¿Es demasiado tarde para impedir que la ultraderecha siga infiltrándose en tu teléfono móvil?

No importa que seas Batman. Hay cosas del mundo real, fuera de tu lujosa mansión, de tu privilegiada ciudad, que no conoces. Motivaciones que se te escapan. Enemigos que no se comportan como aquellos otros a los que has perseguido y sometido. Su mayordomo los conoce mejor, porque sirvió como soldado en Birmania en la época colonial británica. Así que el personaje que interpreta Michael Caine en ‘El caballero oscuro’ comparte esa información con Bruce Wayne con la intención de que sepa algo más de un villano como Joker: «Algunos hombres no buscan algo que sea lógico, como el dinero. No se les puede comprar. No se les puede intimidar ni se puede razonar o negociar con ellos. Algunos hombres sólo quieren ver arder el mundo».

En su libro ‘Antisocial. La extrema derecha y la ‘libertad de expresión’ en internet’, publicado en España por Capitán Swing, Andrew Marantz cita en varios momentos esa idea expresada con la dicción perfecta de Caine. Desde luego, esa especie de nihilismo destructivo con grandes dosis de sarcasmo no es lo que caracteriza a todos los ultraderechistas o reaccionarios que se han infiltrado con éxito en el debate público en Estados Unidos, y Marantz lo sabe.

Algunos son ideólogos convencidos o fanáticos que no transigen con nada en la defensa de sus ideas racistas. Pero hay muchos, que increíblemente populares en las redes sociales, que sólo pretenden mover la barca a ver qué pasa con la esperanza de que la moneda caiga de su lado.

Lo consiguieron con la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016. Son la prueba viviente de que ese instrumento conocido como internet que se suponía que abriría un periodo de esperanza para la humanidad –»en el siglo XXI la información es poder. No es posible esconder la verdad, dijo Barack Obama»–, también puede emplearse para todo lo contrario, para extender la desinformación al servicio de ideas siniestras. «La información quiere ser libre, pero lo mismo pasa con la desinformación», escribe Marantz.

No es un fenómeno nuevo. El autor del libro recuerda que la imprenta fue esencial para dar voz a estafadores, terroristas o intolerantes o para ampliar el eco del antisemitismo de Lutero. Los regalos que recibe la humanidad tienen muchas caras.

Marantz es un reportero de la revista The New Yorker, por lo que cuenta con mucho tiempo para escribir sus artículos. Decidió entrar en contacto con algunos de los nuevos predicadores digitales de la ultraderecha norteamericana en un momento en el que contaban con la comprensión o apoyo de la Casa Blanca, cuando parecía que remaban en el sentido favorable de la corriente. Eso incluía a personajes un tanto inofensivos en las distancias cortas, pero de los que no se puede negar su influencia en redes sociales con sus centenares de miles de seguidores, y otros más peligrosos, como algunos de los seguidores de Proud Boys, el grupo que tuvo un papel protagonista en el asalto al Capitolio.

Todos forman parte de la historia. Los hay que son encantadoramente excéntricos. «Yo puse en marcha el Tea Party de Indiana», explica una mujer al periodista. «Antes de eso, era una dominatrix con una mazmorra en el sótano y los tíos me pagaban para que les zurrara en el culo. La vida es una montaña rusa, ¿no crees?». Como el tipo con gorro de bisonte que apareció en tantas fotos del asalto al Congreso y que luego se quejaba de que en la cárcel no le servían comida orgánica.

Otros no son tan divertidos, como los Proud Boys, siempre dispuestos a dar una paliza a los que les plantan cara. O los que odian a las feministas, aunque en realidad han puesto en el punto de mira a todas las mujeres: «No hay ninguna razón para pegar a una mujer. Si quieres hacerle daño, destruye su alma».

El libro conecta directamente a esa nueva extrema derecha que hasta hace una década era bastante irrelevante en EEUU con la explosión de las redes sociales que iba a permitir la «democratización» de la comunicación pública. Los que leyeron el primer libro de Evgeny Morozov sabrán ya que las nuevas tecnologías concedieron herramientas a los movimientos populares en las dictaduras del Tercer Mundo que no salían gratis. No es que tuvieran sus inconvenientes, sino que podían ser utilizadas igualmente por las fuerzas represivas contra los disidentes. Era cuestión de tiempo que los países occidentales probaran algo de su propia medicina.

