La furia, la antipolítica y Ángel Martín

“Sinceramente, hoy estoy hasta el rabo de tener la sensación de que somos tú y yo los que deben tragar”. Ángel Martín se levantó cabreado el 19 de julio, y así lo dijo. Muy cabreado. El cómico y guionista de 44 años hace un resumen informativo diario que cuelga en redes. Ese día, no tenía el cuerpo para lanzar una batería de titulares a velocidad de vértigo. Sólo quería plasmar su indignación con la situación de los dos últimos años y la que viene. En realidad, su punto de mira estaba puesto en los políticos. En todos ellos.

El alegato incluía todo lo que ha ocurrido desde 2020. La pandemia, obviamente. Le sumó “las nevadas” y “los volcanes” (¿hubo más de uno?). La guerra de Ucrania y sus consecuencias económicas, empezando por el precio de la luz.

¿La razón de su indignación? “Media España está en llamas, los suicidios aumentan y yo sigo escuchando que tenemos que hacer un esfuerzo”. Esto último es lo importante para él, lo que le enfurece. Los gobiernos llevan mucho tiempo reclamando esfuerzos para salir de las sucesivas crisis que aparecen a la vuelta de cada esquina.

Puede llegar a ser agotador. Esa sensación de estar a unos meses de la siguiente catástrofe, que parece peor que la anterior, porque las crisis ya superadas duelen menos. Siempre que se hayan podido superar, que no es lo que dirá cualquiera que haya perdido un familiar o un amigo por el covid.

Es mucho decir que un vídeo de dos minutos pueda simbolizar un estado de ánimo de la población. Pero tuvo éxito, además de un alto número de muestras de apoyo y rechazo. Para varios medios de comunicación, fue motivo suficiente para publicar un artículo. “Aplauso en redes”, “Ángel Martín en boca de todos”. “Ángel Martín explota en su telediario”. No hay que apretar mucho a los medios para que publiquen algo a cuenta de un vídeo que se ha hecho viral.

El vídeo había recibido hasta el sábado en Twitter 34.000 retuits y 78.000 me gusta. Martín cuenta con más de 900.000 seguidores en esa red social.

Ángel Martín en el vídeo subtitulado que subió a las redes.

La furia siempre cuenta muchos partidarios en épocas de crisis o de máxima incertidumbre. Esa indignación cruda y visceral es uno de los temas de ‘Network’, una excelente película de 1976 dirigida por Sidney Lumet y cuyo gran creador fue el guionista Paddy Chayefsky. Recibió cuatro Oscars, entre ellos a los actores Peter Finch y Faye Dunaway y al guión de Chayefsky. Este último había obtenido antes otros dos Oscars por ‘Marty’ y ‘El hospital’.

La historia arranca con un presentador de noticias, Howard Beale, interpretado por Finch, al que le avisan de que va a perder el puesto a causa de las bajas audiencias. Al saberlo, anuncia en el programa que se suicidará en directo en unos pocos días. Le van a poner en la calle de inmediato, pero recibe una última oportunidad para despedirse de los espectadores. Lo que hace es ofrecer una diatriba contra todo y proyectar sus frustraciones. La intervención hace que las audiencias den un salto.

La cadena decide aprovechar la oportunidad y potenciar su programa. En uno posterior, lanza el mensaje que hizo que la película sea aún recordada.

Aparece en el plató empapado por la lluvia y con una gabardina que no se quita para intervenir en el programa. Beale hace un repaso de todas las crisis que aquejan a Estados Unidos en los años setenta, una época bastante sombría en el país. Desempleo, inflación, empresas en bancarrota, delincuencia en las ciudades, un Gobierno desbordado. Todo lo que hacía pensar que EEUU se estaba yendo al infierno. Después, reclama a gritos a los espectadores que exploten, que hagan algo para soltar esa ira que les quema las entrañas (escena doblada al castellano).

“No quiero que protestéis –dice Beale–. No quiero que montéis una revuelta. No quiero que escribáis cartas a vuestro congresista. Porque no sabría deciros qué tenéis que escribir. No sé qué hacer con la recesión y la inflación y el presupuesto de Defensa y los rusos y el crimen en las calles. Todo lo que quiero es que os volváis locos. Tenéis que decir: ‘Soy un ser humano, maldita sea. Mi vida importa’. Así que quiero que os levantéis. Quiero que os levantéis de vuestras butacas y salgáis a la ventana. Ahora mismo. Quiero que salgáis a la ventana, la abráis, saquéis la cabeza y gritéis. Quiero que gritéis: ‘Estoy furioso y no aguanto más”.

No hay ninguna idea política en su denuncia. Ninguna alternativa. “Ya nos ocuparemos después de la recesión y de la crisis del petróleo”, dice. Sólo furia en estado bruto. La gente empieza a salir a las ventanas. La directora de programas de entretenimiento (Faye Dunaway) está encantada. El éxito de audiencia está asegurado y ella cuenta con ideas –algunas más delirantes que el mensaje de Beale– para mantener esas cifras.

La visión satírica de la televisión, que en algunos momentos llega a lo macabro, hizo que recibiera tantas buenas críticas (The New York Times) como malas (The New Yorker). Su contenido era casi incendiario porque Paddy Chayefsky quiso que así lo fuera. Su visión se dirigía más contra la televisión –a la que llamó “un gigante indestructible y terrorífico más poderoso que el Gobierno”– que contra la política, pero había muchas otras cosas que le indignaban.

