Las represalias saudíes contra Canadá son también un mensaje para Europa

Canadá no se disculpará ante Arabia Saudí. Eso es al menos lo que ha dicho en una conferencia de prensa en la tarde del miércoles su primer ministro, Justin Trudeau. Le han preguntado si el Gobierno rectificará ante la virulenta reacción saudí por la petición canadiense para que se ponga en libertad a varias activistas de derechos humanos. «Continuaremos apoyando los valores canadienses y los valores universales. Es algo que esperan los canadienses». Canadá seguirá hablando sobre derechos humanos en público y en privado, dijo.

El Gobierno saudí se ha gastado millones de dólares en los últimos años para mejorar su imagen en EEUU a través de contratos con las principales empresas de relaciones públicas y lobbies. Es práctica habitual entre gobiernos, preferiblemente dictaduras, para los que las relaciones con Washington resultan fundamentales. Lo que siempre ha llamado la atención en el caso saudí han sido las dimensiones de esos contratos.

Este artículo de 2016 da algunas de las cifras conocidas entonces, que seguro han aumentado en el último año, cuando Riad intenta convencer a la comunidad internacional de inversores de que sus reformas económicas ofrecerán nuevas oportunidades de negocio. La continuación de la guerra de Yemen y el enfrentamiento con Qatar han hecho que el Gobierno extienda esos planes de propaganda a otros países.

El mayor problema para los saudíes en cuanto a su imagen no está en el extranjero, sino en el propio país, en políticas que son la negación de los valores que los gobiernos occidentales dicen defender y que son ignorados cuando se trata de hacer negocios con la monarquía petrolera.

Todo empezó con este tuit de Chrystia Freeland (hubo otro similar un día después en la cuenta del Ministerio), ministra canadiense de Exteriores, pidiendo la libertad de Samar Badawi, hermana de Raif Badawi, que está encarcelado desde 2012 por un supuesto delito de apostasía y ofensas al islam con una condena que incluía 1.000 latigazos. Se le aplicaron 50 latigazos en una primera sesión y se cree que no ha vuelto a sufrir ese castigo. En 2015, el Parlamento Europeo le concedió el Premio Sajarov.

La crueldad del castigo y la naturaleza del delito convierten a Badawi en un preso político cuya situación no ha alterado las relaciones saudíes con Europa y EEUU. Tampoco han sido un inconveniente las recientes detenciones de mujeres que llevaban tiempo reclamando los derechos que se les negaban, incluido el de conducir. Antes de que el Gobierno levantara este último veto en junio, los arrestos enviaban el mensaje de que el «reformismo» elogiado por algunos medios occidentales era compatible con la represión de los defensores de los derechos humanos.

La furia saudí por la no excesivamente agresiva reclamación de Freeland es coherente con la forma intimidatoria y belicista con la que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán se maneja en los asuntos de política interior y exterior. MbS entiende todos los conflictos potenciales como un desafío personal en el que las amenazas y las represalias son la respuesta por defecto.

En este caso, decretó la expulsión en 24 horas del embajador de Canadá, y dio la orden de que el banco central saudí y los fondos públicos de pensiones vendan todos sus activos existentes en Canadá «sin importar el coste económico». Además, anuló las becas a los 12.000 jóvenes saudíes que estudian en ese país, lo que les obliga a buscar otro para continuar sus estudios, y ordenó sacar de allí a los saudíes que son atendidos en hospitales canadienses.

Riad considera el tuit de Freeland un ataque a «su soberanía», lo que es llamativo viniendo de un país que lleva tres años bombardeando Yemen, que financió a varios grupos insurgentes en la guerra siria, que mantuvo secuestrado durante varios días al primer ministro libanés para obligarle a expulsar a Hizbolá del Gobierno, y que ha aportado miles de millones de dólares al presidente egipcio Sisi para recompensarle por el golpe que acabó con el Gobierno de los Hermanos Musulmanes.

Bin Salmán tiene un singular concepto de la soberanía de los países árabes –le permite todo tipo de intervenciones políticas, económicas y militares–, pero no tolera que un tuit de una ministra cuestione la detención injusta de una activista. Y es muy posible que el hecho de que Freeland sea una mujer haya tenido alguna influencia.

En 2015, se produjo una situación similar cuando la ministra sueca de Exteriores, Margot Wallström, que había criticado el trato saudí a las mujeres y la condena a Badawi, denunció que Riad había vetado su participación en una conferencia sobre derechos de la mujer organizada por la Liga Árabe en El Cairo. Suecia tomó la decisión de cancelar un acuerdo de venta de armamento.

Riad respondió llamando a consultas a su embajador en Estocolmo y con la suspensión de visados a empresarios suecos.

El Gobierno socialdemócrata sueco encajó el golpe, pero no tardó en hacer lo posible por recuperar las relaciones con Riad. Wallström dijo dos meses después que las relaciones habían vuelto a la normalidad. Un año y medio más tarde, el primer ministro Stefan Löfven visitó Arabia Saudí para reunirse con el monarca y MbS, que entonces aún no era príncipe heredero. Aparentemente, los saudíes se dieron por satisfechos.

Ahora con MbS controlando todos los resortes del poder, la reconciliación con Canadá parece más complicada. Como con todo régimen autoritario, el nacionalismo es una fuente de legitimidad de la que MbS no quiere prescindir. Durante décadas, la tendencia integrista del wahabismo fue la mayor razón de existir de la monarquía saudí. Algunas de las reformas que MbS tiene en mente pueden alejarse de esas ideas religiosas con lo que sólo cree tener dos opciones: el incremento de la represión contra cualquier forma de contestación y la apelación al orgullo nacional para defenderse de las críticas internacionales. Al igual que en China, ese factor le será muy rentable entre los jóvenes y las fuerzas de seguridad.

Un editorial de The Washington Post ofrece una mezcla de determinación e ingenuidad (o quizá hipocresía) al apoyar al Gobierno canadiense en esta crisis, sobre todo con esta frase: «¿No se da cuenta (Bin Salmán) que su visión futurista (sobre la economía saudí) se ve socavada cuando arroja a los opositores a las mazmorras y se comporta como el déspota de un Estado policial?».

MbS es muy consciente de eso. Comportarse como un «déspota» es no ya un precio que está dispuesto a pagar, sino un factor necesario para aplicar sus políticas. No hay nada nuevo en la represión contra Badawi y la reciente detención de su hermana. Las represalias contra Canadá –un socio económico menor para el país– son también un mensaje a los gobiernos europeos para que no se les ocurra ir por el mismo camino. Hacer negocios con Riad obliga a mantener el silencio sobre las violaciones de los derechos humanos. Es algo que deben tener muy presente también los gobiernos que tienen entre sus principios la defensa de los derechos de las mujeres.

La cuenta oficial en Twitter del Ministerio español de Exteriores no ha hecho hasta ahora ningún comentario sobre el conflicto entre Arabia Saudí y Canadá.

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