Marantz se sumerge también en el mundo de los «tecnoutópicos» (el título original del libro es ‘Antisocial. Online Extremists, Techno-Utopians and the Hijacking of the American Conversation’), donde curiosamente no cuenta con tantas facilidades para examinar de cerca a esas empresas. Quizá no sea una sorpresa porque corporaciones como Facebook, Twitter o Google tienen mucho cuidado en no permitir que los periodistas husmeen detrás de sus puertas. Pero sí puede acceder a algunos de los nuevos emprendedores dispuestos a ser el próximo Facebook con la misma falta de responsabilidad por las consecuencias de sus acciones. Y sobre todo entra en Reddit –más conocida ahora fuera de EEUU gracias al show bursátil de GameStop–, lugar en que sí obtiene información valiosa sobre lo que funcionaría o no en las empresas de redes sociales si se decidieran a limpiar los rincones más tóxicos de su imperio.

Esos «nuevos guardianes» empeñados en suplantar en el debate público a los oxidados grandes medios de comunicación creían que no podían fracasar con su creencia absoluta en la libertad de expresión de sus usuarios, al modo de ‘el mercado siempre tiene la razón’– y con una audiencia millonaria de gente joven con ganas de descubrir sus nuevos referentes, que obviamente no iban a ser los de sus padres. Para todo lo demás, sus algoritmos bastarían.

Lo ocurrido en los últimos años, a lo que hay que sumar el impacto del asalto ultra al Capitolio, ha dejado para el arrastre ese utopismo. Todo indica que Mark Zuckerberg tiene como prioridad resguardar sus ingresos y sus beneficios, aunque los responsables de Reddit sí empiezan a creer que deben hacer algo al respecto, y mejor que sea rápido. Marantz cuenta cómo empiezan a meter mano a la máquina para hacer lo que siempre habían descartado. Examinar el número incontable de foros de su plataforma para eliminar mensajes violentos y racistas. Nada de algoritmos. A mano y a través de decisiones debatidas con mayor o menor criterio y todas ellas preñadas de una inevitable subjetividad.

Es lo que hace que Marantz escriba que «ahora los días del ‘todo vale’ empezaban a llegar a su fin». Entre otras cosas, porque si las plataformas no hacen algo efectivo, los gobiernos llegarán a la conclusión de que ellos tienen su solución para poner fin a la fiesta.

El periodista es testigo de la «purga» y de las discusiones llenas de dudas sobre dónde poner el límite. «No quieres estar tan enamorado de la vigilancia como para convertirte en la Stasi, pero tampoco quieres temer al control hasta el punto de convertirte en un criadero de nazis», dice uno de los directivos de Reddit. Suena bien. El problema es cómo hacerlo y esa misma persona admite que es «increíblemente difícil».

Las medidas, no siempre coherentes ni exentas de polémica, para poner coto a los mensajes de odio y a algunos de los extremistas que han hecho de las redes su campo de batalla pueden llegar a funcionar. Marantz cita un estudio que afirma que las decisiones de Reddit en 2015 para reducir los contenidos extremistas tuvieron éxito hasta cierto punto. El contenido más tóxico eliminado con el cierre de varios subforos no se trasladó a otros lugares de la plataforma. En ese juego del ‘whack-a-mole’, el que tiene el mazo en la mano lleva ventaja.

Eso no hace que Marantz llegue a conclusiones alentadoras al final del libro. Algunos notorios extremistas han perdido sus cuentas de Facebook y Twitter. Ellos han desaparecido de las redes o han visto reducida su influencia en las redes, pero su mensaje sigue estando allí. O algo peor: cierto mensaje extremista –racista, xenófobo, antifeminista o anticientífico– circula con facilidad por grandes medios de comunicación, como Fox News. Lo que muchos años atrás era impensable fuera de círculos marginales, ahora está al alcance de todo el mundo.

De ahí que Marantz sea pesimista. El progreso social no es una tendencia irreversible. Los que apelan al resentimiento social no están necesariamente en el lado perdedor de la historia. «El arco de la historia puede doblarse en esa dirección (en favor de la justicia), pero el arco de la historia no se dobla de forma inexorable o automática. No se dobla a sí mismo. Nosotros lo doblamos».

Y eso que escribió el libro antes del asalto al Capitolio.

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