La carta de Trichet que precipitó el fin de la soberanía irlandesa

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«With kind regards». Así terminaba la carta que el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, envió al ministro irlandés de Hacienda el viernes 19 de noviembre de 2010. Ponerle la pistola en la sien a un Gobierno de la UE no es incompatible con ciertas formas mínimas de cortesía. La existencia de la misiva era conocida y su contenido en líneas generales, también. Ahora The Irish Times ha publicado el texto, que deja poco margen para la interpretación sobre las intenciones de Trichet.

La ayuda de emergencia que el banco central irlandés estaba entregando a los bancos de su país necesitaba el visto bueno del BCE (muchos de esos fondos procedían de Frankfurt). No se trataba de simple liquidez para superar una mala coyuntura, sino que era lo único que separaba a esos bancos de la quiebra. Trichet dejaba claro que el Gobierno del conservador Fianna Fáil debía cumplir cuatro condiciones para que continuara esa inyección de dinero.

La primera suponía la petición formal del rescate: «El Gobierno irlandés deberá enviar una petición de apoyo financiero al Eurogrupo». Además, se comprometerá a tomar medidas decisivas de «consolidación fiscal (es decir, reducción del déficit), reformas estructurales y reestructuración del sector financiero» de acuerdo con la troika (la Comisión Europea, el FMI y el BCE). La reforma del sector financiero (es decir, el rescate de los bancos) se hará con fondos facilitados por la troika, pero también con los recursos financieros de los que disponga Dublín, incluidas sus reservas.

Por último, la devolución de los fondos prestados debe estar garantizada por el Gobierno irlandés. Si los bancos rescatados no podían devolver el dinero, Dublín asumiría la factura.

El Gobierno no tenía elección. Esa misma semana el primer ministro, Brian Cowen, se había mantenido firme, pero la versión oficial era una pura ficción. En el mismo día en que Trichet fechaba su carta, una delegación de la troika estaba en Dublín, y ya no era una visita rutinaria. También ese viernes el gobernador del banco central irlandés, Patrick Honohan, había hecho unas declaraciones a la radio pública con las que dejaba al Gobierno a la intemperie. «Las inmensas cantidades de dinero que el Gobierno ha puesto para ayudar a los bancos no han generado la confianza necesaria», dijo Honohan, que dio por hecho que el acuerdo entre Dublín y las instituciones internacionales era inevitable. Los bancos habían sobrevivido hasta entonces gracias a los fondos del BCE.

Es muy probable que la carta de Trichet y las declaraciones de Honohan formaran parte de la misma estrategia: forzar a Cowen a que se rindiera a la evidencia a sabiendas de que eso significaba su muerte política (hubo elecciones en enero, Cowen no se presentó y el Fianna Fáil sufrió una derrota de proporciones históricas).

Esos eran los días en que Zapatero decía que «el euro no está en crisis».

Se hizo lo mismo con Zapatero y Berlusconi, con resultados distintos pero similares: a Berlusconi lo quitó del campo el presidente italiano; Zapatero, como Cowen, aprobó unas medidas que lo enviaron al patíbulo un año después. La crisis irlandesa fue sin duda un aviso para lo que vino después. Y la carta a Zapatero tuvo una segunda vida al servir como programa ideológico del Gobierno de Rajoy.

Un cargo no electo como Trichet se ocupó de decir a los gobiernos de la periferia europea lo que tenían que hacer. Ya sabemos que la situación opuesta nunca se produciría porque el BCE no puede ser forzado por los gobiernos a cambiar de política. En cambio, con los gobiernos que salen del voto de los ciudadanos no ha habido tantos miramientos. Y a eso es a lo que llaman el Estado de derecho. Lo demás es el caos y la anarquía, muerte y destrucción.

No se puede negar los hechos. La banca irlandesa era insolvente. Lo suyo no era un problema de liquidez, como sostenían Cowen y su ministro de Hacienda. Resucitar esas entidades moribundas por sus inversiones especulativas durante la burbuja estaba fuera del alcance financiero del Gobierno de Dublín.

Un par de semanas antes, el economista irlandés Morgan Kelly había sido directo y claro sobre el estado ruinoso de la banca de país. Otra cosa que había hecho es denunciar que la inminente operación tenía como prioridad salvar a los acreedores internacionales de esos bancos. Pero, con todo el dinero que había prestado el BCE, la suerte estaba ya echada.

Mucha gente en posiciones de poder decía entonces que las salidas alternativas a la crisis de la eurozona de 2010-2012 eran una suma de cuentos de hadas. No había otra alternativa.

Al final, todo depende de la identidad del que pide los tres deseos. Los bancos franceses y alemanes que engordaron la loca cartera de créditos de la banca irlandesa sí tenían derecho a ver cumplidos sus deseos: prestar todo ese dinero a un cliente manirroto, no asumir las responsabilidades por sus malas decisiones profesionales y esperar a que los contribuyentes irlandeses corrieran con la factura. Una quita de parte de esa deuda impagable era una opción que el BCE y la Comisión no iban a permitir.

Tal y como estaba diseñada la eurozona y sus juegos internos de poder, los unicornios estaban de su lado.

El jueves, le han preguntado a Mario Draghi por la carta de Trichet. Su respuesta: «Es un gran error mirar a los acontecimientos del pasado con los ojos de hoy».

Forzado por la publicación de la carta, el BCE ha difundido también otra carta de Trichet y las dos respuestas del ministro irlandés de Hacienda. La intención es hacer ver que la banca irlandesa sobrevivía sólo por la misericordia del BCE y que Dublín ya sabía que eso no iba a durar eternamente.

 

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