Occidente para continuar con los bombardeos.

La Casa Blanca ha adoptado además la lógica con la que Riad justifica su campaña militar, su enfrentamiento con Irán, cuyo Gobierno presta ayuda a las milicias hutíes, aunque esa intervención iraní no está en el origen del conflicto.

El asesinato de Khashoggi es desde luego una demostración dramática de hasta qué punto Bin Salmán está dispuesto a utilizar los mismos métodos que las peores dictaduras de Oriente Medio del pasado. Por eso, ha sorprendido la osadía de MbS al enviar a Turquía a un equipo de verdugos para ocuparse del periodista. Varios de ellos han sido identificados como mandos militares de la Guardia Real y de los servicios de inteligencia. Ninguno hubiera viajado a Turquía sin la aprobación de los responsables de esas organizaciones, y por tanto de Bin Salmán.

Con las acciones de Rusia y China, los medios y los think tanks de EEUU podían alegar que se trataba de operaciones secretas llevadas a cabo por gobiernos preparados para desafiar a EEUU, en definitiva, sus enemigos. Con Arabia Saudí, no tienen esa excusa. Como dice Robert Kagan, alguien que nunca ha hecho ascos a las intervenciones militares norteamericanas en el exterior, ningún líder saudí habría ordenado algo así sin la seguridad de que Trump se ocuparía de impedir una condena internacional.

Esa pretensión de impunidad es la que más ha llamado la atención en muchos artículos en EEUU. Cualquier idea de que Washington y sus aliados son un factor de estabilidad en Oriente Medio ha quedado hecha pedazos en el consulado de Estambul. MbS ha hecho todo esto porque da por hecho que saldrá indemne, algo que ahora no está tan claro.

En una entrevista en CBS que se emite este domingo, Trump ha dicho que estaría muy «molesto y furioso» si se confirmara el asesinato de Khashoggi. Cuando le preguntan si habrá sanciones en ese caso, como han pedido senadores de ambos partidos, se echa atrás y saca el asunto de la venta de armamento. Viene a decir que otros países como Rusia y China estarían encantados de vender armas a Riad y que ese mercado está ahora a disposición de EEUU: «Boeing, Lockheed, Raytheon, todas esas compañías. No quiero perjudicar el empleo. No quiero perder esas ventas. Hay otras formas de castigar». No concreta cuáles.

Queda bastante claro que la presunción de MbS de que puede salirse con la suya no está tan desencaminada.

Trump y su yerno, Jared Kushner, han invertido mucho tiempo en fomentar su relación con MbS. El apoyo norteamericano fue decisivo para que su nombramiento como príncipe heredero fuera bien recibido en EEUU, a pesar de la destitución del anterior príncipe, Bin Nayef, que tenía una excelente relación con el Pentágono y la CIA por su papel en la guerra contra Al Qaeda. Ahora Trump y Kuhner aparecen como cómplices de un caso de terrorismo de Estado.

Ni siquiera cuando MbS se lanzó contra Qatar por no secundar a Arabia Saudí en su enfrentamiento con Irán, Trump dudó lo más mínimo en apoyarle. En Qatar se encuentra una base aérea fundamental para el despliegue militar de EEUU en Oriente Medio. Cuando el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, intentó llevar a cabo una labor de mediación entre ambas partes, Trump lo desautorizó.

La desaparición de Khashoggi ha coincidido en el tiempo con el ataque al exespía ruso Sergéi Skripal en Reino Unido, que provocó la muerte de una mujer, cuya autoría se atribuye a una venganza de los servicios de inteligencia rusos y que ha provocado la adopción de sanciones contra Moscú. A ello hay que unir la reciente operación frustrada de varios espías rusos en Holanda. Resulta difícil aprobar sanciones contra Rusia y no hacerlo contra otro Estado dispuesto a ejecutar la eliminación física de un opositor en suelo extranjero, en un país que es miembro de la OTAN.

En Europa y EEUU, hay muchos exiliados que huyeron de dictaduras de Oriente Medio. Khashoggi era uno de ellos. Además, vivía en Washington y colaboraba en la sección de opinión de The Washington Post. Conocía a muchos periodistas norteamericanos y era considerada una voz moderada que en ningún caso pretendía provocar el derrocamiento de la monarquía saudí.

