El Gobierno se queda sin Salvador Illa cuando aún lo necesita

El Gobierno acaba de perder su principal activo político en la lucha contra la pandemia. No, no es Pedro Sánchez, a pesar de sus interminables discursos de 2020. El presidencialismo es una nota característica del sistema político español. Eso no quiere decir que el presidente sea siempre y en todo momento el gran dique frente a la oposición. Hay situaciones en que alguien que está algo por debajo en el escalafón juega un papel esencial. En muchas ocasiones, por su capacidad de descolocar a la oposición, de apartarla del rumbo que más le conviene. Desde marzo, esa persona ha sido Salvador Illa, por lo que ha hecho y dicho y por el efecto que ha causado en el Partido Popular.

Cuanto más tranquilo estaba el ministro de Sanidad, más sobreactuaba el PP. Eso quedó de manifiesto con su rabia –incluida la de la prensa afín– el día que quizá haya sido el más estimulante del 2020 en España, el domingo de la llegada de las primeras vacunas.

La decisión de colocar a Illa al frente de la candidatura del PSC en las elecciones catalanas, quizá lógica desde el punto de vista de los intereses del partido, pone en serios aprietos toda la estrategia de comunicación relacionada con la pandemia. Eso no sería un problema si estuviéramos en los últimos momentos de esta crisis casi existencial, para la sociedad y también para el Gobierno.

Nada más lejos de la realidad. Lo dijo el propio Illa esta semana: «No podemos descartar una tercera ola. No podemos estar tranquilos con esta incidencia acumulada».

El PP se apresuró a recoger encantado el regalo que le ha llegado en estas fechas entrañables. Una ‘joint venture’ de Papá Noel y los Reyes Magos no habría sido más generosa. No sólo se va un rival correoso al que sus golpes habían hecho poca mella, sino que confirma uno de los muchos ataques que había utilizado el PP en público sin tener muy claro si iba a funcionar. «Se quita la mascarilla: nunca fue su misión gestionar la sanidad, todo era un trampolín de cara a las elecciones catalanas», escribió su portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra.

Si alguien tan poco imaginativo en sus declaraciones como esta diputada encuentra una frase que funciona es porque el Gobierno se la ha puesto en bandeja.

Sin embargo, el PP siempre ha dicho que la gestión de Illa era un desastre. Más que un trampolín, esa gestión tendría que ser una losa en unas elecciones, pero no hay que gastar mucho tiempo en buscar coherencia en los mensajes del PP. Disparan a todos los lados al mismo tiempo. Alguna bala tiene que acertar.

«Gobernaba contra los madrileños para preparar campaña en Cataluña», ha dicho Alfonso Serrano, portavoz del PP en la Asamblea de Madrid, continuando la ofensiva con la que los populares han querido convertir a Madrid en la víctima de la izquierda al precio de alentar el resentimiento entre regiones, como se ha visto en el tema de las vacunas. Illa siempre insistió en que no iba a culpar a ningún gobierno autonómico, tampoco al de Madrid cuando su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, se inventaba todo tipo de conspiraciones demoníacas contra ella. En junio, el ministro elogió a sus rivales de la oposición en la Comisión de Sanidad del Congreso. Lo nunca visto en el Parlamento. Ese fue uno de los avales de su credibilidad contra la que el PP lo tenía difícil.

En el apartado sobre la tardanza del Gobierno español en afrontar en marzo la pandemia, algo que Illa nunca negó, sí podemos encontrar algunas frases contundentes del ministro de Sanidad contra el PP por haber denunciado que no se hiciera en febrero lo que ellos nunca pidieron entonces. ¿Hubieran votado a favor del estado de alarma el 27 de febrero con 17 casos y cero fallecidos?, les dijo Illa el 21 de mayo. La pregunta se respondía sola.

La historia de cómo se decidió el nombramiento de Illa como candidato del PSC tampoco deja en buen lugar al PSOE y a Pedro Sánchez. A finales de julio, una encuesta convenció al líder del PSC, Miquel Iceta, de que los catalanes querían un cambio tras una legislatura inútil y que él no representaba esas aspiraciones. En la segunda quincena de noviembre, acordó su relevo por Illa en las listas electorales en una reunión con Sánchez. El ministro aceptó la oferta 24 horas después. Se mantuvo en secreto porque tampoco estaba clara la fecha de los comicios. Un mes después, Pere Aragonès firmó el decreto para que se celebren el 14 de febrero. Ni siquiera esa fecha es segura ahora hasta que se confirme el 15 de enero. Quien marca los tiempos es la pandemia, no las instituciones.

Desde entonces, se mantuvo el sigilo, lo que obligó a mentir en público. Este mismo martes, Illa dijo en TVE que el candidato iba a ser Iceta, «que es la persona que está en mejores condiciones para abanderar este cambio». Se acepta en algunas ocasiones que los políticos no cuenten todo lo que saben, no que cuenten algo que ya saben que es falso.

Las encuestas han propulsado a Illa. El CIS lo sitúa como el segundo político catalán con mejor nota por detrás de Oriol Junqueras. Su gestión como ministro está bien valorada por los votantes de ERC y En Comú, según la última encuesta del CEO catalán. Obviamente, eso no quiere decir que le vayan a votar. Es sólo una opinión. Iceta ha presentado a Illa no como el candidato que necesita el PSC, sino como el presidente que necesita Catalunya. Ese sondeo del CEO coloca a los socialistas catalanes a diez escaños de ERC (35-25). Mucha distancia como para que pueda ser enjugada a mes y medio de las elecciones.

La primera intención del Gobierno era mantener un tiempo a Illa en el Ministerio para afrontar con calma la elección de su sucesor, que podría ser Carolina Darias. Eso ya es inviable. De lo contrario, será imposible desdeñar la sospecha de que sus futuras decisiones como ministro de Sanidad están condicionadas por su candidatura en Catalunya.

Unas horas después de la noticia de Illa, aparecieron los últimos datos sobre la evolución de la pandemia en España. 16.716 nuevos casos registrados en las últimas 24 horas. 247 muertos más. Las noticias son aún peores en otros países europeos. Reino Unido: 50.023 casos más y otros 981 muertos. Alemania: 22.459 casos más y otros 1.129 muertos.

No es el principio del fin de la pandemia. Se entiende mejor en el plano simbólico con una frase de Milagros García Barbero, exdirectora de Salud Pública de la OMS, refiriéndose a esa metáfora que tanto gusta a los políticos de todos los países desde que la usaron los militares norteamericanos en la guerra de Vietnam con resultados catastróficos: «No se ve la luz al final del túnel, como mucho se ve el túnel». El Gobierno va a entrar en ese túnel sin Salvador Illa.

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