Netanyahu, cadáver político

El anuncio de la campaña de Binyamín Netanyahu en las elecciones de 2019 combinaba dos elementos: algo de sentido del humor y el mensaje estratégico que ha definido su carrera política. El actual primer ministro israelí hacía de socorrista en la playa con un megáfono para mantener a los bañistas «siempre a la derecha», donde se está más seguro. «Estoy haciendo lo que siempre he hecho», contaba a unos jóvenes sorprendidos. «Ocupándome de que estéis seguros».

Al final, Netanyahu miraba a la cámara y sacaba pecho por su legado: «En el turbulento mar de Oriente Medio, se ha probado que hemos mantenido a Israel como una isla de estabilidad y seguridad». Cuatro años después y unos días después del asalto de Hamás que ha matado a unos 1.300 israelíes, la isla ha sido anegada por un huracán y los israelíes no dan crédito a lo ocurrido. Tienen claro que hay un responsable político del inmenso fracaso militar y de inteligencia. Ese mismo que presumía en la playa de que los israelíes siempre estarían seguros con él.

Una encuesta conocida este jueves lo confirma hasta niveles inauditos para Netanyahu y su Gobierno. Cuatro de cada cinco israelíes judíos (es decir, sin contar al 20% de la población que es palestina) sostienen que el Gobierno es el principal responsable de la infiltración de los milicianos palestinos. Ese porcentaje es del 86%, pero además es igualmente abrumador con un 79% en el caso de los votantes de los partidos del Gobierno de coalición.

Un 56% de los encuestados afirma que Netanyahu, de 73 años, debería dimitir cuando acabe la guerra.

En muchas ocasiones, se ha dado por muerto políticamente al primer ministro de forma prematura. Sólo así puede entenderse que haya dominado la política de su país durante la mayor parte de los últimos catorce años.

Su intento de controlar al Tribunal Supremo para que no pueda fiscalizar las acciones del Gobierno o las leyes aprobadas por el Parlamento, que coincide con el juicio pendiente contra él por corrupción, provocaron este año manifestaciones masivas en Israel, pero la derecha y la extrema derecha continuaban confiando en él.

En las últimas elecciones en noviembre de 2022, los partidos del actual Gobierno obtuvieron 65 de los 120 escaños de la Cámara. El Gobierno que se formó es el más rabiosamente ultranacionalista de la historia del país. Algunos de sus partidos integrantes han progresado en las urnas gracias a sus mensajes racistas contra los árabes.

Para entender hasta dónde llega el descrédito del Gobierno en los medios israelíes a causa del asalto de Hamás, no hay que escoger medios que han publicado artículos críticos con Netanyahu a lo largo de años. Resulta más revelador uno aparecido en el diario Israel Hayom titulado: «Un fracaso de proporciones inimaginables y empeorado por un vacío de liderazgo».

Israel Hayom es un periódico conservador fundado en 2007 por el millonario norteamericano Sheldon Adelson, ya fallecido y conocido en España por el proyecto frustrado del complejo de casinos Eurovegas en Madrid. Es tan partidario de Netanyahu que recibe en Israel el apodo de Bibiton, unión de las palabras ‘Bibi’, el apodo del líder del Likud, e ‘iton’, periódico en hebreo. Su aparición tenía como misión apoyar a Netanyahu sin que importara el coste. En sus primeros siete años, perdió el equivalente a 190 millones de dólares.

El artículo es demoledor para los intereses de Netanyahu. Algunos de los hechos descritos muestran un nivel de incompetencia difícil de creer para sus lectores. En sólo un fin de semana, la unidad de comandos de la Fuerza Aérea perdió más soldados que en toda su historia. Los más conocidos comandos Sayeret Matkal, unidad de élite del Ejército, también sufrieron un alto número de bajas, así como las unidades antiterroristas de la policía. Todos ellos se vieron desbordados por la ofensiva y la falta de refuerzos.

