El precio de la venganza

Ante otro acto de violencia contra civiles, el Gobierno israelí ha reaccionado de la forma acostumbrada. No hay ninguna novedad con respecto a otros casos similares. «Y mientras continúa la caza de los sospechosos, estamos bombardeando Gaza, deteniendo a centenares de palestinos y manteniéndoles en régimen de detención administrativa (sin derecho a comparecer ante un juez). Hubo un tiempo en que si alguien era detenido, era porque había cometido un delito. Ya no, ahora detenemos a centenares de personas sin pensarlo dos veces, simplemente porque entran en la categoría de ‘sospechosos habituales'», escribe Marc Goldberg.

En realidad, Goldberg es un tanto ingenuo. No es la primera vez que pasa algo así, y no será la última.

Tres jóvenes israelíes fueron secuestrados hace dos semanas en territorio palestino, Naftali Fraenkel y Gilad Shaar, ambos de 16 años, y Eyal Yifrach, de 19. Sus cuerpos han aparecido el lunes. Fueron asesinados a tiros poco tiempo después de su captura. Tras la primera noticia, se produjo una movilización masiva, que incluyó una concentración a la que asistieron decenas de miles de personas. El Gobierno prometió que haría todo lo posible por encontrarlos, pero en realidad la única esperanza de que estuvieran vivos era que hubieran sido secuestrados para utilizarlos como moneda de cambio en una negociación. Es decir, que hubieran sido atrapados por una milicia que respondiera a las órdenes de Hamás. Eso era extraño, no imposible, dado que los islamistas acaban de firmar un acuerdo de reconciliación con Fatah, que no pasaba por provocar una confrontación militar con Israel de forma inmediata.

Como recuerda Goldberg, la operación militar para encontrar a los rehenes incluyó la detención de 500 personas, la mayoría de los cuales ni siquiera fueron interrogadas, el bombardeo de Gaza y la muerte de seis palestinos. Las declaraciones de los ministros estuvieron en la línea de lo habitual en estos casos, tanto para prometer resultados como para extender el campo de los sospechosos. Esto último quiere decir dar por hecho que los autores eran en realidad todos los palestinos. El ministro de Vivienda, Uri Ariel, dijo que debía producirse «una adecuada respuesta sionista», lo que quiere decir aumentar el número de asentamientos en territorio palestino. La diputada Ayelet Shaked, de uno de los partidos que forman parte del Gobierno, dijo: «Debemos actuar en consecuencia contra una nación cuyos héroes son asesinos de niños».

En la madrugada del miércoles, un joven palestino de 16 años, Muhamad Abu Khdeir, de 16 años, se dirigía a la mezquita para el primer rezo del día en Beit Hanina, un barrio de Jerusalén Este. Cuando estaba en el exterior del edificio, fue obligado a entrar en un coche por sus ocupantes. Su cadáver apareció quemado horas más tarde en un bosque cercano a Jerusalén. Durante todo el día se produjeron manifestaciones de israelíes en la capital clamando venganza y gritando «Muerte a los árabes». Decenas de palestinos resultaron heridos en actos de venganza y en enfrentamientos con la policía.

Tampoco es la primera vez que ocurre.

«Un asesinato es un asesinato», dijo el tío de uno de los israelíes asesinados tras conocer la muerte del joven palestino. «No importa cuál sea la nacionalidad o edad, no hay justificación, no hay perdón por cualquier asesinato».

En Haaretz, Chemi Shalev comienza su artículo recordando una razzia contra judíos en Berlín en 1933. Ese es el típico arranque que suele provocar coléricas acusaciones de antisemitismo, que no se detendrían por el hecho de que la familia de los padres de Shalev sufrió la pérdida de muchas personas eliminadas en la Segunda Guerra Mundial. Shalev continúa así:

«No se equivoquen: las bandas de criminales judíos a la caza de árabes no son una aberración. No ha sido un hecho aislado a causa de la ira incontrolable tras el descubrimiento de los cuerpos de los tres estudiantes secuestrados. Su odio no existe en el vacío. Es una presencia constante, que crece cada día, que abarca a cada vez mayores sectores de la sociedad israelí, y que bebe del resentimiento y el victimismo, que es alimentado por políticos y periodistas, algunos de forma cínica, otros de forma sincera, que ya no creen en la democracia y sus debilidades, y que ansían un Israel, y no hay que aligerar algo así, que consiste en un Estado, una nación y, al final, un líder».

Suele ocurrir cuando un Estado está en manos de políticos que denuncian que hay una conspiración internacional contra ellos y que se niegan a asumir ninguna responsabilidad por sus acciones. Cuando ese Gobierno cree que la historia le ha encomendado una misión que prevalece sobre cualquier obligación legal o responsabilidad internacional.

12.30

Las dos personas a las que la policía israelí ha acusado de matar a los tres jóvenes forman parte del clan familiar de Qawasmeh, en Hebrón. Aunque ha estado relacionado en el pasado con Hamás, tiene un largo historial de ignorar las órdenes de los islamistas cuando les conviene. Como ha ocurrido con otras grandes familias, los Qawasmeh se encuentran inmersos desde hace muchos años en un enfrentamiento personal y directo contra Israel. Siempre que Hamás ha alcanzado algún tipo de acuerdo con el Gobierno israelí a través de la mediación egipcia, esta familia ha lanzado un ataque con numerosas víctimas. Sólo responden ante sí mismos.

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