A dos periodistas de televisión a los que no les gustó, les escribió para decirles que la película no pretendía ser un ataque a la televisión, sino “una metáfora para el resto de los tiempos”.

Ahí acertó por completo. Desde entonces, se ha dicho que se adelantó a su tiempo. “Nadie que haya predicho el futuro, ni siquiera Orwell, ha tenido tanta razón como la que tuvo Chayefsky cuando escribió ‘Network’”, ha escrito el director y guionista Aaron Sorkin.

Otra escena memorable de ‘Network’ es la reunión en la que el dueño de la corporación que es propietaria de la cadena televisiva echa una bronca a Howard Beale y le explica en qué consiste todo. “Ya no existe América. Ya no existe la democracia. Sólo existen IBM, ITT, AT&T, DuPont, Dow, Union Carbide y Exxon. Esas son las naciones del mundo hoy”, cuenta al boquiabierto presentador, empequeñecido por la abrumadora realidad que está escuchando y en la que no había reparado.

Como sátira y aviso de lo que vendría en el futuro, la película sigue funcionando como en la época de su estreno. Incluso se adelantó –y eso es algo que Chayefsky no podía prever– a la rabia que propulsó a Donald Trump a la presidencia de EEUU en 2016. En esa campaña, sus seguidores de raza blanca no ocultaban que estaban hartos por el rumbo de su país y que ya no aguantaban más. Furiosos con las mujeres y el movimiento feminista, con los negros y su lucha contra el racismo, con las élites de la Costa Este y sus ideas sobre los derechos de las minorías, con las grandes corporaciones que se llevan los empleos al extranjero.

Compraron con pasión la mercancía que les vendía Trump. Él conseguiría que EEUU fuera otra vez grande (“Make America Great Again”), como lo había sido en décadas anteriores cuando los que ahora exigían sus derechos estaban callados y resignados a su suerte.

La manipulación de la furia contra los políticos y contra un mundo moderno que no es el que era ha sido también una herramienta muy rentable para la extrema derecha en Europa. Ha llevado a Marine Le Pen a disputar la presidencia de Francia en la segunda vuelta de las elecciones en dos ocasiones. Este año ha propulsado a Giorgia Meloni al primer puesto de las encuestas en Italia.

En España, ha sido una parte esencial de la dieta de Vox y su rechazo a la inmigración, las feministas, los periodistas y el Estado autonómico que abarcan un todo que supuestamente está hundiendo el país. Ese enemigo ni siquiera es sólo nacional, ya que incluye el concepto fantasmal del globalismo, con el que además se menciona a la ONU y la Unión Europea.

Las alternativas que se ofrecen son escasas y por ejemplo no se diferencian mucho de las de la derecha en política económica. Lo que de verdad importa es que los votantes de Vox deben estar furiosos por todo aquello que les desagrada, les dicen sus líderes. El eslogan “sólo queda Vox” deja claro que todos los demás políticos, sean de izquierda o derecha, son igualmente culpables.

El mensaje de Ángel Martín contra los políticos, visceral y acelerado, no es idéntico al de Vox, pero bebe en las fuentes que han hecho crecer a ese partido y a otros de extrema derecha en el resto de Europa. Martín está cabreado porque se piden “esfuerzos” a los ciudadanos y él cree firmemente que son otros los que tienen que esforzarse/sufrir. “El puto pequeño esfuerzo lo deben hacer los que están al mando (el Gobierno) y los que quieren estar” (la oposición).

Los ciudadanos ya han hecho lo suficiente, afirma. De forma casi mágica, hay que conseguir que ninguna crisis les afecte después de todo lo que han pasado. “Por una puta vez en la vida, deberían entender que los que tienen que hacer el esfuerzo y dejarse de mierdas son ellos, porque la solución no tengo ni puta idea de cuál es, pero dudo mucho que sea que tú no puedas comprar una puta sandía, ni encender el aire ni poner gasolina”.

Martín no tiene soluciones, como tampoco Howard Beale sabía qué hacer con todos esos problemas que le sacaban de quicio. Pero en el vídeo exige que la gasolina y la luz sean más baratas. ¿Cómo? No se sabe. Qué más quisieran los gobiernos que poder bajar los precios por decreto. Ningún Gobierno europeo ha conseguido hasta ahora frenar la inflación desde que comenzó a despegar.

Sobre la pandemia, a los ciudadanos se les ordenó que se quedaran en casa en la primera ola de 2020. Supuso un sacrificio evidente, ¿pero cuál era la alternativa? ¿Seguir haciendo vida normal, contagiarse y morir?

La antipolítica es un remedio fantástico para liberar tensiones. No hay que pensar en buscar soluciones. Es suficiente con indignarse y acusar a los que gobiernan. Hace diez años, se llegó a propalar el rumor de que había 455.000 políticos en España, un embuste que pretendía dos cosas, señalar a los únicos culpables de todo lo que iba mal y plantear que la mayoría de los problemas se solucionaría con menos políticos.

Siempre se olvida que la política también sirve para reconocer derechos, destinar recursos a los que menos tienen y repartir las cargas de una situación económica difícil. El hecho de que no siempre se utilice así no significa que nunca haya tenido esa función.

Es más sencillo enfurecerse y salir a la ventana.

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