Los periodistas se resisten a formar parte de la maquinaria de propaganda israelí

Por un día, Yair Lapid no estaba indignado con el Gobierno israelí, que es lo que le suele ocurrir, ya que es el líder de la oposición. Esta vez, el líder del partido centrista Yesh Atid dio una rueda de prensa a periodistas extranjeros para lanzar duras críticas contra los principales medios de comunicación del mundo por su cobertura de la guerra de Gaza. Se refería específicamente al ataque sobre el hospital Al Ahli de Gaza, adjudicado al principio a un bombardeo israelí y después envuelto en toda una serie de incógnitas. Acto seguido, pasó a darles instrucciones sobre cómo debe ser su trabajo.

“Si los medios internacionales son objetivos, están sirviendo a Hamás. Si dan las dos versiones, están sirviendo a Hamás”, dijo el ex primer ministro, que resulta que fue periodista durante décadas, uno de los más conocidos de Israel. De un plumazo, Lapid se había cargado elementos centrales de la actividad de cualquier periodista al informar sobre cualquier asunto de política nacional o internacional. Al hablar sobre Israel, sólo presentó como admisible la versión de las autoridades israelíes, su Gobierno o su Ejército. Todo lo demás es dar pábulo a mentiras o ser cómplice de una organización terrorista.

No fue la reacción airada de un político ante la tragedia de los 1.300 israelíes asesinados en el asalto de Hamás. Es un patrón que ha caracterizado siempre a los gobiernos del país y a la mayoría de sus medios de comunicación. Se exige a los periodistas extranjeros la adhesión absoluta a la visión israelí de los acontecimientos del presente y en última instancia de la historia del conflicto.

Los periodistas israelíes tienen prohibido por ley entrar en Gaza desde 2006. Su información sobre lo que ocurre allí proviene casi exclusivamente del Ejército o del Gobierno. Se acepta como si fueran hechos incuestionables. Cada vez que se produce una gran operación de castigo contra Gaza, las televisiones ofrecen muy pocas imágenes del sufrimiento de la población civil. Los ataques son siempre contra la “infraestructura terrorista” de Hamás. Los bombardeos de edificios de viviendas se justifican por la existencia de “puestos de mando y control” de la organización islamista o porque escondían depósitos de armamento. Cuando eso no es posible, se afirma que el Ejército respondía al fuego enemigo. Si hay víctimas civiles sin ninguna relación con Hamás, se acusa al enemigo de utilizar “escudos humanos”.

“¿Creen que una organización que no tiene ningún problema en asesinar a bebés, en asesinar a mujeres embarazadas y en secuestrar a una niña autista de 14 años junto a su abuela de 80 tiene problemas en mentir?”, dijo Lapid a los periodistas.

El Gobierno de Hamás en Gaza ha mentido a lo largo de años a los periodistas al negar por ejemplo que estuviera lanzando cohetes contra Israel desde zonas habitadas por civiles. Nunca reconoce que sus cohetes, notoriamente imprecisos, no han alcanzado sus objetivos en Israel por problemas técnicos y han caído en Gaza.

Los gobiernos israelíes de Netanyahu también mienten cada vez que reciben una acusación de haber atacado objetivos civiles. A veces, incluso al desencadenar una guerra. La guerra de 2014 fue provocada por el secuestro de tres jóvenes israelíes en Cisjordania. Los militares y la policía los buscaron durante 18 días y detuvieron a decenas de miembros de Hamás. Cuando se encontraron sus cuerpos dos semanas después, se produjo una explosión de ira en Israel que exigía represalias masivas en Gaza.

La gente no era consciente de que Netanyahu había ocultado desde el día siguiente de los hechos que los jóvenes ya habían sido asesinados, un dato relevante que la censura impidió publicar a los medios israelíes. “La versión oficial para consumo público es que Israel estaba ‘actuando bajo la premisa de que estaban vivos’. En pocas palabras, eso era mentira”, escribió J.J. Goldberg en el semanario judío norteamericano Forward.

Netanyahu acusó a la dirección de Hamás en Gaza de haber ordenado el crimen, aunque sabía que había sido obra de un clan familiar islamista de Hebrón relacionado con Hamás, pero que tenía un largo historial de operar por su cuenta desobedeciendo las órdenes de la organización.

Los sucesos provocaron la operación que llevó el nombre de Límite Protector y que incluyó un asalto por tierra a Gaza para destruir los túneles de Hamás. Murieron 2.310 palestinos y 72 israelíes, de los que 67 eran soldados.

Es un ejemplo entre muchos de que la propaganda se ha utilizado para defender los intereses de un Gobierno israelí o para ocultar hechos que le pueden perjudicar. Al menos, en una ocasión para difundir una mentira con la que engañar a Hamás. Eso sucedió en mayo de 2021 cuando un portavoz militar anunció a varios medios extranjeros que fuerzas israelíes habían entrado en Gaza.

Horas después se desmintió. Medios israelíes contaron después que todo había sido un engaño deliberado. El plan era que las informaciones hicieran que los combatientes de Hamás salieran de sus túneles y revelaran su posición para enfrentarse al invasor, con lo que serían eliminados con facilidad con ataques aéreos o de artillería.

Cuando un francotirador israelí mató a la periodista Shireen Abu Akleh, de 51 años, en Jenin en 2022, la primera versión del entonces primer ministro Naftali Bennett fue afirmar que “probablemente” había muerto por un disparo de un grupo de palestinos que estaba abriendo fuego “de forma indiscriminada”. Luego, dijeron que había muerto en mitad de un fuerte tiroteo, algo que desmintieron los compañeros de la reportera que estaban en el lugar de los hechos.

