Nuevas victorias de los talibanes en el norte de Afganistán ponen en duda la supervivencia de su Gobierno

La noticia de la retirada militar norteamericana de Afganistán ha originado una pregunta inevitable: ¿resistirá por sí solo el Gobierno afgano de Ashraf Ghani una previsible ofensiva talibán incluso si continúa recibiendo ayuda militar de EEUU? En caso negativo, ¿cuánto tiempo tardará en venirse abajo?

Mohamed Najibulá aguantó tres años después de que las tropas soviéticas abandonaran el país en 1989. Cuando Washington aún no ha culminado su retirada, ese periodo de tiempo empieza a parecer un cálculo demasiado optimista para Ghani. Amplias zonas del país están ya controladas por los talibanes en el sur y oeste de Afganistán. La mayoría de los talibanes procede del sur pastún donde nunca ha dejado de ser la fuerza política y social dominante.

Lo que resulta más sorprendente es que en las últimas semanas ha sido en el norte donde se han sucedido los ataques talibanes sin que la respuesta del Ejército haya podido contenerlos. Allí en principio no gozan de tanto apoyo.

A mediados de junio, los insurgentes lograron entrar en Kunduz, una de las principales ciudades del norte, superando las escuálidas defensas antes de dispersarse por el interior de la ciudad o abandonarla. Sólo para demostrar que no parece haber ninguna zona en la que puedan ser frenados. Lo cierto es que Kunduz cuenta con una presencia importante de pastunes, muchos de los cuales apoyan a los talibanes.

En la provincia de Faryab, también en el norte, los talibanes se cobraron una victoria de gran fuerza simbólica al tomar un puesto militar defendido por las fuerzas especiales afganas, no por el Ejército regular mal entrenado y atemorizado. En el asalto murió el coronel Sohrab Azimi y veinte de sus hombres, abandonados a su suerte y sin recibir los refuerzos que habían solicitado a Kabul. La muerte de Azimi, hijo de un general, causó una gran conmoción en todo el país. Las fuerzas militares locales estaban a punto de ser desbordadas. Azimi y sus hombres eran su última esperanza y acabaron todos muertos.

En la mayor ciudad del norte –Mazar-e-Sharif, medio millón de habitantes–, la situación no es tan grave, pero no por la fuerza del Estado. Ante las primeras imágenes subidas por los talibanes a las redes sociales que mostraban a sus combatientes en las cercanías de la localidad, un empresario millonario local envió a centenares de integrantes de su milicia a montar controles en los accesos. La constatación de que el Gobierno central no está en condiciones de imponer su autoridad en todo el país es obvia al apreciar cómo han proliferado las milicias privadas para garantizar la seguridad. Milicias que nunca llegaron a desaparecer del todo.

La ofensiva del norte ha concedido a los talibanes otro triunfo que además incluye una gran recompensa económica. Se hicieron con el control del paso fronterizo de Sher Khan Bandar, que conecta Afganistán y Tayikistán. La terminal de aduanas y el puente fueron construidas por los norteamericanos con un coste de 40 millones de dólares. Los 134 soldados afganos que la protegían huyeron al país vecino cuando llegó el enemigo. Fue una desbandada. Los talibanes tomaron la zona en sólo una hora. Ahora se ocupan de cobrar las tasas por el paso de mercancías por la frontera, según el WSJ.

Un portavoz talibán citado por el periódico informó que no pretendían causar alteraciones en una frontera por la que pasan centenares de camiones cada día. Han comunicado a los gobiernos de Tayikistán y Uzbekistán que la actividad de esos pasos fronterizos del norte seguirá en marcha. «Sobre los miembros del personal, les hemos dicho que no les vamos a cambiar. Les dijimos que sigan haciendo su trabajo. Ni siquiera hemos cambiado los sellos. No queremos crear problemas a los empresarios, comerciantes y la gente corriente». Obviamente se quedan con los beneficios económicos de las tasas impuestas.

Se espera que la retirada norteamericana se complete en los últimos días de agosto. Uno de sus enclaves esenciales en el país –el aeropuerto y la base de Bagram, a 70 kilómetros al norte de Kabul– fue abandonado el viernes prácticamente de la noche a la mañana y sin molestarse en avisar a los autoridades militares afganas. Primó la seguridad de las tropas a la hora de ejecutar una retirada por sorpresa para impedir ataques oportunistas en el último minuto. Primero, cortaron la electricidad de la base y luego se fueron después de pasar varias semanas evacuando el material que se podía transportar. El nuevo  responsable afgano de la base se enteró dos horas después.

Todas estas noticias negativas para el Gobierno de Kabul no quieren decir necesariamente que no vaya a sobrevivir ni unas semanas a la retirada militar de EEUU. Pero es indudable que un Gobierno y Ejército que no pueden controlar sus pasos fronterizos, enviar refuerzos a las zonas atacadas ni proteger las principales vías de comunicación entre la capital y las regiones norte y sur del país no podrá imponer ninguna autoridad ni derrotar a sus enemigos. Los acontecimientos del inicio del verano llevan a la conclusión de que lo único que podrá detener el avance talibán será una proliferación de milicias regionales y ocasionará la partición de hecho de Afganistán.

En ese momento, se verá si sucede lo habitual en la mayoría de las guerras afganas, un acuerdo entre los que llevan la iniciativa militar y los que sólo pueden defenderse para que los primeros se hagan con el control de todo a cambio de respetar la vida de los dirigentes enemigos. Así fue como los talibanes entregaron el poder en 2001 cuando llegaron al límite de su resistencia y así es como podrían regresar en los próximos años.

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