Los recursos militares y de inteligencia habían sido enviados a Cisjordania para proteger a los colonos de los asentamientos, embarcados en una espiral de provocaciones y agresiones contra la población palestina y alentados incluso por algunos de los partidos ultraderechistas del Gobierno. La cifra de soldados en la frontera con Gaza era ínfima y por tanto insuficiente. El Gobierno pensaba que la tecnología era suficiente para controlar una posible amenaza que no esperaba.

Los pocos avisos que recibió Netanyahu fueron desdeñados por el jefe de Gobierno. «Está secuestrado por políticos extremistas», dice el diario, que además lo ignoran todo sobre asuntos militares y no saben distinguir «entre un M-16 y un F-16».

Otros artículos de la prensa israelí y extranjera ofrecen un balance similar. El poder disuasorio de Israel se vino abajo con sorprendente facilidad. Algunas población no recibieron ningún apoyo durante ocho horas y el que llegó fue insuficiente. Generales retirados abandonaron sus casas, se presentaron en el frente con una pistola en la mano y descubrieron que las unidades militares carecían de coordinación y de mandos que supieran lo que había que hacer.

El sistema de seguridad de la frontera, pertrechado con sensores de movimiento y ametralladoras autónomas que disparan sin necesidad de que un soldado apriete el gatillo, no sirvió de nada y se quedó ciego. Había costado 1.100 millones de dólares. Se había vendido como una defensa impenetrable gracias a la tecnología y en buena parte se vio anulada por un ataque con drones de bajo precio.

Los atacantes destruyeron las torres de vigilancia y derribaron las barreras existentes con buldozers. Los comandos, con algunos integrantes subidos a parapentes, penetraron hasta más de veinte kilómetros en territorio israelí para atacar a las localidades cercanas.

Alguien no había estado muy atento a lo que está pasando con los drones en la guerra de Ucrania.

Hamás había escondido sus intenciones a plena vista de todos. Los miembros de las Brigadas Izzadim Al Qassem llevaban tiempo entrenándose en el asalto a un pueblo o una base militar en escenarios construidos a tal efecto. Hasta difundieron vídeos semanas antes del ataque con los combatientes destruyendo una réplica de la valla fronteriza. Los militares israelíes los vieron y creyeron que todo era puro teatro.

Netanyahu había prometido a los israelíes que los palestinos ya estaban derrotados. Él era capaz de obtener el reconocimiento diplomático de Emiratos Árabes y Marruecos y de culminar con éxito las negociaciones con Arabia Saudí sin hacer ninguna concesión relevante a los habitantes de Cisjordania y Gaza. Incluso presumía de ello en público, lo que molestaba a los saudíes.

El mensaje que procedía del Gobierno es que la prioridad de Hamás era la supervivencia de su Gobierno en Gaza y garantizar el apoyo económico procedente de países como Qatar. La única amenaza real procedía del norte con Hizbolá y para eso Israel estaba preparada.

Nada se movía en Gaza sin que lo supiera Israel. «Nos gastamos miles de millones en reunir inteligencia sobre Hamás», dijo a The New York Times, Yoel Guzansky, antiguo alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional. «Después, en un segundo todo colapsó como piezas de dominó».

En 2018, Netanyahu dio un discurso en el que resumía tanto su mentalidad como sus prioridades: «En Oriente Medio y en muchas partes del mundo, hay una verdad simple: no hay lugar para los débiles. Los débiles quedan hechos pedazos y son masacrados y borrados de la historia, mientras los fuertes, para bien o para mal, sobreviven».

El primer ministro ofrece ahora una imagen de debilidad que los votantes israelíes no están dispuestos a tolerar.

Hay una posible escena final para su futuro político a la que puede agarrarse. La destrucción completa de Gaza le sería de utilidad si aún aspira a ganar una rehabilitación entre sus votantes que hoy parece improbable. El método sería ocasionar un número espantoso de muertes palestinas y demostrar al mundo que atacar a Israel es una locura que sólo provoca tu aniquilación. Netanyahu ya ha demostrado en el pasado que ese no es un precio prohibitivo para él.

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