Pocas horas después del atentado del Sinaí, el presidente egipcio Abdulfatá al Sisi prometió responder con «una fuerza brutal» contra los responsables de una matanza en la que fueron asesinadas 235 personas. «El Ejército y la Policía vengarán nuestros mártires y devolverán por la fuerza la seguridad y la estabilidad dentro de muy poco tiempo».
Si hay que contrastar las palabras de Sisi con la realidad de los últimos cuatro años, los egipcios no deben de tener muchas esperanzas en que se cumpla esa promesa. La insurgencia aparecida en la península del Sinaí –en un territorio desértico que no ofrece muchas posibilidades de esconderse– no ha sufrido hasta ahora daños relevantes desde que el Estado fue consciente del peligro que entrañaba.
Esa incapacidad quedó de manifiesto hace sólo un mes cuando una operación policial contra los yihadistas acabó en un sangriento fiasco. Un convoy de ocho vehículos sufrió una emboscada en una zona desértica y poco habitada a unos 125 kilómetros al oeste de El Cairo. Se dirigían a realizar un ataque contra un grupo insurgente sin saber que probablemente esa información recibida era una trampa. 59 policías y jefes de unidades antiterroristas perecieron en el ataque, entre ellos dos generales de la Policía, un coronel y diez tenientes coroneles (posteriormente, las autoridades redujeron la cifra a 16 muertos). La gran presencia de mandos hace pensar que creían que iban a conseguir un gran éxito en la lucha contra el grupo Wilayat Sina, vinculado al ISIS. El ataque se produjo a menos de 20 kilómetros de una carretera principal que parte de El Cairo hacia el sur del país.
Las emboscadas en Sinaí también han arrojado un balance letal para las fuerzas de seguridad. En 2015, unos 50 policías y militares murieron en varios ataques coordinados en esa península.
Con la excepción del atentado que destruyó en vuelo un avión ruso de pasajeros con 224 personas en su interior en 2015, los ataques yihadistas habían estado dirigidos hasta ahora contra las fuerzas de seguridad y la minoría cristiana de los coptos. El ataque contra una mezquita cercana a la localidad de El Arish (100.000 habitantes) es el primero dirigido contra la población civil musulmana en el que se ha producido un alto número de víctimas. Estaba diseñado para eso. Los atacantes, que pudieron ser cerca de 40, detonaron una o varias bombas y luego dispararon con fusiles sobre los asistentes al rezo del viernes que intentaban escapar. La falta de vigilancia les permitió continuar en la zona y terminar disparando contra las ambulancias que llegaban para atender a los heridos.
Se trataba de una mezquita levantada por una orden sufí, lo que no quiere decir que todos los fieles pertenecieran a esa tendencia del islam suní especialmente odiada por los yihadistas. Otra hipótesis para entender la elección del objetivo es que muchos de los asistentes habituales a esa mezquita forman parte de una tribu beduina que ha colaborado con las fuerzas de seguridad en la lucha contra Wilayat Sina (que antes de unirse al ISIS se llamaba Ansar Beit al Maqdis).
Económicamente, el Estado se juega muchísimo en esa guerra. El Sinaí es una fuente de ingresos turísticos fundamental, más en la zona sur que en el norte, escenario de todos estos ataques. Pero todo caso de violencia contaminará a cualquier otro punto del país.
Egipto se ha convertido en el ejemplo de una dictadura incapaz de garantizar la seguridad a pesar de contar con todos los recursos del Estado en favor de las fuerzas policiales y militares desde el golpe de 2013 y de permitir el uso indiscriminado de la tortura en los interrogatorios. Básicamente, los uniformados operan con total impunidad sin que eso les sirva de mucho.
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Un comunicado de la Fiscalía eleva la cifra de muertos hasta 305, según AFP. Entre ellos, 27 niños. Los atacantes fueron entre 25 y 30, vestidos con ropa de camuflaje y con una bandera negra con la inscripción de la profesión de fe islámica, similar o idéntica a las que utiliza el ISIS.
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This is criminal: Real stories of victims of police torture in #Sisi‘ #Egypt pic.twitter.com/OMMemMzFqy via @hrw
— Mona Eltahawy (@monaeltahawy) 6 de septiembre de 2017
Dos años después de la matanza de Rabá. Guerra Eterna, agosto 2015.