Los mismos periodistas que elogiaron hasta la exageración a MbS por sus proyectos de reformas económicas, que además ofrecen inmensas oportunidades de negocio a empresas occidentales, ahora se ven obligados a reconocer su error, o al menos a exigir que haya una respuesta firme. Obviamente, el hecho de que Khashoggi colaborara con un medio como The Washington Post refuerza su perfil. Por los ejemplos que daré luego, está claro que no todas las víctimas cuentan con la misma repercusión pública.

El dueño del Post, Jeff Bezos, fue uno de los empresarios que recibieron a MbS con los brazos abiertos en su gira por EEUU de hace unos meses. Ahora el periódico está haciendo una cobertura muy intensa sobre la suerte de su colaborador.

El columnista del NYT, Nicholas Kristof, es uno de los periodistas que han reaccionado escandalizados por lo ocurrido. En un artículo, no sólo reclama sanciones contra Arabia Saudí, sino que va más lejos: «América puede también dejar claro a la familia real saudí que debería buscarse otro príncipe heredero. Un príncipe loco que asesina a un periodista, secuestra a un primer ministro (por el libanés Hariri) y mata de hambre a millones de niños (en Yemen) no debería ser homenajeado en cenas de Estado, sino acabar en la celda de una prisión».

Existe entre los comentaristas de política exterior un sentimiento de haber sido traicionados por un príncipe al que concedieron con facilidad la etiqueta de reformista obviando la realidad del país en los últimos años. Lo definían como la mejor esperanza de su país para abandonar el fundamentalismo wahabí que ha inspirado a tantos yihadistas violentos por todo el mundo.

Algunos como David Ignatius, de The Washington Post, que acaba de escribir un emotivo perfil de Khashoggi destacando su valentía, han estado más de una década escribiendo artículos positivos sobre la monarquía saudí e ignorando la concepción teocrática que vulnera los derechos de las mujeres, la minoría chií y cualquier atisbo de oposición. En sus artículos, el país siempre estaba a punto de emprender un camino de reformas.

Había en EEUU pocos portavoces periodísticos más entusiasmados con MbS que Thomas Friedman, columnista del NYT, convencido de que con él la Primavera Árabe había llegado al país, un razonamiento absurdo porque las autoridades saudíes siempre consideraron que ese fenómeno era una amenaza para su existencia. Lo demostraron muy pronto.

Hace unos días, Friedman escribió un artículo para justificarse e intentar recordar que él también había criticado a MbS por los pasos dados «en los últimos meses».

Todos huyen del barco saudí en EEUU, precisamente con la responsabilidad de haber soplado sus velas durante tanto tiempo.

El carácter dictatorial de MbS había quedado claro mucho antes de que Khashoggi entrara en el consulado de Estambul. Loujain al-Hathloul, activista de 28 años en favor de los derechos de la mujer, fue detenida junto a otras mujeres unas semanas antes del fin de la prohibición de conducir un coche para las mujeres. Las arrestadas fueron señaladas en redes sociales como cómplices de Qatar.

Essam al-Zamil, economista, lleva un año en prisión por haber criticado el proyecto de salida a Bolsa de la empresa pública petrolífera Aramco. Ha sido acusado de pertenencia a una organización terrorista –por los Hermanos Musulmanes– y por estar en contacto con gobiernos extranjeros.

Salman al-Awdah, un conocido académico religioso, fue también encarcelado por negarse a escribir un tuit en apoyo de la política saudí contra Qatar. Por el contrario, decidió escribir en favor de la paz entre ambos países. Tras un año en confinamiento solitario, según su familia, la fiscalía ha pedido la pena de muerte contra él en un juicio que se celebrará en secreto.

No son los únicos casos. Sólo las organizaciones de derechos humanos y algunos medios de comunicación denunciaron estas detenciones. Como en el caso de Yemen, recibieron una atención escasa que quedaba oculta por la imagen que se había creado de un príncipe joven que se reunía con los responsables de Google, Amazon y otras empresas de Silicon Valley como parte de su estrategia de abrir Arabia Saudí a la economía mundial. Un tecnócrata que quería que su país abandonara el fundamentalismo teocrático para entrar en el siglo XXI.

La desaparición de Jamal Khashoggi ha puesto fin a esa ficción.

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