Finalmente, admitieron que la bala que mató a Abu Akleh de un tiro en la cabeza procedía del fusil de uno de sus soldados. Nunca se llegó a realizar una investigación ni a castigar al autor del asesinato.

La presión de la opinión pública alcanza también a los propios periodistas israelíes. Los hay que han reconocido sentir miedo ante las consecuencias de mostrar opiniones disidentes después de la matanza de un millar de civiles en el asalto de Hamás del 7 de octubre. Pero varios de ellos no están dispuestos a dejar de pensar, razonar y trabajar como periodistas.

Quienes tienen vía libre para mostrar su furia son los que exigen que los palestinos paguen por lo que hizo Hamás. La presentadora del Canal 13 Netali Shem Tov dijo en un programa que aún veía “demasiados edificios en pie en Gaza”. No le parecía suficiente que el 25% de los edificios de Gaza haya quedado destruido o gravemente dañado desde el inicio de los bombardeos. El exdiputado del Likud Moshe Feiglin exigió en televisión que Gaza sea “aniquilada” y que se convierta en un nuevo Dresde.

Los que ya han pagado un precio altísimo han sido los 24 periodistas muertos en tres semanas, de los que veinte son palestinos. Muchos de ellos en sus propias casas junto a sus familias, porque nadie está a salvo en Gaza. En Ucrania, han muerto quince reporteros en 18 meses de guerra.

Un caso reciente y doloroso es el de Wael Al Dahdouh, jefe de la oficina de Al Jazeera en Gaza, que perdió a toda su familia directa en el bombardeo israelí de la vivienda donde se habían refugiado. Murieron su esposa, dos hijos de quince y siete años y un nieto.

Esta guerra ha vuelto a reanudar las críticas israelíes a BBC por no llamar terrorista a Hamás. John Simpson, que cubrió guerras en Oriente Medio para la cadena durante 50 años, volvió a explicarlo hace unos días. «Terrorismo es una palabra cargada (de intención), que la gente usa sobre un grupo al que rechaza moralmente. Simplemente, el trabajo de BBC no es contar a la gente a quién debe apoyar o condenar, quiénes son los buenos y quiénes son los malos”, escribió.

El periodista no está para imponer criterios morales ni tomar partido, dice, sino para informar sobre hechos y que cada ciudadano adopte una posición en función de lo que lee o escucha.

La agencia norteamericana Associated Press cuenta con un criterio similar. No emplea la palabra ‘terrorista’ para referirse a Hamás, porque prefiere centrarse en los hechos: “AP no utiliza términos para acciones o grupos específicos, más allá de citas directas atribuidas a autoridades u otros grupos. En vez de eso, describimos atrocidades, matanzas, atentados con bomba, asesinatos y otras acciones específicas”.

La responsabilidad de la explosión en el hospital Al Ahli ha sido uno de esos casos en que los periodistas han tenido que reaccionar en muy pocas horas con información incompleta y han sido criticados por ello. Israel negó que se debiera a un ataque suyo con misiles, difundió una imagen que no se correspondía con el momento de la explosión, que luego tuvo que borrar, y utilizó otro vídeo –con imágenes del cielo en un directo de Al Jazeera– con el propósito de contar que el responsable era un cohete de Yihad Islámica que había caído a tierra después de sufrir un problema en su motor. Las imágenes nocturnas no permitían llegar a una conclusión clara.

Una fotografía al día siguiente en la que se veía los coches incendiados en el aparcamiento del hospital, junto a la ausencia de un cráter de grandes dimensiones o un edificio totalmente destruido, confirmó las dudas sobre la versión del misil israelí, que es la que había aparecido en los primeros titulares.

Varios análisis posteriores han arrojado distintas alternativas. El último de The New York Times sostiene que las imágenes utilizadas por Israel como prueba definitiva no muestran el misil o cohete que provocó una matanza, sino un proyectil lanzado desde territorio israelí que detonó a tres kilómetros de distancia del centro sanitario.

La OMS ha registrado 171 ataques de Israel a instalaciones sanitarias en tres semanas, 75 en Gaza y 96 en Cisjordania.

Para políticos y columnistas israelíes, toda esta confusión no procede de la dificultad de obtener información contrastada sobre una acción de guerra en un lugar en que sólo unos pocos medios occidentales cuentan con personal propio (Israel no ha permitido la entrada de periodistas extranjeros en Gaza), sino de una conspiración que busca presentar a su país como el agresor.

La realidad es que la mayoría de los medios de países como EEUU, Reino Unido o Alemania tienen un sesgo muy o bastante favorable a las posiciones de Israel y desde luego ninguno apoya a Hamás. Eso no impide que en los últimos años hayan evolucionado al ser testigos de destrucciones sucesivas de Gaza por Israel y de sus ataques a la población civil.

Como símbolo de ese cambio está la portada de The New York Times del 28 de mayo de 2021 con un friso de fotos de 64 niños y adolescentes palestinos que perecieron en los bombardeos israelíes. En sólo once días. El titular: “Eran sólo niños”.

El último recuento de la actual ofensiva contra Gaza indica que los menores muertos desde el 7 de octubre son 2.913.

La respuesta israelí a las críticas por esos bombardeos indiscriminados fue la misma que ahora: el Ejército de Israel es “el más moral del mundo”. Quien lo cuestione será tachado de cómplice de los terroristas.

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