Netanyahu adopta el lenguaje de las dictaduras con las ONG

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El Gobierno israelí ya tiene un nuevo enemigo mortal: las organizaciones de derechos humanos, y en especial una, B’Tselem. Desde 1989, este grupo se ha ocupado de denunciar la ocupación de los territorios palestinos. Su principal arma es la información. Son el testigo molesto que cuenta lo que a la mayor parte de la sociedad israelí le molesta que se sepa. En especial, fuera de Israel. Y por encima de todo, en EEUU.

B’Tselem cometió el pasado viernes el pecado definitivo. Su director, Hagai El-Ad, intervino ante el Consejo de Seguridad de la ONU en una sesión especial dedicada a los asentamientos judíos en Cisjordania. El-Ad dejó claro que la presencia israelí allí viola el derecho internacional, empezando por los asentamientos construidos y defendidos con el apoyo del Estado israelí, y explicó por qué ha persistido hasta ahora. A pesar de todas las declaraciones de gobiernos extranjeros, incluido el norteamericano, que dicen que la situación actual es insostenible, la realidad es muy diferente: «Claramente, la ocupación es internacionalmente sostenible. Lo es porque hasta ahora el mundo se ha negado a intervenir de forma efectiva».

Fue algo más de lo que podía soportar Netanyahu, que ordenó a su embajador en la ONU que pasara al ataque en la reunión mensual del Consejo sobre Oriente Medio. Pero esta vez ocurrió algo poco habitual. El representante norteamericano defendió a B’Tselem y recordó a Israel la diferencia habitual entre una dictadura y una democracia en cuanto al tratamiento de las voces disidentes.

El embajador israelí, Danny Dannon, exigió que la ONU deje de aportar fondos a B’Tselem –tres de sus agencias lo hacen– por ser «una interferencia directa en el proceso democrático de Israel».

Dannon djo que Israel es una democracia que defiende la libertad de expresión y al mismo reclamó que la ONU no financie a «estas organizaciones extremistas». Es el lenguaje habitual de las dictaduras que califican como extremistas o terroristas a aquellos grupos que se limitan a contestar con información la propaganda que procede de los gobiernos. Y que desde luego consideran una intolerable interferencia en su soberanía que esos grupos reciban ayuda económica desde el exterior.

El representante norteamericano en esa reunión elogió a organizaciones como B’Tselem y American for Peace Now por facilitar información sobre lo que ocurre sobre el terreno, como hacen otras muchas ONG por todo el mundo. Un portavoz del Departamento de Estado confirmó los elogios al trabajo de B’Tselem, precisamente después de que Netanyahu lanzara desde su página de Facebook nuevas amenazas sobre el grupo. Anunció que ha ordenado que se impida que los jóvenes que objeten al servicio militar puedan realizar el servicio social alternativo en B’Tselem.

Es una medida que puede llevar a cabo por decreto. Otros castigos más duros dependen de leyes que no han llegado a aprobarse en el Parlamento, como la propuesta de prohibirles que reciban financiación extranjera que hasta ahora no ha recibido los votos necesarios cuando se ha llevado al legislativo.

Para Netanyahu, no hay mayor afrenta que se denuncie la ocupación israelí en el extranjero. Su control de la política israelí es completo desde hace una década. La izquierda está domesticada. La Autoridad Palestina se ocupa de hacer el trabajo sucio en las cuestiones de seguridad y no cuenta con la legitimidad suficiente para participar en negociaciones políticas que obliguen a hacer concesiones. Hamás no tiene más aspiración que mantener su control sobre Gaza.

Lo único que no controla Netanyahu es lo que ocurra fuera del país. La movilización de BDS, que reclama un boicot a los intereses económicos de Israel, preocupa especialmente al Gobierno y oposición por deslegitimar al Estado a causa de la ocupación y, aún más, por el creciente apoyo que está recibiendo en EEUU y Europa Occidental.

Por eso, los grupos de derechos humanos son calificados como traidores a la causa de Israel, en palabras de Netanyahu. No simplemente como grupos de oposición de ideas diferentes a las del Gobierno o los principales partidos, sino cómo cómplices de los enemigos del Estado. Y si lo hacen en Naciones Unidas, llevan su traición a la máxima expresión.

Otras ONG han preferido no asistir a esos foros internacionales porque temen que eso les margine para siempre de la sociedad israelí. No han perdido la esperanza de continuar siendo relevantes en el debate público sobre el destino del país. La realidad les contradice, aunque es cierto que en ocasiones consiguen algunos éxitos cuando cuentan con pruebas irrefutables (por ejemplo, un vídeo) de injusticias o crímenes. Pero a lo largo de años no han conseguido aumentar su influencia social. Es más, al contrario. Cada día sienten más la hostilidad de los partidos que dominan el escenario político.

Los argumentos del representante de B’Tselem ante el Consejo de Seguridad son la confirmación de que nada nuevo se puede esperar del proceso cotidiano de contactos diplomáticos y declaraciones sobre Israel con el que se conforman los gobiernos extranjeros. Cada año que pasa, la expansión de los asentamientos, respaldada por los gobiernos israelíes, convierte en imposible cualquier vuelta atrás y en inviable la idea de dos estados. Si no hay una presión efectiva desde fuera, nada cambiará y los gobiernos extranjeros serán tan responsables como el israelí del mantenimiento de una situación típicamente colonial. La reacción airada de Netanyahu confirma que tiene miedo a que esa idea eche raíces en la opinión pública internacional.

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