«Inundar la zona con mierda»: por qué Trump no teme al impeachment

Un proceso de destitución de un presidente por el legislativo, como el impeachment en EEUU, es un juicio político. Por tanto, las encuestas cobran un valor casi tan importante como las pruebas presentadas. Hacen más difícil o fácil que los parlamentarios del partido del presidente tengan incentivos suficientes para votar en un sentido u otro.

Una encuesta de Gallup hecha en la primera quincena de enero –después de que la Cámara de Representantes votara a favor de la destitución– cuenta que el 51% de los estadounidenses está en contra del impeachment (frente a un 46% que está a favor). Entre los votantes republicanos, el rechazo es lógicamente mayor, un 93%.

Es cierto que otras encuestas ofrecen resultados diferentes (la media de RealClearPolitics casi da un empate: 47,9% en contra, 47% a favor). La de Gallup es significativa porque da un porcentaje bastante bajo de apoyo a Trump, un 44% de aprobación a su gestión. Eso indica que todo este proceso de impeachment iniciado en otoño no ha supuesto una merma considerable en la popularidad del presidente.

Ese 44% está a fin de cuentas entre los mejores datos obtenidos por Trump en su presidencia.

Trump puede estar tranquilo mientras el apoyo que recibe de sus votantes esté por encima del 90%. Ese es el dato en que más se fijarán los senadores republicanos, que no osarán enfrentarse en público a un presidente que puede desatar la ira de las bases conservadoras a golpe de tuit. Mucho menos votar en su contra en el juicio que acaba de iniciarse.

Como se vio el martes en el inicio formal del juicio en el Senado, ni siquiera en las cuestiones de procedimiento los republicanos están dispuestos a ceder. El líder de los republicanos, Mitch McConnell, preparó un formato muy restringido en el que la única concesión fue ampliar de dos a tres días el tiempo en que la acusación y defensa presenta su caso. Todo para que el juicio acabe este mismo mes. Nada de presentar nuevos testigos, que sería lo normal en un juicio, aunque habrá una nueva votación sobre ello una vez que ambas partes terminen sus alegatos. Los demócratas necesitan que cuatro republicanos abandonen sus filas en ese voto. No parece que vaya a ocurrir.

Por tanto, es un impeachment exprés destinado a finalizar en una votación en la que cada senador vote como lo espera su partido, y los republicanos cuentan con 53 senadores.

Los demócratas acusan a Trump de haber utilizado el poder de la presidencia para presionar al Gobierno ucraniano con la intención de que realizara una investigación de los rivales del presidente –en concreto el hijo del candidato demócrata Joe Biden– con la amenaza de retirarles cerca de 400 millones de dólares en ayuda militar, y de haber ocultado esos hechos al Congreso. Abuso de poder y obstrucción al Congreso.

Los hechos básicos de la denuncia son conocidos y fueron confirmados en la Cámara Baja por el testimonio de varios altos cargos de la Administración. Los republicanos afirman que sólo se trata de un intento de impedir que Trump ejerza sus funciones y que era legítimo que presionara a Kiev para eliminar la corrupción en ese país. Por ello, como en otros momentos de su presidencia, Trump ha dedicado menos tiempo a defenderse que a atacar. Con independencia de que haya o no pruebas, ha denunciado que fue Ucrania, y no Rusia, el origen del intento de interferir en las elecciones de 2016, una acusación que ha sido desmentida por los servicios de inteligencia.

De lo que sí hay pruebas es de los viajes a Ucrania de Rudy Giuliani, abogado personal de Trump, para conseguir que las autoridades ucranianas complacieran los deseos de su jefe.

La estrategia de la defensa de Trump en el Senado es más política que jurídica. No se trata tanto de responder con argumentos a las imputaciones como de lanzar ataques directos y personales contra los demócratas. El Senado es una institución que se precia de contar con antiguas normas de conducta que consiguen aislarla del bronco debate habitual en la Cámara de Representantes o en los medios. No en este juicio. La agresividad llegó a tal punto el martes que el presidente del Tribunal Supremo, que preside las sesiones, intervino para recordar a todos que debían comportarse de forma digamos más digna.

Lo más que se acercan los republicanos a los hechos concretos es afirmar que Trump sí hizo algunas de las cosas de las que se habla, pero fue para defender los intereses de EEUU en Ucrania.

Es el mismo sistema de acción/reacción con el que se ha manejado la Casa Blanca desde que Trump llegó al poder. Cada acusación es respondida con el argumento de que los demócratas y los medios de comunicación (AKA Fake News) están inmersos en una campaña permanente para desacreditar al presidente con informaciones falsas y manipuladas. Es lo que se ha llamado «inundar la zona con mierda» –esa fue la expresión que se dice que empleó Steve Bannon– y dejar al votante confuso y airado sin que pueda saber qué es verdad y qué no.

No puedes creer a nadie, así que sólo crees a los tuyos. Una estrategia perfecta para convencer a la gente de que debe creer sólo lo que confirme sus ideas o prejuicios.

Como Trump se ocupa de recordar periódicamente en Twitter escribiendo con mayúsculas: WITCH HUNT!!

Donde no llegan los hechos, llegan las teorías de la conspiración, una técnica que se asocia a Donald Trump desde que promovió la idea de que Barack Obama no era estadounidense. Pero sería un error pensar que esto es una novedad. Como explica Matthew Dallek en The Washington Post, los republicanos llevan décadas en el negocio, no siempre promoviendo esas teorías, pero sí aceptándolas cuando echaban raíces entre sus partidarios.

La acusación a los medios de comunicación de ser un instrumento al servicio de los demócratas o de intereses inconfesables fue habitual con la Administración de Nixon. En la época de Clinton, los republicanos y medios como Fox News o los programas de emisoras conservadoras de radio alentaron locas teorías sobre los crímenes cometidos por altos cargos de la Administración demócrata, y eso incluía asesinatos.

Muchos congresistas republicanos no defendían en público esas falsedades, pero nunca las desmentían ni cuestionaban. Eso es lo que ha cambiado con Trump. Ahora no es insólito que los congresistas hablen de ellas en Fox News o en el mismo Congreso. Cuando el jefe marca el camino con tanta claridad, no es extraño que sus acólitos le sigan sin dudar.

El impeachment es sólo una estación más en este viaje hacia la adulteración completa de la democracia.

Foto: mientras tiene lugar el impeachment en el Congreso, Trump se encuentra en Davos. Flickr Casa Blanca.

 

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