Ahora es cuando hay que temer de verdad los efectos del Brexit

Un día de tristeza para Europa. Es algo que tenían claro desde hace tiempo los responsables de la Unión Europea pensando en el momento en que se alcanzara el primer acuerdo definitivo sobre la salida del Reino Unido. Pero lo peor no es eso, porque puede ser el primero de una serie de días malos que tendrán mayores repercusiones económicas que el pacto sellado en la cumbre del domingo.

Jean-Claude Juncker insistió en que este es el mejor acuerdo posible para Reino Unido. No se quedó ahí. «Es el único posible», dijo. Mensaje claro a los diputados conservadores británicos para que no se llamen a engaño: «Quedarán decepcionados en los primeros segundos después de rechazar este acuerdo». No hay posibilidad de renegociar nada más en estos momentos. Lo toman o lo dejan.

Lo que ocurre es que en estos momentos en el Parlamento británico, que debe votar el contenido del tratado, son mayoría los que están dispuestos a dejarlo con independencia de cuáles sean las consecuencias económicas de un divorcio brutal y sin acuerdo. Muchos piensan que este acuerdo ha nacido ya muerto.

Quien piense que el drama del Brexit ha concluido no puede estar más equivocado. En dos semanas, sabremos si lo peor está a punto de comenzar con una serie de acontecimientos que, ahora sí, afectarán a todos los demás países europeos en un contexto económico internacional mucho más vulnerable que el que existía en el momento en que los británicos votaron en el referéndum.

La última pirueta en el debate sobre el Brexit es que sus partidarios más radicales entre los tories, y que están dispuestos a votar en contra en la Cámara de los Comunes, prefieren ahora el ‘No Deal’ (abandonar la UE sin ningún tipo de acuerdo) antes que el pacto que ofrece Theresa May. Eso es precisamente lo que ellos dijeron en la campaña del referéndum que nunca pasaría, porque sería muy fácil negociar un acuerdo con Bruselas con las mejores condiciones posibles. Suponer lo contrario era lo que denunciaban como «Project Fear», el intento del Gobierno de meter miedo en el cuerpo a los votantes antes de la consulta.

El exlíder del partido Iain Duncan Smith ha confirmado que votará en contra en los Comunes. La diputada laborista Lisa Nandy ha dicho lo mismo, y eso es importante porque ella era una de los parlamentarios de su partido de los que se decía que podía votar a favor al representar a una circunscripción con una mayoría de votos por el Brexit. Laboristas, nacionalistas escoceses y hasta los unionistas del DUP, aliados de los conservadores en el Parlamento, se han mostrado en contra de este pacto con Bruselas, mientras que se calcula que no menos de 20 diputados tories romperán la disciplina de voto. Muchos más, hasta 80, han afirmado de formas diferentes lo poco que les gusta la situación actual.

Hasta mediados de diciembre –la fecha más probable para la votación en la Cámara– tiene tiempo May para desmentir estos pronósticos. Habrá mucho ‘chicken game’ hasta entonces. En su haber, está la promesa de una certidumbre –una forma efectiva, aunque no completa, de salir de la UE– ante la posibilidad de un caos institucional y catastróficas consecuencias económicas.

Como ejemplo de lo difícil que lo tiene la primera ministra, han preguntado al ministro de Exteriores, Jeremy Hunt, si todo esto puede provocar «el colapso del Gobierno». «No se puede descartar nada», ha respondido. Tampoco ha sonado muy optimista al decir que este «no es un acuerdo perfecto».

En un gesto tan atrevido como desesperado, May tiene previsto retar al líder laborista, Jeremy Corbyn, a un debate televisado sobre el acuerdo, según el Telegraph. Es una forma de dejar patente a los diputados de su partido qué es lo que están arriesgando. La derrota del Gobierno y el caos subsiguiente sólo serían una forma de acelerar la llegada de Corbyn a Downing Street. Este ha sido un argumento recurrente desde el Gobierno, pero la furia de los llamados Brexiteers es tal que no tenido mucho éxito hasta ahora.

May se negó a participar en un debate con Corbyn y los otros candidatos en la pasada campaña electoral, confiada en una victoria abrumadora que no llegó a producirse. La primera reacción laborista ha sido ahora la de aceptar la oferta si llega a producirse.

La discusión sobre Gibraltar ha sido el último de los problemas para May. El acuerdo confirma lo que ha sido la posición de los gobiernos españoles: impedir a cualquier precio que la cuestión escape de las relaciones bilaterales entre ambos países a un ámbito de la UE en que el Reino Unido tenga más influencia por su mayor peso político y económico. Por más que el PP intente presentarlo como una rendición, el pacto establece que cualquier acuerdo de la UE y Reino Unido que afecte a Gibraltar debe contar antes con el visto bueno de España.

Los medios británicos lo presentaron como una concesión de May, y los partidarios más radicales del Brexit como otra traición más de la primera ministra. El domingo, May confirmó algo que es obvio. En futuras negociaciones, Londres intervendrá en nombre de toda la «familia británica», incluida Gibraltar.

Al igual que el día anterior, Pedro Sánchez optó por sacar pecho y exageró al presentarlo como un hito histórico en el conflicto de más de tres siglos sobre la Roca. No es extraño teniendo en cuenta las críticas que ha recibido en el Parlamento desde el PP y Ciudadanos, a lo que hay que sumar las elecciones en Andalucía el próximo domingo.

Los que afirman que las concesiones obtenidas no tienen el valor jurídico de un tratado tienen una concepción peculiar de la política por la que un compromiso firmado por instituciones como el Consejo Europeo y la Comisión Europea puede ser violado en cualquier momento.

Sánchez dijo que el acuerdo «fortalece» a España, lo que no es del todo falso. Hay que recordar que quien se quedará en una posición débil en el futuro será Reino Unido, que ya no será miembro de la UE. Eso no quiere decir que Bruselas se vaya a convertir en un aliado fundamental para España en este conflicto. Este es un problema británico y español, no europeo.

En la negociación de la relación futura de Reino Unido y la UE en los dos próximos años, cuyo aspecto más relevante será el acuerdo comercial, España tendrá la oportunidad de introducir el asunto de Gibraltar. Ahí sí que España contará con el derecho de veto, porque el pacto final tendrá que ser aprobado por todos los parlamentos. Contar con esa carta será muy importante, pero sólo si se administra con realismo.

Pretender que esa negociación servirá para forzar a Londres a aceptar algún tipo de acuerdo sobre cosoberanía es desconocer el hecho de que España puede quedarse muy sola en la UE si lleva las cosas demasiado lejos. Es en cualquier caso una opción que tendrá sobre la mesa el Gobierno español que esté en el poder en esos momentos.

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